Ucrania y la autodeterminación de las naciones en Europa
Abdiel Hernández Mendoza e Israel Valdez Robles
Ucrania ha sido foco de atención en los últimos meses; se generaron de nueva cuenta sentimientos parecidos a los de la Guerra Fría cuando se hablaba y escribía sobre el equilibrio del terror y la posibilidad de una crisis nuclear. Si bien hay una carrera militar en el mundo que ha sido mediatizada en este país, lo cierto es que Rusia no piensa en una invasión y Estados Unidos (EEUU) lo sabe, pero está en ellos reforzar su sistema de propaganda tal y como lo hicieron en sus intervenciones militares recientes.
El tema de Ucrania, que es posible trazarlo después de la Segunda Guerra mundial con la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), está llegando a su culminación con la escalada de confrontaciones diplomáticas iniciadas desde la reincorporación de Crimea a Rusia en febrero de 2014.
El nacionalismo que ha crecido en Ucrania se ha motivado por quienes quieren dominar este mercado y los intereses que allí se juegan desde dentro. En palabras de Pablo González Casanova, tras la conformación de un colonialismo interno tras la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la existencia de 15 nuevos sujetos de derecho internacional el primero de enero de 1992, el sentimiento anti-ruso se alimentó a grado tal de desconocer a Kiev como el lugar de nacimiento de aquella Rus que hoy representa la nación de Vladimir Putin.
Una de las primeras preguntas a realizarse en este sentido radica en conocer ¿cuál es la base económica que respalda este nacionalismo ucraniano y qué intereses persigue(n) quien(es) la sustentan? Desde hace tiempo se conoce la dependencia energética de Europa y los problemas de tener a Rusia como uno de los depósitos más grandes de recursos de esta índole al lado; si bien el abasto se aseguraría por los rusos, ello contraviene a los intereses estadounidenses y de quienes ven en Rusia como enemiga. Se sigue promoviendo entonces una separación entre Europa y Rusia, tal y como las enseñanzas de los geopolíticos clásicos británicos lo indicaron a principios del siglo XX, más aún si se trata de rusos y alemanes.
Si bien, las líneas anteriores merecen un estudio serio a parte, otra duda surge: ¿qué pasa con Ucrania? Ya existen “análisis” sobre los intereses rusos en su territorio que se reducen al tema del expansionismo; sin embargo, esta redundancia que gira en torno a recuperar espacios estratégicos debe leerse en un sentido más amplio. Ucrania es un país de tránsito de hidrocarburos de Rusia a Europa lo cual ya le otorga un papel importante, pero esto se complejiza al momento de conocer que la Administración de Información Energética (EIA por sus siglas en inglés) informó que está exrepública soviética cuenta con un estimado de 127 billones de pies cúbicos de gas de lutita con posibilidades técnicas de recuperación. (https://www.eia.gov/analysis/studies/worldshalegas/)
En el caso de los países que conforman la Unión Europea (UE) la situación es interesante porque nada más Polonia y Francia tienen altas cantidades, incluso por arriba de Ucrania, más de 145 billones de pies cúbicos la primera, mientras que la segunda 136; solo que las políticas ambientales francesas impiden la explotación de este recurso y las condiciones geoestructurales de los campos polacos ricos en lutitas no cuentan aún con posibilidades técnicas de ser operados.
El aparato de presión-orientación social que está siendo instrumentalizado en Ucrania desde el fin de la URSS dirige el nacionalismo hacia intereses bien definidos, dejando de lado aquellos que le concedan un grado de soberanía a este país; también, asegurando que no se exploten esos recursos por cuestiones medio ambientales y, aún en el escenario de producción soberana, garantizar que estos le pertenezcan a los ucranianos y no a quienes desean integrarlos solo como suministradores de bienes estratégicos, es decir mantener a Ucrania como una periferia segura y fuente de hidrocarburos al interior mismo de la UE.
Como se observa, no solo se trata de los proyectos ya existentes como la consecución del gasoducto Nord Stream sino de cómo asegurar el abasto de gas vía otros proyectos más allá de los rusos. Es decir, el de la llamada industria de la fractura hidráulica (fracking) la cual lidera EEUU, quien ya ha confirmado su interés por suministrar gas natural licuado a Europa, estableciendo acuerdos de distribución confiable(https://bit.ly/3raumDK) de gas a la UE. ¡Se trata de una escalada para reactivar a la industria de energéticos estadounidense que se vio afectada durante la pandemia!
Este no es el único tema que determina el convertir, lo más que se pueda, a Ucrania en un Estado vasallo de Occidente; es de señalar que sí existe toda una doctrina militar occidental acuñada por Zbigniew Brzezinski (ex consejero de seguridad nacional estadounidense) a la que se nombró Doctrina Carter, que tiene por objetivo balcanizar a las naciones que representen un peligro para EEUU, la URSS meta desde el principio y su heredera –Rusia– en quien recae esa carga histórica.
Es decir, el control energético de Europa es otro de los pasos de esta doctrina militar que está acompañada del colonialismo interno mencionado, que entre otras cosas alimenta sentimientos anti-rusos que incluyen la negación y persecución del lenguaje ruso, a sabiendas de que «la unidad de idioma y su libre desarrollo es una de las condiciones más importantes de una circulación mercantil realmente libre y amplia…» (Lenin).
Es importante señalar que la dupla sino-rusa ha empujado a los antiguos aliados europeos a cerrar más sus filas con el bloque Oriental, el desarrollo del Cinturón y la Ruta de China, con Rusia como un socio estratégico, y el adelanto de proyectos económicos, políticos y energéticos dentro de las antiguas repúblicas soviéticas, así como el avance de organismos regionales como la Unión Económica Euroasiática (UEE) o la Organización de Cooperación de Shanghái (OCSh) y una mayor participación del Kremlin y Beijing dentro de las Organizaciones mundiales tradicionales abrieron la puerta a una mayor diversificación de los acuerdos internacionales, que hacen más notorio la dependencia hacia los energéticos que ambos poseen y la nueva estructura comercial dominada en mar y tierra por China, así como un esquema político que contrapone a EEUU frente a Rusia y China.
Para lograr entonces que al interior de Ucrania no existan más fragmentaciones, los aliados de EEUU enviaron sus tropas y asistencia militar, bajo la justificación de defensa de la democracia, de los derechos humanos o la lucha contra el terrorismo u otra amenaza que atente la seguridad internacional –como ya lo han hecho en el caso de Afganistán, Iraq, Libia, etc.; basta recordar que a Sadam Hussein lo acusaron de la creación de armas de destrucción masiva jamás corroboradas. La entrada de fuerzas militares a Ucrania responde así a impedir que algún otro territorio de este país regrese a Rusia, no a que la nación de Vladimir Putin quiera invadirles. Ahora bien, el desgaste del sistema de dominio estadounidense, coloca cuestionamientos sobre el éxito de una escalada mayor, ya que la ampliación de alianzas militares sino-rusas, el deterioro de las relaciones europeas con Estados Unidos y un acercamiento con chinos y su aliado ruso fortalecen la posición de temas de seguridad para Rusia.
En lo dicho es posible identificar que aquello que Antonio Sánchez Pereyra llamó: «Geopolítica de la expansión de la OTAN» (https://bit.ly/3o6nfdO) es un proyecto que mantiene el asedio contra Rusia y las naciones que forman parte de sus alianzas. Para que esto suceda el «oportunismo nacional» juega un papel fundamental, sobre todo cuando se utiliza para reivindicar la pertenencia a Europa y la separación de Rusia en el caso ucraniano.
Desde que la OTAN comenzó su ciclo expansivo después de la Guerra Fría en 1999 (adhiriendo a Polonia, Hungría y República Checa), después en 2002-2004 (Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia), en 2009 (Albania y Croacia) y en 2017 (Bosnia y Herzegovina y Georgia), en 2019 con el caso de Macedonia del Norte y los intentos de modificar el artículo 10 del Tratado del Atlántico Norte que busca el establecimiento de una OTAN global, Rusia sabe que parte de ese expansionismo está dirigido contra sus intereses, por ello rechaza la incorporación de Ucrania a la OTAN y buscará impedirlo como sucedió en 2008 cuando logró que Alemania y Francia negaran la integración no solo de Ucrania sino también de Georgia y Moldova.
La forma en que se ocupa a Ucrania desde lo económico, político y militar, asociada a las pretensiones de controlar sus recursos energéticos hace manifiesto el intervencionismo neoimperial y de colonización que prevalece en EEUU y sus aliados. Este país sí está en disputa y se ha ido conformando a manera de teatro de guerra al contener, por un lado, los gasoductos que suministran de hidrocarburos rusos a Europa; mientras que por el otro, las fragatas, el armamento y las políticas que tienen esencia antirusa.
Desde 2013 el clima en Ucrania se polarizó y no ha dejado de ampliar la brecha entre las personas con sentimientos pro y anti-rusos. Así, con la instauración del gobierno de facto se inició una persecución política de los grupos de ultraderecha que tomaron el poder, actualizando el ejército (ahora guardia nacional) con personas orientadas a esta ideología, se comenzó a acusar a Rusia de estar tras los movimientos separatistas, el silencio de los medios de comunicación a favor de las posturas occidentales y del gobierno en turno (https://bit.ly/3o68Lug).
En ese marco sucede la reincorporación de Crimea. Esto representa –entre otras– dos significados geopolíticos de amplio alcance. El primero es la justificación de Occidente para señalar a Rusia como un país que tomó ventaja de otro más débil para despojarlo de uno de sus territorios (En Crimea la población en su mayoría pro-rusa y no representó oposición a su reincorporación histórica a la Federación). El segundo, significó un golpe a la doctrina impulsada por Brzezinski, Rusia más allá de balcanizarse expandió su territorio, tal y como lo confirma su historia de ensanchamiento desde la existencia de la Rus de Kiev. Este golpe que los rusos dieron a los intereses de EEUU en Europa se ha cobrado a través de bloqueos y sanciones económicas y político-diplomáticas que han llevado a los rusos a pensar en otras formas de participar en el sistema financiero internacional, obtención de suministros estratégicos, acercamiento a China, pensar en una red digital soberana y fortalecimiento de su presencia en el denominado cercano extranjero.
Si bien el problema fue escalando desde 2014 sobre todo en el periodo presidencial de Barack Obama, quien intensificó los ejercicios militares en la región y la presencia de la OTAN en las fronteras de Europa con Rusia (se trata de 21 bases militares estadounidenses en ese Continente ¿quién amenaza a quién?); es de mencionar que durante el gobierno de Donald Trump se envió a su entonces Secretario de Estado Rex Tillerson (ex CEO de la petrolera estadounidense Exxon) para comenzar negociaciones en torno al tema de Ucrania, las cuales terminaron en el desarrollo de una segunda etapa del gasoducto Nord Stream.
Después de la tregua ofrecida por Trump –la cual no implicó dejar atrás las medidas tomadas por Obama, al contrario, ofreció a Vlodimir Zelenzki ayuda de hasta 400 millones de dólares para confrontar a Rusia–, con el gobierno de Joseph Biden de manera inmediata retomó a Rusia como el principal objeto de recriminaciones de Estados Unidos sobre las calamidades que suceden en el país norteamericano. Más allá de sus declaraciones al señalar a V. Putin como asesino y tras su encuentro en Ginebra en 2021, a partir diciembre de ese año se comenzó a reforzar desde Occidente la hipótesis de una invasión rusa a Ucrania.
Sin evidencia alguna y con un apoyo mediático impresionante, la idea de la invasión ha llevado a generar un morbo sobre ¿qué pasaría si Rusia lo hiciera? O si los nacionales de otros países deberían abandonar el territorio ucraniano por el temor a que se desencadene un conflicto mayor; por ejemplo, la cancillería mexicana ya ha pedido a los mexicanos que radican en Ucrania datos para mantener un contacto directo; todo ello al tiempo que se transmite por los infomedios de comunicación masiva el apoyo militar y económico que el gobierno de Ucrania está recibiendo.
El temor de EEUU, tras la salida de Donald Trump y la administración más tradicional de Biden, confirman por un lado que su política hacia Europa se ha debilitado y aunado a ello, coexiste el camino de regreso a la multipolaridad donde las decisiones rusas y chinas están más presentes. EEUU debe negociar con todas las partes para solventar su decadente monopolio internacional. Ucrania es el caso, en otra época la necesidad de establecer el orden y restablecer el estado de derecho hubiera significado una avanzada militar sin cuestionamiento para la potencia norteamericana; no obstante, con un esquema mundial modificado sus intereses se ven condicionados por la de cerrar acuerdos ventajosos para todas las partes.
Este escenario, por más información que contenga, no estará completo sin la participación de Hunter Biden (hijo de J. Biden y retirado del ejército por posesión de cocaína) que hasta 2019 formaba aparte de la firma energética ucraniana Burisma (dirigida por Mykola Zlochevsky también político investigado por fraude, cabe mencionar que la firma tiene intereses en México después de la reforma energética de Peña Nieto), que pretendía ser una empresa contendiente a los rusos en este terreno. Es importante resaltar esta relación porque desde 2014 que Hunter Biden perteneció a la junta directiva de esta firma, Barack Obama le encargó a J. Biden dar seguimiento a las actividades políticas de EEUU en Kiev. Una de sus acciones fue cabildear para que destituyera a Viktor Shokin (exfiscal ucraniano), quien había investigado el fraude de Burisma en Ucrania.
El crecimiento de las tensiones en Ucrania, desde 2014, colocan en entredicho lo acordado en Minsk (II) entre Alemania, Francia, Rusia y Ucrania en 2015 para detener los problemas suscitados en territorio ucraniano tras la reincorporación de Crimea a Rusia. Como se recordará, estos acuerdos darían la posibilidad a los habitantes de Lugansk y Donietsk de mantener autonomía local del gobierno ucraniano, lo cual se pone en cuestión por la misma Ucrania en un afán por impedir a toda costa que sigan el camino de Crimea. Hoy este país desconoce lo acordado en febrero de 2015.
La situación en Ucrania responde al entramado de intereses que confluyen entre los representantes de su gobierno con el de EEUU y giran en torno a: evitar la autonomía de Donetsk y Lugansk para evitar así la consolidación de un espacio autónomo y pro-ruso, fortalecer su presencia energética en el tema de la industria asociada a la fractura hidráulica, mantener a la OTAN en la frontera rusa y romper la línea roja, todo ello bajo la justificación de que es Rusia quien desea invadir Ucrania.
A EEUU le urge un resultado y señalar a través de los infomedios que logró convencer a Rusia de no invadir Ucrania será su fuerte. Está en juego el futuro energético de Europa y al parecer la decisión no le pertenece a los europeos. El dominio estadounidense está en juego y su carta más poderosa para mantenerlo es el expansionismo de la OTAN.