El hundimiento de la izquierda revolucionaria mexicana a fines del siglo XX

El hundimiento de la izquierda revolucionaria mexicana a fines del siglo XX

Julio Muñoz Rubio

La verdad es el todo.

(G. W. F. Hegel)

Advertencia.

El presente texto se propone dar una explicación de algunas de las razones de la catástrofe ocurrida con la izquierda revolucionaria mexicana, que puede observarse como expresión localizada de una catástrofe quizás más amplia. Se intenta ser lo suficientemente elocuente como para, al tiempo que se mencionan muchas especificidades de lo ocurrido en México durante el periodo que se analiza, permitir, por otro lado, una “exportación” de los problemas que se señalan, para que, quien esté interesado, pueda encontrar algunas correspondencias con lo ocurrido en otros países.  

Una pregunta gravita a lo largo de esta reflexión y es su leiv motif: ¿Cómo es posible que el marxismo revolucionario, una corriente de pensamiento y acción que tanta razón ha tenido históricamente para señalar las injusticias del capitalismo, los orígenes de las mismas y la vía para acabar con ellas, esté tan contundentemente derrotada? En vano se encontrará, en otras épocas de la historia, un fenómeno análogo.

La atención de este texto está centrada en lo que se consideran las opciones revolucionaras socialistas mexicanas de las décadas de los años 70 y 80 del pasado siglo, las cuales, con todas sus diferencias, estaban unidas por su independencia orgánica e ideológica del Estado. No se ocupa, más que marginalmente, de las organizaciones reformistas, herederas y reproductoras de los peores abandonos de la lucha revolucionaria, desde tiempos de Eduard Bernstein y la socialdemocracia de inicios del siglo pasado, hasta el estalinismo, tan hegemónico en sus diversas modalidades, desde 1926-27 hasta la fecha. Y no se lo propone porque de esas vertientes poco o nada se pudo y puede esperar en una perspectiva revolucionaria y porque, por el contrario, la izquierda revolucionaria mexicana constantemente tuvo que enfrentar a ese reformismo como lo que es: un agente de la enajenación de la conciencia de la clase obrera mexicana, tan inteligentemente analizada por José Revueltas.

Hechas estas aclaraciones pasemos a lo que nos trajo aquí.

Introducción necesaria

Una profunda, inédita crisis de la izquierda revolucionaria socialista mexicana se ha abatido sobre ella desde hace años. Las organizaciones que experimentaron un importante crecimiento durante la década de los años 70 y 80, llegando a tener un peso importante en los movimientos sociales anti-sistémicos: obrero-sindical, campesino, estudiantil, de colonos pobres, damnificados, hoy han virtualmente desaparecido. Los pocos grupos que aún subsisten son reductos muy pequeños y con una orientación en su mayor parte doctrinaria; sin influencia importante en los aislados movimientos independientes que recientemente han surgido.

Esto es en buena parte el resultado de un largo proceso de cooptación de estas fuerzas y militantes, el cual inició en 1988, con el repunte de la oposición nacionalista burguesa, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y sus sucesivas candidaturas presidenciales del propio 1988, 1994 y 2000, la formación del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y posteriormente, ante el debilitamiento de ambos, la toma de la estafeta por parte de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien, después de sendos fraudes electorales en su contra en 2006 y 2012, logró un triunfo arrasador en 2018, con su partido, el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), llegando a la presidencia de la república y ratificando este triunfo en 2024 con la actual jefa del ejecutivo: Claudia Sheinbaum.

Se trata de un proceso de largo aliento en el que el objetivo histórico de estas tendencias, eufemísticamente caracterizadas con el indefinido término de “progresistas” se ha cumplido: Absorber, mediatizar a la izquierda otrora programática y orgánicamente independiente del Estado y la burguesía, enajenar la conciencia de las clases subalternas. A lo largo del período desde 1988 se opera un sutil, pero firme abandono de formas organizativas y discursivas, de tácticas de lucha e incluso de la lucha misma, la cual fue crecientemente reemplazada por la gestión, la negociación con el Estado o la patronal.

Pero ¿Bastaría con una explicación de este tipo, que responsabiliza y culpabiliza de las derrotas históricas del movimiento a las fuerzas externas, las del Estado y sus aparatos, sean represivos, ideológicos o ambos? La respuesta es compleja, pues es indiscutible que esas externalidades existieron, pero mucha de la responsabilidad por esta catástrofe debe encontrarse en las en las limitaciones de la propia izquierda socialista. Indagar sobre este punto es lo que da sentido al presente texto. Se busca motivar la reflexión de lo que, para la militancia honesta de distintas organizaciones y movimientos socialistas mexicanos, representó esa actividad y como valorarla después del tiempo transcurrido.

Los orígenes de la izquierda revolucionaria mexicana se pueden encontrar por un lado como consecuencia del movimiento estudiantil de 1968 y de la ruptura con la hegemonía comunista pro soviética, causada por la revolución cubana,

El proceso de construcción de esa izquierda fue, como puede esperarse, largo, complejo, lleno de contradicciones e incoherencias, de avances y retrocesos, de unificaciones y divisiones. No es este el espacio para relatarlos. 

Pero lo que se vivió en ese período fue la aparición de organizaciones revolucionarias, no por decreto, sino por sus principios, su programa y su espíritu de lucha. Algunos ejemplos son los del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), de corte trotskista, la Organización de Izquierda Revolucionaria – Línea de Masas (OIR-LM) y el Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), de línea más bien maoísta; otras más eclécticas como la Organización Revolucionaria Punto Crítico (antes, Revista Punto Crítico) y desde luego las organizaciones de la lucha armada, urbana o rural.

Si bien es cierto que en muchas ocasiones privaron lógicas sectarias en ellas, también es verdad que en otros casos, se intentó abandonar el comportamiento de pequeños grupos de iluminados, sectas poseedoras de la verdad absoluta, para construir amplias organizaciones revolucionarias.

Como revolucionarios, pues, sus aspiraciones y las de sus militantes no eran, a diferencia de las organizaciones reformistas, las de alcanzar puestos en el gobierno y lograr privilegios burocráticos con el objetivo de transformar “desde dentro” al Estado. Su lugar estuvo con las masas, con los sujetos de la revolución. Ahí es donde tuvieron lugar jornadas memorables, las cuales se quieren hoy borrar de la historia: se trata de la intervención en sindicatos en contra de la antidemocracia y los topes salariales, de la formación de corrientes independientes a la burocracia, como la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE, entre lo poco que sobrevive aun); de la construcción de otros sindicatos, como en el caso de los universitarios. En el movimiento campesino destacaron numerosas tomas de tierras y la construcción de organizaciones campesinas como la Coordinadora Nacional Plan de Ayala (CNPA), que llegaron a tener influencia de masas en muchos estados del país (Veracruz, Oaxaca, Guerrero, Sonora, Coahuila, Zacatecas, Morelos, Chiapas) rompiendo con el control de las centrales del PRI.

A inicios de los años 80 se vivió el ascenso del movimiento urbano popular y la formación de organizaciones de defensa de los servicios básicos (luz, drenaje, gas, pavimentación de calles) y damnificados, o lo que hoy se ha dado en llamar “los sin techo”, muy especialmente después del sismo del 19 septiembre de 1985. Todas las luchas estudiantiles de ese periodo, desde las más localizadas hasta otras de mayor impacto, como la del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) en la UNAM, de 1986-1990, tuvieron un poderoso impulso desde la izquierda revolucionaria. Desde fines de los años 70, en amplias zonas del resto del país; la izquierda revolucionaria fue punta de lanza en la lucha por la presentación de los desaparecidos, la libertad a los presos políticos y la defensa de los derechos humanos, producto de lo cual se fundaron, desde 1978, el Frente Nacional Contra la Represión (FNCR) y el Comité Eureka, integrado este último por las madres de los desaparecidos políticos: Fue también protagonista de los inicios de las luchas feminista y diverso-sexual con grupos como El Grupo Autónomo de Mujeres Universitarias (GAMU), el grupo Oikabeth y el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR), fundados alrededor de 1980. En muchas ocasiones, esta izquierda destacó en la solidaridad con la revolución cubana, contra la guerra de Vietnam y después de ella, en apoyo a la revolución centroamericana (Nicaragua, El Salvador, Guatemala), así como en contra de las dictaduras militares sudamericanas.

  1. Las carencias y omisiones.
  2. .La filosofía y dentro de ella la dialéctica.
  3. La teoría de la Cultura.
  4. Las ciencias naturales.
  5. El Arte y las humanidades.
  6. El Deporte y la actividad física.
  7. La teoría psicoanalítica.

Vayamos por partes.

1. La omisión de la filosofía. Esta es la más grave de todas. Además de limitar comprensiones amplias y profundas del universo, dejó casi ignorado e incomprendido el elemento más importante del marxismo, su raíz metodológica: la dialéctica, es decir, la ciencia del movimiento, de la totalidad dinámica.

Hegel, el fundador del método dialéctico moderno, nunca fue estudiado, se le desestimó y no se puso atención al hecho de que las fuertes críticas que éste recibió de Marx y Engels se debieron a su idealismo, y a su filosofía política, nunca a su método, el cual ambos adoptaron sobre bases materialistas. Se omitió retomar la idea de Lenin, quien desde 1914 sostuvo que todo revolucionario, para serlo de verdad, debía haber estudiado y asimilado el método hegeliano de la Ciencia de la Lógica. Pero para la izquierda no era necesario el pensamiento dialéctico desde su raíz. Bastaba con calificar a Hegel de idealista y con ello eliminarlo de su horizonte conceptual y de sus pensamientos, ignorar su trascendental visión crítica y revolucionaria.

Así las cosas, nada o muy poco se asimiló sobre las leyes de cambio de cantidad en cualidad, de interpenetración de los opuestos y de negación de la negación. El mismo concepto de contradicción dialéctica, es decir, la síntesis producto de la relación tesis-antítesis y creadora de realidades y relaciones nuevas y transitorias, se perdió en el Universo de las perennes “tareas urgentes”. Con ello se difuminaron las comprensiones de las contradicciones esencia-apariencia, causa-efecto, parte-todo, sujeto-objeto y el concepto de mediación. La interpenetración entre teoría y práctica se abordó muy poco; el concepto de praxisse entendió de manera muy rudimentaria y se desdibujó aún más conforme la izquierda mexicana se sumergió en el universo del activismo, en especial del activismo electoral, de lo cual se hablará más adelante.

Indiferencia total del proceso de tránsito del ser en-sí al ser para-sí, piedra angular para comprender los momentos y movimientos de la conciencia y sus contradicciones.

Los conceptos marxianos de ideología, enajenación y fetichismo no tuvieron lugar en nuestros análisis. A la basura se fueron las aportaciones filosóficas de Marx y Engels tales como las Tesis Sobre Feuerbach, La Dialéctica de la Naturaleza, La Ideología Alemana y los Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844. Los Grundrisse, muy raramente fueron tomados en cuenta. De éstos y de la Contribución a la Crítica de la Economía Política y El Capital se hicieron lecturas estrictamente economicistas, menospreciando su componente filosófico, que es lo que en rigor da les sustento y atraviesa de cabo a rabo. 

En la misma tesitura jamás ocuparon la atención de las organizaciones de izquierda los Cuadernos Filosóficos, de Lenin, su Materialismo y Empiriocritcismo, la Historia y Conciencia de Clase, de Lukácks y los Cuadernos de la Cárcel, de Gramsci y los trabajos del Che Guevara sobre el hombre nuevo y el socialismo.

La omisión de la filosofía excluyó claro, a otras interesantes corrientes no marxistas, susceptibles de ser incorporadas, aunque parcialmente, al marxismo. Tales son los casos del existencialismo de Sartre, Camus, Nietzche o Abaggniano; del anarquismo de los hermanos Flores Magón y de Kropotkin, Bakunin, Emma Goldman, Durruti, etc. Se heredaron mecánica y acríticamente los enfrentamientos entre Marx y Bakunin y de ese modo nunca se examinaron los posibles márgenes de certeza de la filosofía anarquista, que, a la luz de la situación presente podrían ya no ser tan antagónicos al marxismo como lo eran en el pasado. Ignorados fueron los planteamientos de Michel Foucalt, sobre la discriminación capitalista hacia niños, enfermos, locos, presos o minusválidos y su denuncia de los sistemas de encierro, vigilancia y castigo (escuelas, cárceles, hospitales) como inherentes a este sistema. El romanticismo también fue desechado de un plumazo sin considerar sus bases y vertientes real o potencialmente revolucionarias. Otro tanto ocurrió con el conjunto del humanismo, a pesar de que Marx mismo, Rosa Luxemburgo y el Che Guevara, poseyeran una formación profundamente humanista.

Este desdeño del humanismo provocaba que en artículos, discursos, documentos, informes o resoluciones de las organizaciones revolucionarias, así como en sus acciones en el movimiento, los seres humanos concretos, de carne y hueso, con sus necesidades y deseos, no fueran mencionados ni abordados y en su lugar se hablara, hasta el presente, sólo de instituciones del Estado o del movimiento, de organizaciones y fuerzas mecánicas, como si todas ellas fueran producto de sí mismas, al margen de los individuos humanos, sus sentimientos, necesidades y aspiraciones. Se hacía constantemente una simplificación extrema de la tesis de Marx de que la sociedad está integrada por clases sociales para construir una ontología en la que los individuos existían sólo como partes de ese todo que es la clase. Una pésima apreciación del marxismo y de Marx mismo, para quien, en cambio, la revolución socialista no tiene sentido si no es para realizar al individuo con todas sus potencialidades y capacidades subjetivas.

La consecuencia de todas estas omisiones fue que se desdibujó la concepción del mundo como cambio, como movimiento de la totalidad, lo más indispensable de comprender en y para la revolución socialista, y en su lugar se proyectó un mundo de realidades en muchos sentidos fijas o con movimientos meramente formales, de cambios de lugar o posición. En lugar de la dialéctica se hicieron presentes y hegemónicas en las filas revolucionarias, muchas corrientes filosóficas propias del mundo burgués tales como el reduccionismo económico – social, el mecanicismo, el determinismo y el pragmatismo.

Esa inconsistencia metodológica, tuvo consecuencias muy graves en la construcción de las organizaciones. Con todo y sus diferencias entre ellas, a veces grandes, se elaboraron proyectos políticos marcadamente deterministas y unidireccionales, en los cuales el Estado mexicano, víctima de una supuesta profunda crisis de todo su sistema de dominación, caería estrepitosamente en presencia de organizaciones revolucionarias de vanguardia, llevando al triunfo inexorable de la revolución socialista en México. Así, las perspectivas que se dibujaban eran mero determinismo histórico, optimismo, espontaneísmo y “wishful thinking”. Numerosas explicaciones que se daban sobre la lucha de clases, se veían forzadas a cumplir con esta unidireccionalidad, lo cual, si bien es cierto, alimentaba el ánimo de las militancias, también las hacia marchar sobre bases bastante erradas y con esperanzas exageradas. El Estado mexicano, como se probó, era fuerte y capaz, hasta la fecha, de capear los temporales que lo han acechado.

El pragmatismo, la más vulgar de las corrientes de la filosofía y veneno mortal para las organizaciones socialistas, se hizo más y más presente y se agudizó conforme esta izquierda se comprometía más y más en la dinámica electoral, desde 1982. De esto último, se reitera, se hablará más adelante.

En la intervención en movimientos, las evaluaciones, los balances éxito-fracaso se hicieron regularmente en escalas numéricas: Números de asistentes a marchas, a brigadas, número de carteras en las direcciones sindicales, porcentajes de aumento salarial, número de “representantes”  en las direcciones de las organizaciones sociales, cantidad de tierras repartidas, dimensiones de las matrículas estudiantiles en las universidades, número de colonias urbanizadas, de predios legalizados y longitudes de tuberías, cables tendidos, calles pavimentadas.

Números, números, números y operaciones aritméticas, juicios estadísticos. El mundo ahí metido.

La filosofía… nada. El desprecio por la teoría fue casi total. ¿Leer libros? Para muchos eso era propio de exquisiteces de las élites intelectuales. Lo importante era la práctica. El grado de conciencia de la militancia revolucionaria se medía no por su formación y comprensión del mundo, sino por la entrega en horas y días a las tareas del activismo.

2. La teoría de la cultura. Como complemento al apartado anterior debemos decir que la teoría cultural, marxista y no marxista, fue omitida sistemáticamente. No obstante haber sido elaborada en buena parte por posiciones críticas irreconciliables con el proyecto capitalista después de la segunda guerra mundial. Un lugar destacado en este punto lo ocupan los autores de la escuela de Frankfurt (Adorno y Horkheimer entre los más visibles en esto). En ellas se advirtió sobre la importancia de comprender el carácter de los viejos y nuevos núcleos de la cultura burguesa, de la necesidad de la emergencia de prácticas culturales alternativas, basadas en los medios masivos de reproducción tecnológica que, como otros ámbitos de la creación humana, han sido monopolizados por el capital instituyéndose en una verdadera industria cultural.

Que la izquierda socialista haya eliminado esta problemática de sus reflexiones fue uno de los principales factores que impidió enfrentar desde la totalidad al Estado mexicano y las clases dominantes, que sí tenían y tienen un proyecto de cultura y por tanto poseían y poseen la hegemonía. Previo a la segunda guerra mundial Antonio Gramsci, revolucionario que pasó casi inadvertido en México (a pesar de que su obra se publicó desde 1981), constantemente centró su atención en la lucha en el campo de la cultura, sosteniendo que de nada servía que la clase obrera estuviera preparada para tomar el poder político si no poseía un proyecto cultural global alternativo al de la burguesía, pues eso es lo que le confiere una visión de la totalidad, lo más importante en la conformación de la hegemonía socialista. Hegemonía entendida como visión del mundo: principios, conceptos, valores, prácticas; de ningún modo concebida como “mayoría”, como la diletante izquierda decía para sí misma en las pocas ocasiones en que accidentalmente se acordaba de Gramsci, sin haberlo estudiado.

En esas condiciones no había posibilidad alguna de hacer frente globalmente a estructuras y proyectos del Estado mexicano como sindicatos, organizaciones campesinas, populares, escuelas y universidades, centros de salud y el conjunto de sus prácticas.

3. El desprecio a la ciencia natural. Esta es una de las más perniciosas herencias de la filosofía mecanicista y del positivismo, constantemente empeñados en separar en parcelas cada vez más pequeñas el conocimiento humano y ensalzar la tendencia a la especialización y con ello a la “expertocracia”.

Una tan inexplicada como incuestionada obsesión unánime por considerar lo político como la esfera suprema de reflexión y acción de la izquierda, le obstaculizó el acceso a otras esferas y campos de pensamiento como el de las ciencias de la física, la química, la geología y la biología. Ninguna herramienta teórica, ni siquiera muy sencilla, fue atendida para comprender asuntos tan importantes como los de la dinámica de las poblaciones biológicas, comunidades y ecosistemas, y con ello sobre la dinámica de la destrucción ambiental, que ya venía siendo diagnosticada desde inicios de la década de los 60.

Tampoco fueron objeto de atención los procesos de salud-enfermedad, en especial en la sociedad contemporánea y por ello no se accedió el entendimiento de la naturaleza de la ciencia médica y su correspondencia tanto con los servicios hegemónicos de salud como alternativos. No se comprendió tampoco el carácter capitalista de la tecnología y su desarrollo, en particular en lo concerniente a las revoluciones científico-tecnológicas, a las implicaciones de la cibernética, la computación, la biotecnología; en una palabra: de la aplicación a los procesos naturales de la racionalidad tecnológica en el capitalismo contemporáneo.

Ni una sola palabra se dijo acerca de teoría de la evolución y sus teorías: lamarckismo, darwinismo, neo darwinismo y las reaccionarias pseudociencias del determinismo biológico: sociobiología, psicología evolutiva, etología, ni de su utilización ideológica por parte del imperialismo  y los debates que provocaron, en los cuales, por cierto, participaron, al menos desde mediados de los años 70, brillantes científicos marxistas como Richard Levins, Richard Lewontin, Stephen Jay Gould o los esposos Steve y Hilary Rose. Sus nombres, aportaciones y debates, que fueron centrales para el desarrollo del pensamiento científico revolucionario, aún permanecen desconocidos para la izquierda.

Del mismo modo, ni una sola palabra sobre la física clásica, relativista y cuántica, a pesar de que produjeran, junto con el evolucionismo, verdaderos trastocamientos revolucionarios en la concepción ontológica y epistemológica del mundo y que enfrentaron, al menos en parte, las concepciones deterministas y unidireccionales de los procesos naturales.

La sola mención de conceptos centrales en todas estas ciencias tales como gen, ácido nucleico, ecosistema, átomo, molécula, placas tectónicas, órbitas planetarias, o selección natural, eran completamente extraños e incomprensibles para el grueso de la militancia, la cual no hacía esfuerzo alguno por comprenderlos y asimilarlos.

Un conocimiento de las ciencias naturales implicaba dejar de lado el antropocentrismo, limitado como es y propio del marxismo más vulgar, para ir a la conformación de una ética biocéntrica, de defensa de la biósfera, incluida la lucha contra el maltrato animal. Así, las dimensiones ética y estética de la naturaleza no fueron materia ni siquiera de ocurrencias momentáneas. La naturaleza era solo una fuerza productiva material y como, en el colmo del anacronismo y linealidad, se entendía que la característica del socialismo era la de desarrollar las fuerzas productivas a niveles inusitadamente elevados, nadie tenía por qué ocuparse de problemas éticos ni estéticos de la naturaleza.

En ese canal de omisión no se dijo palabra alguna sobre teoría de sistemas complejos y sus variantes. Nada sobre los conceptos de multi, inter y transdisciplina.

Los efectos de todas estas omisiones e indiferencias se hacen presentes hoy en día, cuando los pocos grupos revolucionaros existentes no han podido presentar una alternativa sólida frente a problemas como el cambio climático, la pandemia de la COVID, los alimentos transgénicos ni visiones criticas ante los principios y consecuencias de innovaciones tecnológicas como internet, las redes sociales, los teléfonos celulares o, más recientemente, la Inteligencia Artificial, limitándose, en el mejor de los casos, a repetir lugares comunes, ineficaces para la lucha revolucionaria global.

4. La estética y el arte. Este es sólo una parte de la cultura y un tratamiento ocasional y muy superficial de ambos hizo que fueran tomados casi como sinónimos en las muy contadas e informales ocasiones en las que se intentó hablar del mismo, pero sin comprenderse su papel histórico en la conformación de la subjetividad y sensibilidad humanas, ni de su papel como expresión del pensamiento crítico y de actividad rupturista con el orden subjetivo-sensible. Nada de esto a pesar de contar con un rico acervo de conocimientos y argumentaciones sobre este punto, provenientes –por decir los menos– de Marx, Trotsky-Bretón, Gramsci, José Revueltas, Theodor Adorno, Walter Benjamin o Adolfo Sánchez Vázquez, para no hablar de Hegel u Oscar Wilde (El Alma del Hombre en el Socialismo). Nunca hubo espacio para reflexiones sobre estética ni sobre la producción, reproducción, difusión del arte y tampoco se generaron espacios para elaborar algo sobre las diferencias entre arte, pseudo-arte y simple propaganda mediática.

Inmersa en un universo de apariencias, producciones sobre todo musicales, fueron juzgadas por su lugar de proveniencia, así el rock, el jazz y el blues eran música imperialista por provenir de Estados Unidos y ser cantadas en inglés, la música clásica era un despreciable elitismo burgués, en contraste con “nuestra música”: la del folklore latinoamericano y la canción de protesta en castellano o los ritmos “guapachosos”, o sea las formas afro antillanas de música y baile (pues esto último era lo que gustaba a la clase obrera de esos tiempos y había que acercarse a ella). Esquemas semejantes se utilizaron para juzgar las artes plásticas y el cine. Con esa pobre explicación sólo tenían legitimidad aquellas expresiones artísticas que mostraran un explícito “compromiso con la lucha de los pueblos”. La contemplación de la naturaleza, el cultivo de la belleza del mundo, y del ser humano, los thrillers o las historias erótico-amorosas o de aventuras eran consideradas elementos distractores de las energías revolucionarias populares. Sosteniendo posiciones extremas de este punto, diversos colectivos estudiantiles, inspirados en las directrices de la revolución cultural china, llamaban a proscribir toda producción artística sospechosa de tener un origen “burgués”.

Las distintas expresiones artísticas han tenido orígenes y desarrollos en ámbitos muy distintos entre sí. Algunas han florecido en ambientes más “académicos” que otras (tal como la música clásica), distantes, en efecto, de los ambientes populares de lucha, pero el horizonte populista izquierdista tenía cerradas las puertas tanto a esas obras o a las tragedias griegas o shakespearianas, o al conjunto del teatro, la escultura, la pintura y el ballet clásicos. Esa izquierda confirió un inmanente carácter de clase a toda expresión artística que no cayera en sus esquemas ideológicos particulares. Abusivamente, ignorando la teoría estética, le aplicó sin más, las categorías políticas tales como “izquierda”, “derecha”, “reaccionario” o “revolucionario”. El único arte válido era el que hablaba de la explotación económica de obreros o campesinos o los crímenes del sistema.

El arte, sin embargo, cualesquiera que sean sus expresiones, siempre ha sido una poderosa arma revolucionaria por ser fuente de descubrimiento y exploración de nuevas formas de percepción del mundo, sean estas visuales, lingüísticas, acústicas o corporales, es decir, por ser quizás –junto con el afecto y el amor– el principio más pujante de enriquecimiento de la sensibilidad y la subjetividad humanas. Pero esto pasó desapercibido y menospreciado por y para la izquierda revolucionaria mexicana.

Con esto no se quiere decir que nunca haya habido experiencias de individuos o grupos anti sistémicos y revolucionarios en algún campo del arte. Destacaron en este sentido el Centro Libre De Experimentación Teatral y Artística (CLETA), el Foro Tepito Arte Acá y más recientemente, hasta el presente el Foro Cultural Alicia, muchas otras iniciativas más pequeñas, una gran cantidad de músicos y cantantes de diversos estilos y algunos pintores o escritores, siempre consecuentes y comprometidos con las luchas populares. La debilidad de estas iniciativas consistió y consiste por una parte que nunca fueron parte integral de los proyectos y programas de las organizaciones de izquierda, no constituyeron alternativas serias en ellas y por la otra, que no pasaron de ser alternativas de entretenimiento, herramientas auxiliares, colaterales a las luchas y movimientos, generalmente permeadas por una concepción populista.

El resultado de esto fue y es el no haber cuestionado la predominancia de las formas y prácticas repetitivas, homogeneizadas y acríticas, impuestas por la industria cultural como “gusto popular” ni cuestionar la relación entre esa industria y el poder del Estado, principal, pero no únicamente en la música y el cine. Esa industria no sólo es afirmativa de la realidad sistémica global sino también portadora de la mentira burguesa de que cada sujeto, por naturaleza y propensiones inexplicadas, “tiene su propio gusto”, sin cuestionar de dónde provienen tales gustos ni las formas concretas y ritmos de su imposición, o, en el caso del arte, de su aparición como formas auténticas de relaciones subjetivas artista-público, generadoras, como se dijo arriba, de universos visuales, lingüísticos o sonoros inéditos.

Así las cosas, las fuerzas revolucionarias mexicanas cedieron toda la iniciativa a los medios de comunicación hegemónicos para la propagación deliberada de las formas pseudo-artísticas más pedestres, corrientes y de la factura más tosca y vulgar, con su aplastante carga de enajenación y embrutecimiento de los sentidos Esto no es precisamente trivial. Un humano que ha sido despojado de su capacidad para percibir estímulos sensoriales complejos y de alcanzar, producir y apreciar sus propias capacidades creativas, sus dimensiones sensibles y que en cambio permanece pasivamente hundido en un universo insustancial de imágenes y sonidos, es un humano incapacitado para pensarse a sí mismo como ser total y por ello revolucionario. El capitalismo es perfectamente consciente de eso, por ello es un sistema hostil al arte.

5. El ejercicio físico y el deporte. Esta es otra de las esferas de actividad en la cual la izquierda revolucionaria de México jamás reflexionó. En una inconsciente adhesión a la fragmentaria y parcializada concepción burguesa del ser humano, proveniente principalmente de la escisión mente-cuerpo de la filosofía cartesiana y mecanicista en general, los puntos de la unidad mente-cuerpo y salud mental-física no ocuparon la atención militante. Una y otro se acotaron como componentes ajenos y escindidos entre sí. En estas condiciones, a la basura se fueron las máximas grecorromanas de “Mens sana in corpore sano” y de “Citius, altius, fortius!”, y las alusiones de la filosofía oriental sobre la armonía entre el pensamiento y el cuerpo, así como la actividad del Homo ludens, la del juego como componente irremplazable de la naturaleza humana.

En relación con el punto 3, como no se tocaba el tema de la estética, nunca se consideró ésta como parte del deporte, en tanto expresión del movimiento del cuerpo humano y desde luego no se podía sacar conclusión alguna que un análisis de este tipo hubiera producido.

Unidireccional y reduccionistamente se asumía que el deporte era una de tantas formas de mero entretenimiento, diversión o pasatiempo que cada uno en su vida personal podía o no cultivar, pero que no tenia ningún papel en la lucha de clases e incluso era extraño a ésta. Tal forma de razonar, en su versión extrema, pero casi unánime, consideró al deporte, en especial al futbol, como maniobra imperialista de manipulación de masas y de debilitamiento de sus energías revolucionarias. Así las cosas, se fomentó una cultura del hermetismo, de aislamiento e incluso de enemistad con respecto a esta actividad.

Y entonces se producía una fuerte separación con respecto a las masas, en especial urbanas obreras y de colonos y jóvenes, a quienes resultó que desde hace décadas no sólo sí les gustaba y gusta el futbol, el beisbol, el box, el basquetbol, etc., sino que eran y son capaces de dedicarle buena parte de su tiempo, su atención, su ánimo y de apasionarse con ellos. Resultó que los practican y los observan, acuden a los estadios, gimnasios, canchas y arenas y gritan en ellos, se abrazan o pelean, pero en cualquier caso los incorporan como parte imprescindible de su vida, construyen identidades y formas de convivencia sólidas en torno a ello, algunas de ellas sumamente reaccionarias pero muchas otras potencial o realmente críticas del orden existente, las cuales se pudieron haber fortalecido si hubieran contado con la presencia de un catalizador como una organización revolucionaria que se preocupara de estas actividades y las incorporara a sus programas de lucha.  

En cambio, esa indiferente actitud fue elemento que permitió, para el deporte y el caso concreto del futbol, que, sin ninguna oposición al frente, ni siquiera pequeña como la de nuestras fuerzas, el duopolio Televisa-TV Azteca (Imevisión previamente) se apoderara de todas las iniciativas, fomentara actitudes patrioteras, chovinistas. Aunque es cierto que la violencia en los estadios –de futbol principalmente– nunca ha alcanzado en México los niveles de Europa o Sudamérica, si es cierto que ese duopolio, subrepticiamente toleró a grupos fascistoides de barras bravas o hooligans como la “Rebel” o la “Monumental”, y utilizó el nombre de la UNAM para articular, en componenda con su rectoría, a los grupos de porros, tal y como antes lo había hecho en el futbol americano.

Iniciativas sencillas hubieran podido contrarrestar estas tendencias reaccionarias.  Por ejemplo: La implementación de grupos de aficionados abiertamente partidarios de algún equipo y que, dentro y fuera de los estadios, al tiempo que lo animaran, afirmaran su amistad y solidaridad con los partidarios de otros equipos, se dieran la mano y se desearan lo mejor, como punto de partida para reivindicar prácticas deportivas desde abajo y alejadas del fanatismo, el estrellismo y la comercialidad.

No es algo banal ni secundario, aun se puede hacer. 

Pero históricamente a la izquierda socialista eso le importó y le ha importado nada.  

6. El psicoanálisis es otro conocimiento teórico-práctico jamás incorporado al corpus militante revolucionario fue. Este es uno de los puntos de omisión más perniciosos. Al evadir una praxis psicoanalítica, la izquierda quedó desarmada para comprender la estructura mental tanto de los individuos como de las masas. No se consideró que esto podía ser un campo de estudio y comprensión del mundo, menos de debate y acción. Fatal error. La teoría psicoanalítica ha sido fundamental no solo para comprender contradicciones y direcciones del comportamiento de los individuos, y la subordinación de las masas a los líderes carismáticos o sus simbolizaciones, del signo que sean. Es fundamental para explicar aspectos nodales del fascismo, de la democracia burguesa, y de las traiciones contrarrevolucionarias, además de explicar la lucha dialéctica entre la pulsión de creación o de vida (Eros) y la pulsión de muerte (Tánatos) así como el carácter represivo y frustrante de la educación burguesa.

Sigmund Freud, fundador de este importante campo de conocimiento científico, no existía en México para los propósitos revolucionarios, ni tampoco herederos suyos como Jacques Lacan, Carl Gustav Jung, Alfred Adler o freudo-marxistas como Erich Fromm o Wilhelm Reich, esto a pesar de que el método usado por Freud era básicamente el mismo de Marx: la dialéctica y que tenía implicada una fuerte carga de praxis, pero, como ya ha sido mencionado, la dialéctica nunca fue entendida entre la izquierda y la praxis se concibió como corriente activismo pragmático.

Aplicando un materialismo vulgar, para la militancia revolucionaria, lo único importante eran los problemas y los entes tangibles, objetivos, materiales. Arraigada en una simplificación de la tradición materialista de Marx-Lenin, se propugnaba un proceder y pensar en los que sólo contaban los problemas materiales, objetivos del ser humano. El mundo de los pensamientos, sentimientos, estímulos inconscientes y la dimensión emocional-libidinal no contaba. En el colmo de esta vulgarización del marxismo, tampoco contaba el individuo, solo las masas y las clases sociales. Las masas proletarias y aliados poseían el destino histórico de apoderarse de los medios de producción: Máquinas, herramientas, instalaciones, oficinas, pues eso -se aseveraba- es el componente esencial de la revolución socialista. Ambas concepciones convertían al marxismo (desde luego con diferencias según las organizaciones revolucionarias), en una ramplona receta, ineficaz para cualquier avance en la conciencia de clase.

De acuerdo con esto, no contaban en nada ni eran reconocidos los desquiciamientos mentales, conflictos y represiones afectivas, amorosas y sexuales, ni los inconscientes deseos de ser maltratados y humillados por la autoridad, ni la negativa a ser seres libres y responsables. Debido a esta gravísima omisión, la revolución socialista mexicana (quizás mundial), fue una construcción esquematizada en la cual no tenían lugar las neurosis, las psicosis, los impulsos sado-masoquistas, la necrofilia, la pulsión de muerte, el narcisismo o los procesos de sublimación contemporáneos.

Estaba implícita e inconscientemente vetada la simple admisión de la existencia de conflictos psicológicos internos, de los mecanismos de represión psicológica y sus raíces en las vidas íntimas, familiares y escolares desde la infancia. El feminismo, muy ocasionalmente, intentó avanzar un poco en estas reflexiones, pero de manera poco sistemática y superficial. Pronto se les olvidó.

Ni la sociedad, y por lo tanto las clases sociales, se pueden entender como la suma de individuos racionales, como lo pretende el cartesianismo y el individualismo demócrata-burgués, ni éstos se diluyen en el interés “superior” de la clase, como lo imagina el marxismo mecanicista. Individuo y clase se relacionan dialécticamente, sus propiedades establecen múltiples movimientos contradictorios, interpenetraciones de sus elementos opuestos. En ocasiones se manifiestan exteriormente algunos de ellos y otros permanecen en apariencia ocultos, pero se pueden hacer explícitos en momentos posteriores, siempre modificándose, relacionándose negativamente entre sí. Y el elemento inconsciente tiene un papel preponderante.

Vale la pena preguntar, reflexionar: Grandes revoluciones del mundo moderno: la francesa, rusa, china y nicaragüense, terminaron siendo brutalmente traicionadas (La cubana, al menos hasta la muerte de Fidel Castro, en 2016, es una excepción). Estas traiciones no sólo fueron obra de mediocres líderes encaramados en las estructuras de poder: Las masas mismas fueron protagonistas de esos movimientos. ¿Qué había y hay en las mentes de esas personas que las llevó a, inconscientemente, volverse contra sus mismos ideales y convicciones, creyendo que estaban continuando con ellos? Las explicaciones políticas no bastan.

Si bien hubo explicaciones político-económicas muy acertadas y precisas sobre el ascenso del fascismo y el estalinismo (como las de León Trotsky y su escuela) y más recientemente, del fundamentalismo islámico, han permanecido casi siempre en una esfera separada de lo mental-libidinal y así, no pueden comprenderse los elementos inconscientes de estos procesos que permitieron ese ascenso, a pesar de haber sido extensamente tratados desde hace décadas por Fromm (El Miedo a la Libertad) y Reich (La psicología de masas del Fascismo y ¡Escucha Pequeño  Hombrecito!), por decir lo menos, ni tampoco el papel de los fetichismos religioso y mercantil en la conformación de la estructura psíquica y el carácter. 

Pero no es necesario acudir a los casos de las grandes revoluciones. En la cotidianeidad de los movimientos sociales se expresan esas dinámicas psíquicas en una manifestación callejera, las masas pueden mostrar –o aparentar– un elevado nivel de conciencia, y una gran cohesión, solidaridad, convicción y fuerza organizativa, mismas que se diluyen cuando, en un mitin, al final de la jornada de lucha, aparezcan los sujetos dirigentes, ante quienes la masa se postrará obediente y sumisa. Estos últimos personajes, por su parte, se mostrarán como personas igual a todas las demás durante esa jornada… hasta que les toque el turno de tomar la palabra, cuando sus deseos de imponer y ser admirados y alabados, se engrandecerán y entonces exigirán obediencia a la masa que los admira. Este modelo se ha reproducido constantemente en las relaciones base-dirección dentro de las organizaciones, por muy socialistas que sean. Y el caso de México no ha sido excepción. ¿Cuántas veces estos fenómenos, con raíces sado-masoquistas y en las frustraciones desde la infancia, se han presentado en los movimientos y las organizaciones socialistas mexicanas?

En ausencia de una explicación psicoanalítica no pudieron ser comprendidos en su totalidad los comportamientos de las sumisas masas mexicanas a la dictadura priísta y su conformidad y su complicidad con ésta; su gusto y placer por el acarreo, el sometimiento y humillación del que eran -y son- objeto; su veneración de la figura presidencial, pasada y presente, con sus réplicas en las burocracias sindicales, campesinas o populares; es decir, no se podía entender el componente libidinal de la enajenación de sus conciencias. Esas masas no se apercibieron, en los años 80, de cómo, después de haber generado una gran fuerza propia para derrotar al enajenante PRI en las urnas, se las entregaron a otra opción también ajena: la lidereada por Cuauhtémoc Cárdenas, a la cual ha seguido, hasta el presente, la de López Obrador.

7. ¿Qué se quiere decir con todo esto? ¿Acaso implica que todos los militantes debían ser sabelotodos y profundos conocedores de filosofía, arte, psicoanálisis, biología, física matemáticas, sexualidad y deporte, aparte de estar obligados a conocer de teoría económica y social, historia y teoría del Estado y tácticas de intervención en el movimiento? Desde luego que no. Tal propósito pudiera ser loable, pero es impracticable. Ni los grandes clásicos del marxismo (con la probable excepción de Engels) llegaron a tanto.

El caso de la dialéctica ocupa un lugar especial. Ahí sí que todo militante promedio debía haber tenido conocimientos básicos de esta escuela filosófica. Para los cuadros dirigentes esto debió haber sido un deber, para incorporarla en las organizaciones como parte de una forma de vida y de comprensión del mundo.

Lo que se quiere decir es que los proyectos de la izquierda revolucionaria mexicana, con todo lo acertados que pudieran haber sido, estaban a priori, cerrados a un campo sumamente limitado de la actividad y el conocimiento humanos. Si en y desde el principio se hubiera tenido conscientemente una actitud, una disposición más abierta, de comprensión del significado de todas las áreas arriba mencionadas, es decir de la totalidad, su visión hubiera sido mucho más abarcadora y radical de lo que fue. Se quiere decir que la revolución ha ocurrido y ocurre en muchas actividades: en el arte, en la ciencia, en la filosofía, en la vida cotidiana y muchas veces son más radicales que la revolución político-económica preconizada por las organizaciones socialistas; lo mismo da que se aperciban o no de ello.

Se quiere decir que el término “revolución” ha sido aplicado no al proceso revolucionario general, sino a una forma específica de revolución: la revolución socialista, y aun ahí se ha tenido una visión muy limitada, que se expresó constantemente. La revolución socialista, así, en términos ortodoxos, no es la toma de las fábricas por los obreros, de las tierras por los campesinos y de las universidades por estudiantes y profesores. Ese es, en todo caso, apenas un incipiente comienzo, una condición necesaria, imprescindible, pero ni de lejos suficiente para revolucionar el mundo, para destruir al capitalismo.

¿Podía considerarse que era posible una revolución socialista dirigida por organizaciones que ignoraban todo ese cúmulo de esferas de actividad social y que por lo tanto las dejaban fuera de los movimientos?

I. Las carencias y omisiones y la intervención en el movimiento.

La militancia cotidiana mexicana se nutría por un lado de las tradiciones revolucionarias y se debilitaba por el otro con las carencias señaladas. Su intervención en los sectores de masas las reflejaba ¿Cómo va a hacerse claridad sobre aquello en lo que no se piensa nunca?

Si se repasa brevemente la naturaleza de lo que en esos sectores se hacía, se corroborarán estas omisiones.

a) En el sector obrero-sindical, considerado unánimemente como el prioritario, la intervención, de la izquierda revolucionara mexicana tuvo un claro carácter economicista y gremialista, es decir, el terreno más apto para el control del triángulo gobierno-charros sindicales-patronal. Se centró en las demandas de aumento salarial, mejoras en las condiciones de trabajo y democracia sindical. Esto, desde luego, es acertado, pero cuando deja fuera el resto de los elementos ideológicos y culturales -la totalidad- que hacen a la explotación de la fuerza de trabajo, muestra una gran limitación (fuertemente criticada por Lenin en el ¿Qué Hacer?). La intervención en este sector se hizo dejando fuera toda reflexión acerca de la naturaleza de los procesos mismos del trabajo, del cuestionamiento a la racionalidad tecnológica industrial, a las posibles y necesarias transformaciones socialistas y a la estructura de los procesos productivos.

Muy muy poco se trató seriamente acerca la enajenación del trabajo. Nada sobre el fetichismo de la mercancía ¿De qué servía que los trabajadores hubieran obtenido resonantes victorias en el aspecto de aumento salariales (que de todos modos nunca se dieron) si en ellos está ausente toda reflexión sobre la naturaleza del dinero y la mercancía? La dominación capitalista no se derrumba ni debilita mediante meros aumentos salariales si no va acompañada de una comprensión crítica sobre la naturaleza de la mercancía.

Muy escasas y nada sistemáticas menciones a la conciencia de clase, sus momentos y movimientos. Deterministamente se pensaba que una victoria en el terreno de lo económico-laboral, dispararía mecánicamente los resortes de la conciencia obrera. Con todo ello se llevaba ante los sindicatos una concepción estrecha no sólo sobre la sociedad mercantil, sino sobre el charrismo sindical y sus mecanismos ideológicos de control, dejando fuera los elementos más subjetivos de este último. 

b) En el sector campesino se participó en numerosas tomas de tierras y se hizo la defensa intransigente del Plan de Ayala, de una reforma agraria radical. Acierto contundente, pero no se puso en cuestión el carácter de la explotación agrícola-ganadera contemporánea, ni por tanto la oposición al uso de plaguicidas y fertilizantes en la agricultura, ni de hormonas, antibióticos y vitaminas en la ganadería, es decir, no se pensó en el cuestionamiento radical, socialista a toda la industria agrícola-ganadero-alimentaria y a las formas contemporáneas de alimentación. En los años 70 e inicios de los 80 no existían aun los alimentos transgénicos, la agrobiotecnología estaba apenas iniciando en los laboratorios; pero sí habían ocurrido en los años 50 la revolución verde, con toda su carga de alta tecnologización de la producción en el campo y destrucción ambiental y cultural, para no hablar de los procesos históricos, provenientes de la conquista misma, de imposición violenta de los sistemas de monocultivo y de la ganadería extensiva. No se voltearon a ver seriamente las alternativas y conocimientos ofrecidos por la agroecología ni la etno-botánica y por ello no se ocurrió organizar un movimiento de masas serio de ruptura con la agronomía y ganadería hegemónicas, ni la formación de comunidades campesinas con una dinámica tendiente a una sustentabilidad no capitalista. De hecho, muy poco o nada se reflexionó sobre el engañoso concepto de sustentabilidad y la crítica revolucionaria al mismo.

c) La intervención en el movimiento urbano-popular, por su parte, se caracterizó por aplicar una lógica también inmediatista y desarrollista: demandas crecientes y continuas de dotación de servicios y construcciones de vivienda: agua, electricidad, drenaje, materiales accesibles para construcción de las habitaciones, legalización de predios. En una palabra: crecimiento, crecimiento, crecimiento urbano.

La izquierda revolucionaria no puso el acento suficientemente en las contradicciones campo-ciudad y las migraciones como proceso estructural del capitalismo, en especial en países semicoloniales como México. Menos aún se cuestionó la inviabilidad ecológica a mediano y largo plazo de este modelo de crecimiento urbano, ni siquiera después de los desastres de la exposición de gas en San Juanico, Estado de México, en noviembre de 1984 y el sismo de septiembre de 1985. Las ciudades, es claro, no pueden crecer indiscriminadamente y estar absorbiendo cual esponjas, los recursos provenientes del exterior sin producir una alta destrucción ambiental dentro y fuera de la urbe; el mantenimiento de la misma se torna materialmente imposible. Más si no se cuestiona la dependencia con la alta centralización en la generación de fuentes de energía (petróleo, gas, electricidad) característica de las formas de producción capitalistas.

Es dudoso que esta izquierda socialista haya tenido un apoyo sólido en los estudios urbanísticos de la época, y sólo respondía al consumado hecho de la existencia de asentamientos humanos forzados y carentes de los mínimos servicios, para exigir que se les proporcionaran. Un modelo ciertamente de búsqueda de una justicia elemental, pero por si mismo incompleto y parcial si no tomaba en consideración lo señalado en el párrafo anterior. Más aún, tenía una lógica inmediatista y con formato muy coyuntural, que entraba de lleno e inevitablemente en el terreno de la gestión con el gobierno. Éste no podía permitirse la proliferación desmedida de cinturones de miseria, por lo cual, a la larga tenía que otorgar los servicios exigidos, si bien con muchas reticencias y recurriendo frecuentemente a la represión. Pero una vez alcanzados los logros de los movimientos, éstos se diluían, perdían razón de ser y desaparecían sin que sus participantes elevaran sus niveles de conciencia más allá de lo que la coyuntura durara. Con el tiempo, el gobierno los neutralizó y aun los cooptó.

d) Una mención por aparte corresponde al movimiento de jóvenes de las colonias populares. En este aspecto se distinguió muy claramente la ausencia de un proyecto cultural de los revolucionarios mexicanos.

La formación de organizaciones de adolescentes y jóvenes de colonias miserables del entonces Distrito Federal (DF) y otras urbes, respondió a la necesidad de enfrentar la represión policial de que eran objeto por sus formas de vida y convivencia: arreglos personales, fiestas, baile, música, sexualidad, así como a su deseo de abandonar los aspectos más autodestructivos de su cotidianeidad: alcoholismo, drogadicción, violencia irracional. Por ahí de 1983 y al margen de todo partido o semejante, se formó el Consejo Popular Juvenil (CPJ), al que seguirían muchas otras organizaciones de “chavos banda”.

La izquierda fue tomada por sorpresa, eso no entraba en sus esquemas y corrió apuradamente a reforzar esas luchas. La enorme paradoja que aquí se generó es que esos jóvenes, obligados a hundirse en lo más profundo de la miseria y el lumpenaje, estaban esforzándose por rescatar su dignidad y construir una cultura propia. El eje de la misma estaba en la música, en el rock, lo más contestatario que tenían y que cultivaban. Y la ironía del destino, hizo que esa izquierda, sin proyecto ni identidad hacia el arte y la cultura, y que denostaba al rock por ser música “imperialista”, de pronto se volvió rockera cuando constató que, entre los jóvenes urbanos, sumidos en la miseria, había una amplia predilección por esa música y que tenían más clara su valoración por ciertas formas artísticas y por el papel de su existencia subjetiva que la que tenían las fuerzas marxistas-leninistas.

e) En lo que toca al sector universitario-estudiantil se tuvieron oportunidades de oro para avanzar en la democratización de las universidades, primero con el ascenso del sindicalismo universitario, desde mediados de los años 70. En todos ellos la izquierda revolucionaria tuvo importante presencia y entre los estudiantes especial, aunque no únicamente, durante el periodo 1986-1990, con el movimiento del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) y en otras ocasiones en movimientos en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), el Instituto Politécnico Nacional (IPN) y otras universidades de provincia. Sin embargo, todo se fue al traste por no haber contando con un sólido proyecto hacia ese sector, amén de una lógica gestora y gerencialista que en varias organizaciones hizo privilegiar, la negociación y la búsqueda de “acuerdos” con las rectorías, en especial de la UNAM, desde 1987.

La búsqueda de un proyecto académico sólido se intentó tímida y limitadamente, por parte de la izquierda revolucionaria,  en el período del congreso de la UNAM de 1990, y pudo haber avanzado mucho, pero el esfuerzo no trascendió a causa de una inercia coyunturalista, con consignas legítimas pero muy abstractas tales como “Universidad para el pueblo” o “Educación pública y gratuita”, que desde luego son cuestiones de principio (como lo mostraría, años después el Consejo General de Huelga [CGH] de la UNAM en su épica, heroica y victoriosa lucha de 1999-2000, en defensa de la gratuidad de la enseñanza), pero a ellas es necesario alimentar y justificar con reflexiones profundas acerca del carácter de la docencia, de la investigación científica y de la difusión de la cultura, de los procesos de enseñanza-aprendizaje y de la formación de conciencias críticas. Para elaborar una alternativa que incluyera seriamente estos puntos habría y ha sido necesario sentarse a estudiar teorías, debates, concepciones académicas del mundo, conocerlas. Pero eso sonaba a academicismo e intelectualismo, a alejamiento de las necesidades de las masas estudiantiles.

Este abandono de lo académico fue también una constante en el sector de los trabajadores académicos y administrativos de las universidades, en los que, una vez más su lucha fue en torno a demandas salariales y laborales, nada más, sin entrar en la consideración de la razón de ser específica de las universidades, y pensando en sus trabajadores como si fueran de una empresa privada o de una secretaria de gobierno. Esas demandas laborales, con todo lo importantes que son, no hacen al fondo de la actividad de transmisión del saber y la cultura y la administración de los mismos.

f) El movimiento feminista y diverso-sexual constituye una aportación original de un sector de la izquierda revolucionaria al movimiento socialista en México (la primera organización feminista y defensora de la diversidad sexual en México fue el PRT). Sus alcances hubieran sido mucho mayores, pero enfrentaron la oposición inicial de la mayoría de otras organizaciones que, en el colmo de la vulgaridad, caracterizaron estas luchas como “pequeño burguesas”, y para el caso del movimiento diverso-sexual de plano como “reaccionaria”. Al centrarse en la esfera de la igualdad de derechos laborales, se perdió de vista la totalidad del vasto mundo de lo subjetivo y del deseo en las relaciones de género y sexo y en cambio reforzó demandas meramente formales tales como la “acción afirmativa” y modificaciones lingüísticas, lo cual ha sido, a la larga, fácilmente asimilable por el Estado. En las luchas contra la violencia a las mujeres y por la despenalización del aborto, la izquierda revolucionaria feminista se anotó aciertos grandes, pero limitó sus posibilidades al postularlos como asuntos exclusivos de mujeres y donde los hombres nada tenían que hacer ni decir. En muchos esfuerzos militantes feministas y diverso-sexuales privó una visión unidireccional y punitivista de las relaciones de género, amén de separatista en la acción.

En cambio, la profunda y amplia producción en la teoría sexual, que venía de fines del siglo XIX, así como el psicoanálisis, se mantuvieron en un segundo o tercer plano salvo menciones aisladas. En la esfera de lo injustificable para una izquierda revolucionaria, más allá de algunas menciones sueltas, no se cuestionó en el movimiento a la familia como la institución más represiva y autoritaria del Estado y productora de una moral sexual frustrante y aniquiladora del placer y de la satisfacción del deseo. Del amor como el sentimiento más revolucionario no se habló, ni se hicieron esfuerzos por promoverlo ni reivindicarlo, como sí se había hecho en la revolución hippie de los años 60.

g) Finalmente, un apartado sobre la participación electoral.

Para el período que ocupa la atención de este texto, la iniciativa original sobre participación electoral no correspondió, en México, a la izquierda revolucionaria. Nació de las fuerzas reformistas, aglutinadas por un lado en el Partido Comunista Mexicano (PCM), con la candidatura independiente de Valentín Campa en 1976. El PCM, ya con registro legal, repitió su participación en 1979, consiguiendo una bancada en el Congreso de la Unión, junto con la del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), partido palero del PRI, que después cambiaría su nombre al del Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional [PFCRN). Más tarde (1985) se sumaría el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), organización nacionalista populista.

Los resultados del PCM fueron altamente seductores para sectores de la izquierda revolucionaria encabezados por el PRT, quien desde 1982 impulsaron candidaturas revolucionarias, de lucha y combate, con discurso y prácticas clasistas. El argumento manejado era que, si el Estado abría puertas para una participación legal de los socialistas revolucionarios, era factible utilizarlos sin ceder en los principios, como Lenin, los bolcheviques y muchos otros partidos revolucionarios lo habían hecho en Europa en su momento.

De inmediato, estas iniciativas generaron “debates” entre la izquierda, los cuales tomaron un cariz cainita en el que un fuerte bando abstencionista, con enfoques frecuentemente ultraizquierdistas, rechazaba esta táctica acusando de “vendidos”, “traidores” o “lacayos del Estado” a los partidarios de la participación en elecciones, a lo que este bando respondía con argumentos serios, pero a los cuales agregaba epítetos como “fauna” o “vándalos” para calificar al bando abstencionista. Ninguna reflexión global podía generarse en este clima. Sin embargo, progresivamente el bando abstencionista fue cediendo terreno. Para 1988 la izquierda de todos colores estaba metida en el terreno electoral, pero ya para ese tiempo se trataba de un terreno casi exclusivamente electorero: el del Estado. La trampa estaba tendida y una izquierda combativa, pero sin proyecto cultural, contrahegemónico global, había caído en ella.

En ese terreno, las discusiones políticas, dentro de y entre las organizaciones, fueron bruscamente sustituidas por simples negociaciones sobre candidaturas, y en el colmo, las reuniones de los militantes de base y sus simpatizantes se convirtieron en rutinas para organizar pintas, pegas y mítines. Los puntos de las órdenes del día, antaño sobre análisis político y social fueron sustituidos por informes sobre disponibilidad de pintura, brochas (los sprays en esos tiempos eran escasos y caros), carteles, pegamentos, hojas de papel, volantes, tinta, sonido para mítines o voceos y frenética búsqueda de representantes de casilla. El universo de acción quedó subordinado al paradigma pragmático: utilidades prácticas inmediatas, resultados numéricos: cantidad de asistentes a mítines o porcentajes de votos, todo con tal de alcanzar aquel mítico y fetichizado 1.5% en las votaciones, el requisito para obtener y mantener el registro legal.

El foco y centro de atención eran las elecciones. La izquierda revolucionaria mexicana entró en el terreno en el que el Estado y el gobierno querían meterla. Ahí fue atrapada.

Ahí encontró su sepulcro.

La clase obrera y aliados, para 1988 habían caído en el olvido. Lo peor es que para las elecciones de ese año, la opción a la que el 90% de la izquierda se sumó e invitó a sumarse fue la de Cuauhtémoc Cárdenas, una opción extraña, ajena a las clases subalternas, una opción del Estado. Parte importante de la hegemonía capitalista mexicana. Ahí fue a entregar sus fuerzas la izquierda revolucionaria. La excepción en ese momento fue el PRT, que acertadamente se negó a unirse a una opción ajena, pero era tarde. A la siguiente coyuntura (1994) ni esta organización se salvó de sumarse a la “cargada” cardenista. Casi nadie se apercibió de que el “combativo” discurso de Cárdenas y corifeos, salidos de las filas del PRI ocultaba una intención real: desbaratar a la izquierda como fuerza independiente del Estado, incorporarla a éste.

Todas las carencias de esta izquierda, mencionadas en la sección anterior, y muy especialmente la primera de ellas: la ausencia de una visión del mundo de la totalidad, es decir, de dialéctica, se hicieron más evidentes y mostraron la debilidad de fondo de una izquierda sí muy comprometida, entusiasta y hasta ese momento enemiga de la negociación con el Estado, pero con poco método de comprensión del mundo. La ansiedad por el éxito y la búsqueda de atajos desfondó todos esos proyectos. La historia posterior a 1988 hasta la actualidad es sólo la debacle. Ni siquiera el EZLN, en 1994 al menos, logró escapar de estas tentaciones (después rectificó, pero tan contundentemente que se fue a otro extremo, encerrándose en su mundo, sin lograr extender su valioso proyecto social).

El terreno electoral, en México fue y es el de la izquierda reformista, obsesionada por escalar puestos de poder en el Estado. Históricamente se ha anotado un triunfo total. Pero para la izquierda revolucionaria es, históricamente también, la derrota más aplastante. 

h) Para concluir con esta sección hace pertinente aclarar tres cosas:

No se hacen alusiones a la lucha ecologista. Es cierto que esta era más bien incipiente en el período analizado, pero sí hubo luchas importantes como la oposición a la planta nuclear de Laguna Verde. El problema es que para la izquierda, incluso la revolucionaria marxista, esto tampoco era materia de reflexión ni atención. Las consecuencias de este desdén, tanto a escala nacional como mundial, están hoy más que a la vista.

Con una sola excepción, tampoco se menciona la rebelión del EZLN, en primer lugar por considerarse que pertenece ya a otro período de la izquierda mexicana que merece un análisis distinto, al menos en parte, y en segundo lugar porque su presencia, con todo lo importante que fue, no subsanó ninguna de las carencias que aquí se han analizado.

No se hace alusión a los aspectos de la solidaridad internacional, en especial con la revolución centroamericana, ni el de la defensa de los derechos humanos. En esas áreas, la intervención revolucionaria mexicana, aunque con algunos ocasionales errores, fue acertada y por ello no puede entrar en un análisis sobre sus deficiencias.

III En Conclusión.

El análisis realizado busca explicar la debacle de una amplia corriente revolucionaria mexicana explorando las carencias propias de la misma en áreas distintas a las de la política, dejando de culpar a elementos exteriores a ella de su derrota. Desde luego que no se pueden ignorar estos elementos, en especial el de la represión, en muchas ocasiones brutal, que el gobierno mexicano ejerció sobre organizaciones y movimientos independientes, lo que se ha querido explicar es que históricamente han existido omisiones muy serias en el campo de acción y reflexión por parte de organizaciones que, por su carácter antisitémico y combativo tuvieron la oportunidad de dirigir un movimiento revolucionario socialista en México y la perdieron estrepitosamente, por no contar con un horizonte cultural amplio y haberse ceñido a la concepciones politicistas y economicistas, con toda su carga de parcialidad y coyunturalismo.

Hoy en día, cuando la situación mundial está amenazando como nunca antes la existencia misma de la humanidad, de la civilización y de parte importante de la biósfera; cuando las perspectivas revolucionarias socialistas parecen totalmente perdidas y abandonadas, no sólo en México sino  en el mundo entero, la desesperanza y la decepción se apoderan de amplios sectores sociales y no parece existir una cabeza, un elemento racional y consciente, que, desde la totalidad dialéctica, sea capaz de dirigir esa revolución. Es el punto de vista del autor de estas líneas que, sí quedan posibilidades revolucionarias aun, pues la condiciones y contradicciones objetivas del capitalismo son ya insostenibles. Pero es necesario dar un urgente golpe de timón. La priaxis revolucionaria debe ubicar a la política y la economía en un lugar más secundario y en cambio se realzar el papel de las actividades abarcantes como las ciencias naturales, a la par de las sociales y otras fundamentalmente subjetivas y cualitativas del ser humano: La filosofía, el deporte, la estética y el arte y el conocimiento de la psique humana; el realce de los elementos lúdicos, afectivos y amorosos.

En México la violencia galopante, así como la demagogia, la mentira y la simulación por parte de toda la clase política; la destrucción del ambiente, la abulia e indiferencia, más trágicamente entre la juventud y una confusión y enajenación generalizadas, hacen cada vez más imprescindible el ofrecimiento de una opción viable. Una opción cultural, en el sentido más totalizador, radical y profundo de la palabra. Es en ella, y no en el politicismo o economicismo, donde se ubica un núcleo revolucionario en el que el capitalismo difícilmente podrá penetrar.