Idolatrías paliadas: la imaginaria e inconclusa evangelización de los indios
Itzá Eudave Eusebio
Cohu-FFyL-UNAM
Hace 500 años la Corona española inició la colonización del territorio renombrado como América, justificando jurídicamente la guerra de invasión en su idea respecto al derecho natural y de gentes, mientras que teológicamente se sostenía en el modelo de extirpación de idolatrías. Este acontecimiento relatado oficialmente como “descubrimiento y conquista”, además de ser un marcador temporal para el relato de la historia, se estableció también como elemento fundacional de un modelo de poder colonial, constituyendo un nuevo orden civilizatorio en diversos territorios y sobre diversas culturas (Quijano, 1997). Por ello, en los discursos elaborados para explicar lo que se nombró como el “Nuevo Mundo” se establecieron representaciones que reordenaron los territorios y modos de vida, ya que al intentar describir y traducir lo observado, los europeos terminaron apropiándose de los espacios, los seres y sus culturas, al clasificarlos y explicarlos desde sus categorías filosóficas, utilizando su relato como herramienta de traducción del mundo indígena, incorporándolos en sus categorías de conocimiento sobre el mundo (Pastor, 1983; Solodkow, 2010).
De esta forma, ideas y modelos del imaginario occidental fueron trasladados al describir los territorios, la naturaleza y los seres americanos (Rozat, 2012). Para analizar lo anterior veremos algunos ejemplos en una narrativa establecida como fuente de conocimiento respecto al ser y estar de los antiguos indígenas; nos referimos al trabajo del franciscano Bernardino de Sahagún, quien en sus obras estableció una serie de informaciones en torno a la naturaleza y los seres que habitaban una parte de la América antigua (León Portilla, 1999; Magaloni, 2014), centrándonos en la Historia general de las cosas de Nueva España, en la cual encontramos los argumentos cristianos frente a las costumbres indígenas, como se puede apreciar en sus propias palabras:
Necesario fue destruir todas las cosas idolátricas, y todos los edificios idolátricos, y aun las costumbres de la república que estaban mezcladas con ritos de idolatría y acompañadas con ceremonias idolátricas, lo cual había en casi todas las costumbres que tenía la república con que se regía, y por esta causa fue necesario desbaratarlo todo y ponerles en otra manera de policía, que no tuviese ningún resabio de cosas de idolatría (Sahagún, 2004: 579).
En su narrativa, el fraile justificó la empresa colonial utilizando distintas analogías retomadas de su propio imaginario cultural para describir y traducir el mundo indígena (Pastor, 2011; Segundo, 2014), por ello, nombra lo que vio en las formas de organización mexica como una “república” con sus antiguas “costumbres”, las cuales, según su observación, estaban permeadas de “cosas idolátricas”, por lo que, de acuerdo con el pensamiento cristiano, fue necesario “ponerles en otra manera de policía”, lo que implicó el vaciamiento de una buena parte de la cultura antigua con el objetivo de implantar un nuevo modelo de civilización en sintonía con los intereses cristiano-imperiales (Payás, 2010). Para desmenuzar lo anterior, revisamos dos apartados en la Historia general de las cosas de Nueva España, que reflejan el pensamiento y acción del franciscano; nos referimos a la “Relación del autor digna de ser notada” que aparece a la mitad del libro décimo, y el “Apéndice, Adición sobre supersticiones” que aparece al final del libro once, ambos elaborados en el año de 1576, a 84 años de iniciada la empresa colonial en América. Para entonces, a pesar de la permanente guerra a las supuestas idolatrías indígenas y con la imposición de un nuevo orden social, la evangelización no logró desaparecer las prácticas culturales indígenas vistas como pecados por los europeos.
En la cotidianidad las prácticas y costumbres indígenas se continuaban reproduciendo de manera encubierta, lo cual se aprecia en las fiestas que fueron superpuestas a las antiguas, así como en los elementos simbólicos ocupados en el despojo y colonización de lo sagrado, como observamos en la siguiente descripción:
Y así los moradores de aquellas tierras que eran regadas con las nubes de aquellos montes, persuadidos o amonestados de los demonios, o de sus sátrapas, tomaron por costumbre y devoción de venir a visitar aquellos montes. […] En México, en la fiesta de Cihuacoatl, que también la llaman Tonantzin; en Tlaxcala, en la fiesta de Toci; en Tianquizmanalco en la fiesta de Tezcatlipoca; y porque esta costumbre no la perdiesen los pueblos que gozaban de ella, persuadieron a aquellas provincias que viniesen como solían, porque ya tenían Tonantzin, y Tocitzin, y al Telpochtli que exteriormente suena, o les ha hecho sonar a Santa María y a Santa Ana, y a San Juan Evangelista, o bautista, y en lo interior de la gente popular que allí viene está claro que no es sino lo antiguo, y no es mi parecer que les impidan la venida de la ofrenda; pero es mi parecer que los desengañen del engaño que padecen, dándoles a entender aquellos días que allí viene la falsedad antigua (Sahagún, 2004: 706).
De acuerdo con la narrativa, las idolatrías tan perseguidas en el llamado Nuevo Mundo nunca pudieron ser extirpadas en su totalidad, debido a que las costumbres arraigadas en el cuerpo y en el pensamiento indígena no se perdieron del todo. Pero además, porque al mismo tiempo, también sirvieron en el trabajo de colonización, permitiendo su existencia de forma encubierta o reinventada bajo el filtro cristiano para los fines de la misma evangelización, algo que en palabras de fray Bernardino de Sahagún, permitió la presencia de idolatrías paliadas, es decir costumbres indígenas permitidas pero encubiertas, como explica al señalar que “bien creo que hay otros muchos lugares en estas Indias, donde paliadamente se hace reverencia y ofrenda a los ídolos con disimulación de las fiestas que la Iglesia celebra a Dios y a sus Santos, lo cual sería bien investigarse para que la pobre gente fuese desengañada del engaño que ahora padece” (Sahagún, 2004: 706). Lo anterior muestra que las creencias y rituales indígenas continuaban realizándose a pesar de las diversas campañas de evangelización, entre las razones para que ello sucediera, Sahagún señaló que se debía a “la templanza y abastanza de esta tierra, y las constelaciones que en ella reinan, ayudan mucho a la naturaleza humana para ser viciosa y ociosa, y muy dada a los vicios sensuales” (Sahagún, 2004: 578). La anterior explicación era común en el contexto del franciscano, al relacionar la forma de ser y estar con la naturaleza del territorio, el clima, y la influencia de los astros.
El cronista religioso analiza la tarea de evangelización ocupando la alegoría de que el trabajo se va como el agua, diluyendo (Sahagún, 2004: 580), idea que señala de diversas formas a lo largo de su narrativa. Así, al referirse a la tarea de extirpar las antiguas costumbres señala que: “se han venido relajando de poco en poco estos ejercicios, y entre ellos casi no hay quien tenga orgullo e industria para por si enseñar estas cosas, si nosotros mismos no entendemos en ellas, no hay ya en las escuelas de nuestras casas quien a derechas enseñe a leer y escribir, ni a cantar, ni a las otras cosas de música, casi todo se va cayendo” (Sahagún, 2004: 580). De esta forma, ante el relajamiento en torno a la evangelización, manifestó lo que sentía y pensaba: “Recelo tengo muy grande que esto se ha de perder del todo, lo uno porque ellos son pesados de regir y mal inclinados a aprender, lo otro porque los frailes se cansan de poner con ellos el trabajo de que tienen necesidad para llevarlos adelante” (Sahagún, 2004: 584).
La dificultad para lograr la conquista espiritual de los indígenas se puede observar en otra parte de la narrativa, cuando luego de describir la imposibilidad de casar a los indígenas con una sola pareja, sin lograr imponer la idea de la monogamia, describe otros elementos culturales que chocaron en la realidad colonial, de esta forma, Sahagún señala que: “de los otros sacramentos, como fue el de la confesión, y comunión, ha habido tanta dificultad en ponerlos en el camino derecho de ellos, que aun ahora hay muy pocos que vayan vía recta a recibir estos sacramentos, lo cual nos da gran fatiga, y mucho conocimiento de lo poco que han aprovechado en el cristianismo” (Sahagún, 2004: 581). De esta manera, se explica el resultado de una investigación realizada por la Iglesia Católica en Cholula y Huexotzingo, lugar en el que los indígenas:
Hicieron entender a los más de los religiosos, que toda la idolatría, con todas sus ceremonias y ritos, estaba ya tan olvidada y abominada que no había para qué tener este recatamiento, pues que todos eran bautizados y siervos del verdadero Dios; y esto fue falsísimo, como después acá lo hemos visto muy claro, que ni aún ahora cesa de haber muchas heces de idolatría y de borrachería, y de muchas mala costumbres […] Y si así como fue en pocas partes, fuera en todas, y persevera hasta ahora, ya casi está imposibilitado de remediarse (Sahagún, 2004: 581).
En estas palabras encontramos una amarga queja y denuncia al mismo tiempo, al sentirse engañado en torno a la idea de que las llamadas idolatrías estaban “olvidadas y abominadas” y no era así, ya que en la práctica las “costumbres” clasificadas como “malas”, desde el pensamiento cristiano, no lograban ser eliminadas. Ante ello, el religioso manifiesta su opinión respecto a que con el tiempo y ante la solicitud del Rey de España se fue relajando la labor inquisidora sobre las costumbres de “idolatría y borrachería” “porque públicamente no parecía cosa ninguna que fuese digna de castigo”, esta es una razón, entre otras, para pensar que su tarea al extirpar las idolatrías indígenas, luego de 50 años de iniciada la conquista, era un objetivo no concretado del todo, debido a lo que los indígenas “cantan cuando quieren y se emborrachan cuando quieren, y hacen sus fiestas como quieren, y cantan los cantares antiguos, que usaban en el tiempo de su idolatría» (Sahagún, 2004: 582).
En el fondo de su narrativa, lo que Sahagún está criticando, son algunas de las consecuencias que él observó con los cambios en la política de la Corona frente al tema de cómo tratar a los indígenas en diversos momentos de la colonización, resultado de largos y ríspidos debates tanto en el viejo como en el nuevo mundo en torno al ser o no ser de los pueblos conquistados (Phelan, 1972; Baudot, 1990). Por ello, a pesar de lo avanzado de la colonización, insiste una y otra vez en señalar que las idolatrías persistían debido a que los indígenas continuaban realizando ceremonias y cantos antiguos, señalando además que “y si algunos cantares usan que ellos han hecho después acá de su convertimiento, en que se trata las cosas de Dios y de sus santos, van envueltos con muchos errores y herejías, y aun en los bailes y areitos se hacen muchas cosas de sus supersticiones antiguas y ritos idolátricos” (Sahagún, 2004: 582). De acuerdo con la narrativa, como parte de las idolatrías paliadas, el fraile señala la presencia de nuevos cantos, danzas y ceremoniales indígenas, los cuales, a pesar de estar dedicados al dios cristiano, en su apreciación estaban “envueltos con muchos errores y herejías”.
Respecto al trabajo inconcluso en la persecución de las idolatrías para el franciscano parece no haberse logrado por diversas circunstancias:
Paréceme que pudo ser muy bien que fuesen predicados por algún tiempo; pero que muertos los Predicadores que vinieron a predicarlos, perdieron del todo la Fe que les fue predicada, y se volvieron a sus idolatrías que de antes tenían, y esto conjeturo por la dificultad grande que he hallado en la plantación de Fe en esta gente, por qué yo a más de 40 años que predico por estas partes de México, y en lo que más he insistido, y otros muchos conmigo, es en ponerlos en la creencia de la santa Fe Católica […] de manera que podemos tener bien entendido que con haberlos predicado más de cincuenta años si ahora se quedasen ellos a sus solas, y que la Nación Española no estuviese de por medio, tengo entendido que con menos de cincuenta años no habría rastro de las predicación que se les ha hecho (Sahagún, 2004: 709).
Ante la enorme tarea de extirpar las idolatrías, el fraile reconoce como imposible el objetivo al observar que los indígenas “perdieron del todo la Fe que les fue predicada”, lo cual, él mismo constata luego de 40 años de difundir el Evangelio, remarcando la necesidad de seguir empeñados en esta labor, ya que “con menos de cincuenta años no habría rastro de la predicación”. De esta forma, se comprende el interés de Sahagún por escribir un apéndice al libro XI, en el que abunda sobre las supersticiones atribuidas a los indígenas, señalando que: “habiendo tratado de las fuentes, aguas y montes, parecióme lugar oportuno para tratar de las idolatrías principales, antiguas, que se hacían y aún se hacen en las aguas y montes” (Sahagún, 2004: 704).
En ese sentido, veamos las descripciones sobre la supuesta presencia de idolatrías paliadas en torno a dos fiestas que se realizaban en dos importantes montañas donde según el franciscano, los antiguos indígenas:
solían hacer muy solemnes sacrificios […] El uno de éstos es aquí en México, donde está un montecillo que se llama Tepeácac, y los españoles le llaman Tepeaquilla, y ahora se llama Ntra. Señora de Guadalupe; en este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses que llamaban Tonantzin, que quiere decir nuestra madre; allí hacían muchos sacrificios a honra de esta diosa, y venían a ellos de muy lejas tierras, de más de veinte leguas, de todas estas comarcas de México, y traía muchas ofendas. (Sahagún, 2004: 704-705).
En esta descripción encontramos la relación respecto a un lugar de suma importancia en las creencias y costumbres del mundo indígena, el cual fue despojado del culto al símbolo originario, superpuesto con el de la virgen, madre del dios cristiano. A lo cual, de acuerdo con Sahagún, los indígenas decían “vamos a la fiesta de Tonantzin; y ahora que está ahí edificada la Iglesia de Ntra. Señora de Guadalupe también la llaman Tonantzin”, lo cual levantó las sospechas del evangelizador, como se puede apreciar en sus palabras, cuando señala que:
De dónde haya nacido esta fundación de esta Tonantzin no se sabe de cierto, pero esto sabemos de cierto que el vocablo significa de su primera imposición a aquella Tonantzin antigua, y es cosa que se debía remediar porque el propio nombre de la Madre de Dios Señora Nuestra no es Tonantzin, sino Dios y Nantzin; parece esta invención satánica, para paliar la idolatría debajo la equivocación de este nombre Tonantzin, y vienen ahora a visitar a esta Tonantzin de muy lejos, tan lejos como de antes, la cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora, y no van a ellas (Sahagún, 2004: 705).
En su reflexión el franciscano intenta mostrar que una de las distintas idolatrías encubiertas para los fines de la misma evangelización, resultaba en algo que en su imaginario se explicaba como una invención satánica, debido a que en realidad la gente, a pesar de ser cambiado el nombre y el símbolo de lo sagrado, no iba al antiguo Tepeyac por la virgen de Guadalupe, sino por el poder del antiguo símbolo indígena, haciendo sospechosa la supuesta devoción indígena en la etapa colonial, lo cual comprobó al observar que otras iglesias dedicadas al mismo símbolo cristiano no recibían las mismas peregrinaciones y ceremoniales.
El segundo lugar que Sahagún describe es en la Sierra de Tlaxcala donde había un templo en el que se hacía una gran ceremonia a la que también acudían de diversos lugares, la fiesta era dedicada a Toci, “que quiere decir nuestra abuela y por otro nombre Tzapotlatenan, que quiere decir la diosa de los temazcales y de las medicinas; y después acá edificaron allí una iglesia de Santa Ana, donde ahora hay monasterio y religiosos de Nuestro P. San Francisco, y los naturales le llaman Toci […] que dicen que porque santa Ana es abuela de Jesucristo, es también nuestra abuela, de todos los cristianos; y así la han llamado y llaman en el púlpito”. (Sahagún, 2004: 705). En estas líneas observamos el proceso de sustitución de Toci con Santa Ana, ocupando una analogía muy sencilla en torno a la abuela de todos, españoles e indígenas.
Siendo de suma importancia para nuestra relectura el hecho de que el franciscano confirma que los religiosos fueron quienes ocuparon dichas analogías desde el púlpito, ocupando la sustitución de los símbolos, pero sosteniendo en el fondo el contenido y representación de las antiguas costumbres, por lo que Sahagún reflexiona lo siguiente: “Y todas las gentes que vienen como antiguamente a la fiesta de Toci, vienen so color de Santa Ana, pero como el vocablo es equívoco, y tienen respeto a lo antiguo, más se cree que vienen por lo antiguo que por lo moderno; y así también en este lugar parece estar la idolatría paliada, porque venir tanta gente y de tan lejos sin haber hecho Santa Ana allí milagros algunos, más parece que es el Toci antiguo que no Santa Ana” (Sahagún, 2004: 705). Ante la falta cometida con la sustitución de nombres y símbolos, Sahagún interpreta que su Dios envió como castigo divino las enfermedades que acabaron con parte de la población indígena, “la pestilencia que hay, de allí comenzó, y dicen que ya no hay gente ninguna allí; parece misterio de haber comenzado el castigo donde comenzó el delito de la paliación de la idolatría debajo del nombre de Santa Ana” (Sahagún, 2004: 705).
Para 1576 los indígenas continuaban yendo a sus espacios ceremoniales, encubriendo las antiguas costumbres bajo la imagen y los nombres de los santos cristianos. Sosteniendo en el fondo, según el franciscano, las idolatrías “por amor de la avaricia” como el Fausto por el conocido, importando desde el imaginario europeo la idea de la existencia de un trato con el diablo. De esta manera, dos antiguos símbolos de lo sagrado mexica, así como los espacios para su ceremonia, fueron sustituidos por los símbolos cristianos, pero sin dejar de estar presente el significado del ceremonial indígena, sobre lo cual el religioso señaló que:
la devoción que esta gente tomó antiguamente de venir a visitar estos lugares es que como estos montes señalados en producir de sí nubes, que llueven por ciertas partes […] advirtiendo que aquel beneficio de la pluvia les viene de aquellos montes, tuviéronse por obligados de ir a visitar aquellos lugares, y hacer gracias a aquella divinidad que allí residía, que enviaba el agua, y llevar sus ofrendas en agradecimiento del beneficio que de allí recibían (Sahagún, 2004: 706).
De acuerdo con lo anterior, durante el periodo colonial se continuaron realizando cultos para pedir las lluvias en diversos espacios sagrados para los indígenas, pero sobre todo en algunas montañas, mostrando que la práctica de las llamadas idolatrías no cesaba (Phelan, 1972; Rubial, 1996). En este contexto, Sahagún señala otras razones de la empresa fallida en la extirpación de idolatrías: “En lo que toca a la Fe católica, tiene tierra estéril y muy trabajosa de cultivar, donde la Fe Católica tiene muy flacas raíces, y con muchos trabajos se hace muy poco fruto y con poca ocasión se seca lo plantado y cultivado” (Sahagún, 2004: 707). Las flacas raíces de las que habla el franciscano develan una cristianización a medias, dando pocos frutos con mucho trabajo invertido, sobre todo al describir la continuidad de las antiguas prácticas paganas, ya que los indígenas, “haciendo experiencia de la Fe que tienen los que se vienen a confesar, antes de la confesión, cual o cual responde como conviene” (Sahagún, 2004: 709).
En ese sentido, algunos pueblos indígenas hicieron creer a los europeos que asimilaban las nuevas costumbres cristianas, fingiendo una cristianización también paliada, encubierta para sobrevivir a los tiempos coloniales (Klor de Alva, 1992 y Alcántara, 2010). Lo anterior permitió, de acuerdo con Sahagún, que los indígenas volvieran a las antiguas idolatrías, lo que también justificaba la continuidad del trabajo misionero, señalando al cerrar su elocución que: “Paréceme que Dios Nuestro Señor, habiendo visto por experiencia la dureza de esta gente, y lo poco que ellos aprovechan los grandes trabajos que con ellos se tiene, y han tenido, ha querido darles la Nación Española para que sea como una fuente de que mane la doctrina de la fe Católica, para que aunque ellos desfallezcan siempre tengan presentes ministros nuevos y de nación española para tornarlos a los principios de la Fe” (Sahagún, 2004: 710). Tarea que no fue fácil de realizar debido a la persistencia de los indígenas en practicar sus antiguas costumbres, permitidas a medias por los propios evangelizadores. Por ello, en su narrativa, fray Bernardino de Sahagún denuncia la persistencia de las idolatrías, pero ahora paliadas, cerrando su angustiada reflexión de la siguiente manera: “Así que digo concluyendo, que es posible que fuesen predicados, y que perdieron del todo la Fe que les fue predicada, y se volvieron a las idolatrías antiguas” (Sahagún, 2004, 710), confirmando así la imaginaria e inconclusa evangelización de los indios.
A 500 años del inicio de la colonización europea en América, podemos confirmar la imposición de un modelo de poder sostenido en la clasificación de los seres y sus saberes a partir del origen étnico, el color de piel, la lengua y las costumbres. Este sistema de vida basado en la clasificación y racialización, se impuso también a través de la escritura, lo cual se observa en diversas narrativas coloniales (Pastor, 1983; Zimmermann, 2014; Solodkow, 2010). De esta forma, la colonización implantó imaginarios de origen cristiano e imperial al describir a los supuestos indígenas, sus territorios y sus culturas (Eudave, 2020). Por lo tanto, revisar nuestra historia requiere repensar lo que se ha dicho sobre quiénes somos, preguntarnos por qué repetimos historias imaginarias que han transmitido un mismo modelo de poder colonial, renovado con el tiempo, para mantener un sistema de dominio que viene funcionando desde hace cinco siglos en América. En este contexto, se explica la tarea de releer y repensar la historia, en el permanente intento por descolonizarnos.
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