Ebrard y el Partido del Centro Democrático

CE, Intervención y Coyuntura

Sepultado en el silencio de los acontecimientos, en el año 1999 Manuel Camacho Solís lanzó el Partido del Centro Democrático. Quizá no lo evocaríamos el día de hoy si su candidato a jefe de Gobierno no fuera hoy uno de los más importantes aspirantes a ser la cabeza de los Comités de Defensa de la 4T. Aunque Camacho, candidato presidencial, tuvo un espantoso resultado y Ebrard declinó por AMLO en el año 2000, hay un aire en el nombre que permite pensar que la fortaleza del planteamiento se extravío gravemente.

Camacho Solís fue excluido del juego político, a pesar de que su principal activo fue siempre el de ser personaje de Estado. Esto resulta difícil de imaginar para quien tiene soluciones fáciles para todos los problemas (“expropiar los medios de producción mañana”). Conducir la nación, a pesar de su precario Estado, requiere de vislumbrar las tendencias, adelantarse lo más posible a los hechos y negociar con cientos de fuerzas, en una época además que demanda tratar con pinzas temas que antes eran de fácil resolución. Ese era el activo de Camacho, quien, ubicado en el “centro democrático”, eludía la carga de colocarse del lado nacional-revolucionario (soberanista) o neoliberal. De ideología híbrida, el centro democrático aspira a conservar el Estado –a pesar de su precariedad– en una forma moderna –es decir, democrática de elites.

El inicio de la gira de Ebrard fue la traición a su pasado y a su propia fortaleza, lo cual sorprende. Ebrard no es un líder de masas, no es un personaje con el que se identifiquen las mayorías empobrecidas, muy difícilmente aspiraría a conocer todo el país como AMLO. Es bien visto por las clases medias en la medida en que su astucia le permite la efectividad y eficiencia del administrador laborioso. Lejos está de la perspectiva plebeya del presidente; es, en toda forma, el lado opositor a esto. Y no está mal, es una posibilidad y una opción en un abanico social. Las transformaciones no siguen siempre cursos de radicalización, también pasan por momentos de amalgamiento. Entre Zapata y Cárdenas, no tuvimos a muchos radicales, pero si a numerosos impresentables.

Abandonar el ethos del centro democrático descoloca a Ebrard. Su imagen de joven José Mújica en bocho eléctrico es cómica y apenas entendible para un sector muy específico. Su propuesta de una secretaría de la 4T es patética para tiros y troyanos. La elección del excanciller es por lo demás extraña. Abandona su fuerte como personaje de Estado y lo coloca en un blanco fácil para desmontarle su programa. Incomprensible, pues su fuerte no está en cristalizar la transformación, sino en hacerla eficiente, podría suponerse.

De pisos disparejos. Finalmente, una campaña orquestada por las opositoras a Ebrard y promotoras de Sheinbaum se lanzó para señalar que las mujeres nunca tienen este piso parejo, lo cual incluye a la exjefa de Gobierno. Las contra-críticas respondieron que, aunque hubiera disparidad en el piso de los pent-houses, esto no eludía su posición de privilegio. La trampa de la olimpiada de opresiones.

Permítasenos señalar un lado de la cuestión que fue eludido. El problema del piso parejo no es, en este caso, social, sino político. Es el reclamo del grupo ebradista sobre las dispares condiciones que existían de quienes ocupaban cargos públicos y aspiraban a liderar la 4T después de AMLO. Sin embargo, es Ebrard y su grupo quienes menos pueden reclamar tal situación. Herederos de un grupo político de alcance amplio –el camachismo– su fortaleza no recae en la capacidad de votos o movilización popular –el centro democrático se disolvió por sus escasos resultados electorales– sino en su incrustación en el Estado. Ebrard y su grupo estuvieron enclavados en el Estado en la época neoliberal y en el inicio de la posneoliberal. Jugaron a detener puntos clave (el elefante reumático…) y a apoyar lo que les convenía. Perdidos en el cosmos de la administración y en los mandos medios, juegan su propio juego con sus reglas y escapan al control popular. Son los mentados “operadores políticos”, con ramificaciones en la prensa y en los negocios. ¿Piso parejos con el Estado a sus servicios?

Coda. Entre los sindicatos de aplicaciones que combaten las pésimas condiciones generadas por Didi, Uber y el largo etcétera de servicios de nuestro mundo digital, se habla mucho de la participación de Ebrard en Uber. La empresa llegó fuera del periodo de gobierno de este, pero que se le mencione tanto es ya un indicativo de cómo se ve a Ebrard del lado de los trabajadores precarizados: como un empresario. He ahí una distancia más con Manuel Camacho, su mentor.