Verástegui a Luchting

Raúl Soto

1. El intercambio de cartas —me refiero a la correspondencia real y no al género epistolar en sí— tiene los minutos contados. ¿Quién escribe cartas personales ahora? Casi nadie: sea a mano o usando la computadora. Vivimos bajo la dictadura e inmediatez de la tecnología digital. La inmensa mayoría prefiere, yo incluido, escribir correos electrónicos o esas líneas telegráficas de los mensajes de texto. El documento personal escrito en un papel es cosa del pasado y vivimos con esa incertidumbre de que el disco duro de tu computadora no se corrompa o que la nube digital no explosione o la hagan estallar. En este sentido, el papel y el archivo personal tienen más posibilidades de preservarse, aunque no es ciento por ciento seguro que así sea. Recordemos la quema de libros real o simbólica —la censura—, ahora actualizada por los regímenes neofascistas en diferentes partes del globo. En cuanto a la novela epistolar, ya se han publicado obras que usan correos electrónicos como medio de correspondencia e incluso mensajes de texto.

Si hablamos del género epistolar en el Perú, la producción editorial ha sido y sigue siendo magra. Y no es que nuestros escritores y artistas no hayan escrito cartas y las hayan conservado. Aunque 1975 fue un año memorable. El legendario editor Juan Mejía Baca publicó dos epistolarios que marcaron época: Cartas: 114 cartas de César Vallejo a Pablo Abril de Vivero y 110 cartas y una sola angustia: cartas de Alfonso de Silva a Carlos Raygada. O, por lo menos, me marcaron a mí como lector de epistolarios para toda la vida. El segundo título se refiere a la correspondencia de un músico genial tratando de hacerse escuchar en el París de entreguerras, el Alfonso de la elegía dialéctica y conmovedora escrita por Vallejo, su amigo entrañable:

Alfonso: estás mirándome, lo veo,

desde el plano implacable donde moran

lineales los siempre, los jamases.

Pero este 2025 nos trae una grata sorpresa. El poeta Carlos Villacorta Gonzáles ha publicado Cartas desde los extramuros: correspondencia de Enrique Verástegui a Wolfgang A. Luchting (1973-1977), gracias al trabajo editorial de otra poeta: Victoria Guerrero Peirano, a cargo de Intermezzo Tropical.

2. Enrique Verástegui se establece en un lugar preeminente de la poesía peruana con Extramuros del mundo, su primer libro, escrito antes de cumplir los veintiún años y publicado en 1971 por Carlos Milla Batres. En ese momento, el poemario solo repercutió en Lima y algunas provincias debido al alcance limitado de las contadas editoriales peruanas. Verástegui era consciente de su genio poético y sabía que era necesario expandir la recepción de su obra en el exterior: «—me interesa publicar afuera porque un libro no tiene siempre la distribución que uno desea, y en el caso de una editorial peruana es bien difícil que eso suceda— pero, tiene Ud. razón, para eso debo salir», le escribe a Luchting (segunda carta, octubre 21, 1973). La última frase contradice la decisión de Verástegui de no viajar a México, al parecer por gestión de Luchting y Manuel Mejía Valera, escritor peruano establecido en el país del norte. Lo irónico es que Verástegui, de solo veintitrés años y sin contar con un título universitario, no tenía los contactos necesarios para conseguir fácilmente una beca que le permitiera viajar al extranjero. En buen peruano: no tenía vara, no pertenecía a la pequeña burguesía limeña con los lazos familiares adecuados. Además, se había recluido en San Vicente de Cañete — más allá de los extramuros del mundo—para trabajar en su segundo poemario, donde no dejó «de respirar la actualidad cultural de Lima», como escribirá Verástegui en «Arte poética a propósito del libro Monte de goce». Esa Cañete entrañable que estará presente en toda su obra y la casa familiar, que «era el útero al cual yo siempre volvía», como cita Villacorta en el prólogo de la correspondencia. Pero la educación literaria autodidacta de Verástegui no nos deja de sorprender, por los escritores extranjeros que lee en ese momento: Benn, Nishima, Duras, Sarduy, Trakl, Foucault, Sontag… ¿Cómo tenía Verástegui acceso a libros de autores incluso escasos en Lima? En las cartas escritas desde Cañete menciona frecuentemente a Queti. Villacorta precisa que se trataba de la música y poeta Enriqueta Beleván, la musa de Verástegui durante esos años.

Las cartas publicadas de Verástegui suman quince en total. Seis fueron escritas en Cañete (de septiembre 6, 1973 a octubre 30, 1974), cinco en Lima (de noviembre 4, 1974 a agosto 12, 1976) y cuatro en Barcelona (de octubre 20, 1976 a febrero 1º, 1977). El tono de las primeras cartas es deferente y un tanto formal porque trata a Luchting de doctor. Pero el estilo es ligero y se vuelve más personal desde la carta de octubre 30, 1974, cuando Enrique empieza a tratar de querido a Wolfgang: «El día del terremoto me agarró durmiendo en Lima. Y como Ud. se imaginará (risas aparte) yo no soy conocido por los vecinos del apacible distrito de San Isidro. Así que de pronto me vieron todo desnudo en medio de la calle, “y este de donde salió” (me imagino) se preguntaba la gente». El tuteo a Luchting empezará pocos meses después.

3. Villacorta establece que gran parte de las cartas se enfocan en los avatares de la publicación del segundo poemario escrito por Verástegui. Si Trilce, segundo libro de César Vallejo, fue incomprendido y malinterpretado luego de su publicación en 1922, Monte de goce lo fue como manuscrito e impidió su publicación a mediados de la década de 1970. Milla Batres, aparentemente, desistió de publicarlo por su alto contenido erótico. Luchting es el primero en dar la voz de alarma en su respuesta a la carta inicial de Verástegui, como podemos leer entrelineas: «Eso de ‹libro impublicable› no lo sabía. El buen Milla Batres es bastante optimista (y por lo visto muy pudoroso). No hay nada de impúdico, sólo la dosis conveniente [—]poquísimo— para la todavía terriblemente puritana Lima. Lo importante del libro, creo, es su técnica: allí está la cuestión —el resto (la temática) es un cochineo que yo hago» (octubre 21, 1973). Un año después, Verástegui tiene la certeza de que Milla Batres no iba a publicar Monte de goce: «me ensartó, y quería que cambiara la última parte de mi libro». El poeta no se da por vencido. Recibe la opinión favorable de Rodolfo Hinostroza, Julio Ortega y David Sobrevilla y decide enviar el manuscrito al Instituto Nacional de Cultura (INC). Pero teme, con toda razón, que la directora Martha Hildebrandt censure el libro. Incluso le pide a Luchting el contacto de Mario Vargas Llosa para que interceda ante el INC. Verástegui refiere todo esto en su última carta escrita desde Cañete (octubre 30, 1974). En la misiva siguiente nos enteramos de que el poeta sigue puliendo Monte de goce y, como precisa Villacorta: «por primera vez en todo el intercambio misivo, el poeta decide nombrar el libro, y ese es el nombre final que quedará para la historia de las letras peruanas» (16). Verástegui también identifica otra causa de esta censura pasiva: «La no publicación de Monte de goce no es[,] pues[,] un problema de moral, sino de analfabetismo, o de una pendejada mayor: la que adujeron Martos, Delgado y Carrillo, ante Milla Batres, que el texto no lo comprendían…» (marzo 6, 1975). Más claro no canta el gallo al referirse a tres poetas, editores de revistas y catedráticos de la Universidad Mayor de San Marcos. La saga continuará en Barcelona, desde donde Verástegui le escribe a Luchting: «Tampoco sé si mi Monte de goce será editado alguna vez en Lima (y dile a Milla, si le escribes, que me edite lo más pronto posible)» (1º de enero, 1977). Y solo concluirá con el hallazgo azaroso y la publicación del manuscrito por Jaime Campodónico en 1991.

4. La correspondencia de Verástegui a Luchting es más literaria que personal y hay poca información acerca de su vida sentimental y familiar. Una excepción es el anuncio en versos lúdicos del nacimiento de su hija y las responsabilidades de la paternidad, sin haber mencionado antes la ruptura con Enriqueta Beleván ni su matrimonio con otra poeta: Carmen Ollé. Por supuesto que no faltan opiniones acerca de libros y autores peruanos, ni los chismes literarios. Aquí un ejemplo notable del 30 de octubre de 1974: «Un amigo de Palma de Mallorca, muy allegado a Barral, me escribía sumamente preocupado por Vargas Llosa y su posible ‹rompimiento› de amistad con García Márquez». Este comentario es interpretado por Villacorta como el infame puñetazo de Mario a Gabo en la Ciudad de México, que en realidad sucedió el 12 de marzo de 1976. Por otro lado, cuando Verástegui le cuenta a Luchting haber obtenido la beca Guggenheim lo hace a la pasada, sin mucho autobombo. Enfatiza más bien su indignación debido a la represión y los despidos de periodistas y obreros por parte de la dictadura de Morales Bermúdez (agosto 8, 1976).

Villacorta ha hecho un trabajo de investigación encomiable y la inclusión de paratextos —prólogo, notas, cronología biográfica y bibliografía mínima— contribuye a que el lector contextualice esta época importantísima en la formación intelectual de Verástegui. Y la edición de las cartas de Verástegui es impecable. Villacorta ha respetado el estilo del poeta de San Vicente de Cañete y solo ha agregado algunos signos de puntuación y corregido pocas erratas. En su prólogo acucioso, Villacorta cita fragmentos de algunas cartas de Luchting, para iluminar aspectos de la correspondencia. Esperamos que salga una segunda edición del libro, incluyendo las epístolas del escritor alemán y que alguna institución la patrocine.  

Una pregunta para concluir: ¿Verástegui comparte un lugar prominente del hanaq pacha literario peruano al lado de Vallejo? Sin duda.