1 de enero de 1994
CE, Intervención y Coyuntura
Han pasado tres décadas desde que las familias mexicanas amanecieron con la noticia de un levantamiento armado en el sureste mexicano. Chiapas fue el centro de la atención aquel año, irrumpiendo en la fiesta de la elite neoliberal encabezada por Carlos Salinas de Gortari, el día que se inauguraba lo que Saxe-Fernández llamó la “compra-venta de México” con el Tratado de Libre Comercio. Los primeros días después de ese primero de enero fueron angustiosos. No se sabía lo que ocurriría; parecía que la guerra escalaría e inundaría el territorio; los medios de alcance masivo, como la televisión y los periódicos, funcionaban con poca libertad, de manera que sólo minimizaban el hecho o creaban terror en la población, y aquellos dispuestos a ir más allá, como La Jornada y Proceso, pronto salieron de aquella línea narrativa para dar cuenta de que algo se removió en aquel 1 de enero.
Hay que señalar que ahí inició algo muy especial. Se inauguró una forma de hacer política que, en consonancia con los tiempos del capital dominante, hacía a un lado la forma estatal para concentrarse en las formas globales y locales. La autonomía zapatista fue un vínculo entre las comunidades y la solidaridad internacional. El impulso que dio la llegada del internet catapultó la comunicación.
Algo cambió en el lenguaje político. Los indígenas aparecieron en el centro siendo la etnicidad un tema central y no solo aledaño, el concepto de pueblos sustituyó al de izquierda, el de autonomía al de la toma de poder. Algo cambio en un sector. Sería imposible pensar en experimentos políticos-sociales tan diversos sin el neo-zapatismo. En un país tradicionalmente estatista, se inauguraba una política distinta, que luego fue calificada como “otra” política. El nombre de Zapata hacía raíz en una estela extremadamente local, pero al tiempo absolutamente global: tierra y libertad se reconocía entre los populistas rusos, los anarquistas italianos y españoles, los independentistas cubanos, los liberales-radicales asentados en la frontera México-EU.
El tiempo político cambió. Algo sucedió excediendo la forma de la “otra política”. El giro que se ha dado en el globo, tras las crisis del neoliberalismo –al que el zapatismo contribuyó a derrotar– también despojó de su atractivo a esa forma de la rebelión. No es una cosa de líneas correctas o incorrectas, el eje de discusión es claro: el Estado no es sino un artificio del capital cuyo eje es facilitar el despojo territorial, en tanto que para buena parte de la sociedad la reconstrucción de la comunidad estatal-nacional resulta el único salvavidas antes el huracán mercantilizador. Dos lógicas contrapuestas, excluyentes.
Reconstruir el Estado implica, ciertamente, aceptar la ya entablada relación entre México y Estados Unidos. Implica observar cuando es el eslabón menos débil, cuestionar las formas del privilegio burocrático-académico-especialista. Esa es la que convocó a la mayoría en los últimos años y seguramente lo seguirá haciendo en 2024.
Tres décadas después, sin ser terminante, mucho del lenguaje político inventado por el neo zapatismo ha perdido, momentáneamente, sentido. Sin embargo, la organización no deja de representar una alternativa cuando la energía no se encuentra en dar un sentido nacional-popular, sino en la construcción de espacios –necesariamente reducidos– de articulación. Diferencias cualitativas, tanto en la profundidad, como en el alcance.