Interregno

Dossier
"Vivir es tomar partido"

CE, Intervención y Coyuntura

Vieja aprehensión mexicana, la sucesión presidencial se presenta como espacio de disputa y afloramiento de filias y fobias. Ha sido, en el siglo XX, el motivo de disputas personales, también entre elites y liderazgos, así como oportunidad para que las murallas de la dominación se agrieten. Lo entendieron así personajes tan distintos como el general Henríquez en 1952 y la clase obrera en 1958, también el auge campesino de 1964 y la marea neo-cardenista de 1988. Aunque el tiempo político no es estrictamente sexenal, estas fechas marcan un cierto realineamiento de fuerzas, grupos y élites. La lectura del tiempo mexicano no puede exentar el paso del ritual político sexenal, aunque el neoliberalismo tendió a mitigarlo con su fría racionalidad mercantil en donde la política no existía sino en los sótanos y bunkers.

Si desde 1958 hasta 1993 la figura del “tapado” operó como el tropo explicativo de cambios y continuidades, su configuración ha permanecido entre los perezosos del pensamiento que se niegan a ver sino la repetición de lo mismo. Incapaces de concebir un mundo distinto, apuntalan a que estamos en el mismo punto. Nada más alejado de la realidad. Después de la década de 1990, último albazo “tapadista”, lleno de turbulencias y violencias, asistimos a 12 años de interregno caótico, jugado en otro lugar más oscuro: el de las elites empresariales convertidas en verdaderos ocupantes del Estado, al cual maniataron y transformaron a su imagen y semejanza. Ese interregno prianista nos dejó un Estado horadado, lleno de instituciones precarizadas y precarizantes de la soberanía popular. Los hoy “autónomos” y “contramayoritarios”, nostálgicos de los años de la gobernanza neoliberal llena de canonjías, aspiran a reestablecer el ethos de la consultoría (había de todo tipo, desde la fascista “seguridad ciudadana”, hasta la del feminismo “white-cideista”). Si el Estado se desfondó, fue en ese momento de ocupación y conquista mercantil, aplaudida por los “ciudadanistas” que repelen de todo lo popular. La sucesión no era problema, porque el administrador empresario en turno no tenía nada que hacer, más que aumentar el plusvalor global.

Hoy, como lo ha señalado Gordillo en sus columnas en La Jornada, hay una novedad: no sólo el fin del tapadismo (que ya se había decretado en el advenimiento neoliberal) sino en la conversión de su opuesto (bautizado, con la desfachatez plebeya de la cotidianidad: las corcholatas). Esto no significa que todo sea nuevo o que no haya quien a nombre de la transformación aspire en realidad a que todo siga igual.

Asistimos a una irrupción de posiciones y confrontaciones que a nadie que haya comprendido la lucha política debe asustar. Se toma posición porque ella modifica el curso de la coyuntura y esta, al final, también hará que las fuerzas, liderazgos e individuos modifiquen la suya. Si la vida es tomar partido, es un buen momento para hacerlo, sabiendo que ese posicionamiento puede y seguramente cambiará.

Hoy en el juego tenemos tres contendientes reales y tres alfiles, uno (Noroña) presiona por izquierda y dos por la derecha corrupta (Monreal y Velasco). Existen elementos del escenario completamente novedosos, pues Morena, partido nacido hace una década, lejos está de la máquina-estado del siglo XX, pero también del PAN (mal que bien está cerca de sus 90 años). La debilidad de la forma-partido no es exclusividad mexicana, ni excepcionalidad de una cultura política, sino un fenómeno global. Tampoco existen hoy las organizaciones de masas que adelantaban o figuraban como avanzadas del destape, por tanto, no hay quien con la fuerza de antaño aparezca como benefactor del “elegido”, porque no hay elegido. Como en el pasado, el perdedor no tiene otra opción que la lealtad o pasar a la irrelevancia. Que la oposición universitaria, conocedora de esta historia, apele a que seguimos en ella no es más que la ausencia de ideas; pero que las y los militantes esperen ser ellos los actores de aquella representación es preocupante.

El fenómeno parece volver al ritual, y esto es lo que genera prácticas que no siempre son simpáticas. La primera es reestablecer en el imaginario la idea del dedazo, mismo que conlleva a la falsa toma de partido. La segunda es la ausencia de programa de largo plazo. La tercera es la emergencia de novedades; si en el pasado “el que se movía no salía en la fotografía”, en la digitalización contemporánea parece que “el que no está todo el tiempo moviéndose no sale en todas las fotos”.

Novedad, ritual, cambio, continuidad. Todo convergente en la coyuntura, porque ya es un nuevo tiempo el presente.