La aritmética política y la sucesión de 2024

CE, Intervención y Coyuntura

El filósofo cubano Fernando Martínez Heredia solía parafrasear a Lenin cuando decía que en la aritmética política los números no contaban igual. El camino hacia 2024 está abierto y hay elementos que ya se vislumbran como necesarios de ser analizados.

A) El primer elemento es que Marcelo Ebrard ocupa en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador un lugar que le permitió manejar puntos sustantivos de la agenda internacional. Y si bien el presidente guía los grandes trazos de esta –en cosas que claramente al Canciller no le resultan de todo agradables, por ejemplo, con el rescate de Evo Morales o en la pelea con el golpismo peruano a favor de Pedro Castillo– es Ebrard quien conduce aspectos relevantes. Esto nos lleva a preguntarnos qué espera el canciller a cambio de esto. Finalmente, ambos personajes se han acompañado desde 2006 y es claro que esta es la última oportunidad para Ebrard.

B) Ebrard, aunque ha pedido “piso parejo”, en realidad tiene grandes ventajas. El gobierno de la 4T se ha visto detenido en su funcionamiento y operación interna por un cúmulo de funcionarios que, enquistados en los aparatos, han operado en su favor, muchos de ellos pertenecientes a la corriente del canciller. No hay piso parejo porque la corriente del canciller hace tiempo trabaja al interior del Estado (el “camachismo”, por aquello de los padres fundadores) y maneja rangos intermedios significativos, tanto en el pasado neoliberal como en el presente que aspira a ser post neoliberal. Estos funcionarios han operado en favor de privados, apoyando a grupos de interés (la pandemia fue un ejemplo claro) en una mentalidad típicamente neoliberal y retrasando la agenda de transformación desde dentro del Estado.

C) Ahora bien, si bien es cierto que entre la Coalición que llevó al triunfo a AMLO en 2018 Claudia Sheinbaum es la favorita de las distintas militancias, también es cierto que es ella la que tensa más. Este es un punto a favor de Ebrard, quien es mucho más moderado. Sheinbaum expresa la continuidad, pero en un entorno en el que la polarización ya no resulta atractiva ni productiva. Dicho proceso de tensión fue importante en 2018 después del desgaste del gobierno de Peña Nieto, pero esta ya no moviliza de la misma manera.

D) Caso contrario, Ebrard tensa menos el entorno. Es menos mal visto entre otros segmentos de la sociedad no adherentes de la 4T. En un cálculo político anómalo, la militancia opositora parece entrever que no habrá recambio partidario en el próximo sexenio y, entre sus opciones, la menos mala es la que representa el Canciller. El expresa ideológicamente mucho de lo que las clases medias –conservadores o progres– buscan y que evidentemente ni AMLO ni Sheinbaum representan: transferencia de recursos por medio de intermediarios, subvención de los privados, fomento a la consultoría y la expertise, etc.

E) El 2024 será para el electo en la consulta interna. Eso no se moverá, pues la oposición carece de liderazgo, cabeza, programa, idea. Tiene, sí, una base social, que ronda el 25% como mínimo y que aspira a crecer. También tiene un gran odio y resentimiento social, mismo que se ve acompañado por sus propios “compañeros de ruta”, es decir, los exizquierdistas y progres de todo tipo que rechazan la perspectiva popular y plebeya, ya sea a nombre de las buenas costumbres, ya sea con la bandera de la supuesta radicalidad.

La moneda está en el aire. Si en la aritmética política los números no cuentan igual, es importante no sólo la victoria, sino las condiciones de esta. Y ahí, se juega todo.