Este 24 de septiembre, 450º aniversario de la muerte de Tupac Amaru*

Noureddine Yahyia

A lo largo de la historia, los años que terminan en “2” han coincidido a menudo con fechas importantes del largo periodo colonial, pero también con aquellos que, en el mundo indígena, le hicieron frente, incluso en una muerte que acabó siendo victoriosa contra la depredación blanca y occidental, cuyos efectos mortales estamos viendo este año en particular.

Así, en 2022 se cumplen, sin ningún orden, el 530 aniversario de la primera expedición de Cristóbal Colón; el 500 aniversario de la victoria de Hernán Cortés sobre Moctezuma y los aztecas mediante la toma de Tenochtitlan (Ciudad de México); el 450 aniversario –el 24 de septiembre– de la ejecución pública de Túpac Amaru, que supuso el aplastamiento definitivo de la estructura estatal inca en Perú, así como la tardía derrota de Atahuallpa, que nunca se sometió a los conquistadores. 2022 es también el sexagésimo aniversario de la independencia de Argelia, cuyas estructuras coloniales evocan, si se miran, las de la conquista española de una gran parte del continente que se llamaría «América», pero también este nombre es una designación colonial.

Haciéndose eco de la difusión del pensamiento político descolonial, está surgiendo una rigurosa literatura histórica anticolonial contemporánea que arruina el relato de los vencedores. Roxane Dunbar-Ortiz, por ejemplo, recupera la grandeza de los vencidos en Estados Unidos, que nunca fueron realmente derrotados, como los sioux contra el general Custer. Custer es celebrado como un héroe en Estados Unidos, al igual que el criminal de guerra Bugeaud lo es por la República Francesa.

Sin embargo, en este año 2022, nos ha parecido importante destacar el gran libro de Nathan Wachtel, un investigador en las fronteras de la historia, la etnología y la antropología, como explica en su prefacio, reivindicando también a Claude Lévi-Strauss para el análisis estructural de los relatos indios de la Conquista.

Publicado en 1971, La visión de los vencidos (y su subtítulo explícito: Los indios del Perú ante la conquista española)[i] sigue un hilo benjaminiano en su relación con la historia. La dignidad de los vencidos es el tema de este estudio. Además, el libro de Wachtel se cierra con la «conmovedora victoria» de los «vencidos», es decir, los incas, pero también los araucanos de Chile o los chichimecas, una tribu nómada que hizo temblar a los españoles.

Los incas fueron derrotados pero Atahuallpa nunca se sometió y aunque su final es objeto de varios relatos, incluso contradictorios, el Inca, vencido pero no derrotado, rechazó el mandato de conversión al cristianismo de los conquistadores y sus acólitos dominicos. Fue condenado a ser decapitado, pero es más probable que fuera estrangulado en 1533 por orden de Francisco Pizarro, que había desembarcado en Tumbes (Perú) en 1531.

Su muerte, sin embargo, dio lugar a un mesianismo de retorno entre los indios peruanos para vengarlos. Esta esperanza, como señala Carmen Bertrand en su pequeño libro sobre los incas, persiste aún hoy en la sierra peruana a través de «la inminente vuelta de Inkarri, una especie de nuevo mesías cuya cabeza ha brotado bajo tierra». A pesar de la aculturación indígena de la que habla Nathan Wachtel en su libro, los antropólogos todavía constataban en el momento de la publicación de su libro la perpetuación de una resistencia pasiva pero real a la evangelización colonial entre los indios de la comunidad de Puquio, por ejemplo.

De hecho, Atahuallpa, que se negó a aceptar la Biblia de los colonizadores y la conversión al culto católico de los conquistadores, murió mientras fecundaba la tierra rebelde del Imperio Inca. Fueron sus hijos, Titu Cusi y Tupac Amaru, quienes revivieron y continuaron la lucha hasta 1572 en torno a Vilcabamba, capital del estado neoincaico. La muerte de Túpac Amaru el 24 de septiembre de ese año selló la derrota militar de los indios peruanos frente a la violencia colonial española.

Más allá de la historia de las luchas indígenas contra los colonos europeos en lo que hoy se llama «América», el libro de Wachtel muestra perfectamente la naturaleza del colonialismo, su violencia y la destrucción de mundos y de sus hombres y mujeres que engendra estructuralmente.

El interés de su libro, su dimensión benjaminiana en acción, es que la Conquista, como anuncia Nathan Wachtel en su subtítulo y desarrolla en su introducción, se presenta aquí desde el punto de vista de los vencidos, es decir, de los indios peruanos, los incas, aunque el Imperio Inca se extendiera más allá de las fronteras del actual Perú.

Lo que el historiador desarrolla en su obra puede considerarse paradigmático de la esencia del colonialismo y de su dimensión de despoblación indígena (término utilizado por el autor) que, de hecho, se acerca a la categoría de genocidio.

Nathan Wachtel recuerda que hacia 1530 (Pizarro desembarcó en 1531), la población indígena ascendió a 8 millones de habitantes, para descender a cerca de 1,3 millones hacia 1590.

Esta despoblación es el efecto del colonialismo («Queremos decir que la violencia, por su permanencia, caracteriza a la sociedad colonial como un hecho de estructura», escribe Wachtel) y su procesión de destrucción y saqueo que engendra entre los indios una aculturación que nada sustituye ni compensa. Afecta a la vida diaria de los incas, ya sea en su vida cotidiana o en relación con lo sagrado. Así, Wachtel recuerda que la evangelización es ante todo una agresión para los indios y lo ilustra con el culto inca a los muertos, despreciado por los conquistadores. El párrafo que el autor dedica a la diferencia entre el entierro de los muertos entre los blancos y los incas ilustra perfectamente la esclavización de las sociedades indígenas por la blancura. Los incas no enterraban a sus muertos sino que «los colocaban en refugios con forma de colmena (…) o en cuevas» donde «una puerta protegida por piedras aislaba el cuerpo (que) recibía ofrendas de los familiares (pidiendo) protección». Los misioneros católicos impusieron el entierro en cementerios a unos indios horrorizados y aterrorizados. A los asustados incas que acudían por la noche a desenterrar a sus muertos, los «padres jesuitas» les pedían explicaciones. Los indios respondieron, según Alfred Métraux citado por Wachtel: «Por piedad y conmiseración por nuestros muertos, para que no se cansen con el peso de los terrones».

La sociedad incaica, en contra de algunas teorías exóticas, no era socialista, pero sí tenía una preocupación por lo común.

La relación entre sus individuos, desde el Inca (el emperador) hasta los más pobres, se caracterizaba así por la reciprocidad (Wachtel evoca a Mauss sobre el don) y la redistribución a toda la población del Imperio a pesar de su carácter jerárquico y despótico. Así, a pesar del aspecto despótico asiático (Wachtel cita a Alfred Métraux) del Imperio, hay una preocupación por toda la comunidad.

La conquista española destruye este entorno, esta cultura, que Wachtel nos recuerda que es un todo y que su destrucción no puede ser parcial. El colonialismo no destruye un poco. Entierra literalmente un mundo, aunque lo que se pierde no haya desaparecido del todo de la memoria indígena, como ilustran los discursos de Chávez en Venezuela o de Evo Morales en Bolivia.

1492 es una fundación. El colonialismo español prefiguró todos los demás. Acaparamiento de tierras, destrucción bárbara de los conocimientos ancestrales indígenas (el cultivo de la patata -los incas producían más de 700 variedades diferentes- y del maíz, La introducción de las normas capitalistas en un mundo que no tenía dinero y en el que la mita (la prestación laboral de los incas) es sustituida por un salario a destajo y, por tanto, por la introducción del dinero, que arruina los fundamentos de las relaciones sociales de los incas, así como su imaginario cultural (incluido el religioso).

El resto es bastante conocido, pero vale la pena recordarlo. La llegada de los conquistadores a la América precolombina fue el equivalente a la llegada de los extraterrestres a nuestro planeta. Los blancos eran intrigantes, pero la gentileza de los mal llamados pueblos «primitivos» se agrió rápidamente al enfrentarse al salvajismo de los conquistadores, ávidos de tierras, oro, dinero y mujeres indígenas. Incluso en la guerra, los incas están horrorizados por los blancos. Estos últimos matan sin dudar, mientras que los indios prefieren capturar al enemigo.

Por último, los blancos trajeron consigo enfermedades contra las que la población indígena no tenía defensas inmunitarias. Este aspecto de la Conquista tiene que ver con la despoblación india. La aculturación de la que habla Wachtel en muchas ocasiones no se sustituye por nada específico de los indios. Esto, además, se aplica también a América del Norte. El alcoholismo y los suicidios en la India son una de las consecuencias

El gran libro de Wachtel parece paradigmático en relación con el colonialismo y su fuerza se hace sentir en lugares lejanos de la América precolombina. La trata transatlántica de esclavos forma parte de los procesos que nuestro autor describe. El colonialismo, intrínsecamente violento, pone a los que aplasta en riesgo de locura.

El ciclo abierto por Colón en 1492 sigue teniendo hoy sus efectos más que nocivos. En un momento en que el racismo de Estado está en pleno apogeo, entre la expulsión del imán Iquioussen y el delirio de Zemmour -también había traidores entre los incas- sobre el «francocidio» (sic), es necesario leer y dar a conocer La vision des vaincus (en Folio-histoire en Gallimard).

* Este texto se publicó originalmente en QG DÉCOLONIAL, https://qgdecolonial.fr/2022/09/24/ce-24-septembre-450eme-anniversaire-de-la-mort-de-tupac-amaru/?fbclid=IwAR38aWtNhOoNAhOvG2d0qU1mO7-O4VXatN_Sl5XbV9DWZL7WqXEVY-CfG4o

[i] De este libro hay versión en español Nathan Wachtel (1976), Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570), España, Alianza Editorial.