Escribir para no olvidar: Gaza como herida abierta

Alejandra Trejo Nieto

Profesora de El Colegio de México

Hasta mediados de agosto de 2025, habían muerto 62 895 palestinas y palestinos y al menos 158 927 personas habían resultado heridas, según datos del Ministerio de Salud de Gaza recopilados por agencias internacionales. Muchas de las personas heridas han quedado con discapacidades permanentes y otras continúan falleciendo a causa de sus lesiones. A ello se suman miles de muertes por hambre y desnutrición, así como de enfermos crónicos que no reciben el tratamiento médico necesario. La mayoría de las víctimas son niños y mujeres, y se reporta que al menos 247 periodistas palestinos han sido asesinados desde el 7 de octubre de 2023. Se estima que alrededor de un millón de personas han sido desplazadas, muchas de ellas en múltiples ocasiones (hasta diez veces o más) en solo dos años. Actualmente, toda la población de Gaza sufre inseguridad alimentaria aguda, y en las últimas semanas se ha confirmado que miles de personas viven en condiciones de hambruna, parte de las cuales enfrentan una situación de hambre catastrófica.[i]

En cuanto a los daños materiales, no he encontrado estimaciones precisas. Podría pensarse que se trata de un aspecto secundario frente a la pérdida de vidas, pero no lo es: hablamos de viviendas, hospitales, escuelas y otras infraestructuras esenciales cuya destrucción impide garantizar servicios básicos como la salud, la educación y el acceso a agua potable.

Desde octubre de 2023, Gaza atraviesa una crisis humanitaria sin precedentes. La situación empeora, y los más vulnerables están en grave riesgo debido a la falta de alimentos, servicios y atención médica adecuada. La reiteración de bombardeos contra la población civil, el colapso deliberado de infraestructuras vitales como hospitales, agua y energía, y la masacre de miles de niños y niñas constituyen una afrenta directa a los principios más elementales de dignidad humana.

Para quienes seguimos los reportes, imágenes y videos que circulan en medios y redes sociales, la cotidianeidad y la magnitud de escenas desgarradoras nos descomponen y nos llenan de desesperanza ante el silencio y la inacción de gobiernos, líderes y organismos internacionales. Se acerca el segundo aniversario de este genocidio y las preguntas siguen abiertas: ¿nadie es capaz de detenerlo? ¿cuándo lo detendrán y qué tiene que pasar para que lo detengan? ¿qué podemos hacer los simples mortales? ¿cómo nos juzgará la historia a todos? Este texto es un amargo recordatorio de la realidad gazatí, una realidad que no comenzó el 7 de octubre de 2023, sino más de cien años atrás con un proyecto colonizador orientado a la aniquilación de la población nativa, y que aún hoy muchos se niegan a aceptar o siquiera mirar de frente.

Muchos podrían preguntarse qué sentido tiene volver una y otra vez sobre Gaza y Palestina, cuando ríos de tinta —académica, periodística y literaria— ya se han vertido sobre este conflicto. La respuesta, sin embargo, no está en la novedad del tema, sino en la urgencia de mantener viva la palabra frente a una violencia que, aunque repetida, nunca debería volverse normal. Escribir sobre Palestina es un gesto contra la banalización del sufrimiento y contra el olvido que impone la saturación informativa.

Persistir en escribir significa reconocer que cada cifra de muertos y desplazados oculta nombres, biografías y futuros truncados. La repetición del relato no le resta sentido, al contrario, lo convierte en un acto de memoria y de testimonio. En un mundo donde las imágenes y la voz circulan a la velocidad de las redes sociales, la escritura puede ofrecer un espacio distinto: el de la reflexión, la contextualización y la denuncia que resiste a la fugacidad de las noticias.

Además, escribir sobre Gaza no es solo narrar una tragedia; es también interrogar(nos), denunciar los silencios cómplices y cuestionar los límites de la civilización. Cada nuevo texto es un intento de romper la indiferencia, de insistir en que lo que ocurre en Palestina no es un asunto lejano, sino un espejo que refleja el grado de humanidad —o de deshumanización— de nuestro tiempo.

En última instancia, escribir sobre Gaza es una forma de decir: no aceptamos que la barbarie se naturalice, no aceptamos que la injusticia se vuelva paisaje. Aunque ya se haya dicho, aunque parezca repetido, la palabra sigue siendo necesaria porque la violencia persiste, y porque callar equivale a consentir.

Y cómo no escribir, si han pasado 700 días y la destrucción de un pueblo avanza velozmente. Finalmente me decido a escribir estas líneas, motivada por distintos acontecimientos: la Global Sumud Flotilla; la multitud agitando cientos de banderas palestinas en protesta contra la participación de Israel en la Vuelta Ciclista a España; las continuas protestas masivas contra el genocidio. Además, el pasado jueves me encontré con otra columna sobre Gaza en un diario nacional mexicano. El texto hablaba de una bandera monumental itinerante de Palestina que, en días recientes, había llegado a la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. En esa columna citaban a la filósofa Silvia L. Gil quien señala: “Nuestro trabajo académico sólo puede tener sentido en este momento de la historia si nos oponemos activamente a la barbarie. Cuando el genocidio de Gaza se haya consumado, las palabras, esas que usamos en las aulas para comunicarnos, cultivar y defender las humanidades o las ciencias sociales y políticas, habrán perdido su sentido.”[ii]  Y no pocas voces han querido dar sentido al trabajo académico y han recurrido a la pluma para condenar el genocidio.

Por ello, dimensionar el genocidio palestino como un fracaso humanitario resultaría injusto, pues borraría los esfuerzos de quienes han escrito sobre el horror vivido, de quienes se han manifestado y protestado aun bajo el riesgo de ser arrestados o violentados, y de las y los periodistas que pusieron el cuerpo e incluso perdieron la vida para impedir que lo sucedido quedara en silencio. No obstante, me atrevo a afirmar que estamos frente a otros fracasos. En primer lugar, el fracaso de la memoria histórica. Tras el Holocausto judío, la comunidad internacional prometió “nunca más”, pero la reiteración de atrocidades de esta magnitud demuestra que esa promesa no se ha cumplido.

Es también un fracaso del derecho internacional porque el genocidio, en tanto crimen tipificado en la Convención de 1948, debería activar mecanismos inmediatos de prevención y sanción. La débil o nula acción del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y la lentitud de otros organismos internacionales ponen en evidencia las limitaciones del sistema multilateral.

Se trata, además, de un fracaso político: los Estados que podrían detener la violencia no lo hacen o incluso la facilitan, ya sea por alianzas estratégicas, intereses militares o razones geopolíticas. La instrumentalización de los derechos humanos ha expuesto la hipocresía de varias potencias.

Finalmente, es un fracaso ético y moral. La incapacidad de detener matanzas masivas de civiles –en su mayoría menores de edad, mujeres y personas desplazadas– cuestiona los principios más básicos de dignidad humana y de protección de la vida. El genocidio se percibe ya como una herida profunda en la conciencia moral global, pero la magnitud de la crisis –desplazamientos masivos, hambruna y destrucción de infraestructura vital– revela una incapacidad colectiva real para proteger a la población civil en contextos de guerra.

En ese sentido, hablar del genocidio en Gaza como un fracaso de la humanidad no es solo una declaración emotiva, también implica un juicio que cuestiona el funcionamiento del sistema internacional y la responsabilidad colectiva. La expresión es válida en tanto interpela a la sociedad global, llamando a asignar y asumir responsabilidades. Coloca a Gaza en una genealogía de violencias extremas, transmitidas en tiempo real, donde el silencio y la inacción global se convierten en complicidad. En ese sentido, más que un diagnóstico cerrado, es una advertencia: si decimos que la humanidad fracasa en Gaza, es porque fracasa en preservar las condiciones mínimas de coexistencia y de dignidad que sostienen la idea misma de civilización. Es un fracaso que no se mide únicamente en cifras de víctimas, esas que cito al inicio, sino en la incapacidad colectiva de detener el horror y en la resignación frente a la impunidad. No hay que resignarnos.

 

[i] https://www.unrwa.org/resources/reports/unrwa-situation-report-186-situation-gaza-strip-and-west-bank-including-east-jerusalem

 

[ii] https://www.jornada.com.mx/noticia/2025/09/04/opinion/una-bandera-monumental-itinerante-de-palestina?fbclid=IwY2xjawMmaJpleHRuA2FlbQIxMABicmlkETFZOUJLUDRCb01Yb1ZPcTNOAR7xeYEiprM9Vz1sNoYl_th9PNjgUcqeYua10CaDycyNWvsj_cCIQWw6RGatjw_aem_qS1JApgVM8vzX2iquLvrdQ