1968: economía y política, de ayer y de hoy, presentes

Dra. Ana Alicia Solís de Alba y Dr. Max Ortega[1]

Hemos vivido para la alegría. Por la alegría hemos

ido al combate y por ella morimos. Que la tristeza

jamás vaya unida a nuestro nombre.

Julius Fucik

La economía y la política se mueven contemporáneamente. Son inseparables la una de la otra, aunque para quienes actúan y viven en los movimientos sociales o políticos, estas no se presenten así. Regularmente, la relación entre economía y política está invisibilizada. Oculta en el día a día de las asambleas, el cumplimiento de las tareas acordadas, los debates interminables, las votaciones que se piensan fundamentales aunque no lo sean, y la inercia de lo inmediato y “concretito”. En los momentos más altos del movimiento de las masas, la coyuntura es todo. No hay mediano ni largo plazo. El plazo siempre es inmediato y urgente.

Solo después de las victorias que siempre son escasas y de las derrotas que son una constante, el campo de batalla se despeja y hay tiempo para reflexionar sobre la estructura, la coyuntura y sus relaciones, y por qué se hizo lo que se hizo y se dejó de hacer lo que era necesario hacer.

Por eso, tal vez, 56 años después, el 68 sigue teniendo actualidad, porque en él se puede observar, mejor que en otros movimientos sociales, la lógica de los ciclos históricos que se inician en un determinado contexto, es decir, en una determinada relación de economía y política, y se cierran en el marco de una nueva relación de estas dos esferas, en las que habrá de cobrar vida un nuevo ciclo marcado por sus propias y especificas determinaciones históricas.

Los años dorados del capitalismo

El período 1950–1973 se caracterizó por el crecimiento económico estable y sostenido. El PIB mundial creció a una tasa cercana al 5 por ciento. Los continentes atrasados crecieron a una tasa menor del 3 por ciento, mientras que la Europa Occidental registró una tasa del 4.08 por ciento (dicha tasa fue del 1.32 % en 1870–1913 y del 1.78 % en 1973–1998).

Todo este proceso de crecimiento y de cambio productivo se basó en un especifico sistema monetario internacional y el keynesianismo. La estabilidad monetaria y cambiaria se derivó del papel del FMI y el sistema de tipos de cambios fijos creado en Bretton Woods, en el que todas las divisas tenían una paridad frente al dólar (y eran convertibles al dólar), y el dólar tenía una fija frente al oro (que era la divisa de reserva y convertible para los bancos centrales en oro). Los tipos de cambio solo eran ajustables cuando los desequilibrios de la balanza de pagos eran estructurales, y los préstamos del FMI insuficientes para mantener la paridad de la divisa. Las políticas keynesianas, por su parte, reivindicaban el papel activo del Estado, la política monetaria y fiscal, el sostenimiento de la demanda efectiva y del empleo en la lucha contra la crisis, la organización de un sistema general de la seguridad social, y de la ampliación de un poderoso sector paraestatal.

Pero a principios de 1968, el escenario mundial se comenzó a modificar. El optimismo sobre la perspectiva de un desarrollo capitalista continuado se vino abajo. El déficit en la balanza de pagos de Estados Unidos, el aumento del gasto militar y el asalto al dólar por la libra esterlina produjeron la crisis cambiaria. Esta derivó en la división de dos mercados de oro: uno sujeto a la conversión del dólar a 35 dólares por onza y otro apoyado en la oferta y la demanda.

Para 1973, ya existía un nuevo sistema basado en tasas de cambio flotante, un tipo de cambio que dependía no de una oferta estática de dinero en la cual Estados Unidos controlaba la emisión monetaria, sino de la relación de oferta y demanda monetaria de las economías más desarrolladas. El dólar se redujo al papel de primero entre sus iguales.

Junto a la ruptura de la disciplina monetaria internacional, apareció el aumento del precio del petróleo y la ruptura del pacto socialdemócrata. Entonces estalló la crisis capitalista de 1973.

Mundialización y movimiento estudiantil

El movimiento estudiantil del 68 es parte de un ciclo revolucionario mundial. Este se inició con la revolución cubana y alcanzó su punto más alto con las asambleas de la Triconitental (1966) y la OLAS (1967). La revolución argelina triunfante en 1962 y el ascenso victorioso de la revolución vietnamita, animaron la revolución latinoamericana. Se levantaron las armas en Argentina, Brasil, Colombia, El Salvador, USA, Perú, Paraguay, Nicaragua, México y Venezuela. Con las armas también se combatió en el continente africano. En la primera línea de fuego se levantó el Congo, Sudáfrica y las colonias portuguesas (Guinea Bissau, Mozambique y Cabo Verde).

El debate teórico se generalizó igualmente en el campo de las estrategias de poder: coexistencia pacífica, guerra popular prolongada y guerra de guerrillas (“foquismo”). Las personificaron el estalinismo, el maoísmo y el castrismo – guevarismo.

Expansión capitalista y clases medias

De 1948 y hasta 1980, el capitalismo mundial experimentó su expansión y la edificación del Estado del Bienestar (pleno empleo, seguridad social y pacto socialdemócrata). Algunas de sus consecuencias fueron la democracia ampliada, el crecimiento de las clases medias y de la matrícula universitaria, y el contrapunto geopolítico inevitable: socialismo y anticomunismo.

En el caso de México, la economía tuvo igualmente un buen desempeño. La tasa promedio de crecimiento anual del PIB de 1935 a 1970 fue mayor al seis por ciento. En tanto que el crecimiento del PIB per cápita fue en promedio del 20 por ciento. Con esta plataforma económica las clases medias crecieron y la universidad se masificó. Se pasó de la sociedad agraria a la sociedad urbana. De la Universidad de elites a la Universidad de masas.

Corporativismo y democracia

Al concluir el sexenio cardenista la corporatzación era una realidad. El PRM-PRI como potente administración de corporaciones devino en la institución central del Estado y del sistema político mexicano. Otro tanto ocurrió con el ejército después de la reforma llevada a cabo por el general Joaquín Amaro en 1924. Partido político y ejército se impusieron desde entonces como instrumentos organizadores del consenso y de la fuerza.

Gradualmente, las libertades políticas se desvanecieron. La democracia en los sindicatos, las comunidades agrarias y los centros de educación superior fue aniquilada por el ejército y la política. Se impuso la pedagogía negativa del despido, la cárcel, el asesinato y la corrupción. Se esgrimieron los artículos 145 y 145 bis del Código Penal como justificación legal de la existencia de los presos políticos. Obreros, campesinos, maestros, médicos, estudiantes, pintores y periodistas fueron encerrados en Lecumberri.

Había al mismo tiempo otra dimensión: una pedagogía positiva sustanciada por las gratificaciones materiales: empleo, salario y seguridad social. A los disidentes se les castigaba. A los que aceptaban la disciplina estatal se les premiaba.

En la esfera ciudadana la democracia representativa se vació de contenido para mantener la pura formalidad. El sistema electoral y el sistema de partidos operaban igualmente como mecanismos de legitimación del control político implantado. Podían participar los que aceptaban las decisiones políticas del Estado. Eran rechazados y obligados a la clandestinidad los que no las aceptaban, así fueran solo en parte. A los militantes de partido también se les hostigó, aisló, persiguió, encarceló o mató. Estado autoritario. Eso era el Estado de la revolución mexicana. Eso siguió siendo, y solo cambió con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, en 2018-2024.

Continuidad y ruptura

El movimiento estudiantil de 1968 estuvo constituido como todos los movimientos sociales, por los procesos simultáneos de continuidad y ruptura. Con el 68 se cierra el ciclo abierto por las luchas obreras de 1958. Durante diez años, los obreros, los campesinos, los maestros, los médicos, los estudiantes y pequeñas franjas de intelectuales mantuvieron una lucha continua. El 68, entonces, no es un hecho histórico casual, forjado solo por la espontaneidad. Es más bien, el resultado de esos diez años de lucha proletaria. Es el heredero por derecho propio de la experiencia acumulada de esas luchas y de sus más variadas formas de organización, abiertas o clandestinas, pacíficas o armadas. De pequeñas sectas o de masas. Las virtudes o las limitaciones fueron, al final de cuentas, las virtudes o las limitaciones de esos diez años de lucha de las masas.

El 68 es, como dijimos antes, el fin de un ciclo y el inicio de otro. Durante los cuatro meses que duró el movimiento estudiantil se transformó poco a poco en movimiento popular. Operó transitoriamente como referencia política, orgánica y programática para los derrotados militarmente en 1959 y 1960. Se convirtió poco a poco en el eje de la resistencia que haría posible que en la siguiente década, los obreros y los campesinos retomaran la dirección de la lucha popular, acompañados por algunos de los estudiantes proletarizados durante 1968.

Crisis política como crisis de hegemonía

El tema de la democracia política fue para el 68 el tema central. Su fuerza, su capacidad de convocatoria radicó en el tema de la democracia. Democracia en los sindicatos, en las comunidades agrarias, en las universidades, en los procesos electorales y en las relaciones de familia y de pareja.

Esta naturaleza profundamente democrática del 68 se convirtió, como era de esperarse, en el mayor obstáculo para el diálogo y la solución negociada con el poder político establecido. Un Estado y un sistema político corporativo como el mexicano solo podían aceptar el pliego petitorio de los seis puntos a condición de cambiar las relaciones entre gobernantes y gobernados. El rechazo del pliego petitorio de los seis puntos, el rechazo de la demanda de democracia se tradujo en la reiteración del modo histórico como el Estado había venido abordando el problema, la represión policiaca y militar.

El 68, sin embargo, no terminó con la disolución del CNH el 6 de diciembre y el levantamiento paulatino de la huelga. Después de diciembre se inició otro ciclo de la guerra del Estado político en contra del movimiento estudiantil. Aplastó los intentos de reorganización del movimiento en 1971 y 1972; y su aniquilamiento entre 1973 y 1978, luego de que una parte de este decidió combatir el autoritarismo estatal con las armas en la mano. Usándose al mismo tiempo el recurso de la “apertura democrática” y la reforma política para resolver la crisis de hegemonía y superar la ruptura de las clases medias.

Enseñanzas del 68

Cincuenta años después la democracia política y social sigue siendo una tarea pendiente. Los avances en el ámbito electoral logrados por Morena, son casi inexistentes en los sindicatos, las comunidades agrarias, las universidades públicas, los medios de comunicación de masas y en los mismos partidos políticos.

El corporativismo, el clientelismo, el caudillismo, la corrupción generalizada, los desaparecidos, los presos políticos y la represión de toda discrepancia dejaron de ser una constante de la vida nacional.

El Estado no es, en cuanto a su forma, el mismo de 1968. Sigue siendo, no obstante, un Estado político de clase. Y un sistema político de clase. En las pasadas elecciones el movimiento popular ganó las elecciones presidenciales. La victoria fue abrumadora. Se ganó la presidencia de la República, los gobiernos de la Ciudad de México y de otras entidades, y la mayoría calificada en la Cámara de Diputados, en la Cámara de Senadores y de 23 Congresos locales. Ganado el gobierno se abre la posibilidad de cambiar el régimen político. Las resistencias neoliberales solo podrán ser vencidas tal y como nos enseñó el 68, con la movilización autónoma de las masas. El partido político Morena, las asambleas, los consejos, la horizontalidad, las dirigencias colectivas y las políticas de alianzas deberán ser potenciados en la nueva etapa de la lucha por la democracia política y social.

Consideraciones finales

La continuidad del 68 se puede alcanzar en lo “concretito” mediante la conquista de dos grandes objetivos: 1) conquistar la democracia en las diversas instituciones del Estado y de la sociedad civil; en los procesos electorales; en los sindicatos y las comunidades campesinas e indígenas; en las Universidades públicas y privadas; en los medios de comunicación de masas; en el movimiento estudiantil; y en las relaciones de familia y de pareja; 2) acompañar con la movilización de masas las políticas del gobierno de Claudia Sheinbaum Pardo orientadas a cambiar la naturaleza del régimen político y con ello coronar la derrota del antiguo régimen neoliberal; luchar por la democracia, la libertad y el bienestar, mediante una eficaz combinación de guerra de posiciones y guerra de movimientos.

[1] Doctora en Ciencias Sociales y Doctor en Ciencia Política, respectivamente.