La democracia en México, del IFE al INE. Una (breve) revisión bibliográfica

CE, Intervención y Coyuntura

Para la mayor parte de la sociedad que simpatiza hoy con la 4T o que milita en su contra, es difícil relacionar los acontecimientos a partir de 1968, la reforma política de 1977-1979, el fraude en la elección presidencial de 1988, la creación del Instituto Federal Electoral en 1990, la elección de Vicente Fox en el 2000, la cual es considerada por algunos como la cúspide del «ascenso de la democracia”, así como su posterior declive en las elecciones de Felipe Calderón de 2006 y la de Enrique Peña en 2012. Todos estos eventos, que obligaron en 2014 a la transformación del IFE en INE, no son asimilados como un proceso; asimismo, lo cierto es que pocos intelectuales y pocos estudios han ayudado a revelar los entresijos de los actores involucrados.

Una aproximación sugerente es El espejismo democrático. De la euforia del cambio a la continuidad de Lorenzo Meyer. Ahí encontramos una revisión de diversos planos del problema de la democracia (política, economía y su relación con la cuestión social), teniendo como punto de partida las expectativas despertadas por la elección presidencial del 2 de julio de 2000, puesta en crisis durante la elección presidencial del 2006. El texto abarca los 7 años posteriores a esa elección (2000), período fundamental para entender la necesidad de transformar al IFE; aunque, poco se explica de las fallas reales de la institución, tal vez porque el libro fue escrito al calor, como su nombre lo indica, de la decepción de aquella supuesta transición democrática, evidenciada en la siguiente elección presidencial del 2006.

El libro se presenta en dos partes. En la primera, «La agenda interna», desfilan diversos eventos que afectaron a la sociedad, agrupados a su vez en tres partes: Inventario del foxismo, corrupción política y AMLO, claves para explicarlo. En la segunda parte, «El entorno externo», revisa la pretendida relación cercana con Estados Unidos que buscó el gobierno foxista y la grosera lejanía con los vecinos del Sur del continente. Cada tema es tratado brevemente, con un estilo breve ensayo periodístico, sin embargo, queda ausente  el análisis a fondo de la democracia.

En el subapartado “2006, prueba de la democracia”, Meyer rebasa el período que estudia para ofrecer las únicas referencias a la crisis de 1988, que derivó dos años después en la primera transformación de los procesos democrático-electorales en México, con la creación del IFE en 1990. Sin embargo, nada de eso es analizado, se da por hecho que la elección constituyó un cambio real: “En el año 2000, y tras una larga lucha, los mexicanos tuvimos, por fin, la oportunidad de ejercer el derecho al voto dentro del esquema de las democracias modernas”.[1] Y poco más adelante: “El grueso de los mexicanos vivió los comicios del 2000 como un suceso histórico —la madre de todas las batallas electorales—, como la lucha entre un impresionante pero carcomido partido de Estado y una robusta oposición democrática”,[2] construyendo aquel momento como de una euforia toral

Ante los sucesos posteriores, la lectura del texto concluye en una afirmación que hoy resulta evidente: la alternancia en el poder no se concretó en una verdadera transición democrática. En breve, Meyer registra muchos de los eventos que concitaron la crisis de la elección presidencial del 2006, pero no analiza las fallas mismas del aparato electoral que lo provocó.

Otro libro, Confianza y cambio político en México: contiendas electorales y el IFE, de Reynaldo Yunuen Ortega Ortiz y María Fernanda Somuano Ventura, es profuso en cifras, además de ofrecer un enfoque desde el punto de vista de la confianza ciudadana en las instituciones políticas. Partiendo de un breve repaso histórico de las elecciones de 1988, los autores concluyen, después de muchas páginas, que “conforme la competencia electoral se hizo más intensa los actores del conflicto, los partidos y los ciudadanos que los forman demandaron más autonomía y una institución capaz de organizar elecciones limpias y más equitativas”.[3] Y de su numeralia concluyen: “Según los datos, podemos afirmar que los procesos electorales se han realizado con más capacidad técnica y con un padrón electoral, aunque perfectible, muy superior al existente antes de 1990”,[4] afirmación basada en que las anomalías por casilla electoral «ya no son la norma».[5]

Peor aún, Ortega y Somuano reconocen que “a partir de 2006 hemos visto deterioro en la confianza de los ciudadanos en el Instituto”[6], pero lo atribuyen fundamentalmente al «desgaste» que provoca «la contienda política misma». Es decir, el órgano electoral (entonces el IFE) es reducido a simple administrador de las elecciones y su papel, reducido a un laxo vigilante del fraude para que éste se mantenga dentro de los límites tolerables, y mantener así “normalizado” el deterioro de la confianza en la institución.

Ya en las conclusiones, el libro alcanza a comentar los alcances de la “próxima” reforma política, que derivaría en la transformación del IFE en INE, y no como los autores sugieren: en «la creación de un nuevo Instituto Nacional Electoral que sustituirá al IFE”[7], con mayores atribuciones, de alcance federal: se trata de «crear un sistema nacional electoral que integrara en el instituto central funciones de organización de las elecciones y de control de los partidos en el ámbito local.» Ante este cambio, Ortega y Somuano recomendaban al nuevo INE concentrarse en tres temas: a) la fiscalización de los recursos de los partidos, b) Vigilar que las actividades de los partidos se desarrollen de acuerdo con la ley y c) La promoción del voto en el extranjero. A la luz de los hechos hasta nuestros días, es evidente que dicho instituto no sólo es inoperante en dichas materias, sino que peor aún, ha empleado dichas atribuciones de manera facciosa.

Ante estos análisis, es evidente el desamparo de las mayorías para afrontar la escalada mediática en el ámbito de una contienda electoral que se libra con un juez que no vela por el proceso electoral. Por ello, cuando AMLO dice que en México no hay democracia, pocos lo entienden, porque la gran mayoría del pueblo no ha tenido, ninguna posibilidad de influir en la toma de decisiones. Así, la democracia que promueve el INE se reduce a su mínima expresión: la emisión del voto; pero, el voto no es democracia, es un hecho, es un acto de democracia, pero no es la democracia. El INE está entonces para defender el modelo antidemocrático basado en lo que la clase política entiende por democracia representativa y que tan bien definiera la priísta Beatriz Paredes: «son los legisladores, en quienes la sociedad delegó su representación, y a través de ellos, son las mayorías las que deciden. La responsabilidad de legislar es, exclusivamente, de ellos».[8]

 

[1] Meyer, Lorenzo. El espejismo democrático: De la euforia del cambio a la continuidad (Con Una Cierta Mirada) (Spanish Edition). Océano. Edición de Kindle.

[2] Ibid.

[3] Ortega Ortiz, Reynaldo Yunuen; Somuano Ventura, María Fernanda. Confianza y cambio político en México: Contiendas electorales y el IFE (Spanish Edition). El Colegio de México, A. C.. Edición de Kindle.

[4] Ibid.

[5] Ibid.

[6] Ibid.

[7] Ibid.

[8] Beatriz Paredes, Foro del 13 de mayo sobre «Principios de la Reforma Energética», organizado por el Senado. junio de 2008). [https://www.senado.gob.mx/64/gaceta_del_senado/documento/16183