Coito celestial y devoción pagana en Santiváñez

Coito celestial y devoción pagana en Santiváñez

Raúl Soto

1. Un paratexto de Martín Adán —el neobarroco peruano por excelencia— entreabre Virgen de Guadalupe (Voces Latinoamericanas, Philadelphia, 2025), el nuevo poemario de Roger Santiváñez. «¿Mi constancia no es la de mi deseo?» dice un verso de Travesía de extramares (Sonetos a Chopin), publicado en 1950. Y este deseo constante —tanto sexual como escritural— es una referencia connotativa primordial en la poética de Santivánez. Su obra ha sido adscrita a ese movimiento latinoamericano que se autodenomina neobarroco. Cosa de poetas. Para mí sería el nuevo neobarroco, si consideramos la producción literaria de Adán, Carpentier, Lezama Lima, Sarduy… durante el siglo XX. Néstor Perlongher canoniza a Lezama Lima como el sumo pontífice que «desata la resurrección del barroco», y se encarga de tender el puente histórico y generacional con el neobarroco histórico en su «Introducción a la poesía neobarroca cubana y rioplatense» (1993), entre otros ensayos. No queda la menor duda que Perlongher desconocía la obra poética de Adán, debido a su escasa difusión en el extranjero. Sin embargo, fue Severo Sarduy —nada menos— quien instituyó el vocablo referido. En su ensayo «El barroco y el neobarroco» (1972), puntualiza las convergencias y divergencias con el barroco en lengua castellana, producido por Góngora principalmente. El escritor cubano, ya autoexiliado en París, se propone establecer algunos parámetros conceptuales del barroco para aplicarlos al arte y la literatura coetánea de Nuestra América, es decir, al neobarroco. Nos parece importante señalar que su estudio se centra en la narrativa y las artes plásticas, con pocos ejemplos de la poesía. Menciona novelas de Carpentier, Lezama Lima y Cabrera Infante. También, para mi sorpresa, pone un ejemplo de Cien años de soledad. Sarduy buscaba circunscribir el concepto de neobarroco «a un esquema operatorio preciso, que no dejara intersticios, que no permitiera el abuso, el desenfado terminológico de que esta noción ha sufrido recientemente». Tarea difícil debido a los pliegues abstrusos y diversos del barroco histórico y del reciente. Sarduy persiste y, de alguna manera, predice la discusión actual entre los neobarrocos postreros y los llamados transbarrocos (Haroldo de Campos dice). Cosa de poetas. En todo caso, y al margen de las etiquetas, el movimiento referido congrega a bardos desde Cuba la bella y México lindo hasta los países del Río de la Plata, pasando por el Brasil. Aunque un número considerable de poetas latinoamericanos produce y se mantiene al margen del neobarroquismo.

2. ¿Cómo encaja Virgen de Guadalupe en el esquema neobarroco establecido por Sarduy y Perlongher? Según el cubano, el neobarroco no es más que una hipérbole cuyo desperdicio erótico tiende a la función del placer y es, a la vez, lúdico. En sus ensayos se refiere a los topos del erotismo y el espejeo. En este sentido, Santiváñez logra en su libro un coito celestial a través de cierta devoción pagana, lúbrica. El hablante implícito —que también es el autor— cree firmemente en la divinidad de la venerada virgen mexicana y lo manifiesta en la posesión no solo espiritual, sino también carnal e inmanente a través de la poesía. Aquí entra a tallar la dualidad semántica Virgen/virgen: la inmaculada e intocable y la mujer que no ha tenido relaciones sexuales: el espejo cóncavo del barroquismo. Y de acuerdo con el credo neobarroco de Perlongher: «se tiende a la inmanencia y, curiosamente, esa inmanencia es divina, alcanza, forma e integra (constituye) su propia divinidad o plano de trascendencia». Entonces, el poeta Santiváñez busca trascender al plano divino de la poesía hablándole a su narrataria:

            El sol es un sonido sobre el viento

            Nada existe sino en mi mente desolada, cuando

            Lágrimas de amor atraviesan el aire, surgen

            En la esquina de tus pliegues secretos

            Los días son trazos ocultos por las curvas

            Que tu silencio oprime en el césped donde

            Me tiendo a escribirte estos versos                           (15)

El primer poema de este devocionario centra la pelota y nos transporta al cielo gracias a las volutas de una hoja seca de Garrincha. La virgen de Guadalupe es venerada por el narrador para que ella logre su «ascenso a la poesía». Y él no solo busca llegar al plano de trascendencia divino sino también estético. La divinidad de la Virgen de Guadalupe, y la del poeta, será alcanzada gracias a estos versos, a una devoción pagana. Y este va a ser un viaje donde prima la tradición barroca de la imaginería marina. Ahora entendemos perfectamente el epígrafe de Martín Adán, que trae a la memoria Elogio de los navegantes, ese libro excepcional de Juan Ojeda ahora dejado a la deriva. El coito celestial e imaginario de Santiváñez es consustancial a un viaje por el mar abierto en un velero, donde la brisa —el deseo— es la/una virgen. Y esta desfloración virtual es holística. Nuestro navegante tratando de alcanzar el estado de gracia recurre a diversas técnicas del arte amatorio, como el cunnilingus:

            A la hora del amor consientes mi boca

            En la grieta que jamás se fatiga

            Aroma del mar que allí portas asciendo al

            Intersticio dulcísimo ante mi asedio & es una

            Melodía atravesando los confites que

            Sólo por ti he conocido                                             (17)

En los versos citados apreciamos una sinestesia que combina tres sentidos: la dulzura musical de las golosinas se equipara con el sabor agridulce de la vagina. El hablante persiste y busca la transustanciación pagana de sus versos con la divinidad de la virgen receptora:

            Atrevimiento predominante en el humo agitado

            De tus vacíos florales proseguí exacto con el

            Trato desquiciado & no sabemos el rigor

            Licuado en torbellino que se me ansía entraña

            Coronada en estas páginas desunidas incrusta

            La gramática vencida

            Cae el desconcierto desvanecido en la escritura

            Dolida protesta el sueño húmedo por las venas

            Prevalece tu canción que acoge                                (23)

Y para él, este «solitario afán» y «trato desquiciado» —en el doble sentido onanista y escritural— se encarna en el libro que ahora leemos. Sí, porque ya lo dijo Luis Hernández: solitarios son los actos del poeta.

3. Conforme vamos leyendo Virgen de Guadalupe disfrutamos la musicalidad y el flujo continuo de los versos que caracterizan la poesía madura de Santivañez. No son nada altisonantes como los de algunos poetas neobarrocos de reciente data. En busca de la divinidad —usando el poema como medio para alcanzar la música celestial y escribir la canción a/de la virgen de Guadalupe— Santiváñez recurre al encabalgamiento y la aliteración, principalmente. Además, experimenta con el encabalgamiento léxico al escindir algunas palabras: po / Sible; arre / Cifes; ex: / Tranjera. Esta forma métrica contribuye a la fragmentación de la sintaxis en los versos. También a la «proliferación incontrolada de significantes», dice Sarduy, que se logra por medio de la sustitución al nivel de los signos y la condensación. Como buen neobarroco, Santiváñez no deja de generar neologismos: subxiste, Gardesana. Ni de usar peruanismos: combo (comida); calatita (desnuda); chiroca (ave oriunda del norte peruano y Ecuador). Pero el poeta tampoco puede escapar de la retórica neobarroca de Lezama, Sarduy y Perlongher al usar términos como «pliegues» y «filigrana»:

            Evidencia ligera las frases del sol

            Tú las pronuncias laten los pliegues

            Transfigurados hechiza el poema esa

            Fluyente filigrana resplandor corpóreo                     (26)

O el espejo cóncavo:

            Adónde llegaría esa voz tuya en el vidrio de

            Mis lentes presagio del noble movimiento

            Vertiginoso, evocación

            De tus cabellos resplandecientes ante mi desolación

            Apagándose en el follaje secreto dibujo níveo

            Cóncavo de ti misma enlace más elocuente

            Hundido o fantasía prohibida                                    (18)

Sin embargo, la recurrencia de las metáforas en Virgen de Guadalupe no llega al exceso de la hiperbolización (disculpen el neologismo).

            Santivánez estructura su último libro en tres partes: «Virgen de Guadalupe», «Vida continua» y «Gardesana». En la segunda —que toma el nombre de un poemario de Javier Sologuren— sigue entonando una melodía similar, aunque ahora está dirigida a una musa fugaz, a una «joven de senos apacibles». Esta canción se prolonga en otra doncella llamada Gardesana que cerrará el círculo del deseo y la escritura con los versos finales de este breve poemario:

            El sonido de tu cuerpo esta

            Poesía costado de la divina

            Música mudas Gardesana

            En la canción que aquí te toco.                                 (38)

4. Me causa cierta curiosidad la recepción que Virgen de Guadalupe tendría entre los católicos fundamentalistas de Sodalicio y el Opus Dei. Estos ejercicios espirituales de Santivañez tienen para mí —ateo convicto y confeso—una belleza formal que no dejo de apreciar ni de disfrutar. A fin de cuentas, es un texto inscrito en lo que Perlongher llama «trobar clus místico», en una «poética del éxtasis de la lengua».

Concluyo con tres preguntas de Jill S. Kuhnheim: «¿por qué escribir poesía neobarroca en América Latina a principios del siglo XXI? ¿Es un movimiento intencionadamente anacrónico? ¿Por qué invocar un referente colonial y escribir en un estilo deliberadamente desmesurado e «impenetrable», en una época marcada por el declive posmoderno tanto de la poesía como, en opinión de algunos críticos, de la hegemonía cultural de occidente?» (Spanish American Poetry at the End of the 20th Century: Textual Disruptions, 2004).

Queda abierto el debate.