De cuatro contrincantes (o ese azul no es el nuestro)

De cuatro contrincantes (o ese azul no es el nuestro)

José Carlos Sanchéz-Lara

(miniatura I)

Entonces ¿la diferencia de poetas como Char y Vallejo con respecto a Eliot y Borges, radicaría quizás en su temeridad, en el arrojo del lenguaje y la inmanencia de un mecanismo automático de observación poética, por sobre el equilibrio de un sistema de engranaje verbal, de una elaboración?

“Los observadores y los soñadores”

Antes de reunirse con los nómadas

Los seductores encienden las columnas de petróleo

Para dramatizar sus cosechas

Mañana empezarán los trabajos poéticos

Precedidos del ciclo de la muerte voluntaria

El reino de la obscuridad ha hundido la razón

el diamante en la mina

Madres enamoradas de los mecenas del último suspiro

Madres excesivas

Siempre cavando el corazón macizo

Sobre ustedes pasará indefinidamente el calosfrío de

helechos de los muslos de bálsamo

Las conquistarán

Se acostarán

Solos en las ventanas de los ríos

Los grandes rostros iluminados

Sueñan que nada es perecedero

En su paisaje carnívoro. (1)

                                               (Char)

“La Figlia Che Piange”

                                                                        O quam te memorem virgo…

Descansa en la meseta superior de la escalera—

Recuesta el cuerpo en una urna del jardín—

Trenza, trenza con rayos de sol tu pelo-

Estrecha contra ti tus flores con sentida sorpresa—

Arrójalas al suelo y vuelve el rostro

Con un resentimiento efímero en los ojos:

Mas trenza, trenza con rayos de sol tu pelo.

Así yo habría visto que él se marchara,

Así habría deseado que él se quedara y se afligiera;

Así se habría ido él

Tal como deja el alma al cuerpo deshecho y lacerado,

Tal como el alma deja al cuerpo que vistiera.

Yo habría encontrado

Una manera diestra y hábil como ninguna,

Una manera que nosotros dos comprenderíamos,

Sencilla y falsa como una sonrisa y un apretón de manos.

Ella volvió la cara, mas con el tiempo de otoño,

De mi imaginación fue la dueña por muchos días,

Por muchos días y muchas horas:

Su cabello en mis brazos y sus brazos colmados de flores.

Y me pregunto: ¿cómo habrían estado los dos juntos?

Yo habría perdido un gesto, un ademán.

Estas meditaciones todavía me mueven a asombro

En la inquieta medianoche o en la calma del mediodía. (2)

                                                                                                         (Eliot)

Lo cierto es que, ante estas poéticas el lector se enfrenta a dos espesores diversos. El de la construcción de una exactitud; el de la bolsa plasmática que estalla contra un muro blanco.

“V”

Grupo dicotiledón. Oberturan

desde él petreles, propensiones de trinidad,

finales que comienzan, ohs de ayes

creyérase avaloriados de heterogeneidad.

¡Grupo de los dos cotiledones!

A ver. Aquello sea sin ser más.

A ver. No trascienda hacia afuera,

y piense en són de no ser escuchado,

y crome y no sea visto.

Y no glise en el gran colapso.

La creada voz rebélase y no quiere

ser malla, ni amor.

Los novios sean novios en eternidad.

Pues no deis 1, que resonará al infinito.

Y no deis 0, que callará tánto,

hasta despertar y poner de pie al 1.

Ah grupo bicardiaco.   (3)

                                            (Vallejo)

Aunque paradójicamente el propósito es idéntico, no lo es el resultado. Una vez más y como siempre, consiste en el lenguaje.

Los segundos lo contienen y en esa contención le dotan de un significado que es ante todo hiperestético, una expresión del «buen arte de escribir». Al exprimirle, obtienen de aquel un súmmum filosófico, un movimiento poético que no es sin el pensar.

“Heráclito”

Heráclito camina por la tarde

De Éfeso. La tarde lo ha dejado,

Sin que su voluntad lo decidiera,

En la margen de un río silencioso

Cuyo destino y cuyo nombre ignora.

Hay un Jano de piedra y unos álamos

Se mira en el espejo fugitivo

Y descubre y trabaja la sentencia

Que las generaciones de los hombres

No dejarán caer. Su voz declara:

Nadie baja dos veces a las aguas

Del mismo río. Se detiene. Siente

Con el asombro de un horror sagrado

Que él también es un río y una fuga.

Quiere recuperar esa mañana

Y su noche y la víspera. No puede.

Repite la sentencia. La ve impresa

En futuros y claros caracteres

En una de las páginas de Burnet.

Heráclito no sabe griego. Jano,

Dios de las puertas, es un dios latino.

Heráclito no tiene ayer ni ahora.

Es un mero artificio que ha soñado

Un hombre gris a orillas del Red Cedar,

Un hombre que entreteje endecasílabos

Para no pensar tanto en Buenos Aires

Y en los rostros queridos. Uno falta. (4)

                                                               (Borges)

Los primeros, al exprimirlos, lo desbordan, pero de significado viviente. De urgencia. Designan por la frotación, y, tras su calentamiento, por la dinamitación (sic) de los vocablos. El estallido es pavoroso y desarticula ora el castellano, ora el francés, como ombligos madres.

“Ese azul no es el nuestro”

Orión en tauro

Nos hallábamos en el minuto de la última distinción. Fue necesario repatriar el cuchillo y el encarnado analógico.

Pocos supieron mirar la tierra en la que vivían y tutearla bajando los ojos. Tierra de olvido, tierra próxima, de las que nos enamoramos con horror.

Y el horror pasó…

Para cada uno su reloj de arena a fin de terminar con el reloj de arena.

Continuar a transcurrir en el enceguecimiento.

Aquel que entrega el mensaje no tendrá identidad. No será el opresor.

¿Modelar en el apocalipsis, no es lo que hacemos cada noche sobre un rostro encarnizado en morir?

Un utensilio cuya mano privada de memoria descubriera a cada instante el beneficio, no envejecería, conservaría intacta la mano.

Entonces desaparecieron en la bruma los hombres del pillaje. (5)

                                                                                         (Char)

Los segundos, a su vez, ¿dependen, están atados a su significación más que al roce del lenguaje, de aquello que al frotar contra sí-mismo electrifica, produce el rayo-raro del poema?

“Marina”

Qué mares qué playas qué rocas grises y qué islas

Qué agua lamiendo la proa

Y aroma de pino y el tordo cantando a través de la bruma

Qué imágenes regresan

Oh hija mía.

Quienes afilan los dientes del perro, queriendo

Muerte

Quienes resplandecen con la gloria del colibrí, queriendo

Muerte

Quienes se sientan en la pocilga de la satisfacción, queriendo

Muerte

Quienes sufren el éxtasis de los animales, queriendo

Muerte

Se han vuelto insustanciales, reducidos por un viento,

Un soplo de pino, y la bruma que canta espontánea

Por esta gracia disuelta en su lugar

¿Qué es este rostro, menos claro y más claro,

El pulso en el brazo, menos fuerte y más fuerte

Dado o prestado? Más distante que estrellas y más cerca que el ojo.

Susurros y sonrisitas entre hojas y pies apresurándose

Bajo el sueño, donde se juntan todas las aguas.

Bauprés rajado por hielo y pintura rajada por el calor.

Yo hice esto, lo he olvidado

Y recuerdo.

El aparejo débil y el velamen podrido

Entre un junio y otro septiembre.

Hice esto desconociendo, semiconsciente, desconocido, lo mío.

La hilada de aparadura hace agua, las costuras necesitan calafateo.

Esta forma. este rostro, esta vida, a mi palabra por la que no está dicha,

Por quien despierta, los labios separados, la esperanza, los barcos nuevos.

Qué islas qué playas qué islas graníticas hacia mis cuadernas

Y el tordo que llama a través de la bruma

Hija mía (6)

                                                           (Eliot)

Las necesidades difieren y esto modifica, de algún modo, sus funciones, y, asimismo, lo que atestiguan sus lectores.

Nada de esto afecta su verosimilitud. Gran parte de la poesía más moderna está apoyada sobre estas cuatro columnas, sin las cuales (pareciera que) nada hay.

Sin embargo, sí impacta en el receptor, incluso en la formación de cierta predilección o particularidad; de aquello que de manera general (y sin acudir a escritos teóricos ni experiencias historiográficas) podría llamarse “gusto”, afinidad estética.

Notas

(1) “Los observadores y los soñadores”, René Char, Colección UNAM, Selección, traducción y nota introductoria Dante Medina, D.F., México, 2013, p.14.

(2) “La Figlia Che Piange”, T.S. Eliot, Poesía Completa T. S. Eliot, traducción y prólogo de Fernando Vargas, Editora Universitaria UASD, Santo Domingo, República dominicana, 1989, p.49.

(3) “V”, Cesar Vallejo, en Trilce, Cesar Vallejo, Obra poética completa, introducción de Américo Ferrari, Alianza editorial, 2006, p. 122.

(4) “Heráclito”, Jorge Luis Borges, de La moneda de hierro, en Obra poética (1923-1977), Alianza tres/Emecé editores, Madrid, 1981, p.502.

(5) “Ese azul no es el nuestro”, René Char, Poesías de René Char, traducción: Luis Alberto Crespo, colección Breves No. 24, Fundarte, impreso por Editorial Arte Caracas, Venezuela, 1980, p. 11.

(6) “Marina”, T.S. Eliot, opus.cit., pp.127-128.