Cristo, el poeta de los cielos merodeo por Río de Janeiro y su más famoso paisaje urbano [i]

Juan Schulz
No hagas tesoros en la tierra donde la polilla y el orín corrompen, hazlos en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen.
Jesús, según el evangelio de Mateo.
Nunca imaginé que me fuera a interesar el Cristo del Corcovado. Pero mi primera mañana en Río de Janeiro, caminando por Botafogo, de pronto giré en una calle y apareció a lo lejos sobre un monte agudo y verde, y sentí una emoción grande como una bella sorpresa. Una emoción quizá parecida al momento cuando se alcanzan a ver los volcanes nevados en la Ciudad de México. Y en el mes que llevo acá no he podido dejar de verlo, desde la cama de mi primer hospedaje alcanzaba a ver su brazo derecho iluminado, y desde las playas a veces le doy la espalda al mar para verlo y pienso que me he convertido en una suerte de cristiano, un cristiano de emoción si se quiere, pero devoto del poeta.
Las palabras profeta y poeta guardan una cercanía sonora; su origen griego las hermana, su significante las entrelaza. El poeta y el profeta comparten el uso atípico de la palabra como fundamento de oficio. Los poetas, muchas veces, tienen tics de profetas y el éxito de los profetas depende de ciertos dotes de poeta. Cristo, lejos de la excepción, es la síntesis de ambos oficios.
El mejor Jesús, para mí, es el de antes del éxito. Me aburre cuando empieza a repartir milagros a diestra y siniestra o cuando empieza a cacarear su futuro como un adivino. Pero cuando usa la palabra y se vuelve un derrochador de metáforas, un artesano de la parábola, me parece audaz y logra con imágenes significativas una poesía moral de grandes momentos.
No hay poeta sin trauma; el más punzante en Cristo quizás tenga que ver con los fariseos, los que lo hacen inquebrantable crítico de las costumbres. La enjundia que tiene para deshacer entuertos y revelar a los hipócritas contrasta con esa suerte de vanidad de elegido que a veces lo vuelve un personaje atractivo y otras le deja cierto aire arrogante.
El Jesús de Río de Janeiro se olvidó de ser severo. Sin crucifijo, abre los brazos con las manos hacia el cielo como quien sabe agradecer las lluvias. Lejos de los chantajes, el Cristo modernista se relaja y no habla. Poeta en voto de silencio, ni vuela ni parece estar anclado a la tierra. Lo que sí percibo es que tiene buena relación con las nubes, con las cuales, sobra decir, alcanza una de sus más sublimes presencias, cuando algunas tardes arreboladas —o grises— los cielos se abren para que emerja con el ojo alegre y vea al pueblo bailando a sus pies.
Interpretaciones alternas a la de los conservadores han querido hacer de Jesucristo un libertador, un revolucionario; contribuciones significativas para quitarle un poco de drama al amante de nuestras abuelas y disputar su imaginario. Pero al leer las escrituras de los apóstoles, apenas percibo la estela de un personaje con carisma y sensibilidad para los achaques del pueblo. Cristo quizá sea un populista en el mejor y en el peor de los sentidos. Un reformista de las doctrinas de su época y una especie de tahúr que se aferra a la fe. La ambigüedad de su personaje es lo que lo sigue haciendo tan atractivo.
Lo que me descoloca es la repercusión de Cristo como figura moral. Por ejemplo, las clases acomodadas, por lo menos en países latinoamericanos, son expertas en alardear su adición a la religión católica. Pero Jesús, según Mateo, dijo: “De cierto les digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Les digo que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja que meter a un rico en el reino de los cielos”. Entonces, ¿cómo es que llegan los ricos a presumirse fanáticos de alguien que no les tiene aprecio? Y son fabulosas las embestidas de Jesús contra los hipócritas por hacer oraciones en público para ser vistos. ¿La faramalla de las iglesias no suele ser lo opuesto a las palabras de Jesús? No tengo intención de señalarlos. Merodeo en el desconcierto ante lo fantástico: ¿cómo la historia de un enfadado poeta llega a propagarse con tal fuerza a través de los siglos? Las aventuras que relatan los evangelistas no son más brillantes que las de Las mil y una noches, por mencionar sólo una complicación; ¿la potencia de sus enseñanzas tiene el calibre de las de Sócrates? La poesía de Cristo alcanza bellos momentos, pero no dejo de preguntarme: ¿dónde se esconde la verdadera grandeza del nazareno?
El Cristo carioca se encuentra en una de las cimas de la reserva de Tijuca, entre cascadas, monos y tucanes. Para visitar a Jesús me preparé. Las alturas y yo a veces no nos llevamos bien. Gradualmente he ido subiendo morros para llegar calibrado a las alturas. Ya arriba, la mañana nublada se despejó un poco para que tuviera una panorámica del lago, Ipanema, Leblon, y me tranquilizara el hecho de que podía estar ahí, pero cuando quise subir al frente de Cristo no pude: mi cabeza se llenó de pensamientos rapidísimos, todo lo visible lo quería analizar de mil maneras y se puso en modo susceptible a imaginar catástrofes: un instante es un terremoto, otro una punzada en el pecho con falta de aire; una catarata de imágenes me replegaron al muro como un alucinado y sólo pude ver desde mi derrota la cola de Cristo.
Poco importa la anécdota, Cristo, como buen poeta, quizá sea mejor tenerlo lejos que cerca. Allá en las alturas parece estar bien, mirando a los que aprendieron a pecar con amor y escuchando las bellas canciones que le cantan. El bienaventurado parece como si hubiera renunciado a los más vulnerables a cambio de su bienestar. Poco importa, en la floresta de Tijuca pasarán las décadas, se extinguirán senderos y él seguirá siendo el más grande.
Dios sabrá por qué.
[i] Publicado originalmente en Altura desprendida, 20/07/2025, https://desprendida.com/2025/07/20/juan-schulz-rio-de-janeiro-cristo-de-corcovado-brasil/?fbclid=IwY2xjawLsxIZleHRuA2FlbQIxMQBicmlkETFKN1ppeWd1THBQWUlsMUhGAR4sDihMMuUwL1N1O1MIgrILfV9wVto5mCLf12cUFRaTs32tPgQLi_JBGz57Vg_aem_tMreu0XEFPaiwhB-CQFjug