El retorno de la izquierda neoyorkina
Jorge Puma
Lo que los estadunidenses suelen llamar izquierda es un partido que en el siglo XIX defendió los intereses esclavistas en el sur y que hasta bien entrados los años 60 fue el hogar de la población blanca sureña reacia a la integración racial y a las demandas de la minoría afroamericana de respeto a sus derechos civiles. Y, sin embargo, ese partido Demócrata fue también el partido que Franklin Delano Roosevelt transformó en un análogo de la socialdemocracia agrupando a los trabajadores de las ciudades, hijos de migrantes muchas veces, y del campo en una coalición triunfadora. Que desde los ochenta ese mismo partido, como buena parte de la socialdemocracia global, girara a la derecha y emprendiera reformas neoliberales es historia harto conocida. En definitiva, uno mira a los Demócratas y suelen tener más en común con el ala liberal del panismo que con cualquier otro grupo político que conozcamos.
Lo que con facilidad olvidamos es que es en ese cascarón de estructura política, más una etiqueta que una organización partidaria, donde también habitan los naufragios de la izquierda norteamericana realmente existente: los veteranos de las luchas por los derechos civiles, el feminismo, los sindicalistas y los activistas estudiantiles. Dadas las condiciones adversas para la formación de otros partidos, desde los años 70 un sector de la vieja y la nueva izquierda optaron por desarrollar su trabajo político dentro del partido. Estos activistas, fundadores de los “Socialistas Democráticos de América” (DSA), pervivieron durante años como una minoría latente, pero en 2016, con la campaña del senador Bernie Sanders, se convirtieron en una opción políticamente viable en aquellos estados con predominio demócrata.
Con el giro a la derecha propiciado por la insurgencia electoral trumpista, las esperanzas depositadas en el resurgimiento “socialista” parecían cosa del pasado. Es entendible que, leyendo el momento político estadunidense desde México y América Latina, la natural animadversión por las élites demócratas pusiera en el mismo saco a un candidato socialdemócrata como Zohran Mamdani que a los herederos de Barack Obama y Bill Clinton. Sin embargo, esa reacción instintiva no toma en consideración el contexto norteamericano, donde, después de los múltiples «pánicos rojos» (red scares) del siglo pasado la etiqueta “socialista” había sido un suicidio político.
Por eso, que un «socialista democrático» gane en Nueva York no es poca cosa en un país donde se llama «comunista» a cualquier político que esté a la izquierda de la centro-derecha y donde terminar las ayudas sociales parece no tener ni el más mínimo costo político. Que el voto de castigo haya ido a la izquierda es algo que ocurre muy pocas veces en estos lares.
Con todo, el triunfo de Mamdani retoma una de las veredas perdidas de la izquierda norteamericana, el socialismo electoral de Eugene Debs que en su momento atrajo a miles de inmigrantes judíos de la costa este e intentó conectarlos con algunos vestigios del Populismo campesino de las praderas y el sindicalismo combativo. Esa construcción de un pasado útil que ancle la lucha por la justicia social, la affordability, es una historia que sí conocemos: no por nada las organizaciones de colonos del siglo pasado reclamaron a Villa y Zapata y Andrés Manuel recurrió a los liberales de la Reforma para construir la idea de la Cuarta Transformación. Vale la pena saludar el esfuerzo del hijo de migrantes, estudiante universitario y ahora futuro alcalde de Nueva York, aunque solo sea porque las revoluciones se hacen con lo que se tiene a la mano, no con lo que quisiéramos.