Bruno Portuguez: retratos 2.0

Raúl Soto

1. En 1987, Arthur C. Danto escribe en la revista neoyorquina The Nation sobre las exposiciones de John Singer Sargent y Oscar Kokoschka, diferenciando dos concepciones del retrato. Por un lado, la reproducción exacta, que copia el semblante del modelo. Por el otro, la representación del sujeto, que también revela rasgos profundos de su persona. El verbo retratar tiene una etimología latina: retractāre significa retocar, revisar, corregir. Entonces, y siguiendo al filósofo y crítico estadounidense, los retratos pintados por Sargent en Inglaterra reproducen y retocan a sus patrones burgueses: es como si posaran en frente del espejo poniendo la mejor cara, dice Danto. En cambio, el Kokoschka de la Viena de 1900 re-visa a sus modelos —los vuelve a ver— para extraer su yo interior y, al mismo tiempo, para romper los moldes clásicos del retrato. Daniel Hernández —contemporáneo de Sargent y retratista de la incipiente burguesía peruana— se alinea con la tendencia que pinta réplicas del modelo. Ese no es el caso de José Sabogal, Sérvulo Gutiérrez o Bruno Portuguez, pertenecientes a la estirpe conformada por Velázquez, Gauguin, van Gogh, Picasso, Kokoschka y Kahlo: cada cual aportando lo suyo a la innovación del arte de retratar.

Bruno Portuguez es el mejor retratista peruano actual y no exagero. Tampoco lo digo por nuestra amistad de muchos años. La publicación de Retratos de viento y fuego IV (2024), lo instaura como tal y como un artista en plena madurez. Los tomos anteriores fueron publicados el 2011, 2015 y 2019, respectivamente. Y los cuatro han sido pulcramente editados, reuniendo 600 retratos: una cantidad notable producida en poco más de una década. No obstante, Portuguez consigue el balance entre la calidad del dibujo, la composición precisa y el dominio del color, a lo que suma su mirada inquisitiva para extraer y revelar la personalidad del sujeto representado. O sea, amplitud y profundidad conjugan con intensidad y altura (gracias, Vallejo). Además, Portuguez es un excelente pintor de paisajes y escenas de nuestra realidad cotidiana y, sin duda, uno de los referentes del expresionismo peruano actual.

2. Ahora retrocedamos a octubre de 1986, pero a la Lima políticamente turbulenta de esa época. En una entrevista a David Herskovitz —publicada en la revista Cambio—le pregunté si era pertinente hablar de un expresionismo inherente a Nuestra América. Sin dudar un segundo el pintor peruano —sí, peruano de origen estadounidense— confirmó mi conjetura. Herskovitz mencionó como ejemplos las cabezas clavas y el lanzón de la cultura Chavín. También a los muralistas mexicanos, resaltando su preferencia por Orozco y precisando: «Inclusive Rivera, que era más realista». La crítica internacional reciente concuerda que el lenguaje expresionista puede encontrarse en diversas culturas y en distintos periodos históricos. En el caso peruano, la distorsión figurativa y las estilizaciones en la producción artística de diversas culturas precolombinas confieren particularidades expresionistas a su cerámica, esculturas y textiles: los huacos retratos Moche, por ejemplo. Siguiendo con la entrevista, luego Herskovitz menciona a dos de los pilares del expresionismo peruano: Sérvulo Gutiérrez y Víctor Humareda. Herskovitz es sin duda el tercer pilar. Hoy el lenguaje expresionista —polifacético y heterogéneo— domina el multiverso pictórico, tanto en el Sur como en el Norte Global. El Perú no es la excepción. Por ejemplo, el influjo del estilo postrero de Sérvulo que va de 1954 hasta su muerte —el de los paisajes iqueños y los Cristos de 1960-1961— se prolonga en la joven artista Inés Wiese. En su muestra reciente, «Volver a tierras niñas», apreciamos el cuadro de técnica mixta «María», donde una figura fantasmal emerge entre líneas tortuosas y colores enmarañados que se multiplican ante nuestros ojos, similar a la producción pictórica del último Sérvulo. El expresionismo visceral de Herskovitz de alguna manera está presente en «De los pies sus voces» (junio-julio 2025), la exposición de Nuria Cano Erazo ((¿o también es el influjo de la británica Jenny Saville en sus retratos?). Enrique Polanco, por su lado, practica un expresionismo simbólico. Tiene como referente el cromatismo de su maestro Humareda, así como la temática urbana del centro histórico de Lima. Humareda —pintor de pintores— ejerce un magisterio indudable sobre varios artistas de las generaciones recientes. Uno de sus epígonos es Alfredo Alcalde, quien con cierto manierismo aspira a lo lírico usando las técnicas pictóricas de su maestro.

Portuguez transita su propia senda expresionista anclado en el realismo. Su temática recorre la cotidianidad de la inmensa mayoría tratando de sobrevivir y su dominio de una amplia gama de colores es evidente. Portuguez rechaza las técnicas digitales de composición y de la aplicación del color. A lo largo de su carrera ha hecho suyo el principio humarediano: «dominar el color», a lo que debo agregar: dominar el dibujo. Ambos, Humareda y Portuguez, son eximios dibujantes.

3. Bruno Portuguez se interesa por el retrato desde los inicios de su carrera artística, durante la convulsionada década de 1980. Nuestra amistad ya se había consolidado y en 1983 empezó a tomar apuntes al carboncillo para hacerme un retrato. Bruno siempre ha sido generoso para compartir su trabajo artístico y recuerdo claramente los días cuando posaba en su cuarto-taller del jirón Puno. Bruno usa la perspectiva de tres cuartos en la composición de mi retrato: estoy mirando al espectador desde la izquierda. La luz se proyecta de arriba hacia abajo, irradiada en el rostro por ligeras pinceladas amarillas que balancean las tierras y los ocres dominantes. Un toque preciso de bermellón en el labio inferior equilibra los colores mencionados y el rictus sugiere algo más sobre mí. La intensidad de mi mirada inquisitiva expone la carga de incertidumbre que vivíamos en ese tiempo. El rostro está delimitado por líneas quebradas —una marca registrada Portuguez— que el artista perfeccionará en su producción pictórica ulterior. La luz se posa directamente sobre el cuello de mi camisa jaspeada con amarillos y verdes tenues, compuesta con trazos geométricos: otra particularidad del pintor chorrillano. Bruno usa amarillos intensos —también veteados por líneas verticales verdosas— para enmarcar mi rostro: un adelanto del enriquecimiento de su paleta, evidente en los Retratos de viento y fuego, donde de acuerdo con la persona representada despliega la riqueza cromática adquirida. Es decir, de alguna manera los colores contribuyen a exponer los rasgos personales y la interioridad del modelo.

En el tomo IV de Retratos de viento y fuego, Portuguez abandona el fondo monocromático y divide el segundo plano en dos porciones de diferentes colores. De esa manera encuadra perfectamente el rostro representado: ahora usando líneas quebradas y formas geométricas bastante acentuadas. Sumado a esto, la aplicación geométrica de trozos de colores con texturas como el grano de la madera —resultado del empaste y el uso de la espátula— contribuyen a lograr un balance pictórico envidiable. Portuguez, siguiendo su propio camino, continúa y renueva el signo expresionista del trabajo cromático de Sérvulo, Humareda y Herskovitz. Otro aporte de Portuguez al arte del retrato consiste en delimitar el lado oscuro del rostro con porciones de cerúleo, principalmente. Su paleta se ha enriquecido e iluminado como lo demuestran los retratos de Rita Puma (2021), César Vallejo (2022) y Rosa del Carpio (2021), entre muchos. Un ejemplo notable de la maestría alcanzada por Portuguez es el retrato de la poeta africana Phillis Wheatley (2023). La esclava emancipada mira al espectador de frente, serena, pero desafiante. Su rostro y cuello irradian una profusión de azules, negros y morados con mínimos toques de blanco. Los colores del rostro se proyectan al pañuelo que envuelve la cabeza donde destaca el blanco, fraccionado por flores rojas desperdigadas y jaspes ligeros de cerúleo y verde. Aquí estamos frente a una especie de claroscuro 2.0, tanto por el manejo de la luz como de los colores.

4. Portuguez ejerce una ideología autoral definida al escoger a sus modelos y por rechazar la temática excluyente del culto de los héroes y de los personajes famosos. Gracias a su pasión por la lectura incluye a personas ignoradas por el canon de la historiografía oficial peruana. La sección final del libro —«Reseñas»— incluye fotos pequeñas de los retratos e información biográfica de mucha utilidad para los lectores. Por ejemplo, he aprendido que Rita Puma fue ajusticiada durante el gobierno de Leguía por liderar una rebelión aymara en 1924. Muchos de los retratados carecen de un registro gráfico y Portuguez —lector ávido— ha reconstruido una imagen distintiva usando información histórica. En otros casos ha usado fotografías icónicas, pero dinamizando las imágenes planas. El medio preferido por el pintor es el óleo sobre lienzo, un vehículo adecuado para enfatizar el expresionismo particular de sus trazos y colores. No podemos dejar de destacar la calidad de la edición Retratos de viento y fuego. Gracias al formato en folio, papel cuché y tintas de primera calidad el lector puede apreciar y disfrutar de las imágenes. La supervisión artística de los libros ha sido trabajo del equipo familiar de Bruno: su esposa, la pintora Fanny Palacios Izquierdo, y sus hijos Urpi y Vladimir. Ellos han contado con el apoyo profesional de la Asociación Fondo de Investigadores y Editores, responsables del excelente diseño. Y la impresión a cargo de Lumbreras Editores es impecable.

Bruno Portuguez incluye en Retratos de viento y fuego IV una obra de su exposición «Rostros del Bicentenario» del 2021. «La gesta heroica de Túpac Amaru y Micaela Bastidas» es un cuadro monumental de 2 m. por 1.80 m. Monumental no solo por las dimensiones sino también por la composición y, sin duda, la experiencia de Portuguez como muralista ha jugado un papel importante. El espectador sigue la perspectiva que se dirige de la parte inferior a la superior, hacia la pareja de revolucionarios, quienes se proyectan en el primer plano hacia una franja luminosa del cielo amarillo. Se encuentran en plena marcha en medio de los Andes, montados en caballos que literalmente están trotando. Portuguez ha alcanzado también maestría en el dibujo de los equinos, comparables por su trazo preciso a los de Humareda. La lectura histórica de Portuguez le informa al espectador que Micaela Bastidas y Túpac Amaru compartieron el liderazgo de la insurrección y el ejército numeroso que los sigue hasta el horizonte no es una hipérbole. Ambos son hechos históricamente documentados.  

Ahora que Bruno Portuguez cierra un ciclo de su obra pictórica como retratista y cuando ha alcanzado pleno dominio de las formas y los colores, nos preguntamos: qué sigue. Estaremos atentos.