Apuntes sobre las discusiones de las izquierdas en medio del escenario electoral
Sofía Lanchimba Velastegui
El momento electoral ecuatoriano es un buen escenario para sacar a colación debates pendientes al interior de las izquierdas. Andrés Arauz, candidato del correísmo pasó a segunda vuelta y es posible que dispute la presidencia al candidato de Pachakutik, Yaku Pérez. Los debates ya empezaron, pero los puntos políticos de demarcación ideológica son demasiado difusos.
Las fronteras políticas marcadas para definirse a sí mismos y al adversario pasan por una gama muy amplia: izquierda progresista vs. izquierda indígena, antineoliberalismo (Arauz) vs. neoliberalismo (Pérez), extractivistas (Arauz) vs. ambientalistas (Pérez), autoritarios (Arauz) vs. dialogantes (Pérez), izquierda populista (Arauz) vs. derecha indígena (Pérez), recuperación del Estado (Arauz) vs. agendas como el ambientalismo o el feminismo (Pérez), progresismo conservador (Arauz) vs. representación autónoma (Pérez), izquierda racista vs. movimiento indígena. A estos se suma un binarismo reduccionista que sólo ha nublado las posiciones: correísmo/anticorreísmo. Una versión del anticorreísmo se afirmaba a la izquierda del gobierno de Correa, espacio que era compartido con las derechas.
El cruce izquierda-indígena no es un debate nuevo, en Bolivia −con sus propias particularidades− también está latente. En Ecuador mismo, tiene un próximo antecedente en la década de los ochenta cuando la identidad étnica-cultural cobró mayor peso en el marco del giro cultural, mientras el movimiento sindical perdía terreno. Detrás está la reconfiguración de las izquierdas tras la caída del muro de Berlín (1989) y el surgimiento de identidades políticas subalternas como los movimientos indígenas.
Después del 89 y la disolución de la U.R.S.S. (1991), el marxismo perdió terreno como discurso crítico predominante. En esa misma década, las medidas neoliberales comenzaron un proceso de transformación al interior del mundo del trabajo. En este marco, la identidad política basada en la clase también se debilitó. Conceptos como revolución, explotación o lucha de clases fueron expulsados del discurso político. En su lugar se aceptaron: emancipación, desigualdad, diferencia y multiculturalismo. Nuevas identidades subalternas tomaron la posta: feminismo, indígenas, ambientalistas, etc.
En América Latina, los noventa fue la década de la «emergencia indígena», para algunos militantes de izquierda fue el espacio de refugio tras el sisma y la reedición de la esperanza, no todo estaba perdido. Potentes movimientos indígenas se formaron durante esa década. La demanda étnica cobró centralidad por una serie de hechos: nuevas organizaciones indígenas, reuniones y declaraciones de carácter etnicista, acciones de reivindicación, movimientos indígenas y eventos socio-políticos importantes: la marcha desde tierras bajas en Bolivia (1990), el alzamiento del EZLN en México (1994), el levantamiento indígena en Ecuador (1990), el conflicto mapuche en Chile y Argentina desde los noventa.
Ecuador es el único país con un movimiento indígena con una organización a nivel nacional, CONAIE, la organización más representativa. Ni siquiera en Bolivia existe algo similar. Si bien la organización indígena contemporánea puede rastrearse a la década de los treinta con los primeros sindicatos agrarios, los noventa son los años en que logra una articulación nacional y un proceso formación más sólido del sujeto indígena como sujeto político. Desde entonces, uno de sus mayores aciertos ha sido resolver sus diferencias internas sin romper la organización, fenómeno que las izquierdas no han logrado.
No está de más recordar que, el gobierno de Rafael Correa sólo fue posible por las movilizaciones que lo antecedieron. Su logro fue capitalizar el malestar a través del voto y la Asamblea Constituyente (2007-2008).
Con la redefinición del campo político después del acontecimiento de octubre del 2019, regresa el movimiento indígena −con nuevos matices y tendencias−. Si en los treinta o en los setenta era posible la fórmula “indio comunista” o en los noventa lo indígena era la síntesis en la que se conjugaba explotación, racismo y exclusión. En la actualidad hay nuevos matices producto de la misma lucha del movimiento indígena. No significa que el grueso de la población indígena haya dejado de ser pobre y excluida, sigue siendo la parte de la población ecuatoriana mayormente afectada en la estructura de dominación. Sin embargo, lo indígena no es per sé de izquierda. Varias diferenciaciones se han dado al interior del mundo indígena en términos estructurales y también varias prácticas dentro de la política institucional, entonces, también hay una multiplicidad de intereses.
Las elecciones (como mecanismo liberal) reducen las complejidades de la realidad y las tensiones y matices en cada expresión política. La izquierda progresista no fue un socialismo, permitió el crecimiento de grandes grupos económicos y tuvo una base extractivista que lo enfrentó a ecologistas y organizaciones indígenas. No obstante, no puede ocultarse la importante inversión social que realizó y la reducción de la pobreza (al menos los 5 primeros años) que siguen garantizando el voto al correísmo.
El proceso histórico ha cambiado para la izquierda y no puede mantenerse ajena de reivindicaciones y demandas desde el movimiento indígena, el ambientalismo, el feminismo y las diversidades sexo-genéricas. Sin embargo, estas también pueden estar dentro de la agenda de derecha si no se clarifican las limitaciones como lo ha demostrado el multiculturalismo neoliberal, el capitalismo verde o el feminismo liberal del techo de cristal. Hay unos debates que parecen estar latiendo: marxismo vs. autonomismo, política de clase vs. política de la identidad. Al menos en términos teóricos, hay un cierto avance para pensar en la interseccionalidad sobre clase-raza-género y la conexión entre capitalismo y crisis ambiental.
Hay puntos problemáticos. Para enfrentar el extractivismo correísta se construyó una imagen de un Estado autoritario que impedía la autodeterminación territorial, por ejemplo, a través de consultas previas, además, desperdiciaba recursos en burocracias accesorias, lo que a la larga fue preparando un discurso de reducción del Estado. La crisis sanitaria ha demostrado cómo el desmantelamiento de los sistemas de salud cuesta vidas.
En medio de una pandemia conectada con la crisis ambiental y que ha ahondado las desigualdades, ambas debido al régimen de acumulación capitalista, no creo que la izquierda pueda abandonar la bandera histórica por la igualdad, atada a la redistribución y que implicaría impuestos a los grandes capitales y no su eliminación. El racismo de izquierda que desconoce al movimiento indígena como un actor igual con el cual dialogar no ayuda. Menos aquel que desde la mirada colonial, se siente con la autoridad para definir quién es indígena y quién no. Tampoco sirve la romantización de ciertas izquierdas sobre el sujeto indígena.
Por ahora, son sólo unas cuantas preocupaciones en torno a lo que sucede en medio del clima electoral ecuatoriano.