El expresionismo de Víctor Humareda

Raúl Soto

1. Víctor Humareda (Lampa, 1920-Lima, 1986), es uno de los pintores peruanos más originales y, paradójicamente, menos valorado por la crítica de mentalidad poscolonial encargada de establecer el canon pictórico de mi país (y que lo sigue haciendo). Me refiero a la crítica emparentada con las galerías limeñas que dominan el mercado pictórico nacional, ese circuito comercial que hasta fines del siglo pasado era raquítico, si lo comparamos con el mexicano, por ejemplo. Un aspecto de la originalidad de Humareda fue crear su propio mercado alternativo de clientes particulares desde los años cincuenta, para así mantener su independencia artística y económica. Humareda tampoco es conocido a nivel internacional gracias a los curadores que no han valorado su obra pictórica adecuadamente, debido a los anteojos de las vanguardias eurocéntricas (o mejor, nord-céntricas,) que llevan como atuendo. Solo una vez representó al Perú en el extranjero. Fue en 1983, en la I Bienal de La Habana. Después de esa fecha, nada. Su obra tampoco ha sido incluida en muestras antológicas a nivel internacional. Por ejemplo, en el año 2004 se organizó en Córdoba, España, la exposición “Pintura peruana contemporánea: siglo XX” y de Humareda, nada. Aunque debo mencionar que la curadora Élida Román le dedica a Humareda ocho líneas en la introducción al catálogo, repitiendo banalidades como: “… un pintor que a sus cualidades artísticas sumaba una personalidad singular, lo que ha contribuido a una difusión masiva de pintura y figura del autor”. Traducción: la vigencia de la obra de Humareda se debe a su personalidad singular (marginal).

A pesar de la crítica poscolonizada, Humareda sigue renaciendo desde sus cenizas como lo demuestra la exposición “Víctor Humareda: Dominar el color/Ver la realidad”, organizada el año pasado por el ICPNA. También, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, mi Alma Mater, ha creado la Sala Víctor Humareda en el Centro Cultural de San Marcos.

El texto que publicamos es parte de la entrevista grabada que le hice a Víctor en el lejano mes de octubre de 1981, en esa Lima que ya se fue y que Humareda pintó para las generaciones venideras. Conservo los dos casetes (mirar Google si es necesario), de una hora cada uno y en la transcripción apenas si he editado las palabras de Humareda. También, interpolo algunas acotaciones para contextualizar la invalorable información proporcionada por Víctor Humareda acerca de su vida y de su obra. La elocuencia y conocimiento de Víctor son evidentes y reflejan el capital cultural adquirido con sus lecturas y asistencia a eventos culturales, como conciertos de música clásica y obras de teatro.

DESDE EL COMIENZO…

Empecé a dibujar con lápices de colores a muy temprana edad y recortaba con tijera papeles de colores. Copié “La escuela de Atenas” de Rafael, en negro, con un lápiz que pude conseguir en Lampa. Después hice una copia de un cuadro de una aguadora con un cántaro y una copia de “Androcles y el león”. Todo eso lo encontré en El tesoro de la juventud que había en la biblioteca de la escuela, en Lampa.

Mi madre primero quería que fuera profesor, después se convenció de mandarme a Lima a estudiar pintura. Yo le decía que quería ser pintor y nada, no se convencía, hasta que me fui por mi propia cuenta a Arequipa. Me escapé, me quise ir a Lima. Mi madre viajó a Arequipa y me trajo a Lampa para que me despida. Tenía 18 años. A fines del 38 llegué a Lima y el 39 un señor Sánchez me llevó a la Escuela de Bellas Artes y me matriculó. Sabogal estaba de director, ya Hernández había muerto. Estuve tres meses nomás, no pude seguir en la escuela. No tenía plata. El 40 tampoco fui, el 41 volví a ir y de ahí hasta el 47, seguido. Este tiempo anduve por todo Lima en distintas ocupaciones y dibujaba a la gente en las calles, en los restaurantes. Lima me ha culturizado mucho. Parece que el pintor y el intelectual tienen que estar en grandes ciudades. A no ser que tenga tanto conocimiento, como en el caso de Gauguin que se fue a Tahití, a una isla, donde hizo su obra genial.

(Lampa es una ciudad pequeña ubicada en el altiplano peruano, a más de 3.800 metros de altura. Si Humareda pudo estudiar es que su familia tuvo los medios suficientes para procurarle una educación, que por esos años solo llegaba hasta el tercero de secundaria en las provincias. En esa época y con ese nivel educativo, Humareda pudo haber sido maestro rural, en cambio eligió ser pintor, con todos los riesgos económicos que conllevaba serlo para un provinciano andino -o serrano, como despectivamente se dice en mi país-. Su madre soltera no lo pudo mantener y desde el principio Víctor tuvo que trabajar para sobrevivir. José Sabogal fue el impulsor -con José Carlos Mariátegui- del movimiento indigenista peruano. En 1945, lo reemplaza Ricardo Grau -formado en la “Escuela de Paris”-, que impone una enseñanza de neto corte eurocentrista, dando primacía al dominio técnico. Entre estos dos polos transcurre el paso de Humareda por la Escuela de Bellas Artes. A Víctor le gustaba afirmar que en la escuela no aprendió nada. En todo caso, la deficiente formación académica es compensada con el dibujo ambulante -también como un medio de supervivencia- y estudiando las reproducciones fotomecánicas de los grandes maestros, ya que los museos limeños eran muy limitados. Es importante señalar la mención de Paul Gauguin –“el salvaje del Perú”, como gustaba llamarse, y nieto de Flora Tristán- uno de los referentes esenciales del trabajo pictórico de Humareda. Arthur C. Danto considera que el “modernismo en arte, en todos sus aspectos, debe ser rastreado a Gauguin”).

Buenos aires y Urruchúa

En Buenos Aires estudié principalmente en el taller de Demetrio Urruchúa, Carlos Calvo 1770, los días viernes por la tarde. Urruchúa enseñaba a ver las cantidades de color, la composición, la armonía, muchas cosas que son necesarias. Lo comprobé cuando vi Gauguin en el Museo de Buenos Aires. Ah, Urruchúa hablaba mucho de las cantidades. Es una serie de leyes que los grandes maestros han hecho, o sea, han resuelto las cantidades de color. También hablaba de la orquestación de la superficie. Un cuadro es una superficie plana… Hay pinturas que son de incorporación, donde todo el todo el cuadro está regido por un solo color, que es una pintura atonal: variaciones de un solo color. En cambio, en uno de contrastes hay pedazo de diferentes colores: variaciones de color, no de tono, no de valores, sino de colores. ¡Es muy profundo! Lo más sorprendente de mi estadía en Buenos Aires fue ver un Gauguin. También vi Gutiérrez Solana, una exposición completa, habría quince o veinte óleos. Y tuve la gran suerte de conocer la colección privada de Santa Marina, donde estaban los impresionistas.

(En 1950, Humareda viaja becado por un año a Buenos Aires, donde asiste a la Escuela Ernesto de la Cárcova. Sin embargo, el encuentro con Urruchúa será decisivo para su carrera artística. El pintor argentino le resuelve diversas interrogantes que no tuvieron respuesta en la Escuela de Bellas Artes de Lima. La enseñanza era impartida a modo de taller: el alumno ponía su cuadro a consideración de todos y cada uno de los participantes daba su opinión. Urruchúa escuchaba callado y solo al final intervenía. Buenos Aires ofrecía productos culturales casi a la par de las capitales europeas y Humareda tuvo, por primera vez, la oportunidad de ver cuadros originales y no simples reproducciones. Pudo apreciar la textura del óleo aplicado sobre la tela, las veladuras o empastes, el uso del color en la superficie. Todo el conocimiento adquirido con Urruchúa se hace tangible. En los museos y galerías bonaerenses ahora podía dibujar y pintar, copiando del original y no de una fotografía. Sin duda, Urruchúa y el español Gutiérrez Solana marcarán lo que vendría a ser el primer periodo del corpus pictórico de Humareda: el periodo terroso, que se prolongará hasta finales de los 1960s. Gauguin, el maestro de los colores luminosos, será un referente para su segundo periodo).

Sabogal, Vinatea Reinoso, Sérvulo…

De la pintura peruana me gustan “Los funerales de Atahualpa” de Montero. Admiro mucho a Vinatea Reinoso, su “Procesión del Señor de los Milagros” y un cuadro del Titicaca con unas balsas y unos cerros. De Sérvulo Gutiérrez me gusta una naturaleza muerta y un retrato de Claudine. Después, quién. Merino, Laso. Algunos cuadros de Sabogal. El indigenismo… algunos decían que tenía influencia de los mejicanos. Pero fue para revalorizar al indio, no superficialmente, no para verlo como tema folclórico, sino era un movimiento pictórico de esa época, de la época de Sabogal.

(Humareda menciona tres hitos de la pintura peruana de la primera mitad del siglo XX. José Sabogal, impulsor del indigenismo pictórica y maestro de generaciones de artistas en la Escuela de Bellas Artes, como profesor desde 1920 y director de 1932 a 1943. Vinatea Reinoso, excelente dibujante como Humareda y pintor de temas populares de estilo personal que muere a los 31 años. Y Sérvulo Gutiérrez: ceramista, escultor y pintor. Sérvulo era autodidacta y propone con su primer gran cuadro “Los Andes” (1943), una salida a la pintura indigenista que para entonces se había oficializado. Su cuadro resuelve plásticamente el habitante andino sin concebir una imagen idealizada: ni hierática ni decorativa. Más bien opta por la representación alegórica basada en los volúmenes, sin duda influenciado por su trabajo como escultor. La mujer inmensa en primer plano parece remecer Los Andes con su desesperación. En los años siguientes, Sérvulo desarrolla un lenguaje expresionista personal acorde con su temperamento extrovertido, explosivo. Trabaja con los rojos, violetas, verdes y amarillos. La violencia con que pinta se manifiesta en los colores sin mezclar, en el empaste nutrido y a veces sus contorsiones cromáticas rozan con un expresionismo abstracto muy particular. Sérvulo comparte los caminos del expresionismo peruano con Humareda, ambos distanciados del expresionismo alemán y cada uno a su modo).

2. La relativa prosperidad económica de principios de los años 50, consecuencia de los altos precios de los minerales debido a la guerra en Corea, crea un mercado para la pintura que va creciendo paulatinamente. La burguesía peruana -una de las más retrogradas de América Latina- empieza a invertir en obras artísticas. Humareda sabe de la limitación del mercado pictórico y además no es parte de la argolla limeña que domina el incipiente circuito de galerías y crea su propio circuito comercial para vender las mercancías que produce. Al mismo tiempo, la modernidad pictórica llega finalmente a Lima y muchos artistas adoptan o copian las variantes del abstraccionismo europeo y estadounidense. No conforman un movimiento plástico homogéneo y en el campo de la figuración tampoco existe uno. Y es que, después del indigenismo, la pintura peruana no ha tenido un movimiento de similar importancia plástica e ideológica.

En este contexto, Víctor Humareda se instala en el mítico Hotel Lima del distrito de La Victoria, en el que vivirá hasta noviembre de 1986, fecha de su muerte. Era el año 1954 y el nuevo hotel ocupaba media manzana en la zona de La Parada, a donde llegaban los comerciantes provincianos con sus productos agrícolas para abastecer Lima, que ahora crecía por la migración interna de las provincias. La burguesía limeña todavía se jactaba de su pasado colonial y de haber contado con la mayor cantidad de títulos nobiliarios durante la colonia. También, de una economía feudal dominada por los terratenientes, que termina con la Reforma Agraria finalmente ejecutada por el Gobierno Revolucionario de las Fuerza Armada en 1969. En este contexto, Humareda comienza a pintar el lado marginal de Lima. Escoge los espacios tugurizados del Rímac y Barrios Altos y realiza una serie de cuadros notables del Cerro San Cosme (ya poblado por la primera gran migración provinciana). También, retrata a los personajes de extramuros que pueblan La Parada: mendigos, prostitutas, locos, ropavejeros, viejas decrépitas debido a la miseria. En este primer periodo de Humareda priman las tierras y los ocres y además guarda afinidad temática con la obra de Gutiérrez Solana. Humareda se interesa en estos temas de su hábitat porque él mismo es un desplazado social. No es un limeño -con toda la carga negativa que esto implica- y prefiere vivir en la periferia, no en el centro tugurizado de la ciudad. Aquí debo precisar que este desplazamiento no tiene nada que ver con la aureola de pintor maldito al estilo romántico perpetuada por la crítica oficial, sino con la discriminación (que en todo el mundo tiene un signo económico, étnico y racial). Frente a ella, el artista afirmó su libertad individual por medio de la autenticidad: a Humareda solo le interesó producir su obra y no escalar socialmente a costa de obsecuencias personales ni concesiones artísticas.

(No) Siempre París

A París viajé en 1966. Hice una exposición en el Peruano Norteamericano y con ese dinero me fui en el vapor Donizetti. Llego a Barcelona a fines de octubre e inmediatamente fui al Museo Picasso. No vi sus óleos, solamente un dibujo de un loco, porque hacían una exposición de Pablo Picasso en el Grand Palais, en París. En Madrid me alojé en la calle Campomanes. La dueña de la pensión me dijo dónde quedaba el Museo del Prado. Estuve todo el día, desde las nueve hasta las cinco de la tarde. Me maravillé ante “Los fusilamientos” de Goya, la pintura negra… “El aquelarre” y los grabados. Vi Velázquez. “Las meninas” están en cuarto con un espejo y vi los bufones. Al día siguiente tomé un avión hasta París. En el Louvre estuve admirado ante “Betsabé” de Rembrandt y “La matanza de Quíos” de Delacroix. París es bellísimo. Visité el museo d’Orsay donde vi “El caballo blanco” de Gauguin y una catedral a distintas horas de Claude Monet, que son las variaciones de la luz. Ah, el más impresionante de todos, Manet. Victorine Meurent posó para él…la “Olympia” de Manet.

Muy caro era París para mí, pero muy hermoso. No pude ir al teatro ni a los conciertos, ni donde las chicas. Yo dibujaba para entenderme con la gente. En París había dos exposiciones: Vermeer y Picasso, a ninguna pude ir. París es inmenso y yo estaba con el problema de venirme. Es una cosa bien angustiosa estar en un país extranjero y no saber el idioma, ni tener plata.

(El viaje a París le sirve para reafirmar la temática que caracteriza el segundo periodo de Humareda: arlequines, desnudos, caballos y escenas de burdel. Los personajes marginales van quedando de lado, así como el uso de las tierras. Su paleta gana en colorido hasta lograr una intensidad cromática expresionista muy propia y que traduce el temperamento sensual de Humareda. El empaste deja paso a las veladuras y las porciones puras de amarillos, naranjas y azules agregan intensidad al lienzo).

El dominio del color

Dominar el color es un norte en mi vida, es un faro, como guía a un puerto. Domina el color Tiziano, domina el color Goya, domina el color van Gogh, domina el color Velázquez. Cada uno domina el color dentro de lo que son, de su espíritu. Sin dominio del color no hay pintura y la pintura no es solo color: es forma, es armonía, es composición, es dibujo y también es realidad. Pero es una realidad que tengo que sentirla, una realidad que tiene que gustarme. Es escoger un tema y este tema tiene que coincidir con mi estado de ánimo, con mi manera de pensar. Pongo colores puros en mis cuadros para que no haya monotonía. Si todos los colores se combinan hay una tremenda monotonía, si todo se pone puro también hay monotonía. Entonces tiene que ser entre combinados y puros, o muy poco mezclados para que haya belleza. Yo creo que se escoge ya un chisguete determinado. El acto de pintar no es pasión sino matemática. Las mezclas casi no son la parte espiritual, es de orden técnico. Se tiene que ser exacto en las mezclas. Incluso empleando el blanco tiene que ser exacto, matemático: mucho blanco, muy poco o nada.

(Humareda literalmente vivía, soñaba y respiraba colores. Y su oficio de pintor lo ejerció hasta pocos días antes de morir. Dibujar y pintar eran parte de su sustento diario. Humareda es uno de los pocos maestros del color de la pintura peruana. Además es un dibujante excepcional, motivo de todo un estudio aparte)

Arte y política

Una vez le preguntaron a O’Neill si podía dramatizar la lucha de clases y O’Neill dijo que la política y el arte no andaban juntos. Es lo que él respondió. Yo diría, por ejemplo, cuando Don Francisco de Goya hizo el cuadro “Los fusilamientos del 3 de mayo”, con su gran conocimiento y su gran espíritu reflejó la invasión napoleónica a España. Según dicen lo hizo para que la humanidad no sea tan cruel, pero la humanidad sigue siendo cruel. Goya refleja en el cuadro su gran conocimiento en la composición, en el color, para encontrar lo dramático. El farol reflejando a un hombre cetrino, que esta con los brazos abiertos, de rodillas, y a los demás. Todo el movimiento lo ha dado en las víctimas españolas que están en diferentes movimientos; de desesperación, de angustia. En cambio, los franceses están monótonamente, hay una cosa monótona. Casi se repite la misma posición, se repiten las mismas formas a propósito, para crear monotonía.

Si un pintor tiene mucho conocimiento -si es pintor y gran conocedor de la pintura- no va a hacer cuadros políticos y los va a hacer. Parece una calle en dos sentidos, van los carros y vienen. No sé cuándo entra el pintor y cuándo entra el político, no sé. Si no hay conocimiento no puede haber cuadro político, si no hay conocimiento del pintor, no hay nada. Pinté “El mitin”, “El toque de queda”, “La noche de los generales” y otros cuadros para expresar un estado, un momento donde vivo, un estado de angustia. Yo reflejo mis estados de angustias, con la misma emoción que sintió Goya cuando la invasión napoleónica. Yo tengo más de Goya que de los expresionistas alemanes.

(Humareda plantea la disyuntiva dialéctica de la conexión entre el arte y la política y la resuelve con los cuadros que pinta en la fase final de la dictadura militar de Morales Bermúdez. Después de diez años de dictadura militar, el proletariado y la izquierda peruana comienzan a movilizarse. Esta resistencia política alcanza el clímax en el histórico paro nacional del 19 de julio de 1979, catalizador de la convocatoria a la Asamblea Constituyente, donde la izquierda peruana tiene una importante participación. Humareda angustiado -como buen lector de Sartre que era- e indignado por la represión militar retoma los colores tierras y ocres para pintar sus cuadros de temas políticos. En el año histórico de 1979, Humareda también produce cinco litografías de la serie “Los tribunales”, gran ejemplo de su maestría en el dibujo y la composición.

Es importante precisar que Humareda se distancia del expresionismo histórico, representado por los expresionistas alemanes. Y no menciona para nada el expresionismo abstracto europeo y norteamericano de los años 50, que gana adeptos en Lima por esos años. En algunos cuadros del segundo periodo humarediano, podemos observar la preeminencia de porciones de color sobre la representación figurativa y este sentido hay una convergencia -aunque cada uno a su manera- con el periodo postrero de Sérvulo Gutiérrez. Casi rozan con la abstracción, aunque ambos de forma bastante original y distanciados del conceptualismo vacuo de algunos pintores abstractos coetáneos).

“Yo no soy expresionista”

Claro, los colores expresan sentimientos. Eso ya no es dominio del color. Eso es lo que no me pudo enseñar Urruchúa, el espíritu atormentado lo tengo yo. Así he nacido o así me hace el mundo, los demás, y mi continua búsqueda de la belleza. La parte técnica la puedo aprender. Tiziano es nacido en otra época con un gran espíritu y paralelo a ese gran espíritu, un gran conocimiento. Ahí el pasado se hace presente, en el sentido del oficio. Sartre ya lo dijo: “el pasado se hace presente”. Entonces, ese conocimiento tengo que ponerlo en mis cuadros. Los expresionistas buscan plasmar sus sentimientos deformando la realidad. Dándole mucho más color, exagerando las formas, acentuando el carácter de los personajes. Yo no busco ser expresionista, ni he pretendido serlo. Es una manera de mirar de los críticos, pero no, no me han retratado, no han dado conmigo.   

3. Como diría Baudelaire, los críticos también somos hipócritas, “hipócrita lector”. Y Humareda es claro: no lo hemos retratado, no hemos dado con él. Quizás debido a nuestros prejuicios conceptuales, desinformación o por caer en la apología fácil y anecdótica. Humareda encuentra su lenguaje expresionista gracias a la obra pictórica de Gutiérrez Solana, que nos remite a las pinturas negras de Goya: obras consideradas precursoras del expresionismo, a secas. Humareda lo afirma conscientemente: “Yo tengo más de Goya que de los expresionistas alemanes”. Y es que el pintor peruano encuentra el expresionismo grafico inherente a la realidad de Nuestra América y revela nuestra condición humana, la del habitante de la periferia: sea peruano o latinoamericano. Si el expresionismo alemán de principios del siglo XX elabora una visión interiorizada y existencial propia de los países capitalistas, nuestro expresionismo indaga el dolor, la angustia, el sufrimiento, la miseria y la muerte derivados de las contradicciones sociales de las economías periféricas. El sufrimiento es más visceral, más carnal, más palpable. Sin duda, la miseria económica envilece y produce imágenes grotescas, cargadas de violencia. Como ya hemos dicho, este periodo atonal se caracteriza por las veladuras y los colores tierras y ocres. Y mayormente plasma la Lima marginal. En el segundo periodo, el de los colores luminosos, los arlequines y desnudos le sirven de pretexto para “hacer color” (Humareda dixit). La orgía de rojos, amarillos, violetas y verdes diluyen las líneas que delimitan lo figurativo.

Para terminar y parafraseando a Hal Foster, Humareda tomó una posición como artista y lo hizo de tal manera que logró juntar en su obra lo estético, lo cognitivo y lo crítico en una constelación precisa.