¿Chávez aún vive?

Romel Armando Hernández

Después de las últimas elecciones presidenciales en Venezuela, donde una ola mediática anunciaba el fin de Maduro y de lo que fue el Chavismo, llegó la desilusión para muchos, la tranquilidad para otros y las dudas para algunos. Aquellos desilusionados fueron los de derecha, no porque esperaban ganar, pues saben que en el juego electoral sino se posé los hilos del poder estatal, gubernamental y empresarial no se tiene mayor opción, por el contrario, lo que querían era ver olas de gente descontenta y marchas multitudinarias llenando las calles para así iniciar un proceso de subversión del orden. No es descartable que, en la semana, una que otra protesta se haga visible en redes, pero no más, mientras la comunidad internacional no avive ese fuego, la paz reinará en la pequeña Venecia latinoamericana, por ello es importante el aval regional que algunos países parecen negar.

Los otros, aquellos que sienten tranquilidad, son los que ganaron y se identifican con Maduro y creen que con él aún vive la sombra de Chávez, ellos son en parte los que ligados al sector oficial tienen una comodidad y un seguro de pertenecer a un proyecto que va en marcha con dificultades. Miran en Maduro al cuadro que el comandante dejara y que hay que seguir de manera ciega, puesto que él es la encarnación de eso que en algún momento fue el proyecto socialista.

Los últimos, aquellos que tiene dudas, consideran que Maduro no es la mejor opción pero sí la menos mala entre las peores, porque el momento histórico pone el dilema de regresar a una vieja burguesía que no cuenta con tejido social a su favor, carece de poder económico y proyecto político (pues solo sigue los dictámenes de Washington) o seguir con una nueva burguesía que surgió como respuesta a la crisis de las sanciones y que ha vivido del Estado y del tejido social y económico emergente. Teniendo en cuenta ese dilema, parece que el menos malo es el mejor, pues garantiza una cierta estabilidad que se podría perder si, por el contrario, se mira al pasado y se apuesta por el regreso de la vieja burguesía, quien en su intento de revivir ha sembrado de terror el país (2002, 2012, 2014, 2017, 2019).  

A la vieja burguesía, representada por María Corina Machado, Leopoldo López, Henrique Capriles, Julio Borges y demás acompañantes, solo les queda como recurso la violencia, por eso piden en cualquier escenario intervención extranjera, incluso militar, para acabar con la “supuesta dictadura”. Es su único recurso, sabe que no basta con tener popularidad para ganar elecciones porque la maquinaria electoral necesita recursos económicos (que pueden conseguir en el extranjero), poder estatal (el cual no tienen) y empresas privadas (que se ha visto afectada por las sanciones que esa misma derecha ha solicitado). Dicha maquinaria se la apropió Chávez cuando llegó al poder y la ha mantenido a flote Maduro. 

En realidad, al presidente Maduro le ha tocado bailar el vals más feo, no solo por las sanciones, sino por el desmoronamiento progresivo de las redes de apoyo internacional que brindaban países con gobiernos amigos. Con un contexto internacional que tenga un horizonte claro, incluso con organismos internacionales, como lo fue la UNASUR, era más fácil promulgar un proyecto socialista, el comandante Chávez gozó de ese contexto, Maduro asumió cuando eso era ya un recuerdo y tuvo que acudir a medidas impopulares. Esa es una de las razones por las cuales algunos autores aseguran que, en Venezuela, en el segundo periodo de Maduro, lo que aconteció fue un giro al neoliberalismo, porque se recortó los derechos de los trabajadores y se priorizo la intervención extranjera, aunque, bueno, la disculpa podría ser que “era necesaria la inversión extranjera y las medidas para reconstruir la economía y soportar las sanciones de EE. UU.”. En ese contexto, gobernar no resulta sencillo y mostrar que las decisiones tomadas son pasos para alcanzar un horizonte trazado es más difícil, cuando de lo que se trata de forma inmediata es sobrevivir a las sanciones. Esto sería como juzgar a un nadador que participa en los juegos olímpicos, por no haber ganado una medalla a pesar de tener buen prospecto, cuando por circunstancias ajenas estuvo a punto de ahogarse y luchó durante todo el tiempo por no morir.

En definitiva, excusas hay muchas que permitirían ver las medidas del sucesor de Chávez como una especie de NEP Leninista, para evitar un desplome del país y una posible pérdida del rumbo socialista. Pero, como de lo que se trata no es de tener fe ciega, sino convicción revolucionaria, es pertinente preguntar con una mirada crítica y un sentido que puede parecer contrario al favor político del momento, casi corriendo el riesgo de ser vistos como personas que no comprenden el momento histórico ¿Qué ha pasado con el socialismo del siglo XXI? Desde hace rato la palabra socialismo ya no suena o se volvió carente de sentido, es más común hablar de Chavismo que de socialismo y eso solo para considerarlo en su aspecto negativo. Hacer esa pregunta es pertinente para quienes comprendemos que el peligro inminente de una guerra civil en Venezuela sería favorable a EEUU, razón por la cual que gane Maduro le garantiza una estabilidad, pero deja la duda, la incertidumbre de no brindar claridad sobre si el proyecto de Maduro es el mismo de Chávez. Quizá este ultimo sea solo una sombra, una imagen que para el primero ya carece de sentido.