Los ricos también lloran: La tragicomedia de “Yo defendí al CIDE”

Los ricos también lloran: La tragicomedia de “Yo defendí al CIDE”

CE, Intervención y Coyuntura

La escena podría pertenecer a una novela realista soviética o a un cuento latinoamericano escrito por algún autor comprometido: los sobrevivientes de una huelga se reúnen para narrar la épica de su resistencia frente al patrón, explicar el desarrollo del conflicto desde la teoría correcta y concluir con un par de consignas mientras evocan a los trabajadores despedidos o en el exilio. Al escucharlos, vienen a la memoria las reuniones del Sindicato Mexicano de Electricistas y los interminables boteos de los huelguistas de la línea de autobuses Tres Estrellas de Oro.

Sin embargo, en el video —de más de una hora— donde se discute un paper en inglés, lo que observamos es lo que queda de la otrora orgullosa División de Estudios Políticos del Centro de Investigación y Docencia Económicas. Una sesión de catarsis que exhibe las derrotas de un movimiento que se imaginó como la chispa capaz de incendiar la pradera de un nuevo 68, pero que no pasó del estertor de una élite neoliberal agotada.

Uno esperaría más de académicos especializados en política, aunque tal vez esto no sea sino otro síntoma de la crisis de una disciplina que, por momentos, parece una parodia del marxismo academicista del siglo pasado. “¿Qué pudo haber hecho el CIDE?”, se preguntan insistentemente durante la presentación del paper, y la única respuesta que logran articular es: “nada, todo lo hicimos bien”. Evidentemente, algo hicieron mal, pues fracasaron de manera catastrófica en defender su espacio de trabajo, mantener relevancia en la coyuntura política y limitar los daños. Uno de los académicos llega a afirmar, con orgullo, que su lucha inspiró a la “marea rosa”. Cualquier observador imparcial podría responderles que ese tipo de resistencia, lejos de sumar, solo radicalizó al contrario y allanó el camino para el Plan C. En otras palabras, si algo lograron, fue empeorar las cosas para su propia causa.

La resistencia de los estudiantes del CIDE fue, paradójicamente, lo menos “cideíta” del conflicto; pero, si pensamos en jóvenes apasionados, resultaba lo más comprensible y lógico tras el antecedente del YoSoy132. En cambio, la manera en que los profesores se lanzaron a una huelga improvisada, sin haber construido alianzas más allá de las redes personales de algunos miembros veteranos ni haber calibrado la popularidad del gobierno al que se enfrentaban, revela una ingenuidad que raya en la ineptitud política. ¿Dónde quedó el análisis de costos y beneficios? ¿Dónde los años de estudio sobre el sistema político y sus engranajes? ¿De qué sirvieron los modelos y la teoría política que impartían seis días a la semana?

El fracaso de la academia neoliberal —con todo y sus espacios “inclusivos” para quienes no compartían el credo ni atraían diplomados o fondos del exterior— radica en que, al enfrentarse a la política real, solo pudieron responder con patéticos simulacros de tomas de instalaciones y manifestaciones repletas de selfies.

Al final, el exilio resultó benéfico para los afectados: refugiados en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM o en alguna institución del norte global, continúan sin comprender a los profesores precarizados ni a los estudiantes que no pasaron por los rigurosos filtros de selección del CIDE o del COLMEX.

Y, claro, los ricos también lloran —aunque ganen un poco menos que un profesor del Colmex.