Elecciones ecuatorianas 2021: Habrá segunda vuelta, cada voto contará para definir el segundo lugar.
Sofía Lanchimba Velasteguí
Este 7 de febrero se llevaron a cabo las elecciones presidenciales en Ecuador. Las primeras en América Latina en el 2021, en medio de una pandemia. El mapa electoral aún está por definirse en los siguientes días. Apenas tenemos un conteo preliminar que prevé un empate técnico entre el segundo y tercer lugar, el representante de la derecha y el candidato indígena. Cada voto contará en esta definición.
La jornada dejó algunas sorpresas. La más importante, un histórico porcentaje de voto (19,87%)[1] para el partido Pachakutik que contendió con un candidato indígena, Yaku Pérez. El candidato de la derecha con mayor opción de voto, el banquero Guillermo Lasso recibió una votación aún menor que en las elecciones anteriores (19,59%). Andrés Arauz, el candidato del correísmo, pasa a segunda vuelta (32,16%). Ecuador parece seguir las tendencias de la región. Después de los gobiernos de la derecha: Mauricio Macri en Argentina, Jeanine Áñez en Bolivia, Lenin Moreno en Ecuador, las −autodenominadas− izquierdas regresan. Sin embargo, Ecuador tiene sus particularidades.
Desde el 2007 el campo político ecuatoriano ha estado marcado por un binarismo correísmo/anti-correísmo. La crisis de los commodities (2016) y la revuelta popular de octubre de 2019 reconfiguraron los pesos políticos. Rafael Correa dejó el gobierno y el país en 2017, pero su sombra persiste y marca dirección política. Lenin Moreno, su coideario, asumió la presidencia ese año. Un gobierno marcado por una pésima gestión gubernamental, reducción del Estado, contratación de una enorme deuda pública, liberalización del costo de la gasolina (que marca el costo de bienes básicos), implementación de reformas que flexibilizan el régimen laboral y casos de corrupción en medio de la crisis sanitaria. Recordemos que, cuando estalló la pandemia Ecuador se convirtió en el punto cero del horror. En abril del 2019, se viralizaron imágenes de cadáveres en las calles sin que el gobierno diera una respuesta adecuada.
La crisis sanitaria ha profundizado las tendencias que venía viviendo el país durante el gobierno de Lenin Moreno: aumento significativo del desempleo, subempleo y la informalidad. Menos de un tercio de la población económicamente activa (PEA) está en condición de pleno empleo. Los empleos informales constituyen la mayor proporción del total de los empleos (48,6%) frente a los del sector formal (45,9%). Sumada a una significativa reducción del poder adquisitivo. Es decir, mayor pobreza y desigualdad.
En medio de la crisis sanitaria por covid-19, que disminuyó el control en la contratación pública se dieron casos de corrupción en la compra de materiales médicos como mascarillas, pruebas de covid-19 o bolsas para transportar cadáveres.
El 90,85% de la población califica la gestión de Lenin Moreno como mala, según la encuestadora Market. No es el único, la Asamblea Nacional (órgano legislativo) y el poder judicial también tienen una pésima imagen. El 90,60% califica la gestión de la Asamblea Nacional como mala, lo mismo sucede con la justica (82,45%). Los medios de comunicación que marcaron un cerco mediático en la revuelta de octubre y, en medio de la campaña electoral, una práctica servil a los intereses del poder, también, tienen una imagen deplorable. La crisis y el malestar es enorme. El escándalo de políticos vacunándose a sí mismos y a sus familias sin ninguna repercusión, solo alimenta el desprecio por la clase política que no es vista como parte de la solución, sino como parte del problema.
Los resultados, a nivel político, dejaron un escenario volátil con 16 candidaturas presidenciales, el mayor número en la historia del Ecuador. A pesar de la gravedad de la crisis que atraviesa el país, las propuestas de los candidatos fueron poco sólidas. Un mes antes de las elecciones comenzaron a despuntar tres figuras, según la mayoría de las encuestadoras: Andrés Arauz, Guillermo Lasso y Yaku Pérez. Se rompía la binariedad y la polarización, sin embargo, el escenario permanecía abierto por un alto porcentaje de indecisión, entre el 30% y 60%, según distintas encuestadoras.
Guillermo Lasso es el mayor perdedor de la jornada. En su tercera participación en elecciones presidenciales y luego de una multimillonaria campaña, obtuvo un voto menor que en sus anteriores participaciones. En el 2013 obtuvo el 22,68%, en el 2017 obtuvo 28,09% (en primera vuelta). Ahora bordea el 20%. Ni siquiera, la decisión de las derechas de contender en unidad y con un solo candidato, sirvió para atraer el voto. La última vez que el partido socialcristiano, aliado de Lasso, accedió a la presidencia del Ecuador fue con León Febres Cordero (1984-1988). Desde entonces, su líder más visible, Jaime Nebot, exalcalde de Guayaquil hizo de esta su bastión de poder, sin embargo, ha sido incapaz de proyectarse a nivel nacional. En estas elecciones, el voto de la costa no tiene como preferido a Lasso ni al socialcristianismo. Su votación más significativa se concentra en Pichincha (25%) y Guayas (25%).
Andrés Arauz entró a la contienda con una ventaja que no ha logrado superar. El voto duro del correísmo está entre un 20 y un 30% del electorado, él recibió, hasta ahora, el 32%. Es decir, el voto se endosa, pero no crece. Este dato será importante tener en cuenta para la segunda vuelta. Según los resultados preliminares, le fue mal en la Sierra en la que gana Pachakutik. Sin embargo, se compensa por el voto recibido en la Costa, por ejemplo, Manabí (52%), Esmeraldas (43%), Los Ríos (46%) y Guayas (42%). Esta última provincia llama la atención, pues su voto históricamente ha estado ligado a la derecha del partido socialcristiano.
La votación recibida por Yaku Pérez es la gran sorpresa de la jornada y es expresión ineludible de la revuelta popular de octubre de 2019, en la que el movimiento indígena fue un actor central. Su voto se concentra mayoritariamente en la Sierra centro-sur y la Amazonía. Su virtual paso a la segunda vuelta podría complicar en gran medida al correísmo. La votación que recibe Pachakutik con un candidato indígena en una elección presidencial es histórica. Muy lejos del que recibió uno de sus dirigentes históricos, Luis Macas, en el 2006, 2,19% y del recibido por Alberto Acosta en el 2014, 3.26 %, cuando Pachakutik formó parte de la Coordinadora Plurinacional de las izquierdas.
El saldo es más que interesante. El arrastre electoral que tiene Pachakutik confirma al movimiento indígena como un actor político en la escena nacional. La trayectoria ha sido larga. Desde su formación contemporánea a partir de levantamientos y movilizaciones en las calles, durante los noventa contra el neoliberalismo. Pasando por la inspiración e influencia en la Constitución del 2008, entre las que destaca la definición del carácter plurinacional e intercultural del Estado ecuatoriano. Hasta la revuelta más importante (por su intensidad y sus dimensiones nacionales) que ha tenido Ecuador en las últimas décadas.
Con una estrecha disputa entre el segundo y tercer lugar, el desenlace nos pone de los nervios. Si Lasso pasa a segunda vuelta será muy difícil que gane. El voto por Arauz y Pérez representan un anhelo de sosiego en medio de la crisis y el hartazgo de las élites responsables de catástrofes como el feriado bancario (1999) y la continuidad de Lenin Moreno. Ambos son figuras poco conocidas en la política ecuatoriana, lo que les permite presentarse a sí mismos como una renovación. Con Lasso como contendor es más posible que gane Arauz. Significaría el regreso de los progresismos, una segunda oleada, moderada y descafeinada. No obstante, carecerá de la bonanza económica que le permitió una importante inversión pública en la década pasada, una mayoría legislativa que le evite la incomodidad de negociar o el apoyo de las organizaciones sociales que ya conocen la política del correísmo. Desde sus inicios ha tenido una mala relación con las organizaciones del campo popular. De hecho, su predominio político se construyó en detrimento de la autonomía de estas.
Si Yaku Pérez pasa a segunda vuelta, el escenario se complejiza. Sería el movimiento indígena el que señale los límites del progresismo. Ahora, este panorama también tiene sus matices. Si bien la candidatura de Yaku Pérez logra recoger la representación de Octubre de 2019 y del movimiento indígena, no expresa el núcleo de su espíritu. Desde hace varios años, la mayor expresión organizativa del movimiento, la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador), mantiene una compleja relación con Pachakutik. Es erróneo decir que Pachakutik es el brazo político del movimiento indígena cuando, desde su constitución en 1995 fue un espacio más amplio. Los problemas de esa relación fueron evidentes al momento de definir el candidato para estas elecciones. Varios habrían preferido la participación de las bases del movimiento en esta decisión y la presencia de liderazgos más visibles de la revuelta de octubre.
La mejor experiencia de Pachakutik ha sido a nivel territorial, sin embargo, sus alianzas, no siempre alineadas a la izquierda han sido fuente de conflicto. Hay que reconocer que existen varias tendencias al interior del movimiento indígena y que estas no siempre comulgan con la izquierda. Yaku Pérez, impulsado por un profundo anti-correísmo, llamó a votar por el banquero Lasso en las elecciones del 2016 y celebró la salida de Evo Morales del poder en medio de un golpe de Estado. Si bien, Pérez ha enarbolado un discurso en defensa del ambiente, espacio del que proviene, ha manifestado el apoyo a la legalización del aborto (aunque plantea una consulta popular para ello) y dice representar a una izquierda dialogante y no autoritaria, sus propuestas económicas no son muy claras en ese camino (como eliminar el impuesto a la salida de divisas, o exonerar del pago del impuesto a la renta a inversionistas extranjeros).
En resumen, la derecha tradicional está fuera del juego. Si bien el correísmo sigue teniendo protagonismo en la política nacional se ha roto su predominio y ya no será posible su estrategia política de polarización entre “ellos como representación posible de la izquierda, el cambio y la redistribución de la riqueza” y “los otros, las elites económicas y la partidocracia”. La revuelta popular de octubre de 2019, como todo acontecimiento, abre una nueva época en la que otros actores pugnan por redefinir el campo político. Esos actores son múltiples. Después de siglos de exclusión y de intentos por incorporar a la población indígena a través de un proyecto modernizador (en los setenta), pero profundamente desigual que los dejó en situación de miseria, nuevamente el movimiento indígena (con nuevos matices y con distintas tendencias en su interior) disputa un protagonismo, ya no sólo como movimiento social sino como actor en la política institucional.
[1] Resultados obtenidos con el 98,15% de actas procesadas. La actualización de los resultados se puede consultar en la página web https://resultados2021.cne.gob.ec/