Wenceslao Roces y Pablo Neruda: Camaradas del exilio y la revolución

Pablo Neruda y Wenceslao Roces, con la primera edición de Canto General, publicado en México en 1950. Fotografía del Archivo personal de la hija de Wenceslao Roces, la Dra. Elena Roces Dorronsoro.

Manuel Vega Zúñiga*

Don Wenceslao Roces y Pablo Neruda fueron muy amigos desde los años 40. Se conocieron el último año de la década anterior, en el contexto de la guerra civil española. “Pablo me salvó la vida”, se encargó de pregonar Wenceslao entre su núcleo familiar. De hecho, antes de llegar a México como exiliado, Wenceslao estuvo un breve tiempo en Chile. Era el año de 1939, cuando Pablo era cónsul especial para la inmigración española en París. Wenceslao ya venía del exilio en la Unión Soviética; de haber estado preso en España; y ahora se enfrentaba a los estragos de la guerra y la dictadura de Franco. Se trasladó con su esposa a la frontera de España con Francia, y Pablo les ayudó a salir.

Se embarcaron en el navío que llevó a centenares de republicanos españoles desde Francia hasta Chile en septiembre de 1939. Comenzaría ahora el exilio de Wenceslao en América. «Ahí iba mi abuelo, en ese barco», me cuenta su nieta emocionada. En aquél mismo barco que retrata Isabel Allende en su novela: “Largo pétalo de mar”. Al año siguiente Pablo Neruda fue designado cónsul general de Chile en México, llega en barco de vapor hasta el puerto de Manzanillo, en Colima, de ahí se trasladó a Guadalajara, y en tren a la Ciudad de México.

Poco tiempo después, en 1942, Wenceslao alcanzó a su amigo Pablo en México, comenzó a dar clases en las Facultades de Derecho y de Filosofía y Letras de la UNAM, desde entonces consolidaron una amistad que perduró hasta la muerte de Neruda. “Canto General” es la obra poética monumental de Neruda dedicada a la historia de América Latina. Terminado el manuscrito, nombró a una comisión que se encargaría de editar y publicar el libro. En esa comisión estaba Wenceslao Roces.

La primera edición de Canto General apareció publicada en México en 1950, conteniendo ilustraciones de Diego Rivera y de David Alfaro Siqueiros. Meses después, se imprimió y circuló en Chile una versión clandestina. Los tiempos en Chile habían cambiado, la traición había aparecido, ya no existían simpatías por el republicanismo democrático ni mucho menos por cualquier cosa que oliera a “comunismo”. Neruda estaba vetado, estaba censurado, pero la poesía cuando está viva, siempre busca las formas de aparecer y de burlar a la censura. Tan es así que al poco tiempo de su primera publicación, fue traducido a más de diez idiomas.

El gobierno de Gabriel González Videla arremetió contra Pablo Neruda por las críticas del poeta y político, quien en ese momento era Senador de la República de Chile. González Videla solicitó el desafuero de Neruda, y una vez retirándole la inviolabilidad e inmunidad parlamentarias que le permitían a Neruda ejercer la feroz crítica desde la tribuna, liberaron una orden de aprehensión en su contra. Por lo que se vio obligado a la clandestinidad y al exilio. Durante todo ese tiempo, mantuvo correspondencia con Wenceslao Roces, su camarada del exilio.

Dicen que un día como ayer, 23 de septiembre pero de 1973, falleció el grande poeta y militante comunista Pablo Neruda. Don Wenceslao nunca se creyó la historia de que su amigo había muerto “de muerte natural”. En aquel tiempo no había correos electrónicos ni teléfonos celulares, pero la noticia se corrió muy rápido por el todo mundo a través de la radio y los periódicos. El 28 de septiembre de 1973, pocos días después del Golpe Militar de Augusto Pinochet en contra del gobierno de la Unidad Popular encabezado por Salvador Allende, se le rindió un homenaje a Pablo Neruda en el Palacio de Bellas Artes de la hoy Ciudad de México.

Ahí hizo uso de la voz Wenceslao Roces para homenajear a su amigo. El que le salvó la vida. El que le ayudó a salir de la España franquista y el eslabón con el exilio americano. Yo no sé realmente si Pablo murió de muerte natural o se la indujeron, pero 12 días antes había perdido la vida Salvador Allende durante el bombardeo al Palacio de la Moneda, y los periódicos decían con cinismo que “Salvador Allende se suicidó”.

Desde el Palacio de Bellas Artes, a escasos días de la tragedia chilena, Wenceslao Roces, el amigo, el camarada, el militante revolucionario, el muchas veces traductor sin rostro, pronunció las siguientes palabras que lo retratan de cuerpo entero:

Hay muchas maneras de matar y, en esos menesteres, sí son maestros los estranguladores de Chile. Se acerca, como bestia acorralada, a un hombre clavado en la cama por la enfermedad. Se le aisla, con una barrera de fuego, de toda ayuda. Se cortan todos los hilos que le unen a la vida. Sólo se le deja abierto, en su agonía, un atroz ventanal para que por él le llegue, como letal veneno, la imagen espantosa del suplicio de su patria, la vesánica destrucción de cuanto él amaba. El verdugo se disfraza de camillero. El refinado homicidio y la tortura se envuelven en los colores inocentes de una muerte natural. ¡No! A Pablo Neruda, como a Salvador Allende, como a tantos otros millares de hijos valerosos de su pueblo, lo habéis asesinado. ¡Lo habéis asesinado! Pablo nos fue arrebatado por la bestia en las horas finales del domingo 23 de septiembre de este año de desgracia de 1973. La historia de la revolución rusa nos habla del “domingo negro y sangriento” de 1905. Para Chile, para México, para América y para el mundo, éste también fue otro domingo negro. Pero tras la noche tenebrosa vendrá también en este continente el amanecer radiante de la libertad. Y ese día, en América, en España, en todos los confines, Pablo, como su Bolívar, se erguirá de nuevo, “cuando despierte el pueblo”. Se levantará de la tumba de plomo en que acaba de encarcelarlo la barbarie. Y su voz, ayer llamarada de luz, hoy grito de combate, será mañana bandera de victoria.

Ha pasado casi medio siglo de aquella tragedia que marcó a América Latina y al mundo. El golpe de estado en Chile, la instauración de la dictadura militar, el sofocamiento temporal del intento de construir una sociedad democrática con verdadera justicia social, la muerte de Salvador Allende y la de Pablo Neruda.

Y hoy, con la premoción de medio siglo de la que hablaba Wenceslao Roces cuando nos decía a las futuras generaciones que: “la poesía es la voz del pueblo, y el pueblo es la voz y el brazo de la justicia”. Hoy, en el año 2022, nos habla Pablo Neruda con inquietante actualidad para recordarnos que: “Sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los seres humanos. Así la poesía no habrá cantado en vano”.

*Abogado por la Universidad de Colima, y maestro en Derechos Humanos por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México.