Consejos para los recién llegados*

Raúl Soto

No importa el medio de transporte que hayas utilizado para llegar hasta aquí. Bien haya sido por avión y a través de la soledad aséptica de los aeropuertos, cruzando a pie las zonas áridas del Sur, o, quién sabe, apiñado en esos barcos del oriente que recuerdan los navíos negreros de años no tan remotos. El caso es que ahora estás caminando en una gran metrópoli junto a tu soledad, sin dirección, tratando de ubicarte en este rompecabezas. O tú eres ese otro que trata de confundirse en los suburbios homogéneos, donde tu color y tu figura te delatan y donde los golpes de la indiferencia se sienten muy adentro. O eres parte de esa mayoría virtual de color terroso, que huele como el rocío de la noche, que anda desperdigada por los campos del imperio y que avanza de sur a norte y del occidente hacia el oriente. Para ti, improbable lector, van estas palabras.

Instrucciones para aprender el inglés en un dos por tres (Gracias a Julio)

Primero, busca la silla más incómoda de la casa para evitar la modorra (no creo que sea difícil encontrarla). Segundo, agarra firmemente el control remoto, prende el aparato y sintoniza un programa noticioso en inglés y que sea serio (si lo encuentras). Luego, selecciona el dispositivo CC (las palabritas, las palabritas). Cierra la boca y abre ojo, pestaña y ceja. Al mismo tiempo que escuches, lee silenciosamente a ritmo acelerado. Al principio te va a doler la cabeza y no vas a entender ni mierda, pero con el paso de los días tu cerebro empezará a descifrar cada mensaje poco a poco. Aumenta paulatinamente el tiempo de estos ejercicios nada espirituales, de diez minutos la primera sesión hasta el infinito, si fuera posible.

Para cuando se te abra el oído

Llegará el día en que estarás escuchando la radio en inglés ‒y esa es la premisa necesaria‒ cuando de pronto empieces a entender casi todo lo que escuches. Será como un girasol abriéndose dentro de tu cabeza, llenándote las orejas de esos sonidos que antes no captabas claramente, ni dejaban una huella permanente en tu memoria. Podría ser la letra de una canción militante de Rage Against the Machine, una de la ternura desatada de Sinéad O’Connor o de un blues torturado de Billie Holiday. Quizás hasta podria ser un discurso vacío de un político republicano o las estupideces de esos programas radiales huecos Made in USA. En fin, no importa, ahora parte de la barrera ha sido rota. Ya no habrá malentendidos de tu parte y tu voz podrá ser escuchada, pero no siempre oída.

¿Adónde van los que desaparecen? (Rubén, te lo agradezco)

De un momento a otro tus vecinos dejarán de verte y con el paso de los días las preguntas irán extinguiéndose como la noticia de un incendio. O derrumbándose como el andamio donde trabajabas o las torres gemelas en la televisión. Acaso seas la noticia acerca de un accidente de tránsito, en un cuarto de columna y en la página enésima. O el silencio total a causa de tu anonimato. En todo caso, tú no eras una cifra oficial en el país de las estadísticas, ni existías ante los ojos de los demás (y no trato de ser sarcástico). Ahora sigues sin existir y nadie sabe si las malas nuevas de tu partida llegarán oficialmente a los tuyos en tu país, allá, lejos…

*Publicado en Revista Hostosiana / Hostos Review, New York, número 3, 2005