Neofascismo y reconfiguración global: del neoliberalismo al posneoimperialismo

Germán Iván Soriano Soriano
«El cinismo ya no es una forma de resistencia, sino la manera
en que el sistema se perpetúa a sí mismo.»
Slavoj Žižek, El sublime objeto de la ideología (1989)
En el desarrollo del tema del neofascismo actual, primero hay que entender las generalidades en sí para la conformación de esta nueva visión neofascista. Dentro de este desarrollo, existen dos generalidades de la particularidad, que en este caso es el sistema económico capitalista. Recordemos que las generalidades generan particularidades y que estas, a su vez, generan nuevas generalidades. Esto se observa desde la cosmovisión hegeliana.
Es decir, toda la cosmovisión que se genera para entender el desarrollo de la sociedad muestra que el capitalismo desarrolla etapas en sí. Las etapas o generalidades son el imperialismo y el neoliberalismo. Al final, uno pensaría que el neoliberalismo es solo un modelo económico, pero en realidad es una fase del mismo sistema económico que contribuye a su reproducción.
Para entender la relación entre estos dos conceptos, que en apariencia son distantes, hay que reconocer que no lo son. Parte del desarrollo económico contribuye a su propia reproducción. Por ello, para llegar a nuestro objetivo de comprensión, primero debemos entender las generalidades: qué es el neoliberalismo, qué es el imperialismo y, como síntesis, poder así comprender el postneoimperialismo, es decir:
Primero, entendemos el neoliberalismo como lo señala David Harvey, geógrafo y teórico social británico. En su libro Breve historia del neoliberalismo (2005), lo define así: «El neoliberalismo es, en primer lugar, una teoría de prácticas político-económicas que sostiene que el mejor modo de avanzar en el bienestar humano es liberar las libertades y habilidades emprendedoras de los individuos dentro de un marco institucional caracterizado por fuertes derechos de propiedad privada, mercados libres y libre comercio». Aquí cabe señalar que no solamente se convirtió en es un esquema teórico, sino que se llevó a cabo, y que se convirtió en una fase del capitalismo.
Segundo, el imperialismo es definido por Vladimir Lenin en su libro El imperialismo, fase superior del capitalismo(1916), donde señala: «El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en la que ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, en la que la exportación de capital ha adquirido una importancia destacada, en la que el reparto del mundo entre los trusts[1] internacionales ha comenzado y en la que ha terminado el reparto de todo el territorio del globo entre los países capitalistas más importantes».
Sin embargo, hay que comprender que han existido tres etapas en el desarrollo del mismo sistema imperialista. La primera fue a través de la redistribución de diferentes partes del mundo, como África y América Latina, por parte de las potencias europeas. Posteriormente, el neoimperialismo como se conoce construyó este mismo reordenamiento a través de la visión de Yankee.
Una vez consolidado este reordenamiento económico, territorial y político, se estableció un mundo unipolar, como lo señala Jalife, entendiendo a Mundo unipolar como: un sistema internacional donde una única superpotencia ejerce dominación política, económica y militar a nivel global. Tras la disolución de la Unión Soviética, Estados Unidos asumió este rol hegemónico, promoviendo la globalización neoliberal y utilizando su influencia en organismos internacionales y su poderío militar para mantener su supremacía.. Al destruirse esta construcción, se vivió una nueva etapa de ordenamiento que también conformó su destrucción. La caída del sistema unipolar fue causada por la ideologización de la democracia.
Si bien la democracia sirvió en ciertos momentos a los intereses de la burguesía, esta tuvo momentos cumbre en los que se construyó el neoliberalismo junto con el mundo unipolar. La hegemonización de Estados Unidos trajo estabilidad a la burguesía hegemónica y también benefició a la burguesía nacional.
En esta construcción, la democracia llegó a un punto de perversión en el que dejó de beneficiar a la burguesía nacional, que ya no podía competir contra los trusts internacionales. Esto provocó su desplazamiento y marginación del desarrollo político, lo que llevó a la conformación de actores políticos inconformes en América Latina, donde se construyeron gobiernos de izquierda.
La democratización y sus principios han llevado a que la mayoría del pueblo se dé cuenta de que ser mayoría tiene beneficios para aquellos que fueron despojados por las cúpulas neoliberales. Uno de estos beneficios es la elección de sus gobernantes.
Sin embargo, esto no es un fenómeno nuevo. Ya se había observado antes de la consolidación de la democracia, empero hipócritamente los mismos promotores de la democracia liberal hoy la ven como un peligro, gente como lo es Vargas Llosa, tachándola de populismo.
En distintos momentos históricos, se ha visto esta ascensión al poder de sectores populares, como en el caso de Salvador Allende en Chile, quien fue rápidamente derrocado y reemplazado por la dictadura reaccionaria de Pinochet.
Sin embargo, la masa aprendió que podía recuperar el poder, y no fue sino hasta la ascensión de Hugo Chávez el 2 de febrero de 1999 y la construcción de la Marea Rosa en América Latina cuando la democracia comenzó a consolidarse verdaderamente. Esto, sin embargo, fue percibido como un peligro por las élites y se empezaron a gestar grupos reaccionarios contra los gobiernos que no concordaban con el mundo unipolar, financiados por la CIA, tirando algunos y corrompiendo a otros como lo sucedido en Brasil, al comprar diputados y grupos del poder judicial que metieron a la cárcel a Lula y construyeron el golpe de Estado en Brasil.
Aun así, la masa persistió y, en México, este fenómeno, aunque trabajado desde la primera ola, no dio frutos sino hasta que las demás experiencias regionales se agotaron. Con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, la masa vuelve a ser representada mediante una nueva visión económica, social y política, que tranquiliza a sectores económicos importantes de la burguesía nacional e incluso genera alianzas con ellos. El mismo neoliberalismo promovió el crecimiento del egoísmo e individualismo, lo que amplió la corrupción. Un ejemplo de esto se puede observar en la entrevista de El Chamuco le realiza a Buenrostro, donde se evidencia cómo incluso la burguesía nacional fue afectada por el grupo político dominante que conformo su propia trusts.
Mientras tanto, en Estados Unidos, la izquierda también ha reaccionado. Actores como Bernie Sanders han desafiado a la derecha moderada, representada por Biden. Esto ha obligado al sector conservador a movilizarse ampliamente para mantener el status quo. Sin embargo, incluso ellos reconocen que el sistema neoliberal se está desmoronando. El sistema que impusieron ya no les genera los beneficios esperados, pues otros países han aprendido a aprovecharlo a su favor, como China, Rusia o Arabia Saudita.
Al darse cuenta de esto, y de que México está creciendo sin necesidad de endeudarse, se demuestra que ya no es necesario el intermediario que sostenía el mundo unipolar, pues ahora hay un mundo multipolar, que un sistema internacional caracterizado por la existencia de múltiples potencias que compiten y cooperan en diversos ámbitos, sin que una sola nación domine. Este modelo ha emergido con el ascenso de economías como China, Rusia, India y Brasil, que desafían la hegemonía estadounidense y proponen alternativas al neoliberalismo. En este contexto, las decisiones globales resultan de la interacción entre diversos centros de poder.
Esto ha generado la necesidad de un nuevo reordenamiento político, económico y social, lo que ha dado paso a nuevas visiones posneoimperialistas, como la de Donald Trump. No es casualidad que las personas más ricas del mundo hoy apoyen el neofascismo. Recordemos que el fascismo surge como respuesta al auge de las izquierdas: cuando las izquierdas toman el poder, los grupos reaccionarios se endurecen al punto de construir microfascismos. Esto ha sido evidente en América Latina, especialmente otra vez en Chile o Argentina.
Sin embargo, antes no era necesario que el poder económico hegemónico se declarara abiertamente fascista, pues el neoliberalismo le resultaba más rentable con su discurso de democracia liberal, pero empezaron a perder.
Es por ello que actualmente estamos transitando del neoliberalismo al posneotimperialismo. En este contexto, la burguesía apoya a sus gobiernos nacionales siempre que estos busquen su beneficio. México no es la excepción, y esto explica por qué ciertas élites están interesadas en respaldar ciertas políticas económicas, pues buscan estabilidad y crecimiento para sus consorcios.
En Estados Unidos, la diferencia radica en que no solo se construyen imperialismos nacionales, sino que también emergen tendencias fascistas. Como menciona Alfredo Jalife, la disputa es entre soberanistas y globalistas. Los globalistas son los neoliberales que intentan mantener el sistema económico basado en la privatización y la eliminación del Estado, mientras que los soberanistas buscan fortalecer el Estado para apoyar a la burguesía y garantizar la reproducción del sistema económico. Al final, son dos visiones que buscan sostener el sistema capitalista.
La pregunta clave es: ¿cómo afecta esto a la masa? Afecta en la creación de empleos, la regulación de los salarios y el crecimiento económico. La disputa actual es por los mercados, incluido el mercado laboral, en el cual ambos países luchan por mejorar su posición económica. Sin embargo, si la población no está atenta al proceso ni exige sus derechos, todo seguirá igual, sin importar si triunfa la burguesía nacional o la internacional, como es la lucha de las 40 horas. Por ello, es crucial entender esta diferenciación y su impacto en las luchas sociales del presente.
[1] Se refiere a grandes conglomerados empresariales que monopolizan sectores clave de la economía. Estos trusts son el resultado de la concentración del capital y la producción, donde varias empresas se fusionan o se agrupan bajo una misma dirección para eliminar la competencia y controlar mercados enteros.
Lenin señala que los trusts son una característica del imperialismo porque consolidan el poder del capital financiero, que domina la economía y extiende su influencia a nivel global. Estos monopolios buscan expandirse más allá de sus fronteras nacionales, lo que impulsa la exportación de capital, la explotación de recursos y el control político en otras regiones, especialmente en países más débiles económicamente.
En resumen, los trusts son una forma avanzada de monopolio que representa la fusión del poder económico y político de la burguesía en la etapa imperialista del capitalismo.