Las jornadas de noviembre. Luchas ciudadanas y agonía neoliberal en el Perú
Jorge Millones
A la memoria de Inti Sotelo y Brian Pintado, por siempre eternos en la memoria del pueblo peruano.
Después de una intensa semana de protestas y multitudinarias manifestaciones ciudadanas en todo el país, el Perú ya cuenta con un nuevo presidente. El ingeniero, escritor, investigador y congresista Francisco Sagasti asume la presidencia de la república en medio de una profunda crisis política, desde un Congreso absolutamente deslegitimado y con afanes golpistas. Su designación ha significado una bocanada de aire fresco en la tambaleante democracia peruana, y aunque ha dejado tranquilo a un gran sector de la población, las movilizaciones continúan. A la agenda política que clamaba por una mejor gestión de la crisis sanitaria y una justa reactivación económica, se suma ahora la demanda de un cambio constitucional como un mecanismo de acabar con el modelo neoliberal.
Tiempo de asedios
Rabiosa e incapaz de aceptar su derrota, en el 2016 Keiko Fujimori y la enorme bancada fujimorista le declararon la guerra al electo presidente Pedro Pablo Kuczynski (PPK) dejando al descubierto un enfrentamiento entre pandillas neoliberales por el control del Estado a través del modelo que impuso Alberto Fujimori en 1992. Esta guerra de pandillas neoliberales ha sido el eje de la política peruana en el reciente periodo democrático de 20 años. El siglo XXI ha significado para el Perú la consolidación de un modelo corruptor gestionado por cinco presidentes que están en prisión, detenidos, investigados, desaforados, prófugos y uno suicidado para no afrontar la justicia. Durante 20 años hemos vivido en una democracia tutelada, en la que se turnaban el Estado sofisticadas “bandas criminales de cuello blanco” que infiltraban los partidos políticos y en algunos casos ya eran directamente estructuras criminales disfrazadas de partidos, con el claro objetivo de hacer pingües negocios a costa del Estado y lavar dinero de oscuros orígenes.
Desde el 2016 el gobierno de PPK fue asediado por el fujimorismo hasta hacerlo renunciar. La población percibía con indignación una “guerra entre corruptos”, asumiendo la presidencia de la república el vicepresidente Martín Vizcarra. Hoy tenemos indicios que el vicepresidente Vizcarra (también investigado por la Fiscalía por corrupción) asumió el cargo presidencial, no sin antes haber conversado con el fujimorismo. El propio fujimorismo lo corroboró, pero como “en boca del mentiroso lo cierto se hace dudoso”, nadie les creyó. Al asumir Vizcarra decidió antagonizarlos como la estrategia más importante de su gobierno. Mientras tanto, un equipo especial de fiscales anticorrupción iba detrás de muchos altos mandos políticos y ex Presidentes vinculados al caso Lava Jato/Odebrecht.
El gobierno de Vizcarra de 2 años se caracterizó por seguir a pie juntillas el manual neoliberal y todo le funcionaba mientras confrontase con el fujimorismo, hasta que llegó la pandemia. La gestión de la pandemia ha sido desastrosa y absolutamente pro empresarial, el Covid-19 desgarró el velo ideológico que durante 20 años había ocultado por miedo o seducción mediática sus grandes desigualdades, injusticias e impunidades.
Se abrió otra grieta en la hegemonía del modelo, en donde se exhibía sin vergüenza ese perverso sentido común egoísta que caracteriza a las sociedades neoliberales. Fuimos testigos en medio de una terrible mortandad de cómo se lucraba con la salud; clínicas privadas que aprovecharon la crisis sanitaria para elevar sus precios estratosféricamente, mientras médicos, enfermeras y otros profesionales daban su vida en los mal equipados, abarrotados y mal pagados hospitales públicos. Vimos la aparición masiva de mercachifles y comerciantes inescrupulosos que lucraban con la vida y la salud de la población ofreciendo milagrosas panaceas y un gobierno que salvaba a las grandes empresas mientras despedían sin compasión y masivamente a sus trabajadores. En determinado momento llegamos a ocupar el primer lugar de contagios y fallecidos a nivel mundial: “O morías por el Covid-19 o te morías de hambre en tu casa”. El desmantelamiento y boicot del sistema Salud pública durante estos 20 años de “crecimiento económico” se hizo evidente. La indignación se empezó a generalizar.
Antagonizar con el fujimorismo le funcionó muy bien a Martín Vizcarra hasta cerrar el aborrecible Congreso de mayoría fujimorista en 2019, luego se convocó a un referéndum con una serie de reformas que se estancaron por la crisis política, sanitaria y por la poca o casi nula voluntad del Congreso por llevarlas a cabo. Con el nuevo Congreso elegido en enero de 2020 se logró expectorar al fujimorismo, al aprismo y sus aliados. Sin embargo, la poca seriedad de los electores y su afán “aleccionador” pero gruesamente desinformado, terminaron por instalar a otras pandillas similares. Y como en esta guerra de pandillas neoliberales, nadie sabe para quién trabaja, luego de un intenso tiempo de asedios golpistas desde el Congreso, finalmente, se unieron todas contra el Presidente Vizcarra.
A estas nuevas pandillas se unieron las fuerzas políticas defenestradas en 2019 más los lobbies que lucran con la educación superior y universitaria, más los grandes poderes económicos agrupados en el gremio empresarial más poderoso (CONFIEP). Se unieron también sectas religiosas cristianas y conservadoras, más grupúsculos fascistas que sueñan con un Bolsonaro peruano y luego de varios intentos desestabilizadores, lograron vacar a Vizcarra el 10 de noviembre, encendiendo así la chispa de la total indignación ciudadana. Se inicia así, el fin del ciclo neoliberal que inaugurara Alberto Fujimori hace 20 años.
El origen del mal
Igual que en Chile el neoliberalismo en el Perú se instauró con un golpe de Estado. En abril de 1992 Alberto Fujimori disolvió el Congreso e impuso a la fuerza las agresivas políticas de desregulación y ajustes que ya conocemos bien en el mundo entero. Las recetas de Friedman y los Chicago boys ya habían moldeado Chile gracias a Pinochet y la continuidad de su Constitución. Durante los años noventa los políticos neoliberales peruanos miraban con admiración al modelo chileno imponiendo también una severa política de ajustes, mientras las fuerzas armadas y la policía reprimían brutalmente las protestas y luchas sociales de un pueblo que veía esfumarse sus derechos y su futuro.
El fujimorato con casi 10 años de dictadura cívico/militar, representa la primera fase del neoliberalismo en el Perú. Desmantelaron casi toda la estructura que dejó el gobierno revolucionario del General Juan Velasco quien lideró una dictadura de izquierda que otorgó más derechos sociales que muchas democracias juntas, cuyas reformas sacaron al Perú de la semi-feudalidad y lo acercaron, paradójicamente, por primera vez al espíritu de la modernidad.
Las reformas neoliberales tuvieron mucha resistencia en el Perú, pero la represión fue selectiva y brutal, acicateada por la estela de miedo que dejó el grupo extremista y terrorista Sendero Luminoso que fue funcional a la instauración de un nuevo orden social, político y económico neoliberal.
Pero como ya hemos visto en toda la región latinoamericana, el neoliberalismo es un modelo corruptor que impulsa un tipo de corrupción sofisticada y global, que corrompe al Estado desde el sector privado, aprovechando paraísos fiscales, megaproyectos de construcción, recursos estratégicos, telecomunicaciones y diversos monopolios, reduciendo la economía a un “crony capitalism” que corroe el sistema democrático y que finalmente, ha encumbrado a una clase de empresarios inescrupulosos que han capturado el Estado para sus intereses particulares, un “lumpen empresariado” que incluso convive con el narcotráfico y con otras actividades del crimen colaterales, que van desde actividades extractivas ilegales, trata de personas, sicariato, etc.
La gran continuación
En el Perú la segunda fase del neoliberalismo ha sido llevada a cabo por este tipo de empresarios. Caída la dictadura fujimorista los cuatro presidentes elegidos democráticamente en los últimos 20 años han gestionado el legado neoliberal y corrupto de Fujimori tutelados por los monopolios y grupos de poder económico. En campaña todos prometieron cambiar el modelo, pero nadie lo hizo, el poder del lumpen empresariado es tal, que financian las campañas electorales de casi todos los partidos, sacan y ponen autoridades y la democracia se ha reducido a una pantomima, a una serie de rituales en los que nadie cree. Sin embargo, lejos de llevarnos a la indignación generalizada, la situación produjo un clima social de profundo cinismo y resignación. Pues, han aceitado bien el engranaje ideológico y mediático en estas décadas, logrando homologar como un dogma: democracia con economía de mercado.
Muchas veces el orden neoliberal ha sido sacudido por estallidos sociales, luchas estudiantiles, las luchas indígenas, jóvenes trabajadores, mujeres organizadas, etc. Pero nunca han podido herirlo realmente. Hasta que se destaparon los escándalos de corrupción por el caso Odebrecht y la irrupción de la pandemia por el Covid-19. Entramos a un nuevo periodo político con el neoliberalismo bastante debilitado y con sus representantes y operadores políticos absolutamente desprestigiados.
En pleno proceso electoral y ad portas de conmemorar el bicentenario de la independencia, la nueva generación, que muchos asumían dormida y ensimismada en las apps de sus smartphones, salió a protestar masivamente desde el momento de la vacancia, no a defender a Vizcarra, pues faltaba poco tiempo para que deje el cargo y la Fiscalía anticorrupción ya estaba investigándolo, además de su impedimento de salida del país, el pueblo peruano y los jóvenes en especial salen a movilizarse por la defensa de lo poco de democracia que nos quedaba, salen a defender la poca estabilidad que nos quedaba para afrontar la pandemia y la crisis económica, sale a protestar para decirle a los capos de cada pandilla neoliberal que aquí hay un pueblo digno y que se pone de pie en contra de la corrupción.
Chile volvía a ser un ejemplo para el Perú, pero esta vez ya no de una receta neoliberal impuesta a sangre y fuego, más bien, de lucha ciudadana y protagonismo popular.
La generación del bicentenario
Vizcarra es derrocado gracias a un pacto entre Acción Popular, Frente Amplio (izquierda), Alianza para el progreso, Fuerza Popular (Fujimorismo), FREPAP (grupo religioso) Podemos Perú, Somos Perú entre otros congresistas “independientes”. Asume la presidencia de la republica el congresista de Acción Popular Manuel Merino quien designa como su Premier a uno de los políticos de derecha más conservadores y desprestigiados Antero Flores-Aráoz, uno de los responsables políticos de la masacre de indígenas conocida como el “baguazo” (2012) durante el segundo gobierno del suicida líder aprista Alan García. El espurio gabinete es integrado por tecnócratas neoliberales cuestionados, en otros casos desconocidos y por personajes del defenestrado Congreso fujimorista. Mientras tanto, miles de personas ocupan calles y plazas con mascarillas, con el Covid-19 como espada de Damocles y miles más desde sus casas se manifiestan en las noches con sendos “cacerolazos”, consignas y cánticos para mostrar su apoyo a las marchas y su repudio al Congreso golpista.
Las protestas ciudadanas han sido de tal magnitud y generaron tanto consenso nacional, que las propias fuerzas políticas y mediáticas que hicieron campaña por la vacancia, se aupaban ahora al pedido masivo de renuncia de Manuel Merino. La consigna del cambio constitucional también se hizo más visible y aunque es una demanda antigua, hoy se tiene más conciencia ciudadana para exigir un nuevo proceso constituyente.
La brutalidad de la represión policial no se veía desde la época del Alberto Fujimori, armas no letales que sin embargo cobraron la vida de dos jóvenes estudiantes, grupos de policías vestidos de civil infiltrados en la marcha que detenían arbitrariamente, operativos sicosociales para desprestigiar las manifestaciones, tortura, secuestros, detenciones ilegales entre otras violaciones a los derechos humanos, han llevado a que ahora estén denunciados tanto Manuel Merino como sus fugaces ministros Flores-Aráoz y del Interior Gastón Rodríguez.
La “presidencia” de Manuel Merino duró solo 5 nefastos días, la presión ciudadana fue tan fuerte que fue obligado a dimitir el 15 de noviembre. El pueblo peruano indignado ha estremecido el orden neoliberal, las pandillas han retrocedido y ven con miedo las elecciones de abril de 2021. Aparentemente, es el fin del ciclo neoliberal, o en todo caso, se abre una gran posibilidad para que el pueblo peruano pueda, al fin, librarse del neoliberalismo y su intrínseca y sofisticada corrupción de alto vuelo, que no está solo en los partidos políticos y en el Congreso, también está permeando el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional y muchas instancias del Estado.
Las jornadas de lucha de noviembre han significado para el Perú un momento de inflexión hacia una transformación histórica, sacudirse la costra de la corrupción no es nada sencillo, pero se ha dado un gran paso. Acaso el bicentenario no sea después de todo, una fecha más.