Del boicot inalcanzable a la socialización digital: por qué Spotify no es el problema… sino el síntoma
Eugenio Huarte Cuellar
Spotify y el espejo de nuestras prácticas
Termina el año 2025 y, como cada diciembre, Spotify despliega ante sus usuarios sus coloridas estadísticas: un espejo parcial de nuestros hábitos musicales, teñido del inevitable narcisismo de la era digital. Las redes se llenan de capturas y comentarios sobre los minutos escuchados, las canciones favoritas, los artistas del año. Pero este diciembre, entre esas imágenes aparentemente inofensivas, surgió un sentimiento distinto: la decepción. Algunos usuarios, conscientes del genocidio en Palestina, se sorprendieron al ver que colegas y amigos continuaban usando la plataforma como si nada ocurriera. La reacción no es uniforme, pero sí reveladora: comentarios cargados de desconcierto, una mezcla de incredulidad y frustración, cuestionando: ¿porqué no está funcionado el boicot[1]?
Y no es solo que la gente siga allí: lejos de sufrir una pérdida de usuarios, la plataforma ha experimentado un crecimiento notable. Al revelar sus estadísticas anuales, Spotify anunció 713 millones de usuarios activos al mes, un 11 % más que el año anterior. En apenas 24 horas, más de 200 millones de usuarios ya habían interactuado con sus historias personalizadas[2], un 19 % más que en 2024. En el primer trimestre de 2025, los suscriptores premium aumentaron un 12 %[3], y la empresa reportó un crecimiento en sus ganancias de 4.3 mil millones de euros, también un incremento anual del 12 %. No se trata de cifras anecdóticas: reflejan hasta qué punto Spotify se ha penetrado en la vida cotidiana y el poder que concentra.
Para comprender porque algunos pueden sentir desilusión, es necesario detenerse un momento y pensar en la lógica de los boicots individuales: su alcance, sus limitaciones y sus implicaciones reales. Es un error asumir que la renuncia a un servicio por motivos éticos puede, por sí misma, cambiar estructuras de poder complejas. Reflexionar sobre estos límites no desestima la importancia del gesto moral, sino que permite diseñar estrategias más efectivas frente al genocidio y la explotación sistemática que lo sustenta.
Tecnología y militarización: esto va más allá de Spotify
Spotify ha invertido en Helsing GmbH, una compañía alemana de tecnología militar, casi 700 millones de euros[4]. Algunos señalan que esta tecnología podría ser utilizada por fuerzas militares israelíes; sin embargo, hasta la fecha no existe evidencia directa de su uso en territorio palestino. Lo que sí se sabe es que Helsing admite que su tecnología ha sido empleada en operaciones militares en Ucrania[5], dentro del marco de la OTAN. Este último dato muestra cómo plataformas digitales aparentemente culturales se vinculan con intereses militares y políticos, aunque el grado de implicación pueda variar según cada caso.
La cuestión central no es un supuesto fracaso colectivo del boicot, sino la estructura misma que sostiene a estas empresas. Spotify prioriza las ganancias, mientras que los músicos, quienes generan el valor real que mantiene la plataforma, reciben apenas una fracción de esas ganancias. Daniel Ek, propietario de la compañía, acumula beneficios multimillonarios que reflejan un patrón de lucro desconectado de cualquier ética individual. Más allá de la retórica moral, lo relevante es la estructura: la plataforma convierte la interacción cotidiana en flujo de capital que, en algunos casos, puede vincularse indirectamente a conflictos armados. Sí, considero que hay algo inmoral: el dinero generado por el trabajo artístico y la participación de los usuarios puede terminar alimentando la guerra. No son metáforas: son mecanismos estructurales que conectan la economía digital con la industria militar. ¡Los usuarios NO hemos consentido!
El alcance de un boicot individual se presenta de modo evidente como limitado al considerar el entramado más amplio. Más de sesenta compañías, de manera directa o indirecta, participan en la provisión de tecnología, recursos, información y asistencia para el genocidio en Palestina, como ha denunciado el reporte elaborado por Francesca Albanese[6]. Así, un boicot aislado, contra una empresa, resulta insuficiente frente a un sistema complejo de violencia y expansión militar.
El problema es más profundo: no solo Spotify, sino muchas corporaciones, bancos y algunos gobiernos participan de manera indirecta o directa en actividades vinculadas con la tecnología militar y, en algunos casos, con el genocidio en Palestina. Mientras algunas personas sufren las consecuencias directas, otras se benefician económicamente de manera considerable. Empresas como Microsoft[7] han sido señaladas por Amnistía Internacional por apoyar al ejército israelí en territorio palestino, empresas como Alphabet (Google) y Amazon también cuentan con participación probada en el genocidio por medio del proyecto Nibus[8]. Otras plataformas mantienen vínculos más indirectos, pero no todo se queda en la guerra, sino también en la política, Appel donó al fondo de inauguración de Donald Trump 1 millón de dólares,[9]así podemos seguir, empresa por empresa. Aun así, teniendo toda la información no se ha propuesto un boicot generalizado a estas 60 empresas, probablemente porque se reconoce que su impacto sería limitado o imposible. ¿De verdad podemos esperar que millones de usuarios abandonen Gmail o los servicios de Google? ¿O que sustituyan Apple Music o YouTube Music por alternativas marginales como Nina, Tidal, Bandcamp o Deezer (si pueden bájenlas)?
Entonces, ¿cuál es el principal problema del boicot? No basta con cuestionar si una empresa específica está implicada en Palestina; los boicots se atorarse porque suelen construirse desde un marco individual, un prisma de consumo personal, como si dejar de usar un producto pudiera resolver problemas estructurales. Esta lógica ignora que muchas plataformas digitales se han convertido en necesidades sociales contemporáneas, desarrolladas en respuesta a demandas reales. No podemos pedir a la población que abandone servicios fundamentales sin ofrecer alternativas viables. Plataformas como Apple Music, YouTube, aunque formalmente distintas, replican muchos de los mismos patrones de explotación, concentración de poder y financiación de actores políticos. Incluso si un número significativo de usuarios migrara a opciones más pequeñas, nada garantiza que estas no adopten, con el tiempo, estrategias similares a las de Spotify.
Para ilustrarlo, consideremos Microsoft. En este caso existen pruebas de su implicación: la plataforma Azure, una nube, soporta datos del ejército israelí, confirmando sin lugar a dudas su participación directa en la estructura militar que opera en Palestina, por ello enfrenta procesos jurídicos por facilitar el genocidio[10]. Aun así, una gran parte de la población ha usado, usa o probablemente usará productos de Microsoft en algún momento. Existen alternativas de código abierto desde hace décadas, como Ubuntu, pero su adopción generalizada es limitada; requiere aprender nuevos comandos y adaptarse a distintas herramientas. No se puede esperar que toda la población realice este esfuerzo sin considerar factores como clase, edad o acceso al conocimiento tecnológico. Por eso, la crítica al boicot no es un rechazo a la acción, sino un llamado a pensar en estrategias colectivas que vayan más allá del gesto individual.
Quiero dejarlo en claro: estas líneas no buscan desalentar ningún esfuerzo. Sin embargo, es importante reconocer los límites de esta estrategia: su alcance es reducido y su capacidad de alterar las estructuras que sostienen el genocidio o el imperialismo tecnológico es mínima. Al mismo tiempo el boicot puede ser útil en un nivel pedagógico, para generar conciencia y educar, pero carece de poder material para detener la guerra o modificar la lógica de acumulación que subyace a estas empresas. Su efecto es simbólico y formativo, no estratégico ni táctico.
Al mismo tiempo, debemos de considerar que las industrias bélicas y tecnológicas, que se encuentran profundamente interrelacionadas, han registrado ganancias significativas en los mercados bursátiles. Este fenómeno no es un hecho aislado, sino parte de una expansión acelerada del capital financiero que caracteriza al capitalismo contemporáneo. Un ejemplo evidente es Palantir, una compañía que combina tecnología y servicios militares involucrada directamente en el genocidio palestino[11], prestando apoyo tanto a ejércitos como a corporaciones. Solo en 2025, su beneficio por acción anualizado se estima alrededor del más del 152.90% (en enero 2025 el costo por acción era de 1400 usd al cierre del año es de 3,300)[12].
Los incrementos no ocurren de manera fortuita: son el resultado de flujos de capital que inflan sistemáticamente el valor de estas empresas. En este contexto, el caso de Spotify deja de ser una excepción y se convierte en un reflejo de cómo ciertas empresas participan de un entramado económico global con implicaciones militares y sociales profundas. Un entramado con demasiados actores: fondos de inversión, empresas, hasta individuos aislados.
No sorprende que el contexto político este marcado por marcado apoyo a la guerra en Ucrania contra Rusia; no sorprende que la violencia en Palestina cuenta con respaldo mediático y presupuestario en varios países, sobre todo en Estados Unidos y países miembros de la OTAN. Los presupuestos militares de las naciones europeas aumentan aceleradamente, mientras que partidas para educación, salud o bienestar social se ven reducidas[13]. Por ejemplo, la Agencia Europea de Defensa proyecta que el presupuesto militar europeo para 2025 alcanzará 392 mil millones de euros, casi el doble del registrado en 2020; un incremento nominal del 98 % y ajustado a inflación, del 63 %[14]. Estas cifras reflejan no solo un aumento de gasto, sino también un replanteamiento estratégico del poder global, acompañado de discursos políticos que refuerzan visiones y posiciones de poder para los sectores de las derechas y fascistas, que buscan aumentar las tensiones que involucran a actores como China y Rusia y encuentran apoyo de amplias mayorías. ¿Grandes mayorías apoyan llevar sus impuestos al complejo militar, qué les va a molestar que una empresa haga exactamente eso?
Este despliegue del poder militar, económico y político no ocurre en el vacío; sus efectos se sienten en la vida diaria de millones de personas. El aumento de presupuestos militares, los flujos de capital hacia las empresas de tecnología militar y la priorización de la guerra sobre el bienestar social repercute directamente en cómo la población satisface sus necesidades básicas, culturales y de comunicación. Para comprender plenamente la relación entre estas decisiones estructurales y nuestra vida cotidiana, es necesario pensar desde la perspectiva de las necesidades humanas y la clase.
¿Por qué necesitamos hablar de clase? Vayamos un momento atrás. Marx en El Capital denota a la mercancía como aquel objeto exterior capaz de satisfacer necesidades humanas “del tipo que fueran”, enseguida advierte, en la misma hoja, que resulta irrelevante si esas necesidades tienen origen “en el estómago o en la fantasía”[15]: las clases trabajadoras enfrentamos demandas diarias que debemos atender, no suprimir. A diferencia de las élites, nuestras necesidades no están garantizadas; si los trabajadores carecemos de alternativas reales, no se nos puede exigir cambios sociales ni personales. Incluso en situaciones opresivas o inmorales, Un ejemplo cotidiano es la renta: un trabajador puede comprender cómo esta disminuye el fruto de su trabajo, pero no puede dejar de pagarla. De manera similar, podemos intentar abandonar una plataforma digital, pero no podemos prescindir de la música en nuestra vida cotidiana.
Historia y apropiación de la tecnología: Napster y software libre
El propio fundador de Spotify cuenta, no sin exceso de narcisismo, en qué momento reconoció la necesidad social con la que fundó la empresa[16]: Fue a finales de los años noventa y principios de los dos mil, con plataformas de intercambio musical como Napster o Kazaa. Allí, usuarios compartían música gratuitamente, creando redes que satisfacían una necesidad esencial: socializar y difundir la música, nadie lucraba. La música no podía permanecer aislada; requería viajar y conectar personas (anónimas en aquellas plataformas). Esta necesidad fue descubierta y posteriormente privatizada. Claro que en la versión que relata el oligarca digital es presentada como una idea genial al problema de la piratería, cuando en realidad se aprovechó de necesidades humanas compartidas, transformándolas en un bien comercial.
Sostengo que este es el centro de la disputa: la tecnología digital, las aplicaciones y el internet en general constituyen una necesidad social y, por tanto, deben socializarse. La solución, por tanto, no se encuentra en la acción individual, ni siquiera en la suma de voluntades aisladas; requiere un enfoque colectivo que abarque a la sociedad en su conjunto. La socialización de las aplicaciones digitales se ha planteado como alternativa concreta por voces como la de Yanis Varoufakis[17], quien propone mecanismos de código abierto y plataformas locales, aunque excluye la expropiación estatal. yo, por el contrario, la incluyo y considero que sería de las formas más funcional para los países periféricos del planeta. Entiendo que la propuesta de expropiar plataformas indispensables para la vida contemporánea puede parecer utópico, pero no lo es. Las plataformas digitales como Uber, Amazon y Spotify, muestra que la tecnología digital se ha transformado en un componente estructural de la vida contemporánea, y que su socialización es un requisito para cualquier futuro emancipatorio.
Existe, además, un elemento clave para comprender la necesidad de socializar estas plataformas. No basta con decir que son una “necesidad social”: ¡lucran no solo con sus trabajadores, sino también con sus usuarios!
Esto ya lo comenzaba a advertir con lucidez Paolo Virno y otros marxistas de su tiempo. En Gramáticas de la multitud, sostenía que “la cooperación lingüística, cognoscitiva y comunicativa” constituía el núcleo del cual el capital obtenía alimento para reproducirse. Virno lo define del siguiente modo:
Estas competencias, o facultades, hacen que las prestaciones del individuo estén siempre señaladas por una elevada tasa de sociabilidad e inteligencia, aun no siendo asuntos especializados, aquí no hablamos de ingenieros o de filólogos, sino de trabajadores ordinarios. Lo que no es reducible a trabajo ‘simple’ es, si se quiere, la calidad cooperativa de las operaciones concretas ejecutadas por la intelectualidad de masas.[18]
Para Virno, esto aparece ya de modo embrionario en los Grundrisse de Marx. Allí Marx afirma: “lo que el tiempo de trabajo vivo produce de más no es reproducción, sino nueva creación, y precisamente nueva creación de valores, ya que se objetiva nuevo tiempo”[19]. No pretendo aquí evaluar si la interpretación de Marx hecha por Virno es correcta; lo indudable es que el capital se ha desplazado cada vez más lejos del centro laboral para instalarse en cada esquina de nuestra vida cotidiana. El capital ha sabido encontrar valor en cada interacción humana, y, como vio Virno, la interacción más esencial es la comunicación: nuestra capacidad de relacionarnos y conectarnos.
Tiziana Terranova lo explica con claridad: “Ni el modelo industrial de la fábrica ni la imaginería de la red pueden explicar ni contener las formas de cooperación social en el espacio digital. Las redes sociales digitales capitalistas capturan el trabajo gratuito mediante la implementación de una arquitectura tecnosocial donde cada nodo se convierte en una mónada. La neomonadología es el diagrama de lo dispositivo que captura y valoriza el trabajo gratuito de la cooperación tecnosocial.”[20]
Las implicaciones de esto son vastas y decisivas: el control sobre lo que podemos denominar “la intelectualidad de las masas” o la “cooperación tecnosocial”, es decir nuestras múltiples y diversas interacciones comunicativas, están permitiendo una reconfiguración radical de los modos de control y dominación social. Y este no es un asunto que concierna sólo a Gaza, sino a cada rincón del planeta. Requiere nuestra máxima atención, y su solución no puede ser individual, sino obra de una política de alto alcance. Porque las oligarquías ya no obtienen poder únicamente de la explotación laboral, sino también de las interacciones personales más triviales.
Las oligarquías digitales han construido una infraestructura que les permite extraer renta de modos cada día más acelerados, sin que las limitaciones geográficas representen un obstáculo. Los Estados Nacionales, estructuras antiguas, se enfrentan ahora a un sistema que, guste o no, deben regular de algún modo. Aquí surge una tensión crucial: el capital digital transnacional y los consumidores en estados nacionales, unos con claros intereses alineados, los otros sin heterogéneos. Dejeme poner un simple ejemplo de este proceso: Antes comparábamos “un disco para toda la vida”: adquirías el producto una sola vez y era nuestro. Hoy, pagamos mensualmente por el privilegio de acceder a él. Antes, comprar un software significaba un gasto elevado, sólo al alcance de unos pocos, pero una vez adquirido, era completamente nuestro. Ahora, debemos pagar de manera recurrente para poder usarlo; de lo contrario, simplemente no podemos crear.
La transición hacia alternativas colectivas y de código abierto
Este campo de batalla no es nuevo; es esencial al espacio digital. Tan pronto como surgió internet, el problema se volvió visible para quienes estaban en el centro de su desarrollo. Desde sus inicios, en las universidades estadounidenses, los jóvenes implicados en las primeras interacciones digitales comprendieron su dimensión social. El ejemplo más notable es, probablemente, Richard Stallman y su Fundación del Software Libre. Lo que hoy vivimos es, en buena medida, la derrota de esos sectores sociales que tuvieron sus momentos coyunturales de auge como el movimiento Anonymous o la lucha de Aaron Swartz. Todos ellos entendieron el peligro que representaba el control privado de las herramientas digitales. Hoy enfrentamos las consecuencias de aquella derrota, pero fueron derrotados porque no hubo el acompañamiento necesario, por una parte una izquierda incapaz de leer la necesidad política de posicionarse en la disputa de lo digital, y por otra una clase trabajadora que aún no reconoce las dimensiones de su propio problema ni la urgencia de organizarse colectivamente.
Más allá de la derrota general hay camino recorrido, Stallman creó la primera licencia pública, allá por 1983: la licencia GNU. Desde entonces han surgido otras, como BSD, Apache y LGP. Lo más importante es que hoy podemos usar o crear nuevos marcos legales para que el código abierto deje de ser la excepción y se convierta en norma. El trabajo debe realizarse en cada país, en cada estado. En México, por ejemplo, existe un trabajo silencioso pero real: filósofas, hackers y personas vinculadas al mundo tecnológico han advertido, desde hace años, la urgencia de caminar en esta dirección. La filósofa Eurídice Cabañes Martínez insiste, por ejemplo, no sólo en la necesidad del software libre, sino también del hardware libre[21]. Y tiene razón: ningún usuario será verdaderamente libre si el aparato físico impone limitaciones, si la obsolescencia programada dicta el ritmo de nuestra vida digital o si las actualizaciones quedan restringidas por intereses privados. Corresponde regular también la producción material de los dispositivos.
Pero del mismo modo que los boicots individuales, ciertos sectores que han intentado resistir al dominio corporativo digital han caído en un error similar: creer que es posible detener la expansión de estas empresas mediante acciones aisladas, desde un enfoque puramente moral y o individual (o colectivo, pero micro comunitario). La transición hacia alternativas de código abierto no puede depender únicamente de la buena voluntad de los usuarios individuales o micro comunidades; debe convertirse en norma estructural para tener un impacto real.
Por fortuna existen ejemplos concretos de organización colectiva efectivas. En Italia trabajadores portuarios organizados en sindicatos de base y colectivos autónomos (CALP) detuvieron el traslado de barcos con carga militar destinada a Israel en Génova, Livorno y Rávena[22]. Esta experiencia demuestra que primero se requiere organización política, luego se discuten las medidas necesarias y, finalmente, se actúa. La historia confirma que los cambios estructurales no provienen de la indignación moral individual, sino de la coordinación y la acción colectiva sostenida. No vamos a poder luchar si no estamos organizados, primero, en sindicatos, colectivos, organizaciones, movimientos de masas y partidos políticos.
Socialización de plataformas y soberanía tecnológica
No se trata de un retorno nostálgico al pasado, sino de abrir un horizonte posible desde el presente: un mundo donde la música, la comunicación, el conocimiento, las imágenes, los videos, el arte y la tecnología no puedan ser instrumentalizados para la guerra ni como mercancías de una élite, sino lenguajes comunes al servicio de la vida colectiva. Es hora de concebir la tecnología como un bien social y un territorio común que necesitamos recuperar.
Esto implica socializar plataformas, expropiarlas cuando sea necesario, y construir alternativas públicas: estatales, cooperativas, locales y abiertas. La experiencia del software libre nos muestra que la libertad tecnológica no es un mero ideal ingenuo, sino una condición mínima para una sociedad emancipada. Si el capital ha aprendido a extraer valor de cada palabra, dato o gesto digital, nuestra responsabilidad histórica consiste en reapropiarnos de esa potencia colectiva, transformando la tecnología en una herramienta de libertad y de construcción social.
Así, la emancipación tecnológica se convierte en un proyecto inseparable de la vida misma. No se trata solo de controlar el capital digital, sino de recuperar la capacidad de elegir cómo vivir, qué compartir y cómo relacionarnos. La vida no puede ser subordinada a la lógica de la ganancia. La apuesta histórica es clara: transformar la tecnología en un bien común, ejercer soberanía nacional digital y construir un mundo donde el acceso al conocimiento, la cultura y la información sea universal y no esté mediado por intereses privados o por estructuras de violencia económica y militar. Soy con consciente de las dificultades, ningún proceso político y social es lineal, las derrotas son necesarias, los errores también son parte.
En última instancia, este esfuerzo no es abstracto. Vivir con conciencia, organizarse colectivamente, socializar recursos, medios de producción y tecnología: son estas las herramientas que, finalmente, nos permiten desafiar la lógica de explotación y avanzar hacia un futuro compartido, donde los lenguajes de la cultura y la tecnología se pongan al servicio de la vida de los trabajadores y los pueblos.
Bibliografía:
- Gabanes Martínez, Eurídice. “Hackers, software, hardware libre y trabajo colaborativo: la resistencia política del procomún frente al discurso capitalista Hardware Libre.” En Ética hacker, seguridad y vigilancia, coordinado por Irene Soria Guzmán, Universidad del Claustro de Sor Juana, 2016, pp. 82‑93.
- Marx, Karl. El capital. Tomo I, Libro primero: El proceso de producción del capital, Sección Primera, Capítulo 1: “La mercancía”, Siglo XXI, 2025, p. 43.
- Marx, Karl. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), Cuaderno III: “Tiempo de plus‑trabajo absoluto y relativo. El capítulo del capital (continuación), entrada 264”. Siglo XXI, Biblioteca del Pensamiento Socialista, 1857‑1858.
- Varoufakis, Yanis. Tecno feudalismo, el sigiloso sucesor del capitalismo. Traducido por Marta Valdivieso, Ediciones Deusto, 2024.
- Virno, Paolo. Gramática de la multitud: para un análisis de las formas de vida contemporáneas. Editorial Traficantes de Sueños, 2003, p. 116
- Terranova, Tiziana. After the Internet: Digital Networks between Capital and the Common. MIT Press, 2022.
[1] “Grupos de Euskal Herria boicotean a Spotify por sus vínculos con la industria de armas israelí.” El Salto Diario, 2025, https://www.elsaltodiario.com/genocidio/grupos-euskal-herria-boicotean-spotify-vinculos-industria-armas-israel
[2] Montoro, Rafael. “Spotify Wrapped 2025 rompe récords con más de 200 millones de usuarios en un día.” Infobae, 7 Dic. 2025, https://www.infobae.com/tecno/2025/12/07/spotify-wrapped-2025-rompe-records-con-mas-de-200-millones-de-usuarios-en-un-dia/
[3] “Spotify Reports Third Quarter 2025 Earnings.” Spotify Newsroom, 4 Nov. 2025, https://newsroom.spotify.com/2025-11-04/spotify-q3-2025-earnings/
[4] El CEO de Spotify invierte 600 millones en drones militares con IA para Europa.” El Economista, 25 junio 2025, https://eleconomista.es/tecnologia/noticias/13430852/06/25/el-ceo-de-spotify-invierte-600-millones-en-drones-militares-con-ia-para-europa.html Consultado el 8 dic. 2025.
[5] Flannery, Maria, y Carlos Baraibar Padro. “Behind the Spotify boycott: Daniel Ek, military AI, and the misinformation linking Helsing to Israel.” Spotlight, 28 Nov. 2025, https://spotlight.ebu.ch/p/behind-the-spotify-boycott-daniel.
[6] Albanese, Francesca. From economy of occupation to economy of genocide: Report of the Special Rapporteur on the situation of human rights in the Palestinian territories occupied since 1967. United Nations, 2025. https://www.un.org/unispal/document/a-hrc-59-23-from-economy-of-occupation-to-economy-of-genocide-report-special-rapporteur-francesca-albanese-palestine-2025/
[7]“Microsoft block Israel military unit from using its technology.” Amnesty International, 2025, https://www.amnesty.org/en/latest/news/2025/09/microsoft-block-israel-military-unit-from-using-its-technology/
[8] “Israel/Palestine: Internal opposition to Google/Amazon ‘Project Nimbus’ for allegedly providing tech to Israeli armed forces amid intensified siege and bombardment of Gaza.” Business & Human Rights Resource Centre, 2025, https://www.business-humanrights.org/en/latest-news/israelpalestine-internal-opposition-to-project-nimbus-accused-of-providing-tech-to-israeli-armed-forces-amid-intensified-siege-and-bombardment-of-gaza/
[9] Gardner, Chris. “Apple CEO Tim Cook Donates $1 Million to Trump Inauguration.” Variety, 2025, https://variety.com/2025/digital/news/apple-ceo-tim-cook-donates-1-million-trump-inauguration-1236265079/
[10] “ICCL complaint: Microsoft unlawful data processing — Israeli Defence Forces Gaza.” ICCL, 2025, https://www.iccl.ie/digital-data/iccl-complaint-microasoft-unlawful-data-processing-israeli-defence-forces-gaza/
[11] “Global firms profiting from Israel genocide in Gaza — UN rapporteur.” The Guardian, 3 Jul. 2025, https://www.theguardian.com/world/2025/jul/03/global-firms-profiting-israel-genocide-gaza-united-nations-rapporteur
[12] “22 newly overvalued stocks this week.” Morningstar, 2025, https://www.morningstar.com/stocks/22-newly-overvalued-stocks-this-week
[13] “Germany, Europe welfare and defence spending tax.” The Christian Science Monitor, 10 Oct. 2025, https://www.csmonitor.com/World/Europe/2025/1010/germany-europe-welfare-defense-spending-tax
[14] “Panorama del gasto en defensa en Europa: qué países gastan más.” Euronews Español, 2 Dic. 2025, https://es.euronews.com/business/2025/12/02/panorama-del-gasto-en-defensa-en-europa-que-paises-gastan-mas
[15] Marx el capital El capital. Tomo I Vol. 1 Libro primero El proceso de producción del capital
[16] “La increíble historia del creador de Spotify, Daniel Ek.” Marketing4ecommerce.mx, 2025, https://marketing4ecommerce.mx/la-increible-historia-del-creador-de-spotify-daniel-ek/
[17] Varoufakis, Yanis. Tecno feudalismo, el sigiloso sucesor del capitalismo. Traducido por Marta Valdivieso, Ediciones Deusto, 2024.
[18] Virno, Paolo. Gramática de la multitud: para un análisis de las formas de vida contemporáneas. Editorial Traficantes de Sueños, 2003, p. 116
[19] Marx, Karl. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse),
[20] Terranova, Tiziana. After the Internet: Digital Networks between Capital and the Common. (la traducción del fragmente es mía).
[21] Gabanes Martínez, Eurídice. “Hackers, software, hardware libre y trabajo colaborativo: la resistencia política del procomún frente al discurso capitalista Hardware Libre.”
[22]“Italian dockworkers threaten shut‑down in Europe in solidarity with global Sumud flotilla.” New Internationalist, 2025, https://newint.org/action/2025/italian-dockworkers-threaten-shut-down-europe-solidarity-global-sumud-flotilla