Fotografía de la memoria, de Gregorio Valera-Villegas

- Gregorio Valera-Villegas. Fotografía de la memoria. Caracas, Monte Ávila Editores, 2025)
Ismael Hernández
Tengo la fortuna de conocer a Gregorio desde hace un tiempo ya considerable y de haber charlado mucho con él. Por eso puedo comprobar que en él la personalidad y la escritura son perfectamente armónicas: sobrias, sin pirotecnia vana, profundas, coherentes y llenas de humor inteligente.
Fotografía de la memoria contiene catorce relatos que muestran los talentos de su autor: una amplia cultura, una escritura clara, capaz de evocar poderosamente situaciones y sentimientos, una imaginación sorprendente y un espíritu rebelde que no necesita estridencias para afirmarse. Gregorio Valera-Villegas habla con soltura de diversos puntos geográficos y diversas épocas; eso solo puede hacerse sobre la base de un conocimiento profundo de la historia, de la literatura, de la filosofía y, también, de la cultura popular, la cual está muy presente en su libro.
Si bien la literatura es un ejercicio creativo, la creatividad no se ejerce sobre el vacío, no se puede crear algo a partir de la nada. Los escritores tienen como base para la construcción de su obra lo vivido en primera persona, lo visto en la convivencia con personas de diversos contextos y por ello son tan importantes los viajes y las aventuras; pero no menos importante como materia prima es la cultura entendida como el cúmulo de conocimientos con los que se cuenta. Pensemos en Borges, por ejemplo; no era ningún aventurero que haya recorrido los siete mares ni vagado por el mundo, como Hemingway, Jack London y muchos otros, pero tomaba como base su erudición sobre la antigua china, sobre la literatura inglesa o sobre la filosofía de Pascal para crear relatos fascinantes. Para mí Gregorio Valera-Villegas sigue la misma tradición de Borges y con base en su conocimiento de la historia del siglo XX puede entregarnos relatos como “Amor a destiempo” o “Recibida la orden”, bien documentados, bien narrados y llenos también de pasión. Sin embargo, sus conocimientos de historia, de filosofía y de literatura no lo atan a los hechos; en Fotografía de la memoria Gregorio no hace historia, filosofía o sociología, como lo hace en sus libros de ensayo; sino que su conocimiento de esas disciplinas le sirve como base para elevarse con la imaginación y entregarnos narraciones poderosas, sugestivas y placenteras de leer; es decir, verdadera literatura.
Veamos un relato en particular, el primero del libro, que se titula “Palabras sin letras”. Se trata de un hipotético encuentro entre Sócrates y Cantinflas y el diálogo que entablan. Es algo inaudito pero no por ello carece de sentido, por el contrario, nos revela la semejanza oculta entre ambos personajes: ambos son irreverentes, callejeros, rebeldes, desaliñados, despreciados por “la gente de bien” pero, sobre todo, son profundamente sabios y maestros en el dominio del verbo.
Este diálogo entre dos titanes de la retórica es revelador, divertido, interesante y ameno. Justamente, encontrar el parentesco, entre personajes tan distantes y aparentemente distintos solamente lo podía hacer alguien como Gregorio, un conocedor de la historia de la filosofía que, además, es un amante y conocedor del cine mexicano; es decir, alguien de una gran erudición, que conoce por igual la llamada alta cultura y la llamada cultura popular.
Pero, insistimos, Gregorio no solamente cuenta con amplios conocimientos y una poderosa imaginación; también posee las herramientas de un buen narrador. En el cuento del que hablamos empieza describiendo a un hombre que provoca risa, feo, calvo, que gustaba de pasear por la calle y dialogar con la gente que encontraba a su paso. Esa descripción concuerda con la de Sócrates y, como lectores, nos dejamos llevar por esa hipótesis. Sin embargo, en el segundo párrafo nos habla de sus pantalones a punto de caer, de su sombrero de “peladito de barrio”, de la “gabardina”. Entonces uno entiende de inmediato que en realidad habla de cantinflas. Con este engaño, hacernos creer que describe Sócrates cuando en realidad describe a Cantinflas, Gregorio hace visible la enorme semejanza entre ambos. A partir de ese momento quedamos enganchados, ansiosos de seguir leyendo y seguros de que este libro está lleno de sorpresas y de ingenio.
La erudición de la que es poseedor también ayuda a Gregorio a superar el provincianismo de muchos escritores, que viven atados a su contexto inmediato y terminan escribiendo solamente sobre la aldea en la que habitan y sobre las personas que tienen alrededor, con lo que más que cuento o novela terminan entregándonos algo muy parecido a la crónica. Otros intentan remontar las montañas que marcan los límites de su terruño y abordar temas de otros tiempos y otros lugares, pero como carecen de la formación para ello, como no tienen los conocimientos necesarios, terminan escribiendo cosas que no solamente se alejan demasiado de los hechos, lo cual no es delito tratándose de literatura, sino que escriben historias inverosímiles, que no se sostienen, verdaderos disparates donde se mezclan situaciones, personajes y diálogos sin ton ni son y que dejan al lector con la sensación de que le están tomando el pelo. Como ya vimos con el ejemplo del encuentro entre Sócrates y Cantinflas, Gregorio nos plantea situaciones inauditas, cierto, pero no por ello sin sentido.
Sin embargo, Gregorio tampoco cae en ese falso cosmopolitismo de aquellos que en su obra literaria reniegan su lugar de origen y van en búsqueda de lo extranjero, especialmente de lo europeo, pretendiendo así colocarse por encima de sus paisanos. ¡Oh, París, meca de los transculturizados! Gregorio no escribe sobre la Alemania nazi o sobre Argentina para huir de Venezuela o lo venezolano; su patria, la grande y la chica, están muy presentes en su escritura, pero no son un límite. Fotografía de la memoria es un libro de mirada amplia, que conjuga felizmente a Venezuela con el mundo, que va de un filósofo de la antigua Grecia a un vendedor de helados en los Andes venezolanos, con lo cual muestra una vocación verdaderamente universalista o, con palabras más populares, global.
Finalmente, en varios relatos Gregorio deja ver su postura política pero lo hace sin gritar, sin caer en el panfleto y la consigna, sin caer en sensiblerías en las que, lamentablemente, se suele caer cuando se trata de denunciar injusticias o sostener principios. Con elegancia, con inteligencia y con humor, Gregorio cuestiona en un diálogo imaginario a quienes con su canto predican rebeldía pero practican la obsecuencia; nos cuenta las tremendas dificultades, reveses y desengaños que pasa quien pretende promover el amor al prójimo; nos muestra por un lado la pequeñez moral de la vida privada de uno de los grandes tiranos de la historia y, por el otro, hace un relato sobrio de los últimos días del más grande héroe de nuestra era, un tono muy poco común para hablar de él, pero que tiene más fuerza y vida que muchos otros más ruidosos.
No se crea que por su profundidad intelectual estamos ante una escritura fría; todo lo contrario, en ella trasluce empatía con el dolor de los perseguidos, la alegría que viene de un chiste ingenioso, la risa con la situación absurda y cierta nostalgia que impregna todo el texto, como cuando se mira una fotografía vieja que nos recuerda una ausencia: sea de una desaparecida, de la infancia o del pueblo natal perdidos; una fotografía de la memoria.
Por todas estas razones, estoy seguro de que Fotografía de la memoria es uno de los mejores libros que se han escrito en Venezuela en los últimos años; es una muestra de que inteligencia e imaginación, conocimiento y creatividad no están reñidos, sino que son complementarios; una feliz conjunción de ingenio y oficio.
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