Identidades excluyentes: la imposibilidad de la crítica en nombre de las emociones. Una crítica a la izquierda del Bloque Latinoamericano en Berlín

Iván Carrasco Andrés

El siguiente artículo, dividido en varias partes, busca aclarar y polemizar algunos puntos que se han vuelto comunes en diferentes círculos en la izquierda que, espacialmente o en términos de identidad/solidaridad están o se vinculan con América Latina. En términos más específicos, se aborda la manera en la que varios de los elementos, que son motivo del presente análisis y crítica, hacen eco en las dinámicas del Bloque Latinoamericano Berlín.[1] De este modo, el sentido del artículo no es hacer, o dar, un espectáculo sobre las contradicciones y/o incoherencias de un grupo en cuestión, sino dar cuenta de las nuevas formas de censura y exclusión de todos aquellos discursos de izquierda que no encajan con el guión dominante de lo que se considera aceptable, “bueno”, “bien-diciente” y/o “correcto”, al tiempo que intenta mostrar qué compromisos teórico-políticos se encuentran detrás.

 

Modas ideológicas, neoliberalismo y renegados

Las antiguas formas maniqueas de hacer política se unen con las nuevas formas postmodernas de identidad política. No solamente se han creado, en los círculos académicos y en los círculos de izquierda, “nuevos relatos” de cómo funciona la “nueva realidad fragmentada”, sino también, y a la par, se han difundido nuevos criterios morales y representaciones deformadas o ideológicas que conducen la práctica política de algunos grupos.

Después de la caída del bloque socialista, o mejor dicho, del socialismo realmente existente, el postmodernismo ganó un especial y profundo interés en los círculos de izquierda. De hecho, esto tiene una larga historia que se remonta, en términos de historia política del siglo XX, a la lucha económica e ideológica entre el llamado “bloque socialista” y el bloque del “mundo libre” capitalista. Por mucho tiempo se partió de la falsa identificación entre dicho bloque socialista y los planteamientos marxistas, y, por dicho motivo, algunos grupos políticos decidieron renegar de la misma, pues, se pensaba que una y la otra cosa eran lo mismo. Es decir, sostener una posición marxista era sinónimo de legitimar la política seguida por la Unión Soviética. Aunado a ello, el “marxismo” difundido por la Unión Soviética era, por decir lo menos, mecanicista, ideológico y ápice o instrumento de legitimación de la existencia de aquel estado.

Bajo la falsa identificación anteriormente aludida y teniendo en cuenta que el marxismo predominante en muchos espacios políticos era el marxismo soviético y sus diversas ramificaciones, muchos grupos y teóricos de izquierda, que curiosamente provenían teóricamente de dichos planteamientos, intentaron descubrir y crear nuevos enfoques para llevar a cabo una nueva interpretación de la realidad y, con ello, guiar su práctica política. A pesar de esas nuevas formas de interpretar la realidad y sus respectivos intentos de transformarla, ésta siguió teniendo lugar tal y como había sido sin esos “novísimos” planteamientos puestos de moda.

No es nuestro objetivo en este artículo hacer una descripción detallada de dicha historia, ésta ya existe en diferentes formas de estudios, de los cuales nos concentraremos en las siguientes entregas.

Es interesante observar, en este sentido, dos puntos. Por un lado, que el “lugar de enunciación” originario de las teorías que se derivaron de los planteamientos postmodernos en América Latina, bajo la forma de las propuestas como las del autonomismo, los estudios o enfoques deco/postcoloniales, son, curiosamente y de forma paradójica: la academia norteamericana y europea. Es interesante señalar esto y nos ocuparemos posteriormente de ello, porque, según estos planteamientos, sobre todo los relativos a las teorías deco/postcoloniales, el lugar de enunciación es el lugar que legitima y valida la verdad del decir o del planteamiento que se elabora. Entonces, partir de un discurso que tiene como origen academias que son puestas en duda por su “imperialismo epistemológico”, es, ya, de por sí, una contradicción en los propios términos, pues se afirma lo que se pretende negar a un mismo tiempo. Es decir, cuando se afirma que se quiere llevar a cabo un proceso de “purificación” o de “deconstrucción”.[2] de los elementos europeos -por ser opresivos, malos, etcétera- presentes en los planteamientos teóricos “latinoamericanos”, recurriendo, en el acto mismo, a elementos teóricos de origen norteamericano o europeo, es como querer demoler los cimientos de una casa ya construida para volvérselos a poner, sin destruir lo ya construido.

Por otro lado, no es ninguna casualidad que no solamente la postmodernidad se haya desarrollado y se haya promovido con tanta fuerza durante la época neoliberal, sino que también los principales centros dedicados a su difusión, bajo la forma de “planteamientos críticos sociales”, que supuestamente permitirían entender las especificidades de las realidades de los países periféricos, hayan sido Estados Unidos e Inglaterra. A través de los Estudios Culturales y Subalternos, que como parte de la agenda cultural e ideológica de la visión del mundo norteamericana se dirigían contra los planteamientos marxistas, las academias latinoamericanas fueron ampliamente adoctrinadas con estos discursos que se promovían por su carácter anti-marxista, sin saber, además, que los orígenes y raíces de estos planteamientos provenían de diversos movimientos irracionalistas europeos de carácter anti-ilustrado que se remontan al siglo XIX, que en algunos casos, incluso, fueron fundamento de movimientos de carácter fascista.

A pesar de que estos planteamientos fueron presentados como algo completamente nuevo, sin la marca de la “maldad del totalitarismo de la razón europea”, siempre estuvo ausente la mención al hecho central de que uno de los núcleos fuertes de dichos enfoques era un producto europeo, proveniente del romanticismo, dirigido en contra de la Ilustración,[3] movimiento cultural e ideológico revolucionario europeo bajo el cual no solamente se comprende el marxismo y el comunismo, así como diversos discursos y prácticas de emancipación social, sino igualmente las ideas del liberalismo, la democracia, la razón, progreso, etcétera.

Si partimos, como lo ha expuesto ya David Harvey en su libro sobre el neoliberalismo,[4] que este es un proyecto de dominación de la clase burguesa, tenemos también que afirmar, en este sentido, que la postmodernidad puede ser entendida como la forma ideológica correspondiente al neoliberalismo. En el contexto latinoamericano esto significa, en la mayoría de los casos, bajo las formas concretas de las figuras post/decoloniales y las prácticas que de ellas se derivan, la fundamentación teórica de ciertas prácticas políticas, que, por una parte, han sido, en la mayoría de los casos, fracasos rotundos, y, por otra parte, siempre han estado dirigidas en contra de los gobiernos de corte progresista en América Latina, haciéndole el juego a los intereses de la ultraderecha aliada al imperialismo norteamericano.[5] Todo esto, paradójicamente, bajo la retórica de ser los “verdaderos” representantes de la izquierda, en comparación y, siempre en contra, de los grandes sectores de la población en América Latina, que con su voto han puesto en el poder, precisamente, proyectos que se han enfrentado, dentro de los límites que impone la realidad histórico-concreta, a los intereses de los sectores minoritarios, elitistas y privilegiados heredados desde la Conquista.

Disenso, emociones y argumentos

Uno de los logros de la Ilustración fue la puesta en duda, y el ajuste de cuentas correspondiente, del dogma representado por la autoridad eclesial. La interpretación de la realidad, y el desafío por entenderla y transformarla, ya no quedaba determinada por lo que aquella, con base en su palabra, doctrina, moral y dogma, designaba como real y verdadero. Así, la investigación sistemática, metódica y la discusión argumentada y contrastada con los hechos ganó paso frente a la hermenéutica de los textos religiosos y su correspondiente adaptación práctico-política a los intereses ligados a la iglesia. La demostración racional de los principios, causas y relaciones entre las cosas, frente a la creencia dogmática impuesta por la religión, es, por decirlo de modo muy rápido, uno de los grandes aportes de la Ilustración. Junto con ello, y en términos de autonomía y racionalidad, el principio kantiano de Sapere Aude, que definiría de un modo sintético a la Ilustración, constituye no solamente una invitación, sino un desafío planteado a todo aquel que desee servirse del entendimiento y sus posibilidades, y no quedarse anclado en la creencia individual, guiada siempre por prejuicios o simples emociones, cuando de discurrir, entender y transformar la realidad social se trata.

No obstante, la que fue una de las grandes conquistas, que hasta el día de hoy en diferentes ordenamientos institucionales prevalece, incluido, por ejemplo, en la fundamentación de los Derechos Humanos, parece ser un obstáculo para el libre intercambio de ideas y posturas.

Parece existir una especie de censura que se vincula con la excesiva importancia que se le concede a los sentimientos y emociones de las personas, al margen de si el contenido de lo que expresan en una discusión política tiene, mínimamente, coherencia o si se vincula con la realidad. Se suele priorizar un estado de ánimo grupal y, con ello, se deja de lado el nivel de correspondencia con la realidad que se discute. De este modo, al ponderar el estado de ánimo, por sobre el contenido y su aproximación a la realidad, queda excluida automáticamente, la posibilidad de la discusión razonada y de la crítica, pues, es evidente, que toda discusión política implica grados de importancia en las aseveraciones y la pretensión de verdad de cada una de ellas, que implican, a su vez, tomar postura y demostrar dicho relato como expresión adecuada de lo que sucede, para de ahí derivar una práctica política.

Un ejemplo. En noviembre del año pasado (2019), cuando en Bolivia había un golpe de Estado en curso, se organizó una discusión en torno a la situación política de dicho país. Las posturas son ya conocidas, ciertos grupos, ligados al autonomismo, a ciertas posturas deco/postcoloniales y a cierto tipo de feminismo, sostenían que no existía tal golpe y que toda la problemática se reducía a una lucha de “egos” entre dos “machos”. La otra postura era la que sostenía que el golpe de Estado en contra del presidente en turno obedecía a dinámicas geopolíticas globales y a  dinámicas internas de disputa por el poder vinculadas con diferentes actores. Es evidente que no pudo haber una tercera posición que pudiese dejar “contentos” a los participantes, todo en aras de no generar rispidez. No obstante, en aras de conservar el “buen estado de ánimo” del grupo, se invitó a no “aferrarse” a una postura porque, siguiendo la moda imperante de la deconstrucción, todo es válido y no puede haber ninguna postura que “se imponga” sobre otra. Ello, al mismo tiempo que en aquel país se desataba la represión brutal en contra de las diferentes organizaciones que se oponían al golpe de Estado y había muertos de por medio.[6]

En realidad, en muchas de las discusiones, cuando las hubo,[7] siempre existió una especie de consenso implícito entre ciertos integrantes del grupo de, por una parte, no permitir que las posturas que ponían en el centro del debate las dinámicas geopolíticas concretas, los actores aliados a ciertos intereses económicos y políticosla correlación de fuerza de los grupos, etcétera, tuvieran espacio en la discusión, ya sea porque “acaparaban” tiempo (aunque muchos miembros no querían hacer uso de la palabra), o porque hablar de esas cosas y en esos términos era algo ya desfasado, pues, “esos antiguos conceptos ya no explican la realidad y necesitamos nuevos”, quizá como los de Cusicanqui, Zibechi y los de los post/decoloniales que renegaban de la dimensión concreta y de los intereses en juego, para desviar la discusión a cosas inesenciales, que si bien existen y merecen ser discutidas, no eran el centro del asunto y tenían más bien el objetivo de relativizar la situación y construir un relato que justificaba, al desconocerlo, el golpe de Estado.

Apelar a las emociones y al estado de ánimo, como estrategia para no caracterizar adecuadamente las coyunturas políticas por “miedo” a generar discusiones, no es otra cosa que rehuir de la realidad y quedarse con los ojos cerrados en un lugar, si bien cómodo, pero intrascendente para los fines de transformación social que se persigue. No está de más recordar que una práctica política efectiva, en tanto consigue efectivizar los fines que persigue, requiere de conceptualizar adecuadamente la realidad o, de lo contrario, está condenada a ser una práctica contrafinalística, es decir, que no logra su cometido y que, incluso, se le torna contraria.

Al otorgarle un papel preponderante a las emociones y al estado de ánimo en una discusión política, lo que se genera con ello es, en principio, hacer depender la realidad, sobre la que se pretende discutir y caracterizar, de la emoción particular e individual que la persona, o personas, tiene en dicho momento, conduciendo toda discusión y aseveración a un plano en el que ya nada tiene que ver con el tema en cuestiónSe termina buscando que, por encima de la verdad de la situación que se intenta entender, las emociones generadas por una discusión, que puede o no ser determinante para ciertas prácticas políticas, sean llevadas al plano de la conciliación en aras, supuestamente, de asegurar el funcionamiento “armónico” del grupo. Eso, claro está, a costa de sacrificar el entendimiento adecuado de la realidad. En este sentido, existen diversas maneras de desviar las discusiones hacia esos puertos, basta que alguien se “sienta ofendido” por la “forma” y, con ello, automáticamente se desplaza, por una parte, el contenido y el fin de la discusión hacia el sentimiento individual de la persona, que, casualmente, adhiere siempre a las nuevas formas postmodernas de entender la realidad, y por otra, se invalida la postura que “ofendió” a la “víctima”,[8] de tal modo que lo que define la posibilidad o imposibilidad de la presencia de una postura política es, en última instancia, si la persona agrada o no, o si se adecúa o no a las representaciones previas que dominan en tal o cual grupo.

El énfasis en que las emociones rijan las condiciones de un debate esconde, en realidad, y como lo podemos constatar en la experiencia, la censura hacia las posturas ligadas, como mencionamos más arriba, a aquellas que hoy son tildadas de “totalitarias”, “obsoletas”, “marxistas”, dándole paso a los más variopintos e incoherentes, en muchos casos, discursos postmodernos. Frente a ello, es aleccionador recordar a Hegel:

Cuando las razones faltan se apela al sentimiento. A quien así procede hay que dejarlo hablando solo, pues él mismo se retrae hasta la unicidad de su peculiaridad, la cual es intocable. Cuando él apela al propio sentimiento, la interrelación entre nosotros se corta. Por el contrario, con el pensamiento, con el concepto estamos en el terreno de la universalidad, de la racionalidad, y tenemos delante la naturaleza del asunto; sobre eso podemos entendernos.[9]

 

[1] El Bloque Latinoamericano Berlín es un grupo político de izquierda constituido en el año 2018 y que agrupa a individualidades y colectivos heterogéneos de distintos países latinoamericanos y europeos.  https://bloquelatinoamericanoberlin.org/

[2] Concepto muy en boga en el discurso actual de los grupos de izquierda y que encuentra su origen en dos pensadores europeos: Martin Heidegger y Jacques Derrida. Concepto, dicho sea de paso, bastante problemático y obscuro, apropiado por este último de Heidegger para proponer una especie de “apertura democrática” en la lectura de un texto que, implicaría o supondría en él, la inexistencia de un sentido coherente, total, unívoco y, por tanto, al ser posible y “abierta” toda interpretación del texto, toda interpretación sería válida. Lo que en realidad late de fondo, no solamente en la propuesta de Derrida, sino en la de todos los pensadores postestructuralistas o postmodernos, es la crítica a las ideas de razón, verdad, sentido, progreso, totalidad, racionalidad, etcétera, es decir, la discusión es, en última instancia, lo hagan explícito o no, lo sepan o no, con el contenido alcanzado por los conceptos en cuestión en la filosofía de Hegel. De ahí, entonces que, uno de los objetivos de estos pensadores postmodernos sea la crítica del pensamiento marxista, pero una crítica a la filosofía que compartiría éste último con Hegel, pues Marx sería, filosóficamente hablando, deudor de este último gran metafísico y su propuesta teórico-política estaría basada en él. Este, es, de hecho, uno de los elementos centrales que las propuestas post/decoloniales hacen suyas, de forma totalmente acrítica e infundada, para distanciarse y condenar la totalidad de la filosofía occidental, muchas veces, sin siquiera tomarse la más mínima molestia de leer directamente a los autores y discutirlos seriamente, bastando la repetición de frases sueltas sin contenido alguno.

[3] Los reclamos se dirigen, en realidad, en contra de los efectos negativos de la razón instrumental capitalista, a saber: la cosificación de las relaciones sociales, la pérdida del sentimiento de identidad y pertenencia a una comunidad concreta debido a la atomización y pulverización de las relaciones sociales efectuada por la forma valor, la crítica al desprecio de la “razón capitalista” por las emociones y sentimientos, al ser obstáculos para la acumulación de capital. De aquí, entonces, la reivindicación, apología y nostalgia por un pasado idílico y perdido en donde la comunidad originaria y los sentimientos desenfrenados reinaban y estructuraban la totalidad social. Todo estos elementos, no obstante, en vez de haber sido contextualizados y vinculados de forma crítica a la forma concreta de la razón moderna capitalista, fueron atribuidos a la Ilustración y a la razón, así, a secas; perdiendo, con ello, la posibilidad de diferenciar y reivindicar las posibilidades liberadoras de ambas e incurriendo, sin haberse dado cuenta, en una antinomia.

[4] Harvey, David, Breve historia del neoliberalismo, Akal, Madrid, 2007.

[5] Diferentes son los momentos históricos durante todo el siglo XXI en donde puede observarse esa extraña y macabra alianza. Ejemplos: México, 2006-2020; Bolivia, 2009-2020; Venezuela, Ecuador, Argentina.

[6] Véase el brevísimo, pero puntual y acertado, recuento que hace Ollantay Itzamná en: “El silencio de indianistas, indigenistas, ambientalistas, feministas… en la Bolivia actual” https://rebelion.org/el-silencio-de-indianistas-indigenistas-ambientalistas-feministas-en-la-bolivia-actual/

[7] De hecho, uno de los reclamos y autocríticas comunes dentro del grupo es la falta y la nula discusión política.

[8] Sobre este punto nos concentraremos en las próximas entregas, ya que es uno de los elementos estructurantes en las nuevas formas de hacer y  de forjar identidades políticas. Se observa que muchas dinámicas de grupo forman su identidad desde el hecho de sentirse víctimas y legitimar todo lo que procede de ellas sólo por el “prestigio” y la falta de crítica que se genera hacia ella. Así, sentirse “ofendido”, porque alguien expresa un posicionamiento contrario al que se tiene, es ser “víctima” de alguien, y, en tanto tal, el elemento “victimario” debe ser excluido y silenciado, es decir, censurado. La mayoría de las veces sin la posibilidad de réplica. Estos eventos se han convertido en una constante en diferentes círculos de activistas, incluido, claro está, el Bloque Latinoamericano Berlín.

[9] Hegel, G.W.F, Vorlesungen über die Philosophie der Religion, Felix Meiner Verlag, Hamburg, 1974.