Pabellón de experimentos

El camino hace círculos. El mundo, como un extraño vehículo espacial, avanza rápido sin señales de progreso.   El paisaje parece habitado por sentimientos extraños y la curiosa ambivalencia del público, tan fascinado y tan agraviado simultáneamente. 

– ¿Qué le parece todo esto?

-Es difícil saberlo.

El efecto es ingenioso pero una parte del público piensa que es un vehículo catraminoso del siglo XXV.

Microrrelato


 

Ana .C. Gómez

“La mujer de solera amarilla cruza las piernas. Veo en un relámpago

las rodillas y sus muslos largos. Siento deseos de explorarla. No veo nada más en los pasillos. Me introducen en un cuarto aséptico blanco con un fantástico resplandor azul”.

Es la última anotación que hizo el hombre de 35 años en su teléfono móvil.

Quizá como un diario de impresiones y otras vivencias que tenía registradas. 

Una luz exacta y fría de laboratorio cae sobre él. Cada día le quitan lonjas de piel hasta convertirlo en un cuerpo extraño. Soporta veinte o más visitas diarias.

—¿Qué tal Ed? ¿contento?

—Muchísimo doctor Barh.

—¿Cómo está?

-—Maravillosamente pero mal.

—Vaya a dar un paseo por el parque y se sentirá mucho mejor al aspirar aire fresco.

—Buena idea doctor. Me da tiempo para pensar.

Barth esbozó una sonrisa apenas compasiva.

Un diálogo que se repite todas las mañanas entre los dos.  

El hombre camina mansamente cubierto con una bata larga y los pasos mecánicos lo alejan unos pocos metros por senderos bordeados de árboles. El lugar tiene la apariencia de un lugar de retiro silencioso y encantador.     

Con el correr de los meses el paciente olvida las palabras.   

Deviene en una suerte de cuerpo que tiene un solo lado. Era lo más novedoso del “Pabellón H”, es el último experimento con resultados por encima de lo esperado. 

Hasta se podría apostar que para los profesionales que entran y salen del cuarto, el hombre tendido sobre una camilla no sabía hablar, no tenía corazón, ni siquiera vida. La sinapsis neuronal del hombre es de gran utilidad y, sometida a   procesos bioquímicos de enzimas transmisoras, es derivada al pabellón de fabricación de androides con restos puros de materia gris. Un aparato más que humano. Una suerte de idiota fabuloso y con poderes extrasensoriales.   

La mirada vacuna de los profesionales amerita otra apuesta. Son lo mismo que perciben del hombre al que estuvieron despellejando por años.

El pabellón H no es indestructible. Cuando Marco, el nuevo robot que aparenta 35 años, reaparece tras una llamada de pedido de auxilio, registra a unos ancianos vagabundos entre las tumbas del tiempo. La señal de luz azul le muestra la imagen de un viejo pabellón con la inscripción ilegible. Estaba encallado en un desierto de arena caliente y antigua y la señal de luz naranja le traduce palabras insertas en sus cables de datos: Especie en proceso de aniquilación.

Más lejos, alerta la señal de luz roja que seres en miniatura ascienden y descienden. Sobrevuelan el paisaje de ríos disecados y transforman en piedra todo rastro de vida humana y lo que ésta había creado: Memoria en proceso de aniquilación.

Unas gotas de agua, que al contacto con el aire son agujas de vidrio, saltaron de los ojos glaucos de Marco al descubrir un pequeño aparato. Lo inspeccionó con menos indiferencia de la programada. Sintió por primera vez (sentir estaba por fuera de sus programas) que lo que no era y era a la vez, un proyecto humano futurista, también estaba en vías de exterminación.

Los ancianos habían desaparecido. Una escena de laberintos invisibles, sin referencias de comienzo ni final, una suspensión de la conciencia y la imposibilidad de describir. No había palabras. Era otra cosa… bip, bip, bip… “fuente de energía agotada”, “fuente de energía…”, “fuente de…”  la voz del mensaje también se diluía en el exterminio.