
18.4 maneras de leer el Catatau. Disertación libérrima sobre una obra nodal de Paulo Leminski [i]
Juan Schulz
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Uno se arroja al Catatau y cuando menos se lo espera el Catatau nos tiene nadando en río revuelto. Entender que entender no es importante e internarse en la selva con el Catatau. La flora fulgura y la fauna florece; flotar dentro de la flor de los delirios y andar sin tanto preguntar.
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Habiendo nacido en las afueras de Seúl en la primera década del siglo XXI. Yendo de intercambio a la Universidad Federal de Río de Janeiro. Al principio, naturalmente, lees con dificultad a Raduan Nassar, con cierta facilidad a Rubem Fonseca. Años después, cuando estás redactando la introducción de tu tesis doctoral sobre presencias orientales en la literatura brasileña del siglo XX, te distraes mirando otros libros. Uno de esos de Hilda Hilst, el otro, el que te llevas, de Paulo Leminski. Una semana entera dedicada a leerlo, apenas puedes soltarlo. Haces la primera traducción al coreano y nunca terminas tu tesis.
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Mirando directamente a los ojos del Catatau. Se corre el riesgo de quedarse bizco, torcido, dodecafónico con ecos recónditos. Los ojos del Catatau bailan, se tuercen para exprimir las palabras que te suplican ir al piso. Leer desde el piso con los pies surcando el aire como un bicho que recién descubre el mundo de cabeza.
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Un amigo me contó que conoció a un señor que amaba tanto La vida breve, de Onetti, que la transcribió completa en máquina de escribir. Juan Rulfo transcribía poemas y fragmentos de obras que le interesaban, como hemos hecho muchos con las frases que nos gustan. Lectura en cocción. María Negroni una vez dijo, en una entrevista, algo así como que la traducción es un forma suprema de la lectura. En cambio, la transcripción es la forma fiel de invocar la fantasía de la transmigración. Ni Pierre Menard ni autómata de la palabra. Tú, con aires leminskianos, reescribiendo el Catatau.
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Se puede sacar el pecho y decir que el Catatau es todo lo que Macunaíma no logra. Y ya con el pecho hinchado, se puede hablar de la tensión entre las Galaxias de Haroldo y el Catatau de Paulo. Cuando se habla del Catatau se puede decir lo que sea y no pasa nada, porque Catatau es el hundimiento de la alegoría centrípeta en el culo de la razón instrumental.
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En un hospital, en una sala de espera esperando a alguien, esperando su diagnóstico, esperando un turno eterno, esperando un miligramo de milagro. Catatau no va salvar a nadie. Catatau en la selva, tú entre los sablazos de luz de sirena; la página como una inoculación, como una serpiente que se desliza por la sala y sólo tú la sientes, inmóvil, porque a veces, entre moribundos, no hay nada que decir.
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En cámara lenta. Dos páginas por día, cuando mucho. Catatau dosificado de a pedacitos. Como esos raros drogadictos que ejercen la microdosis, y la cumplen. Llegar al final sabiendo que lo menos importante es el final.
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Podemos deconstruir el cronotopo de la diégesis de la ucronía cartesiana con una epistemología que contemple la dialéctica de la prolepsis y la analepsis en la que está enmarcado el narrador homodiegético y publicar un puto paper que nadie va leer.
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Bajo la sombra de un damasco en la Sierra de los Comechingones, pronunciando ritmos como terrones de flores. Nadando la mirada en abigarrados cirros, mordiendo ciruelas y escupiendo semillas. El rumor del eco del Catatau a veces es más importante que el Catatau.
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Con perspectiva de género, conciencia de clase, decolonialidad y todas esas cosas muy importantes. Pero con el reto de no matar de hueva a la gente, cuidando el placer propio.
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Leminski escribe en 1988: “Fue mi padre quien me enseñó a amar los libros. Yo tenía ocho años cuando me llamó para leer con él Los Sertones, de Euclides da Cunha. Fue el primer libro que leí. Mi padre me iba aclarando las palabras difíciles, los pasajes complicados y así entré a ese bosque de letras llamado literatura”. La tentación es grande y fácil: puede pensarse el Catatau como un atentado contra el dilatado realismo de sertón de Euclides da Cunha. Un doble parricidio simbólico. Las palabras difíciles que le enseñó el padre, un militar, fueron usadas para poblar las abigarradas selvas de palabras desobedientes en las que se pierde el Descartes de Leminski. El Catatau es un texto antieuclidiano, en el sentido de la geometría euclidiana y en el sentido euclidiano del militar positivista que escribió Los Sertones. De hecho el chiste funciona y vamos a ampliarlo con una anécdota de Emiliano Zapata. En la repartición de tierras, se dice que Zapata dijo: “los pueblos dicen que este tecorral es su lindero, por él se me van ustedes a llevar su trazo. Ustedes los ingenieros son a veces muy afectos a sus líneas rectas, pero el lindero va a ser el tecorral, aunque tengan que trabajar seis meses midiéndole todas sus entradas y salidas”. Las siluetas del tecorral de los campesinos indígenas y las líneas rectas del ingeniero se pueden leer como parte de la misma tensión que se le desata al racionalista René Descartes al llegar a un mundo de otras lógicas.
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Otro truco barato: decir que el Catatau es el revés de cualquier obra. Ejemplos: es lo contrario al Aleph, breve, urbano, contra el Catatau, descomunal y selvático; lo contrario a Pedro Páramo: fragmentario, respirado, vaporoso, contra la cascada continua e irrespirable que es el Catatau; contrario al realismo de La vorágine y a los personajes bien pintados de Los recuerdos del porvenir; lo contrario al verso medido de la visión de los vencedores de La araucana. Catatau es lo contrario a la poesía de Leminski, lo opuesto a los cuentos de Lispector, ¿lo contrario al Gran sertón: veredas?
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Podemos, ¡faltaba más!, leer el Catatau dentro de la estela de obras de viajeros europeos alterados por los trópicos. Si en Catatau, René Descartes es el viajero que se viaja, el que consume marihuana y después se enreda en Brasil; se puede leer al mismo tiempo que uno imagina novelas paralelas, como la de un Darwin que hubiera consumido san pedrito, un Humboldt con ayahuasca y una Madame Calderón de la Barca que en vez de pulque hubiera comido peyote. Muchas sagas pendientes.
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Se abre el apetito antropofágico y a pensar con el diente.
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Naturalmente, también, se puede cantar el Catatau. Con música de Hermeto Pascoal y visuales de Wifredo Lam. La filmación queda a cargo de Glauber Rocha en cogumelos. Una “leminskiada barrocodélica”: un carnaval que hace de la rigidez cartesiana el aleteo de un pájaro que se alimenta de los reflejos del prisma derretido en el fogón.
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Sí, sí, sí, Joyce, sí, sí, exactamente. Sí, sí, sí, claro, Joyce, ta muy bien. Sí, sí, James, sí, por supuesto, sí.
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Leminski escribió el Catatau como una amplia extensión —que le llevó nueve años— de su cuento escrito con veinte años, “Descartes con lentes”. Catatau, publicado en 1975, fue una edición de autor, con una advertencia al lector de que se las arreglara sin mapas. Sin embargo, Leminski dedicaría buena parte de su obra a ensayos que reflexionan sobre la poesía, a trazar posibles mapas para leer el Catatau. En el año de su muerte, 1989, se reedita con dos textos donde lanza explicaciones de su novela ensayo (que también es poema). Algunas explicaciones de Leminski son: Occam es el propio espíritu del texto. Es un orixá azteca-yoruba encarnado en un texto seiscentista; Catatau, dice, quiere sentar las bases de una nueva lógica, quiere que la expectativa siempre sea frustrada. E incluso habla de supuestas teorías informáticas detrás del lenguaje del Catatau. Y es ahí donde me detengo y me mareo, ¿qué es lo que hace con la lengua el Catatau?
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Uno visita Tikal o Chavín y no observa todas las piedras, mucho menos en orden, mira la generalidad en conjunto. ¿Por qué habría que terminar de leer todas las letras del Catatau? ¿Quién, además del profesor con beca, dice que leer un libro entero es mejor que roer con pasión unas cuantas páginas? La completud es una posibilidad, ninguna virtud. De hecho se le augura mejor vida a quien dice sin pena: “no terminé el Catatau” que a quien cacarea la conclusión de su lectura. Terminar el Catatau es tan importante en la vida como completar los nueve tomos de la historia de Heródoto. En el reconocimiento de lo fallido se esconden hermosas lecturas.
[i] Apareció por primera vez el agosto de 2025 en Altura desprendida, https://desprendida.com/2025/08/23/juan-schulz-paulo-leminski-catatau-feliciano-lana-literatura-brasilena/?fbclid=IwY2xjawMl745leHRuA2FlbQIxMQABHgI3vzgU_BRK_4eEmiYPRFkdxPrRVxQ_LKaZDPIr7kOD3kEe_FeGZPZoLXTU_aem_VXdL04iIvEkrEvihYSreDg
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