Ayotzinapa y las lecciones de una herida que no cierra

Víctor Hugo Pacheco Chávez

  • Anibal Malaparte (2024). Lo que aprendimos de Ayotzinapa. (Un libro-collage). México: Mandrágora ediciones.

Desde hace unos años en la escena contemporánea de la poesía mexicana ha irrumpido un autor que trata de devolver a la misma su talante agresivo, virulento, violento, nihilista. La poesía como un grito que no cesa. En el más puro estilo de uno de los poetas más violentos como Rimbaud, para Aníbal Malaparte la poesía nos habla de la eternidad, o más exactamente de la continuidad después del ocaso, de esa indistinción de los extremos donde no sabes si realmente todo termina o apenas es el comienzo. Por ello, también, podemos ver en Aníbal Malaparte un poeta de acontecimiento, en su poesía es constante la presencia de esas imágenes que abren, que irrumpen conservando justo solo ese instante que ilumina como lo único que vale la pena.

Quizá no sea casual que a los 10 años de Ayotzinapa como acontecimiento, se haya dado a la tarea de estructurar un poema-collage, un libro-artefacto, un material que apunta a leerse y entenderse más como un modo de intervención política que literaria. Optar por el collage es una decisión dirigida, aquí no se intenta hacer épica, tampoco quedarse en lo memorístico, mucho menos una reconstrucción fiel y pormenorizada que petrifique el acontecimiento, de lo que se trata es de movilizar imágenes/palabras, de poner en acción las ideas, de subvertir la normalización que ha tenido Ayotzinapa para tratar de evitar que se vuelva un rito estéril cada marcha anual.

El collage logra bien esta función, pues es una especie de montaje, que tanto en el cine como en la fotografía, la disposición de las imágenes/palabras encarna la política. El título del libro tampoco es casual: Lo que aprendimos de Ayotzinapa. Inmediatamente la pregunta inevitable que se desprende es ¿Hemos aprendido algo de Ayotzinapa? ¿Por qué la izquierda no ha realizado un balance de las lecciones de Ayotzinapa? Este título es sugerente porque Ayotzinapa es visto aquí como un espectro que aún nos habla, que debemos exorcizar no solo invocando la necesaria aparición de los 43 normalistas, sino exigiendo el esclarecimiento de los hechos, pero también no debemos olvidar la generosidad de los movimientos sociales que aun en su derrota, nos pueden aleccionar para entender un modo de hacer política hoy. Ayotzinapa no es solo una herida que no cierra, sino que nos alecciona desde el dolor.

La relación del dolor y la política es una cuestión ya vieja que sitúa a la política como la partera de la historia. La irrupción de lo histórico es siempre violenta nos dice una tradición que pasa por Engels, Sorel, Benjamin, Fanon, Losurdo, y todos los movimientos políticos que apuntan a la transformación radical. En esta historia no hay posibilidades de transformación sin una dialéctica de la destrucción-creación. Aníbal Malaparte se sitúa desde esta tradición, pero también en una tradición latinoamericana en la cual la poesía contribuye a ese movimiento transformador, por eso cuando uno lo lee no deja de pensar en autores como Roque Dalton, Otto René Castillo o Roberto Santoro. Pero, también lo podemos ver cómo un joven de su generación que nos habla de mangas y de su gusto por el rock, dos cuestiones poco mezcladas en esa generación latinoamericana de poetas revolucionarios de antaño. Esto mismo nos hace recordar en su poesía a autores como Roberto Bolaño, Mario Santiago Papasquiaro o el menos conocido Parmenides García Saldaña. ¿Qué tienen en común, la poesía militante, el rock como inspiración musical y el manga? La violencia, la furia y el deseo, una combinación explosiva que bien maneja Malaparte.

En este libro-collage encontramos una disposición de autores que nos deja ver la ideología política del autor que van desde Marx, Fanon, Lenin, Gramsci, etc., pero que están tejidos de manera fina para que ese paso de un poema a un fragmente de una obra política o una canción tenga un sentido argumental. Pero una característica importante es que el autor trata de no caer en el solipsismo, no piensa solo en lo que para él representa el acontecimiento de Ayotzinapa, sino que trata de ubicarlo como una gran lección colectiva. Ayotzinapa crea así una espacio de comunidad entre los que están ausentes y quienes seguimos aquí como continuadores de sus demandas. Las demandas de Ayotzinapa son también las nuestras, este es el sentido de universalidad que podemos poner como uno de los puntos interesantes para reflexionar.

Hay un par de cosas que también me llaman la atención de los trabajos de Aníbal Malaparte, una de ellas es que la poesía es la continuación de la lucha de clase por otras vías, esta es una cuestión que está lejos de ser reivindicada en los poetas jóvenes por más que tengan un anclaje militante o de poesía comprometida, pero en Malaparte no tiene sentido escribir poesía si no te sitúas del lado de la clase revolucionaria que para él sigue siendo la proletaria.

También hay una cuestión interesante que quizá, alguien con mayores conocimientos pueda explotar más, que es la relación entre prosa y poesía que el autor establece. Para Malaparte la prosa está ligada con el poder mientras que la poesía siempre va de la mano con la liberación. La venenosa prosa capitalista que Malaparte acusa de fascista es aquella que un autor como Benedict Anderson, que seguía a su vez a Walter Benjamin, llamó la atención sobre cómo la prosa, los tiempos de la prosa, esa linealidad que crea en la narrativa y esa proyección de lo nacional-burgués en la novela, es la prosa que está siempre ligada al poder. Pero, la prosa tuvo y tiene su continuidad en las esferas de la comunicación, la prosa hoy sirve en los noticieros, recordemos que de la novela al periódico hay una línea de continuidad como lo muestra Anderson, es en la comunicación donde la prosa se utiliza para difundir las más viles mentiras. La prosa hoy está ligada al poder por medio de los medios de comunicación, es precisamente contra esta prosa realista, mecánica, utilitarista, mentirosa, que le canta al Estado burgués, contra la que reacciona Anibal Malaparte.

¿Pero será que está es la única prosa que existe? Solo es una inquietud que me queda. Porque también José Martí el gran pensador cubano escribía en prosa, Fidel Castro es también un gran cultivador de la prosa, no se diga Hugo Chávez que desde Caracas iluminó los nuevos caminos que ha recorrido América Latina. Mientras pensamos si la prosa puede también hablar desde la izquierda, si pensamos un reencantamiento de la prosa en este mundo que la ha empobrecido, reduciendo el conocimiento a un saber técnico. Miramos en Aníbal Malaparte está firme reivindicación de la poesía:

versos son la insurrección proletaria

versos son el marxismo-leninismo

versos evitan que pierdas el interés

versos te obligan a narrarte a tú mismo

versos son descubrir que no tenemos esperanza

¡y qué por ello somos la única esperanza!

Los versos nos hacen responsables de nosotros mismos

¡y nos hacen pagar el precio de ello!

Una de las primeras lecciones que arroja Malaparte, luego comentaremos las que nos da Ayotzinapa, es que para quienes nacieron en los 2000 o ya muy cercanos a ese año, el México que les tocó es un México de la transición democrática, no es el México del autoritarismo priista que le tocó a mi generación. Esto que puede ser algo evidente es un asunto importante para entender un poco desde donde se sitúa el autor cuando deja ver una crítica a ese legado fraudulento de la transición democrática que junto al neoliberalismo creó una elite que hizo del Estado una tecnocracia y una consultoría que saqueó al país. Sin embargo, y creo que es otra cuestión interesante a dialogar, para Malaparte hay una continuidad de esa transición en la actualidad; ello me parece un error porque justo lo que representó la llegada de AMLO al gobierno y ahora de Sheimbaun es la aniquilación de los transitólogos. Esto, sin embargo, no resta importancia a la denuncia por la justicia que Ayotzinapa merece y que la reciente administración de la 4T tengo ello como tema pendiente.

Lo interesante de esta cuestión es también pensar que Malaparte escribe para una generación en la cual Ayotzinapa se presenta como una de las grandes tragedias nunca vistas; la lejanía del 68, por más reivindicativa de la izquierda estudiantil, cedió su paso a una tragedia que interpela de manera directa a toda una generación de jóvenes estudiantes del país, ahí también su fuerza y su rebeldía que se mantiene como acontecimiento. Por ello, los primeros textos montados en este collage trazan una línea genealógica para ubicar a Ayotzinapa dentro de la izquierda y dentro del debate no concluyente del papel del campesinado en la etapa revolucionaria. Este trazo es necesario sobre todo desde el lugar donde el autor enuncia su discurso que es Jalapa, Veracruz, y donde nos dice que al suceder la desaparición de los normalistas, no había una tradición estudiantil activa que pudiera responder:

Es triste decirlo, pero en muchas ciudades

no había organización alguna para organizar el descontento,

así que abandonados a su propia despolitización

y sin nadie que les transmitiera alguna experiencia,

se improvisaron asambleas, marchas, mítines…

Las universidades brillaron como no lo hacían

desde la ola de huelgas del 99

La autogestión y la autoorganización estudiantil fue una de las cosas que se tuvieron que aprender al momento. La autogestión permitió ver cómo hay un sector potencial de movilización estudiantil siempre latente. Esta es una primera lección de Ayotzinapa: hay un contingente revolucionario latente que duerme en su letargo, solo falta despertarlo.

La autoorganización tuvo su límite, para Malaparte faltó en Ayotzinapa una organización que pudiera organizar la rebeldía a nivel nacional. Porque el principal factor ya estaba dado la identificación de las distintas particularidades en una que se presentaba como universal:

Un motivo por el cual la desaparición de los 43 causó

-aunque momentánea- una ira sin fin

se debió a un motivo muy simple

eran un espejo donde tantos

nos veíamos reflejados: pobres, racializados, marginados,

hijos de campesinos –importante para la psique mexicana—.

La organización a través de un mecanismo como el partido –el partido como laboratorio de la nueva sociedad; se pensaba antes— faltó para poder dirigir la rabia y la rebeldía hacia otras acciones que no fueran la acción directa con su lógica de consumo y espectáculo que termina banalizando la lucha. Esta es una gran lección que deja Ayotzinapa y en ello Malaparte hace una denuncia del pseudo izquierdismo libertario anarko punk, a quienes llama “anrakoparasitos”, muy festejado por quienes piensan la lucha como un simple desfogue, pero sin proyecto de construcción.

Me parece un acierto interesante pensar Ayotzinapa como uno de los mayores acontecimientos de nuestra historia reciente y de tratar de sacar las lecciones políticas pertinentes, aunque quizá por la distancia de la edad, yo no haya percibido las manifestaciones de Ayotzinapa como un acontecimiento que abría a la revolución, aunque sí a una indignación tan fuerte, tan profunda que a muchos que veníamos de experiencias estudiantiles previas no hizo pensar en nuestras propias derrotas o procesos truncados, ya sea del 68, que indiscutiblemente de alguna manera se sintieron reflejados en la tragedia de los jóvenes de 2013, o en mi generación que indudablemente pensamos desde la derrota de aquel entonces a tantos compañeros y compañeras que se perdieron en el exilio de una huelga que ya no pudo sostenerse y que aun así frenó el proceso de privatización, pero que se sitúa desde la derrota sin duda. Quizá para mi generación, y quizá algún día alguien reflexioné sobre ello, el gran acontecimiento que terminó truncado como acontecimiento revolucionario fue 2006, año en que un crisol de luchas fueron brutalmente reprimidas en varios puntos del país.

Pero como cada generación reescribe su propia historia y como bien lo dice Malaparte, independientemente de las pequeñeces que expongo, es totalmente necesario tomar a Ayotzinapa como una enseñanza política y más aún que esta generación se tome en serio a sí misma para activar su agencia revolucionaria:

Lo primero es tomarnos en serio a nosotros mismos

como sujetos y actores revolucionarios,

si no lo hacemos

la sociedad no lo hará

ni nuestros enemigos

ni posibles aliados y compañeros