Transmodernidad y crisis civilizatoria
Abdiel Rodríguez Reyes*
Es importante fundamentar un pensamiento crítico cuyo derrotero implique la crítica al orden vigente, pero también asumir el compromiso de la emancipación social o para decirlo llanamente con Marx, la transformación de la sociedad. Lo cual no se logra por decreto, sino a través de la voluntad colectiva y la plena compresión de las contradicciones en la sociedad capitalista. Esto implica imaginarios colectivos liberadores, llámese utópicos, para potenciar esa voluntad colectiva y creadora. Uno de los pensadores que trabajó sobre este prisma, fue Enrique Dussel, cuyo gran proyecto utópico fue la transmodernidad.
Me voy a delimitar a trabajar este concepto de Transmodernidad, en especial sobre su génesis. Surge, por un lado, de la mano de Rosa María Rodríguez Magda y, por otro de Dussel, quienes lograron coincidir con una misma conceptualización por separado para las mismas fechas, pero con contenido distinto. A pesar de la diferencia, coindicen en el agotamiento de la modernidad como proyecto civilizatorio; incluso, más allá de Jürgen Habermas quien planteó este proyecto como algo inacabado, incluso, en Una historia de la filosofía. Volumen 1. La constelación occidental de fe y saber, plantea «los potenciales retenidos de la modernidad». No en vano, este pensador alemán es considerado el “paladín de la modernidad” como se señaló en su biografía, Stefan Müller. Es decir, la solución aún estaría dentro de los márgenes de la modernidad.
En 1987, Rodríguez Magda, planteó “transmodernidad” para describir “la época en la que nos hallábamos», influenciada por la posmodernidad francesa, lo plasmó en su libro, dos años después, en La sonrisa de Saturno. Hacía una teoría transmoderna. Por su parte, Dussel señaló en las “Palabras preliminares” de Las metáforas teológicas de Marx –libro lo escribió antes del 9 de noviembre de 1989– que, para él, la transmodernidad no es un momento dado, sino una utopía, un proyecto por realizar. Ambos libros salieron el mismo año: 1989.
Para la filósofa española es una descripción crítica si se quiere, una teoría; para Dussel, en cambio, es un compromiso político para diseñar un mundo distinto, lo cual implica interpretarlo diferente. Para plantear el concepto de transmodernidad, nuestro filósofo previamente estudió a Marx durante diez años y, posteriormente, se embarcó en el debate con la Ética del discurso de Apel. Una década después, se vincularía con las discusiones del denominado giro descolonizador, en el cual él mismo sería uno de sus referentes clave. Sin el conocimiento de Marx fuera improbable su arribo a tal concepto.
Todo esto está relacionado porque si bien Dussel brindaba la fundamentación filosófica del naciente giro, también teóricamente planteaba la transmodernidad como esa necesaria veta utópica, porque un proyecto político y civilizatorio sin un horizonte utópico, quedaría restringido. Otro aspecto importante para señalar es el contenido marxiano – o la no renuncia a la tradición marxista – de la transmodernidad. Cuando Dussel a finales de los ochenta planteó que es necesario superar a la modernidad, lo hace desde esa tradición, ya había leído a Marx a fondo. En ese sentido, la transmodernidad no es un nuevo nombre de la posmodernidad. Es un proyecto diferente influenciado para la cuidadosa lectura de Dussel de Marx.
Quiero hacer énfasis en el horizonte utópico, refiriéndome a una cita que siempre traía a colación otro gran pensador, Franz Hinkelammert, con quien Dussel mantuvo un diálogo ininterrumpido durante cincuenta años: “quien no quiera el cielo en la tierra, produce el infierno”. Esta metáfora nos anuncia que, si perdemos la esperanzar de diseñar algo mejor no dado para todos, entonces, podemos producir lo contrario, el infierno que estamos viviendo. Expresado fundamentalmente en la crisis climática y las abismales desigualdades, el núcleo de este infierno usando ese lenguaje, es lo que vendría hacer la “crisis civilizatoria”. El infierno es esta situación, la cual consiste centralmente según nuestra lectura, y de lo que se desprende la mayor parte de nuestros problemas, la rotura del metabolismo entre los seres humanos, la naturaleza y las demás especies, eso produjo el deterioro de la biosfera.
La transmodernidad como una alternativa a la modernidad y horizonte utópico supone también un encaramiento a la crisis civilizatoria. En cuanto tal, supone una racionalidad alternativa para una nueva civilización. Distinta a la operante, incluso en las dicotomías como izquierda-derecha, capitalismo-comunismo; si bien son proyectos diferentes, podrían operar bajo una misma racionalidad capitalista extractivista. Es decir, la ideología queda en un segundo plano. Es precisamente esta racionalidad la que nos condujo a esta crisis civilizatoria, porque el modo de producción capitalista y las relaciones sociales implícitas, no permiten ese necesario metabolismo para posibilitar la vida. Un proyecto utópico como el de la transmodernidad, supone una nueva racionalidad distinta a la capitalista extractivista, no puede reproducirse tal cual como lo hemos hecho hasta el momento.
La transmodernidad como Dussel mismo lo plantea, es una “alternativa al capitalismo o socialismo real”. Pero para eso, no era únicamente a nivel de lo político, en sentido estrictico o empírico, se requiere un “saber”, para esa transición, por lo que vendrá luego de la enunciación será todo ese trabajó realizado en el marco del denominada giro decolonial: será seguir agrietando esa racionalidad instrumental capitalista hasta romper el muro para establecer una nueva etapa del mundo.
La racionalidad capitalista extractivista priorizó a la naturaleza como un objeto explotable. Esta racionalidad en este proceso de objetivación convirtió a la naturaleza como una cosa externa. Obviamente, en parte para satisfacer las demandas de la humanidad, de comida, vivienda, etc… pero, más allá, el capitalismo destruye a su paso, incluso las posibilidades de la propia vida en su conjunto, ya Marx lo decía, la producción capitalista socaba “los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador”. Desde Marx, ya hay una denuncia y, por otro lado, la posición de que, “el hombre vive de la naturaleza […] la naturaleza es su cuerpo”. Aquí, lo que podríamos denominar la tradición marxista heterodoxa –desde Marx, Engels, hasta Bellamy Foster, Manuel Sacristán y Alfred Schmid –. Este rico legado podría ayudar a las actualizaciones de la propia transmodernidad.
El modo de producción capitalista nos lleva al infierno, a la crisis civilizatoria. Ya tenemos una propuesta alternativa con Dussel y otros, quienes asumimos ese horizonte utópico – y el giro decolonial como uno de los tantos giros necesarios para cambiar de dirección ante la configuración de este mundo dado, colonizado por la racionalidad moderna capitalista extractivista –, mediando su permanente actualización, con nuevos enfoque y miradas a temáticas incluso de las que el maestro no pudo desarrollar y seguir trabajando nuevas hipótesis, donde la naturaleza no quedó como una cuestión explícita, pero fundamental para un horizonte utópico ante la realidad de la crisis civilizatoria.
En algo que estoy de acuerdo con Fredric Jameson es cuando plantea que, hoy pareciera más fácil pensar en el fin del mundo que el del capitalismo. Dussel se atrevió, al menos como utopía, a pensar en “otra edad del mundo”, así le llamó a la transmodernidad. Aunque la realidad va en otra dirección. Y, no podría ser de otra forma, porque si vamos en la misma dirección de la corriente, sin esperanza, caeríamos al abismo pesimista. Es tan así que, siguiendo con Jameson, es importante prestarle atención a la carrera privada por colonizar el espacio, precisamente porque ya no nos imaginamos el fin del capitalismo para posibilitar la vida en la Tierra, sino el fin de la vida como la conocimos en este planeta y la colonización de otros.
*Doctor en filosofía y profesor en la Universidad de Panamá