El pragmatismo: sepulcro de la praxis y de la revolución

Julio Muñoz Rubio

Una de las deficiencias más comunes de la mayoría de las organizaciones y militantes de aquello que tradicional o históricamente se ha dado en llamar “izquierda”, aun en sus organizaciones independientes del Estado, es su desdén por la filosofía y, por lo tanto, por su reducida capacidad para discernir claramente el carácter de clase de las distintas corrientes filosóficas. Esto ha propiciado constante e inconsciente caída en concepciones, puntos de vista y tácticas de lucha impregnadas por concepciones filosóficas burguesas, tales como el determinismo histórico, el reduccionismo economicista y, la que quizás sea la más grave de todas, el pragmatismo.

En el presente ensayo se considera pertinente hacer una concisa crítica de esta corriente filosófica, analizando sus graves deficiencias y criticando la manera como las organizaciones y militantes socialistas, especialmente en México, han caído de cabeza en ella, desfigurando su propio perfil y auto anulándose como opción revolucionaria.

1. El pragmatismo nace y tiene su auge en la segunda mitad del siglo XIX en Estados Unidos, antes de proyectarse a otros países (Inglaterra, Italia). Sus principales exponentes son William James (1842 – 1910), Charles Sanders Peirce (1839–1914), John Dewey (1859-1952) y más recientemente Hilary Putnam (1926-2016) y Richard Rorty (1931–2007). En términos generales el pragmatismo sostiene que, para que una proposición o enunciado sea válido, debe basarse en la experiencia, siempre y cuando ésta proporcione una utilidad práctica al sujeto (Legg y Hookway, 2021). Lo verdadero, pues, es entendido como lo útil. Lo que hacemos cotidianamente es verdadero cuando resulta útil, más cuando se encuentra que esa utilidad es compartida con otros miembros de un grupo social.

Esta concepción, en un nivel de inmediatez es difícil de refutar, pues toma como base una característica real: Todos los seres humanos somos entes prácticos en nuestra cotidianeidad, y en esa práctica se busca la resolución a problemas a los que nos enfrentamos: A partir de los hechos de la vida diaria, el pragmatismo infiere que la existencia de cada ser humano está dirigida a la solución de los problemas. Parece sencillo y obvio. Y con esa obviedad se concluye que el móvil de la existencia es siempre una práctica en busca de resultados o utilidades. Si tales no se dieran, la práctica que la sustenta sería abandonada por inútil. Una vida de resultados útiles es una vida de éxito. Ese es el criterio a seguir para todos los humanos y parece irrefutable ¿Quién pone en tela de juicio que en la vida humana exista una práctica y que para que ésta tenga sentido, debe dar algún beneficio a quien la lleva a cabo?

Según Peirce (2001), ante cada problema al que una persona se enfrenta, se genera una duda sobre cómo resolverlo. Para salir de la duda, ha de tomarse una decisión, que se entiende como creencia (Peirce, 2002, p. 197). La esencia de la creencia es que establece un hábito de conducta, que es en sí una acción, una práctica (Peirce, 2001, p. 199). Lo que constituye al hábito es el cuándo y el cómo conduce a la acción (Peirce, 2001, p. 201). Ésta se establece conforme a los hábitos de conducta. Con este marco de referencia, una acción que no conduce a resolver ningún problema no se va a constituir en un hábito o regla de conducta. Cuando no hay éxito en un hábito práctico será abandonado a favor de otro diferente.

La repetida práctica de un hábito provoca un desprendimiento del mismo con respecto a sus causas originales, de las raíces del problema que generó las dudas y las decisiones tomadas. Como la práctica habitual es exitosa, ya no es necesario volver sobre los pasos que la hicieron así. Es verdadera por exitosa. La opinión que conduce a una práctica exitosa es la verdadera y “el objeto representado en esta opinión es lo real” (Peirce, 2001, p.206). Esto es cierto sobre todo cuando nos referimos a problemas tan simples y reiterativos como comprar alimentos, cocinarlos, pagar cuentas, transportarse. Aunque no todos los problemas son de esa naturaleza, pues los hay mucho más complejos, se pensaría que es menester retrotraerse a la reflexión teórica, pero para el pragmatismo esto es un escollo prescindible. A fin de cuentas el individuo debe centrarse en la efectividad del resultado de su práctica.

Para William James, coincidiendo con Peirce, el pragmatismo persigue eliminar o aminorar discusiones y disquisiciones metafísicas. Las nociones usadas en filosofía no tienen más validez que la que se refiere a sus consecuencias prácticas (James, 1954, pp. 50-51). El pragmatismo se aleja de abstracciones para orientarse a lo concreto, es decir considera a lo abstracto y metafísico como lastres del pensamiento humano, lo que importa es lo concreto y lo concreto entendido como lo práctico. La actitud del método pragmatista es la de “…apartarse de las primeras cosas, principios, categorías, supuestas necesidades y de mirar hacia las cosas últimas, frutos, consecuencias, hechos.” (James, 1954, pp. 57-58), dicho de otro modo, es la de desdeñar la historia, los procesos, cambios y devenires a favor de las obviedades del momento. “El pragmatista habla de las verdades…, sobre su utilidad y suficiencia” (James, 1954, p. 66), al excluir a lo abstracto y poner énfasis en el “hecho” empírico desarrolla un inmediatismo despojado de teoría. La verdad, nos dice James, “es el nombre de cuanto en sí mismo demuestra ser bueno como creencia y bueno también por razones evidentes y definidas” (James, 1954, p. 72).

2. De esta sucinta revisión de los postulados del pragmatismo pasamos a hacerle una pregunta: ¿Para quién se piensa que resultan verdaderas y legítimas las utilidades de una determinada práctica? James, ciertamente, reivindica lo concreto, pero al dar paso a lo útil, a la creencia buena; se desliga de los contextos concretos en los que este “bien” se produce. Cada uno construye su verdad y utilidad, cada quien tiene su creencia buena. Pierce diría: su “hábito”. El hecho concreto en el pragmatismo, tan vehementemente defendido por James, no es una totalidad, es sólo algo particular que da pie a un hábito práctico.

Esto nos lleva a una reflexión sobre las relaciones abstracto-concreto. Hay un desvinculamiento pragmatista de un hecho determinado con respecto al contexto global, lo cual hace que ese concreto se convierta en realidad en su opuesto: un abstracto. Se corrobora aquí la crítica de Marx al método de la economía política, tan común a todo el pensamiento burgués (Marx, 1987, pp. 300-310). En esta concepción se parte de una situación concreta e, imaginando que expresa la realidad universal, es entendida como verdad válida para todo momento y lugar. Esa realidad universal, abstracta, la proporciona, en el pensamiento burgués, la práctica que da resultados útiles. Como en el ámbito de la producción material y del ejercicio del poder del Estado, la práctica burguesa otorga los resultados que esta clase social persigue y si es necesario un cambio de práctica, esta debe respetar las reglas y valores de la propia burguesía, que imagina que son las eternas y naturales. Así ocurre cuando se refiere a la propiedad privada, el Estado y las relaciones mercantiles.

La verdad pragmatista expresa que, dejando intocados esos abstractos universales, todo lo demás es materia de lo que a cada uno le resulte provechoso. Cada uno, en la soledad de sus hábitos, es dueño de suverdad. Para el pragmatismo este relativismo se maneja como un conjunto de “teorías instrumentales, son modos mentales de adaptación a la realidad.” (James, 1954, p. 160). En otras palabras se habla de un desvinculamiento de la esfera del pensamiento con respecto al mundo material exterior, es concebir a la realidad y la verdad como un fenómeno mental, de meras creencias. El empirismo pragmático, se constriñe a lo que a cada uno le sirva. Los objetos del mundo sólo son relevantes mientras sirven, mientras proporcionan esta utilidad. Cuando no es así, son objetos inadecuados (James, 1954, pp. 166-167).

De acuerdo con Bertrand Russell (1968 a) los hechos descubiertos por el pragmatista no son ni falsos ni verdaderos, sino algo previo a este antagonismo. Como lo verdadero sólo puede juzgarse en función del resultado que en cada caso y para cada sujeto por separado le reporta la práctica basada en esos hechos, resulta que la verdad del hecho es algo “aditivo” (Russell, 1968 a, p. 131, 149), un anexo que hoy es válido y mañana puede ser eliminado, pero no en función de evidencias materiales. El hecho no es ni corroborado ni falsado, es valorado solamente por medio de una práctica provechosa y conveniente al sujeto, que puede contener dosis elevadas de imaginación, fantasía o para ser más preciso, de ideología, de falsa conciencia. La verdad no son los hechos sino las consecuencias derivadas de ellos. Su mundo es de creencias y hábitos que las sostienen (o que las eliminan) En ese sentido, Russell prosigue, lo que los pragmatistas hacen es buscar “como base para la creencia, cualquier clase de satisfacción que pueda derivarse de mantenerla”, prescindiendo, como se ha dicho, de cualquier edificio teórico (Russell, 1968 a, p 136). El mundo de creencias aquí criticado es el basado en prácticas y pensamientos comunes y corrientes, a los que el pragmatista les da una forma, una explicación más formal y elegante, pero sin aportar nada novedoso, se puede decir que concede validez a las formas más toscas en las que los individuos se conducen ante su realidad inmediata y el modo como buscan satisfacer sus deseos y voliciones distintas.

El individuo pragmatizado es un individuo acrítico y meramente funcional, porque puede resolver problemas sin cuestionar nada del sistema en el que se mueve, es el agente y peón de un operacionalismo, un simple amasijo de técnicas.

La realidad, para el pragmatista, está conformada por “sensaciones”, percibidas continuamente por la mente humana y a partir de las cuales se establecen relaciones, ocurridas en individuos (James, 1954, p. 199), individuos originalmente separados entre sí, como en toda filosofía burguesa. El conjunto de las relaciones se subordina a la sensación individual, pero se vinculan mediante el interés de utilidad, práctica, es decir, de vínculos de conveniencia válidos mientras aquella utilidad perdura, no más.

3. Con ese marco de referencia, en donde las creencias verdaderas son las que se traducen en prácticas exitosas, el discurso y la acción del pragmatismo confunden e invierten la relación entre fines y medios, al punto de concebir a los medios como fines (Lynch, 2004, p. 63). Como lo importante es desarrollar una práctica exitosa, la finalidad es la práctica misma. Con esto se invierte el sentido de la verdad e incluso el sentido de la vida, la cual queda empobrecida bajo el mando de tediosos hábitos y reiteradas costumbres cotidianas: los fines; nunca sobre la ampliación de la cultura y el despliegue del intelecto, por no hablar de la capacidad crítica. Es, en este sentido, una inversión entre la apariencia y la esencia, si los medios se han convertido en los fines, entonces las apariencias y superficies usurpan el lugar del meollo de las actividades y todas las relaciones son relaciones de apariencia, aparentando que son su opuesto.

Como del horizonte pragmatista está ausente –como se dijo– toda consideración teórica, histórica y ética, resulta lógico y corriente que adopte el principio de “el fin justifica los medios”, que en sí es una concepción pragmática.

El fin justifica los medios y los medios son los fines, porque dentro de la mentalidad burguesa no existe nada más allá de las técnicas de obtención de un resultado práctico y de su administración. Las disputas inter-burguesas no son las de la razón contra la irracionalidad, eso no cuenta; éstas se restringen al modo de cómo aplicar las acciones (políticas) que refuercen esta práctica utilitaria vulgar.

Este modo de pensamiento y acción fomenta un relativismo sin límites. Como la verdad es juzgada sólo en función de la utilidad prestada al o los sujetos que efectúan una práctica entonces se toma como referencia a quienes obtienen esa utilidad concreta. No hay por qué buscar racionalidades más amplias ni criterios de legitimidad, ni tampoco principios éticos. Lo que hoy es útil mañana puede no serlo y no se requiere justificar ni explicar por qué el cambio de práctica (técnica).

Lo único que da legitimidad es el poder alcanzado con esta práctica concreta, ya sea a niveles micro o macro sociales.

Al invertir la relación medios-fines, el pragmatismo se sumerge en un universo en el que se invierte también la relación entre la necesidad y la libertad. Como para el pragmatista el ser humano está confinado a la esfera de una práctica cotidiana, no comprende una existencia situada más allá de esos problemas y sus técnicas resolutorias, la libertad es la necesaria práctica cotidiana misma, el nunca poder superarla ni negarla. Es el poder-ser subsumido en el deber-ser, nunca el querer-ser. Es el mundo burgués dividido en el de la miseria material y el de la opulencia, los dos extremos del mercantilismo; es el mundo de la posesión y acumulación de objetos o el de la ausencia de éstos. El cosmos pragmatista es el del conformismo y la resignación para la mayoría y la ostentación despótica para los menos. Es el universo de la supervivencia, el de la necesidad desesperada para alcanzar los mínimos o el de la defensa y mantenimiento de los excedentes, nunca el de la libertad de espíritu, nunca el de la creatividad, jamás el de la búsqueda de la belleza, el del fomento de los sentimientos de afecto, nunca el del pensamiento crítico.

Con todo esto, al menos, los criterios de utilidad hacen es innecesaria, la teoría y asimismo la contextualización histórica de las prácticas y sus consecuencias. No existe ni pasado ni futuro, sólo el presente, y juzgado así, el presente es puro inmediatismo y se prescinde de toda consideración sobre mediaciones, transiciones, y desde luego sobre oposiciones. La sociedad pragmatista ignora que existen clases sociales, sus relaciones y contradicciones, ya que su visión es ahistórica y supra social. El avance social es producto únicamente del conjunto de técnicas útiles empleadas para llegar a una meta, que se auto justifican al perseguirla.

4. Las explicaciones pragmatistas suelen internarse por terrenos como la epistemología, la ética o incluso la religión, con razonamientos y explicaciones que, con todo y su simplismo, contienen cierto nivel de elaboración, pero es en manos de los círculos políticos de poder donde adquieren un sentido, práctico, desde luego, más tangible y en donde la vulgaridad de sus modelos alcanza sus máximos niveles. La política, y por política entendemos en este texto la política burguesa, siempre se ha caracterizado por su visión pragmática de la vida.

Esto se ha acrecentado enormemente en los tiempos más recientes. Conforme el sistema capitalista se va más y más encarcelando en su crisis terminal, causada por sus propias contradicciones, se vuelve más incapacitado para ofrecer a la sociedad mejoras reales de la calidad de vida, salud o educación y más desprecia toda acción para alcanzarlas. Los problemas a los que se enfrenta requieren soluciones más restringidas, tanto espacial como temporalmente. La política lo ha simplificado todo a tal punto que parece que la explicación de la sociedad es tan o más simple e incuestionable como la de hacer que un coche se mueva poniéndole gasolina o mantener una línea de crédito bancaria mediante el pago puntual de la deuda. Así de palurdo es su mundo.

La política deviene en mera técnica de dominación, tal y como lo describe Moravia (2000, pp. 97 y ss.) cuando le atribuye a Maquiavelo, un precursor del pragmatismo radical, la teorización de estos modos de ejercicio del poder, un poder sustraído y ajeno a toda consideración moral, en particular y según Moravia, a la moral cristiana.

Russell (1968 b, p. 169). Reflexiona sobre las consecuencias y posibilidades de mantener una creencia que ha resultado útil, en especial para un sistema político o religioso, y, añadiríamos, a la mistificación de estos. Como el criterio pragmatista de verdad es tan laxo, no se adentra en el sendero de la ética con la intención de determinar principios de justicia y libertad, sólo de orden, aborda el problema de permanencia o eliminación de una creencia o sistema de creencias, no de saberes, como mera conveniencia (Russell, 1968 b, pp. 168-169). Eso en política es de lo más nocivo, pues implica la posibilidad de sostener un sistema de dominación, aunque sea altamente autoritario minoritario o demagógico, con tal que cuente con un suficiente apoyo en algún sector social capitalista que ejerza el poder, y por tanto contenga prácticas que le sean útiles, aun cuando sea minoritario, y en cambio eliminar otro que realmente esté guiado por fundamentos humanitarios, de justicia social y de respeto a la naturaleza.

Un sujeto o grupo de sujetos puede sentirse relajado, confortado, alejado de preocupaciones y angustias si cree que el gobernante, líder o el sistema como tal, le van a resolver sus problemas. Esto, que es una consecuencia práctica de la creencia, será verdadera para el pragmatista: el seguimiento, adoración o veneración al jefe, en esta tesitura (cuya explicación psicológica es indispensable, pero excede a los propósitos del presente ensayo), es no sólo real sino legítima y justificada si las consecuencias, lo son, es decir, si ese jefe dicta formas de conducta, práctica, o sugiere técnicas que son útiles.

Lo más lamentable de todo esto es que el marxismo vulgar, es decir un falso marxismo, de mero nombre, sin dialéctica y reduccionista se haya hecho eco de estas prácticas. Los más execrables extremos son los del estalinismo en la URSS y sus variantes en la China de la revolución cultural y la Camboya de Pol Pot. Pero no es necesario ir a tales extremos, la vida cotidiana de las organizaciones socialistas, en cualquiera de sus modalidades, ha estado plagada de esas costumbres autoritarias, de relaciones mando-obediencia. En la mayoría de los casos por costumbre, por el “hábito” tan exitoso (que a Peirce le resulta tan importante), sin reparar en teoría, antecedentes y consecuencias de esta forma de ejercicio de poder tanto en el movimiento social como al interior de cada organización.

5. Siguiendo con el análisis de la aplicación de las concepciones pragmatistas a la política, tenemos que todo gobierno se afana por obtener algún resultado útil para algún sector de la sociedad y así todo “debate” se dirime en la esfera de los resultados inmediatos obtenidos, no en consideraciones humanas más profundas.

Así las cosas, la lógica de sus razonamientos resulta infalsable, en primer lugar porque pueden ser tan obvios que nadie los puede objetar, en segundo porque tal o cual resultado puede presentarse y de hecho se presenta a la opinión pública de manera superficial, deformada, exagerada o de plano falsa, mediante técnicas publicitarias diversas, Por ejemplo, la construcción de escuelas se muestra en la propaganda gubernamental mostrando los inmuebles edificados, como si por sí solos tuvieran valor educativo, pero nunca aludiendo al profesorado que ahí va a trabajar, ni menos a sus criterios pedagógicos ni a los contenidos de los programas de estudio, ni a la composición social y cultural del alumnado.

Y en tercer lugar porque todas y cada una de las facciones de la clase política exhiben una notable tara: acostumbra a presumir de sus propios logros, pero olvidan que todas las demás también obtienen resultados útiles y que para todas y cada una de ellas esos resultados son los que les dan sustento como grupos de poder. Es la expresión, en la política, de la incapacidad burguesa de formarse visiones del mundo de la totalidad; es expresión de la contradicción capitalista entre la racionalidad económica parcial y la irracionalidad socioeconómica global. Así, es de lo más familiar observar el denuesto a los logros del partido, funcionario o candidato adversario, frente a la exaltación de los propios. La consecuencia de esto son disputas hueras y estériles, interminables discusiones vacías, circulares y necias, más si consideramos la superficialidad o falsedad de cada logro aludida en el párrafo anterior. Todos los argumentos de los grupos se proponen protegerse de los ataques de los demás… y resulta que todas las facciones lo logran en una u otra medida. Todo para mostrar sus resultados, las utilidades inmediatas.

6. Usualmente todo gobierno logra o presume de lograr algo que considera “útil” y en vista de ello usualmente considerará que hay “avances”, es decir: resultados “positivos” con respecto a situaciones pasadas (y en cuyo contraste estarán los “retrocesos”), y evidentemente el avance se juzgará en función de la resolución de algún problema. ¿Pero qué es un “avance” y cómo se valora? ¿Qué significa esto en términos de la política burguesa? Para la burguesía esto no puede valorarse por fuera del mundo reificado que ha construido ni externamente a su aparato jurídico; no puede escapar al mundo de la pseudoconcreción en el que está inmerso y justificado, esto es: el mundo de la cotidianeidad e inmediatez, con sus superficialidades, tomadas por esencias; con sus operaciones mercantiles su fetichización y reificación, en una palabra: el mundo de la inmovilidad (Kosik, 1967, p. 27). Utilidades, resultados y “avances”, para el Estado burgués, tienen que juzgarse en el estrecho y superficial esquema de obviedades mercantiles y de relaciones de propiedad privada, así como del conjunto de presupuestos ideológicos. Un avance cualquiera será legitimado tomando como condición previa la aceptación de la limitada realidad burguesa por parte de un más o menos amplio sector social que se sienta identificado con al grupo en el poder.

Tal es la naturaleza de las mejoras sociales en el capitalismo, habida cuenta de que, entrampado en sus contradicciones y convencido de que su mundo es el único posible, nunca podrá garantizar la plena satisfacción de las necesidades humanas, ni materiales ni espirituales. Siempre el capitalismo promete pequeños, mezquinos avances, siempre ofrece la zanahoria adelante del palo. De lo que nunca el sistema burgués se ocupará para hacer “avanzar” a la sociedad es del cultivo de la sensibilidad humana, de la ampliación de la conciencia global del mundo; nunca profundizará en su concepción y práctica de la justicia ni de la verdad más allá de la utilidad próxima; mucho menos al cuestionamiento de la realidad existente y la ruptura con ella, en la mira de construir un mundo sin explotación ni miseria. Desde esta lógica y quizás en el mejor de los casos, el pragmatismo se encarga de acallar las voces críticas argumentando que “así es el mundo” o de que no es posible ir más allá, que hay que ser pacientes y dejar otras mejoras para “después”. De esto último se han alimentado numerosas corrientes otrora críticas, independientes e incluso revolucionarias y que hoy han sido absorbidas al universo conceptual del sistema.

El pragmatismo en la política se va a manifestar, entonces, como un conjunto de resultados, entendidos como favores dadivosos, de este y otro grupo de poder, que se arroga para sí la facultad de decidir qué es útil para la sociedad y qué no.

El espíritu crítico se limita a la criticonería oportunista de un grupo de poder contra otro(s), en función de quienes no han hecho suficientes favores o incluso ninguno, todo en la esfera de la demagogia y la propaganda, en el mundo de las ideologías, es decir de las falsas conciencias.

7. Con esta concepción se fetichiza de inicio al Estado y a su clase política y la misión de toda ella es lograr que toda la sociedad los fetichice. La disputa interna de partidos y funcionarios cesa cuando se encuentra que hay un acuerdo de fondo entre todos ellos que consiste justamente en buscar el modo como mantenerse en el poder, en garantizar la continuidad de las relaciones económicas, y sociales del capitalismo. Todo en esta tesitura se mueve en torno a las propias estructuras e instituciones del Estado y su naturaleza burocrática y administrativa, así como a la producción de mercancía y su accesibilidad.

Es decir, el pragmatismo en general y específicamente en política es un discurso y una práctica, una cosmovisión en donde lo innecesario, lo accesorio a la existencia humana: mercancía y Estado, es considerado, como arriba lo mencionamos, como imprescindibles. Un mundo en el que el individuo humano, subjetivo y sensible se encuentra subordinado a los inventos económico-jurídicos de las clases dominantes, los medios para garantizar su dominio, devenidos en fines ficticios, ilusiones y fanstamagorías.

8. En la medida en que se impone la obsesión practicista y de búsqueda de resultados propia del pragmatismo, y queda subsumida toda consideración teórica, el lenguaje utilizado va perdiendo sus contenidos, sus significados y sus contradicciones; deja de ser producto de actividad creativa original y talentosa de la sociedad, para perder significados de precisión y rigurosidad, desposeerlos de contenido: “Democracia”, “derecha”, “izquierda”, “dictadura”, “progresismo” “conservadurismo”, “libertad”, etc. Vaguedades, indeterminaciones. Miseria discursiva, homogeneización forzada. La palabra, inmersa en el mundo de la pseudoconcreción y de la operacionalidad, se vuelve simple cliché (Marcuse, 1964, pp. 107 y ss.), palabrería, conjunto de lugares comunes, enajenadas de su contenido vivo, de movimiento. En la práctica política burguesa los términos y conceptos usados se despojan de toda relación para devenir en vocablos o frases que reflejan la falsa pretensión de eternidad del sistema capitalista, su falsa conciencia y representación del mundo, es decir, su ideología.

Esto, que ha sido un constante en la historia del capitalismo, es llevado a un extremo en la actualidad mediante un constante bombardeo por medio de redes sociales y medios de comunicación “tradicionales”, que introyectan en el preconsciente de las personas (Silva, 1979, p. 184) todos esos vocablos, representaciones de principios y valores ideológicos, con esta carga de predefinición y ausencia de todo movimiento. Todo dirigido al resultado, a la obtención del “éxito.”

9. Y así las cosas, y ya que se ha hablado de éxito, veremos que todo en estas formas pragmáticas de actividad se reduce y expresa como el mundo de las cantidades y las estadísticas: Incrementos productivos, número de obras, de establecimientos construidos, etc. En el colmo de este criterio cuantitativista y de indigencia intelectual se encuentra la valoración de gobiernos y gobernantes, no en función de sus proyectos de nación y menos de sus niveles y propuestas de cultura, sino de índices de popularidad y aceptación. Es decir de quien resulta más simpático a la población, de quien ha tenido más renombre al dirigirse a ella, de la misma manera en que se elaboran las listas de popularidad y récords de ventas de canciones de música pop. De ese modo, las proporciones de las bancadas en los congresos deben respetar estos índices. La legitimidad de un gobierno y su jefe es directamente proporcional a su popularidad, a su nivel de admiración o incluso veneración, sin referencia a un programa integral. Se olvida que muchos de los más sinestros, totalitarios y sanguinarios regímenes de los últimos 100 años han sido los más populares entre la población de los países en los que se establecieron (y allende de ellos): Mussolini, Hitler, Franco, Stalin, Mao; más recientemente Saddam Hussein, el Ayatola Homeini, Hosni Mubarak, y en la actualidad Donald Trump, Bukele y el apoyo social quizás no tan arrasador pero sí multitudinario de Jair Bolsonaro o Javier Milei.

10. No puede soslayarse aquí una de las características y consecuencias más siniestras del pragmatismo: Su adhesión, explícita o implícita al principio de conveniencia como principio rector, tan veleidoso y frívolo como destructor de todos los demás principios. Para el pragmatismo, en especial en la política, no se trata de considerar principios éticos que guíen la práctica, sino seguir sencillamente lo que es más favorable para permanecer y alcanzar metas dentro de las reglas impuestas por el sistema y para preservar el poder. Si ayer me convenía emplear tal o cual táctica para ser aceptado por este sistema mañana renuncio a ella sin mayores explicaciones para poder adaptarme a nuevas exigencias sistémicas. Ayer fue esto, pero hoy siempre no, porque no me dio resultados o porque el criterio para obtenerlos ya cambió y claro, ya no conviene a los intereses particulares del líder, su institución u organización mantenerse en el marco de referencia pasado. Esto es el oportunismo en su más diáfana expresión, es la forma burguesa de funcionamiento por excelencia, y desde luego es la invitación a la sociedad entera a comportarse de esa manera. Pragmáticamente hablando, la burguesía ha tenido un éxito arrasador en ese comportamiento convenenciero, le ha reportado utilidades inmensas pues ha logrado absorber a muy amplios sectores de la sociedad, y sus organizaciones en esa dinámica. La izquierda (dominada por las corrientes reformistas) siempre hizo eso tanto frente a la sociedad como en su funcionamiento interno, plagando de maniobras acomodaticias su quehacer cotidiano.

11. Se empieza a hablar de la “izquierda” y con ello hay que comenzar a concluir. Lo más grave en todo este análisis es que esto que damos en llamar la “izquierda” se haya sumergido en esta dinámica y haya renunciado silente y lenta, pero continuamente, a sus raíces en el marxismo-leninismo, para entregarse a los encantos del pragmatismo, del pensamiento y la acción burguesas más comunes y corrientes.

Así, la izquierda mexicana en los últimos 10 años no ha diferido grandemente de esta forma de proceder, la diferencia ha sido la de cuestionar ciertas formalidades burguesas que buscan llevar a la comodidad y confort de la gente. Pero este cuestionamiento ha sido meramente cosmético, de escaparate limitándose, a veces a, darle un carácter supuestamente más “popular” o de clase, buscando siempre el principio de utilidad. Para esta izquierda pragmática lo importante sigue siendo el resultado de sus habilidades. El capitalismo se equivoca no en su método, sino en algunas premisas “anti populares” que sostienen su actividad y los resultados que produce. Se trata de una disputa de pragmatismo contra pragmatismo, pero al ser el pragmatismo un elemento primordial de la hegemonía capitalista, la práctica (que no praxis) pragmática de “izquierda” se encuentra de inicio dentro de esa hegemonía, y los elementos cuestionadores que pueda contener, son rápidamente absorbidos por el Estado y neutralizados.

El reformismo se ubica como pez en el agua en el modelo pragmatista, se desarrolla como identificación con las posiciones burguesas y dentro de ellas como intento de suavizar las contradicciones de clase, el movimiento deja de ser dialéctico para convertirse en desplazamiento lineal, continuo y tendiente al equilibrio o, a lo más, a convertirse en otra disidencia del sistema, aceptando sus valores y reglas. Esto derivará en la búsqueda de las soluciones inmediatas, basadas en las utilidades prácticas, en los resultados. La realidad que el reformismo experimenta, “está subordinada a unas ‘eternas leyes de bronce’ que actúan de una manera esquemática y mecanicista y que… producen siempre lo mismo”. Las situaciones nuevas “o situaciones cuya resolución dependa de la decisión del proletariado, es, para los revisionistas, muy poco científico” (Lukács, 1970, pp. 80-81). Lo existente es lo único concreto y tangible y ni siquiera es necesario ya preguntarse por su historia. Lo importante es idear alguna variante que se pueda introducir a la administración del sistema para mejorar sus resultados.

Como en este modelo no se espera ni se busca la aparición de realidades nuevas, nunca se concibe que haya condiciones para un movimiento propio de las clases explotadas, ni el desarrollo de su conciencia propia. Hay un hecho que satisface las inquietudes de una izquierda reformista, metida como siempre ha estado en el colaboracionismo de clase: La burguesía siempre encuentra el camino para lograr o fingir que logra alguna mejora en las condiciones inmediatas de vida del proletariado y del pueblo en general y en todo caso prometer mejoras futuras si el proletariado (hoy en día diluido en el abstracto y eufemístico concepto burgués de “ciudadanía”) los apoya, o apoye a tal o cual sector burgués o estatal “progresista” (¿?¿?), en contra de otro: “conservador” (¿?¿?). Se trata de beneficios posibles dentro del marco burgués del momento. Pequeñas cantidades de socorros cortésmente otorgados; favores altruistas que arrancan la satisfacción del colaboracionismo, que los juzgará como “avances”, si bien no totalmente satisfactorios, lograrán arrancar un atenuante “al menos”, un “peor es nada” o un posibilismo de “es lo que al momento se puede”, frases favoritas del pragmatismo.

12. La izquierda revolucionaria mexicana no ha sido inmune a estos influjos. Una larga historia de luchas independientes, en su enorme mayoría derrotadas o con victorias pírricas, concretamente a partir de la década de los años 70, (cuando, en el post 68, se construyen organizaciones independientes al stalinismo) han llevado, lógicamente, a una reflexión autocritica, la cual, desgraciadamente, ha estado marcada progresivamente no por el método marxista, es decir, por el pensamiento dialéctico, el de las totalidades concretas espacio-tiempo y el de la unidad teoría-práctica, es decir, la praxis. En vez de ello, la autocrítica se desplazó sutil e inconscientemente, hacia las visiones de la burguesía liberal, dejándose absorber por ellas y utilizando al pragmatismo mismo como el criterio metodológico supremo. Domina en esa autocrítica el balance de “logros” “resultados” y “utilidades”, y se encuentra que es altamente desfavorable, pero pasa desapercibido un problema de fondo: que en realidad, la búsqueda pragmática de resultados es lo que desde un inicio predominó en la acción de aquella izquierda. El problema de la construcción de una conciencia propia de las clases subalternas no fue lo primordial, o para ser más precisos, se pensaba que la búsqueda de esas utilidades, combinada con discursos incendiarios y aparentemente intransigentes era lo que, mecánicamente, daría a la clase obrera y aliados la conciencia histórica necesaria para la revolución.

Aquí hay un problema muy serio. Los métodos revolucionarios se ubican en un contexto de contradicciones en los que, por una parte, exhiben una innegable fuerza y capacidad de enfrentamiento anti sistémicos, pero por el otro se muestran con gran endeblez e inconsistencia, cuando se les escudriña más profundamente, concretamente cuando se refieren a las tareas “urgentes”, y momentos aislados de la lucha de clases. Es entonces cuando los principios ceden su lugar ante los resultados, cuando las coyunturas suprimen el análisis histórico, cuando la administración sustituye al programa, cuando el “activista” subsume al militante revolucionario y cuando todas las acciones se realizan como conjuntos de operaciones técnicas inmediatas, desvinculadas entre sí y con abandono del carácter de clase. Todo ello convierte a lo dialéctico y revolucionario en una versión más del pragmatismo, como otra manera de obtener utilidades, partiendo de la misma base conceptual establecida por James o Pierce. Es como si ésta fuera la única forma existente de la actividad en las relaciones entre clases. Es la quintaesencia del concepto de ideología, es decir, de una idea del mundo que se le impone a la realidad y que buscan dar al capitalismo y la visión burguesa del mundo una validez permanente, siendo que solo se trata de categorías transitorias e históricas, sólo válidas para cierto periodo de la historia.

En el punto que nos ocupa se concibe que el pragmatismo, con su abrumadora carga de “obviedad” y de “sentido común”; con la unanimidad que le caracteriza en el campo de la política, penetra en la conciencia socialista, hace aparentar que existe un “pragmatismo socialista” que estaría destinado quizás a conciliarse con su versión burguesa, a ganar ciertos espacios dentro de ella.

El pragmatismo en la política asume certeramente que todos los demás políticos o bandos son pragmáticos. Esto es verdad sólo cuando se refiere a otros sujetos o instituciones con una visión burguesa del mundo; con sus reglas, valores y resultados. Debe considerarse que el mundo burgués, con el pragmatismo como su ariete, solo observa instituciones, valores de cambio, abstracciones y un mundo de ideas gravitando al interior del cada humano individual y abstracto, separado de la sociedad de clases y de la naturaleza. El mundo burgués sólo acepta la realidad de sí mismo, jamás la explica. El marxismo, por el contrario, ubica como el centro de su atención al ser humano concreto, es decir al ser humano como ser social total, dentro del total de sus relaciones, un ser en el que el fin de su existencia es su autorrealización plena, multidimensional, no meramente el individuo hábil rendido ante la inmediatez. El marxismo es la negación dialéctica del pragmatismo porque no se refiere a prácticas habituales y puntuales de individuos sin visión histórica y teórica. Su sustento es la praxis, la totalidad espacio-temporal, siempre rupturista, hereje y transgresora.

El marxismo vulgar, entonces, aparece como negación de la negación. Ya no es un método dirigido a modificar la conciencia del mundo y comprender al mundo mismo como actividad enfocada al rescate del ser humano como ser sensible y total, no como contrahegemonía, como construcción de una contracultura, sino como vulgar habilidad, como esa técnica indispensable en las relaciones políticas del poder. La inmediatez burguesa se disfraza de socialista y engulle a la disidencia. De ese modo se cae en el economicismo, el electorerismo, el caudillismo y más tarde en el “amigable” diálogo en privado, el acuerdo secreto y la componenda a espaldas de los movimientos. Todo a pedir de boca y a la medida de los procedimientos, intereses y concepciones de la burguesía. Es imposible, una vez llegado a este punto, edificar cualquier movimiento, lucha u organización que sea manifestación de independencia. Con el correr del tiempo el Estado burgués, insaciable glotón universal, ha conquistado lo que quería, ha enajenado la conciencia de la clase trabajadora y de quienes se pretendieron ser su vanguardia. El pragmatismo en la política se ha anotado un triunfo casi total.

La construcción de diversas fuerzas socialistas (cualesquiera que sean sus estructuras) con una sólida base filosófica dialéctica y en repudio al pragmatismo burgués es uno de los más importantes cometidos a afrontar entre las organizaciones y movimientos de clases subalternas en México y allende sus fronteras.

REFERENCIAS

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