El fin del obradorismo

CE, Intervención y Coyuntura

No es posible dar una definición definitiva para lo que se ha llamado el “obradorismo”. Para los “críticos” no es más que una secta –comúnmente llamada lopezobradorismo– incapaz de lanzar una crítica hacia las acciones de quien ha encabezado el movimiento desde su inicio, de manera que se les presenta como una masa acrítica e irreflexiva. Para otros, es un movimiento que habita entre la organización partidaria y la institucionalización inicial del nuevo régimen político. Para buena parte es una identidad, un sentimiento, una identificación político-ideológico.

Sin embargo, más allá de una definición, es pertinente mostrar las características que le dan sentido a la expresión.

Así, el obradorismo puede entenderse como un movimiento, incapaz de ser articulado por una sola instancia organizativa, sino presente en varias de ellas, en donde su componente esencial es la lucha en contra de los privilegios de las elites. En ese sentido, el obradorismo no es una organización, mucho menos un partido; tampoco es un programa ni una plataforma. La dificultad de su estudio es justamente este carácter de exceso frente a los marcos ideológicos de la izquierda. Al ser un trayecto de más de dos décadas –suponiendo que se le pueda fechar con el desafuero en 2004– tampoco está ceñido al periodo de gobierno, configurándose más allá del poder político.

El obradorismo entonces descansa, sobre todo, en la lealtad a una idea, misma que encarnó en un liderazgo. La fecha de término de la presencia pública de este formato es lo que coloca la necesidad de pensar en el día después de la mañana del 2 de junio. Tiene una historicidad, es decir, un modo colectivo de concebir el tiempo y figurar sus relaciones con el pasado, que se ha configurado a partir de la resistencia y antagonismo al asalto oligárquico al Estado operado en el periodo neoliberal. Se trata de un fenómeno que pasó por la resistencia, la irrupción y la cristalización. Su objetivo era el de democratizar el conjunto de los vínculos entre el Estado y la sociedad, tarea que se vuelve permanente.

Sin embargo, esta historicidad no puede eludir su carácter histórico, es decir, probablemente el obradorismo tenga un fin –es decir, una fecha de caducidad– con ese nombre; pero su fin mismo será vigente más allá de la presidencia de López Obrador.

Es allí cuando se suscitará una batalla por sus sentidos, por aquella relación que ha establecido con el pasado neoliberal y que ha creado la expectativa de justicia social que se ha traducido de diversas formas en cada uno de sus adherentes, simpatizantes, militantes y dirigentes. Se abrirá un intersticio a partir del cual la oposición disputará esos significados, y tal vez no sea de manera burda como lo han hecho hasta ahora. Y ello nos demanda mantenernos atentos y recordar que la vida no se detiene y nada permanece estático, de manera que nosotros no podemos darnos esos lujos, si es que queremos sepultar el pasado neoliberal y construir nuevos y mejores escenarios para la lucha por una nueva alborada.