Parodia y desencanto: la ruta crítica en No soy tan zen de José Montelongo
Francisco Javier Sainz Paz
La novela No soy tan zen (2022) de José Montelongo tiene como protagonista a un periodista cultural que atraviesa una “pequeña crisis” existencial que pone en marcha una búsqueda personal. A primera vista, esta premisa parece ajustarse al conocido tropo del personaje escritor —o vinculado al quehacer intelectual— cuya crisis lo impulsa a un viaje de reencuentro consigo mismo, con un amor perdido o con un sentido de vida renovado. Se trataría, entonces, de un proceso de autoevaluación y redescubrimiento acompañado de cuadros de costumbres que retratan situaciones y personajes del ámbito político-cultural.
Sin embargo, Montelongo revitaliza este esquema narrativo a través de la parodia, que funciona como un mecanismo de desmontaje de los lugares comunes de este tipo de relatos. Gracias a la mirada irónica del protagonista, la búsqueda personal se convierte en un medio para revelar y desnudar los elementos fosilizados de una temática aparentemente sobreexplotada en la literatura mexicana reciente. Así, mediante el hartazgo de Julián —profesionista de la cultura que un día advierte la absurda cotidianeidad que lo rodea y la repetición abrumadora que estructura su trabajo— la novela construye una ruta paródica que renueva un género que podría haberse vuelto predecible.
El primer capítulo inaugura esta perspectiva: en una conferencia solemne en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Julián interrumpe al ficticio escritor Eusebio Roca con una pregunta estrepitosa. Tras escuchar el lugar común sobre “las treinta y tantas palabras de los esquimales para designar distintos tipos de nieve”, Julián replica:
“En México tenemos más de trescientas palabras para designar la mierda. Tenemos las tradicionales caca, popó, boñiga, zurrada, excremento, zurullo y mojón”, para luego enumerar designaciones más técnicas y vernáculas, y rematar con: “¿Usted cree, señor Roca, que esta obsesión con la mierda es una clave de nuestra identidad cultural, de nuestra historia política o de nuestra manera de percibir la realidad y nombrar sus diferencias?”.
La pregunta queda sin respuesta, pues Roca es retirado del auditorio. Este episodio carnavalesco degrada lo sublime y expone los vicios del trabajo intelectual que se esconden tras la doxa de las figuras consagradas del campo cultural mexicano y sus séquitos, que reaccionan como si Julián hubiese cometido un sacrilegio en un templo del saber. Este primer capítulo marca las coordenadas del relato: la parodia no es solo un gesto destructivo, sino también un punto de partida para el renacimiento del protagonista.
El recorrido de Julián se articula mediante la rememoración de momentos clave de su trayectoria profesional. Entre ellos destacan sus primeros acercamientos al periodismo y su estancia en Vancouver, donde un breve romance se convierte en una experiencia reveladora. Más allá del perfeccionamiento de la escritura o de la búsqueda espiritual mediante la poesía o la meditación zen, Julián entra en contacto con “los hombres del subsuelo” de la ciudad canadiense: conoce a un joven inmigrante hondureño atrapado en el ciclo de la miseria, el narcotráfico y la hipocresía colonialista de las políticas migratorias. Este encuentro con una realidad ajena a su burbuja intelectual lo impulsa a escribir, aunque solo más adelante decidirá seguir ese camino.
La novela propone así un tránsito desde la aparente serenidad del budismo zen —centrado en la conexión con el presente— hacia una implicación directa con la realidad política y social. Julián abandona el periodismo cultural para adentrarse en el periodismo de investigación: aquel que aborda la corrupción, el uso de recursos públicos, los sindicatos y las elecciones.
Su crítica es profunda gracias a la vía paródica, que permite exhibir una faceta del periodismo cultural mexicano conocida por algunos e ignorada por muchos. A través de una galería de personajes —reporteros, camarógrafos, editores, burócratas, músicos y artistas—, Montelongo construye un retrato coral del campo cultural en el corazón de la Ciudad de México.
No soy tan zen es, en última instancia, un viaje narrativo lleno de humor y lucidez que nos introduce en un mundo que creemos conocer. No busca presentar su “peor cara”, sino dar cuenta de quienes lo habitan y de los entresijos de la profesión periodística. Más que una novela del desencanto, es un relato que reconstruye el abismo de las crisis personales y los cambios de rumbo a través de la parodia, alejándose del drama y apostando por la agudeza crítica.