8000 km de distancia: derechas y derechitas

CE, Intervención y Coyuntura

La distancia entre México y Argentina es de 8000 km. Sin embargo, el gobierno de AMLO ha mantenido una especial relación con ese país, al cual consideró siempre uno de sus más firmes aliados. Argentina ha figurado en la cultura mexicana desde hace tiempo, en una relación que no se había expresado en niveles gubernamentales, sino sobre todo sociales, deportivos, culturales y de una minoritaria política de izquierdas. Quizá mucho más que México en Argentina, la presencia de la música, la literatura y el deporte, es una constante en buena parte del territorio mexicano. Acá se lee, estudia y discute con soltura por igual a Piglia o a Borges o se hace referencia a la “marea verde” (se dio un intento algo fallido de copiar el pañuelo como estandarte para todo espacio). Las relaciones son lejanas y no corresponde ahora aclarar lo que ha sido estudiado por académicas y académicos dedicados a estos menesteres.

Lo que toca es vislumbrar como esos 8000 km de distancia expresan, al momento, un ejemplo de la brújula ideológica de nuestros tiempos. Totalmente enloquecida, la certeza ideológica ha desaparecido y se mostró con claridad al anunciarse el triunfo de Javier Milei, el “anarco-libertario” anti estatista, más neoliberal que los de los años 90, en un franco desequilibrio de los tiempos, pero no por ello, menos explicable.

La brújula está descompuesta, por lo tanto, las derechas y las “derechitas” actuaron de manera multiforme. También las izquierdas, aunque en menor medida.

Veamos. Fue Agutín Laje, un ideólogo en potencia de las nuevas derechas, quien acuñó la distinción entre las derechas (en sentido programático, aquellas que apelan al canon occidental en un sentido cristiano y luchan contra los efectos del capitalismo contemporáneo en una curiosa reivindicación de este) y las derechitas, esas formaciones nacionales que han gobernado los países, pero que ceden terreno discursivo a las “agendas zurdas” (o de género, o de apertura a lo oriental, etc). Para Laje, tanto Duque (Colombia), Piñera (Chile), Peña (México) o Macri, eran parte de ese entramado de derechitas, débiles y marchitas. Las orgullosas derechas luchaban en contra de la llamada “ideología de género”, en contra de los musulmanes, afirmaban a Occidente, a la propiedad privada e incluso podían darse un tono anti capitalista, cuestionando a las grandes empresas mediáticas (Netflix y Disney sus preferidas); apelaban a la libertad del individuo (excepto para las mujeres en el aborto) y a una forma más o menos tradicional de la familia.

En sentido estricto, las nuevas derechas a las que Laje busca orientar no acaban de conformarse. Por un lado, parece asaltar en ellas un sentido proteccionista de la economía dado su idea de la patria como exclusión del otro, por el otro un sentido neoliberal de apertura indiscriminada. Así, mientras que Trump clamaba la lucha contra el globalismo y las elites que sustentan ese concepto, Milei apela al libre mercado. Claro, uno es una potencia mundial en decadencia y el otro un país subordinado y prácticamente arruinado económicamente. Para Laje y compañía el mercado parece ser el sueño dorado, pero a costa de no traer las influencias culturales externas. Operación extraña en donde se desea el mercado, pero que este no contamine con ideas “externas”, porque para ellos, la diversidad, es, ante todo, externalidad. La verdad, los ideólogos no tienen como separar estas dos dimensiones, atrincherándose en la economía a veces o en una idea ranciamente culturalista en otra. La brújula está descompuesta.

La derecha mexicana reaccionó celebrando y también lamentando el triunfo de Milei. Para algunos Milei no es más que un fascista anti democrático –ellos, sectores que piden una imaginaria y soñada intervención de Biden en México a nombre de la democracia–; para los otros, el fin del “populismo” autoritario que acaba con el pobrecito poder judicial independiente. Para unos, la seña de identidad de que el globalismo entra a su fin al combatir al feminismo y la diversidad social-sexual-cultural, para los otros, que tendrá respiro a partir de la llegada de más mercado en detrimento del Estado. Todo al mismo tiempo. Un caos ideológico total. Básicamente cada quien ve lo que quiere.

Las izquierdas, más uniformes, en general rechazaron a Milei, horrorizadas por la estridencia del personaje que les recuerda a un bufón devenido en verdugo.

Pero como lo dijo Marx, los seres humanos son lo que hacen y no lo que dicen que harán y las máscaras –en este caso las pelucas– ocultan procesos que, operantes, parecen llevarnos a otro lado. Milei podrs aspirar imaginariamente a destruir el Estado, pero tendrá que entrar en él y en su lógica burocrática, de hecho, ya se volvió parte de lo que sus seguidores odian más, la mentada “casta”. El weberianismo y la ley de hierro no son lógicas académicas, sino principios de racionalización universalizable y si Lenin no pudo romperlas, Milei está lejos de ello. No tiene escapatoria de esto, se ha vuelto un gestor, un burócrata, la encarnación de un mandato. Podrá decir que destruirá ministerios, pero tendrá que hacerse cargo de sus implicaciones en todos los frentes, entre otras cosas, que hay ordenamientos y disciplinamientos, implacablemente condenadas a ser seguidas. Podrá señalar que el mercado lo es todo, pero la época indica que este va en detrimento a su regulación y tendrá que intervenir, así sea para dejar de intervenir, es decir, ser proactivo: la serpiente se come su cola. Podrán soñar que acabarán con el peronismo, pero este no es sino el nombre de una corriente subterránea de las naciones que buscan soberanía, por tanto, es inagotable.

Por otro lado, su victoria no es la del fascismo, ni de la locura extrema, como lo han querido presentar las izquierdas mexicanas y del resto del continente. Es un cálculo político de las élites, Mauricio Macri entre ellas, que mueve muchas de las piezas de la operación. El chiste –forma del lenguaje mediante la cual se hace presente lo indecible– de los días indica que Macri está por ofrecerle la presidencia a Milei, en referencia a que el ex presidente designó al gabinete que en días tomará posesión. Aquí no hay apocalipsis, ni fin de los tiempos, solo lucha política que aprovecha todas las posibilidades. Al final, como México, Estados Unidos o Chile o cualquier otro país, los procesos políticos se juegan en sus dinámicas internas. Frente a la lógica del mundo, decía Rene Zavaleta, suele triunfar la lógica del lugar.

La izquierda mexicana, particularmente aquella clase mediera, preocupada porque el presidente no asume el discurso de la progresía, debería verse reflejada en aquel ejemplo. Hasta hace poco los seguidores de Milei no eran sino ridiculizados como unos subnormales incapaces de relacionarse, resentidos por no tener vínculos sexuales con las feministas e incapaces de aceptar las nuevas normas sociales, como el lenguaje inclusivo. Las burlas se convirtieron en concepto, el del “incel”, usado despectivamente como la de un raro social sin incidencia práctica, del cual era pertinente mofarse, pero no verlo como el síntoma de algo más preocupante: que nuestra época de cambio cultural requiere inteligencia para gestionar las formas y procedimientos ante niveles diversos de expresión de la sociedad. Que algo sea dominante y aceptado para los sectores medios independientemente de su adscripción política, no significa que sea recibido de manera similar por clases populares ni que sea más valorado frente a determinantes llanas y simples como la economía.

Que esto no sea lo determinante, no hace mella del asunto. Se trata de una derrota en un sentido lato, porque el gobierno peronista estaba hace rato en retirada, pues no tenía capacidad de gestión ni de propulsar cambio alguno. No hay gran retroceso sino había avance, puede pensarse y quizá sea este un razonamiento optimista. Que alienta lo más escalofriantes discursos, quizá, pero hasta cierto punto, pues nadie quiere comprometerse demasiado con algo que no parece tener mucho horizonte.

Así pues, la calma debe prevalecer frente a los escenarios de la catástrofe. La mesura frente a los gritos. Mirar a la distancia debe ayudar, no oscurecer, repitiendo los mismos mensajes. Estamos ante brújula descompuestas, por el horizonte neoliberal se ha finiquitado como el único determinante. El espacio está abierto, puede revivir en forma patética o transformarse, depende de la acción de los pueblos.