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Doce puntos para entender la elección presidencial en Ecuador



Doce puntos para entender la elección presidencial en Ecuador

Daniel Kersffeld

1) Ganó Guillermo Lasso y eso estuvo fuera de casi todas las previsiones (empezando por la mía). Fue un triunfo por alrededor de cinco puntos y de nuevo fallaron la mayoría de las encuestas: en cambio, acertó CEDATOS, la consultora con menos credibilidad en Ecuador.

2) Ganó Lasso pero sobre todo ganó el “anticorreísmo” como una expresión política difusa que encontró en este candidato a su mejor exponente. El “anticorreísmo” excede los límites de la derecha tradicional, que se podría cuantificar en el 20% obtenido en la primera vuelta.

3) La elección fue similar a la de Argentina en 2015 cuando una mayoría votó conscientemente por un proyecto neoliberal, en este caso encarnado por Mauricio Macri, para sacar del gobierno al kirchnerismo. En Ecuador se operó una lógica similar, donde una mayoría votó por Lasso para impedir el retorno del correísmo al poder.

4) Con respecto a la figura de Lenín Moreno, ganó la opinión de quienes vieron a su gobierno como resultado del correísmo frente a aquella otra visión que, en cambio, lo vinculó al neoliberalismo y a Guillermo Lasso. Como sea, el triunfo de Lasso permite la continuidad entre ambos mandatos y no el salto traumático que hubiera significado un eventual triunfo de Arauz. Así, Moreno concluirá su mandato quizás con el único éxito que se le pueda atribuir: el triunfo de la fórmula anticorreísta.

5) Con esta victoria, no sólo Lasso llega al gobierno, sino que el bloque de derecha conformado con el Partido Social Cristiano consigue recuperarse justo en su peor momento, luego de las protestas de octubre de 2019 y de la crítica situación sanitaria atravesada en 2020.

6) En este sentido, en Ecuador vuelve a gobernar una derecha homogénea y evidente como no se veía en el país desde hacía dos décadas, probablemente, desde el gobierno de Jamil Mahuad (1998-2000). Así, el de Lasso será un gobierno que no necesitará contar con referentes sociales o con “voces progresistas” para asegurar su gobernabilidad: sus votantes no pidieron un “neoliberalismo con rostro humano” sino un gobierno sin corrupción y sin populismo. De nuevo la similitud con el gobierno de Macri.

7) En cuanto a bloques de poder, el principal sector beneficiario de este triunfo será el sector empresarial y bancario del Ecuador, antes que las clases medias que votaron pensando en su propia salvación (e incluso, en un eventual ascenso social). En este contexto, el repetido miedo “a terminar como Venezuela” operó como un fuerte motor del voto asociado al “anticorreísmo”.

8) En consecuencia, Arauz no fue el principal derrotado de la elección sino el propio Correa. En la primera vuelta, en la que obtuvo el 32%, apenas logró sobrepasar su voto duro. En la segunda vuelta, con el 47%, ganó en voto “antiLasso” o “antiderecha”, pero no lo suficiente para volver a ganar.

9) Prácticamente sin experiencia política y como un candidato creado en la campaña, Andrés Arauz hizo una buena elección, pero su grupo político no acertó en la construcción de mayores alianzas, sobre todo, con el movimiento indígena: las expresiones de apoyo que vinieron de este sector fueron mínimas y fragmentarias. Y se pensó que con videos de tiktok se acercaban a la juventud que había votado por la Izquierda Democrática (e incluso por Lasso en la primera vuelta). Además, y por momentos, fue claro que quien hablaba por detrás de Arauz era el propio Correa, por lo que fue difícil sumar al “correísmo desencantado” o a quienes buscaban “caras nuevas”.

10) La izquierda y el progresismo en general se enfrentan al golpe más fuerte en las últimas décadas (quizás desde el retorno de la democracia). En el peor de los casos, desde el correísmo se pensaba que se ganaba por muy poco, en un escenario complejo con acusaciones de fraude y obstrucciones del Consejo Nacional Electoral. Pero no se imaginaron un escenario de derrota por más de cinco puntos, lo que posiblemente motivó a no realizar denuncias por fraude, lo que hubiera jugado en contra del propio Rafael Correa. En este caso, la derrota no fue por la “traición” de Lenín Moreno, sino por una mayoría que por primera vez en una elección presidencial, decidió no respaldar al ex presidente.

11) La izquierda tiene que digerir una difícil derrota. Después de la elección, Correa queda como un dirigente protagónico de este espacio, pero con menor incidencia a nivel nacional. De igual modo, como un referente claro dentro de la izquierda, pero ya no como el líder único y excluyente. Es probable que se lo señale a él como el principal responsable de la derrota (aunque él no quiera aceptar este papel).

12) Seguramente, habrá urgencias y tropiezos en la conformación de algo así como un “bloque contrahegemónico” (para utilizar el término gramsciano) que deberá ser compuesto por el correísmo pero también por sectores progresistas de Pachakutik. Incluso, y a medida que se profundice el programa neoliberal de Lasso, por grupos radicalizados de la Izquierda Democrática; por organizaciones y colectivos independientes; y por referentes políticos provenientes del correísmo pero que se alejaron de este espacio. Las próximas elecciones seccionales, en un par de años, podrían convertirse en el primer test para la conformación de una nueva alianza opositora a Guillermo Lasso

 

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Apuntes sobre las discusiones de las izquierdas en medio del escenario electoral




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Apuntes sobre las discusiones de las izquierdas en medio del escenario electoral

Sofía Lanchimba Velastegui

El momento electoral ecuatoriano es un buen escenario para sacar a colación debates pendientes al interior de las izquierdas. Andrés Arauz, candidato del correísmo pasó a segunda vuelta y es posible que dispute la presidencia al candidato de Pachakutik, Yaku Pérez. Los debates ya empezaron, pero los puntos políticos de demarcación ideológica son demasiado difusos.

Las fronteras políticas marcadas para definirse a sí mismos y al adversario pasan por una gama muy amplia: izquierda progresista vs. izquierda indígena, antineoliberalismo (Arauz) vs. neoliberalismo (Pérez), extractivistas (Arauz) vs. ambientalistas (Pérez), autoritarios (Arauz) vs. dialogantes (Pérez), izquierda populista (Arauz) vs. derecha indígena (Pérez), recuperación del Estado (Arauz) vs. agendas como el ambientalismo o el feminismo (Pérez), progresismo conservador (Arauz) vs. representación autónoma (Pérez),  izquierda racista vs. movimiento indígena. A estos se suma un binarismo reduccionista que sólo ha nublado las posiciones: correísmo/anticorreísmo. Una versión del anticorreísmo se afirmaba a la izquierda del gobierno de Correa, espacio que era compartido con las derechas.

El cruce izquierda-indígena no es un debate nuevo, en Bolivia −con sus propias particularidades− también está latente. En Ecuador mismo, tiene un próximo antecedente en la década de los ochenta cuando la identidad étnica-cultural cobró mayor peso en el marco del giro cultural, mientras el movimiento sindical perdía terreno. Detrás está la reconfiguración de las izquierdas tras la caída del muro de Berlín (1989) y el surgimiento de identidades políticas subalternas como los movimientos indígenas.

Después del 89 y la disolución de la U.R.S.S. (1991), el marxismo perdió terreno como discurso crítico predominante. En esa misma década, las medidas neoliberales comenzaron un proceso de transformación al interior del mundo del trabajo. En este marco, la identidad política basada en la clase también se debilitó. Conceptos como revolución, explotación o lucha de clases fueron expulsados del discurso político. En su lugar se aceptaron: emancipación, desigualdad, diferencia y multiculturalismo. Nuevas identidades subalternas tomaron la posta: feminismo, indígenas, ambientalistas, etc.

En América Latina, los noventa fue la década de la «emergencia indígena», para algunos militantes de izquierda fue el espacio de refugio tras el sisma y la reedición de la esperanza, no todo estaba perdido. Potentes movimientos indígenas se formaron durante esa década. La demanda étnica cobró centralidad por una serie de hechos: nuevas organizaciones indígenas, reuniones y declaraciones de carácter etnicista, acciones de reivindicación, movimientos indígenas y eventos socio-políticos importantes: la marcha desde tierras bajas en Bolivia (1990), el alzamiento del EZLN en México (1994), el levantamiento indígena en Ecuador (1990), el conflicto mapuche en Chile y Argentina desde los noventa.

Ecuador es el único país con un movimiento indígena con una organización a nivel nacional, CONAIE, la organización más representativa. Ni siquiera en Bolivia existe algo similar. Si bien la organización indígena contemporánea puede rastrearse a la década de los treinta con los primeros sindicatos agrarios, los noventa son los años en que logra una articulación nacional y un proceso formación más sólido del sujeto indígena como sujeto político. Desde entonces, uno de sus mayores aciertos ha sido resolver sus diferencias internas sin romper la organización, fenómeno que las izquierdas no han logrado.

No está de más recordar que, el gobierno de Rafael Correa sólo fue posible por las movilizaciones que lo antecedieron. Su logro fue capitalizar el malestar a través del voto y la Asamblea Constituyente (2007-2008).

Con la redefinición del campo político después del acontecimiento de octubre del 2019, regresa el movimiento indígena −con nuevos matices y tendencias−. Si en los treinta o en los setenta era posible la fórmula “indio comunista” o en los noventa lo indígena era la síntesis en la que se conjugaba explotación, racismo y exclusión. En la actualidad hay nuevos matices producto de la misma lucha del movimiento indígena. No significa que el grueso de la población indígena haya dejado de ser pobre y excluida, sigue siendo la parte de la población ecuatoriana mayormente afectada en la estructura de dominación. Sin embargo, lo indígena no es per sé de izquierda. Varias diferenciaciones se han dado al interior del mundo indígena en términos estructurales y también varias prácticas dentro de la política institucional, entonces, también hay una multiplicidad de intereses.

Las elecciones (como mecanismo liberal) reducen las complejidades de la realidad y las tensiones y matices en cada expresión política. La izquierda progresista no fue un socialismo, permitió el crecimiento de grandes grupos económicos y tuvo una base extractivista que lo enfrentó a ecologistas y organizaciones indígenas. No obstante, no puede ocultarse la importante inversión social que realizó y la reducción de la pobreza (al menos los 5 primeros años) que siguen garantizando el voto al correísmo.

El proceso histórico ha cambiado para la izquierda y no puede mantenerse ajena de reivindicaciones y demandas desde el movimiento indígena, el ambientalismo, el feminismo y las diversidades sexo-genéricas. Sin embargo, estas también pueden estar dentro de la agenda de derecha si no se clarifican las limitaciones como lo ha demostrado el multiculturalismo neoliberal, el capitalismo verde o el feminismo liberal del techo de cristal. Hay unos debates que parecen estar latiendo: marxismo vs. autonomismo, política de clase vs. política de la identidad. Al menos en términos teóricos, hay un cierto avance para pensar en la interseccionalidad sobre clase-raza-género y la conexión entre capitalismo y crisis ambiental.

Hay puntos problemáticos. Para enfrentar el extractivismo correísta se construyó una imagen de un Estado autoritario que impedía la autodeterminación territorial, por ejemplo, a través de consultas previas, además, desperdiciaba recursos en burocracias accesorias, lo que a la larga fue preparando un discurso de reducción del Estado. La crisis sanitaria ha demostrado cómo el desmantelamiento de los sistemas de salud cuesta vidas.

En medio de una pandemia conectada con la crisis ambiental y que ha ahondado las desigualdades, ambas debido al régimen de acumulación capitalista, no creo que la izquierda pueda abandonar la bandera histórica por la igualdad, atada a la redistribución y que implicaría impuestos a los grandes capitales y no su eliminación. El racismo de izquierda que desconoce al movimiento indígena como un actor igual con el cual dialogar no ayuda. Menos aquel que desde la mirada colonial, se siente con la autoridad para definir quién es indígena y quién no. Tampoco sirve la romantización de ciertas izquierdas sobre el sujeto indígena.

Por ahora, son sólo unas cuantas preocupaciones en torno a lo que sucede en medio del clima electoral ecuatoriano.




Elecciones ecuatorianas 2021: Habrá segunda vuelta, cada voto contará para definir el segundo lugar




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Elecciones ecuatorianas 2021: Habrá segunda vuelta, cada voto contará para definir el segundo lugar.

Sofía Lanchimba Velasteguí

Este 7 de febrero se llevaron a cabo las elecciones presidenciales en Ecuador. Las primeras en América Latina en el 2021, en medio de una pandemia. El mapa electoral aún está por definirse en los siguientes días. Apenas tenemos un conteo preliminar que prevé un empate técnico entre el segundo y tercer lugar, el representante de la derecha y el candidato indígena. Cada voto contará en esta definición.

La jornada dejó algunas sorpresas. La más importante, un histórico porcentaje de voto (19,87%)[1] para el partido Pachakutik que contendió con un candidato indígena, Yaku Pérez. El candidato de la derecha con mayor opción de voto, el banquero Guillermo Lasso recibió una votación aún menor que en las elecciones anteriores (19,59%). Andrés Arauz, el candidato del correísmo, pasa a segunda vuelta (32,16%). Ecuador parece seguir las tendencias de la región. Después de los gobiernos de la derecha: Mauricio Macri en Argentina, Jeanine Áñez en Bolivia, Lenin Moreno en Ecuador, las −autodenominadas− izquierdas regresan. Sin embargo, Ecuador tiene sus particularidades.

Desde el 2007 el campo político ecuatoriano ha estado marcado por un binarismo correísmo/anti-correísmo. La crisis de los commodities (2016) y la revuelta popular de octubre de 2019 reconfiguraron los pesos políticos. Rafael Correa dejó el gobierno y el país en 2017, pero su sombra persiste y marca dirección política. Lenin Moreno, su coideario, asumió la presidencia ese año. Un gobierno marcado por una pésima gestión gubernamental, reducción del Estado, contratación de una enorme deuda pública, liberalización del costo de la gasolina (que marca el costo de bienes básicos), implementación de reformas que flexibilizan el régimen laboral y casos de corrupción en medio de la crisis sanitaria. Recordemos que, cuando estalló la pandemia Ecuador se convirtió en el punto cero del horror. En abril del 2019, se viralizaron imágenes de cadáveres en las calles sin que el gobierno diera una respuesta adecuada.

La crisis sanitaria ha profundizado las tendencias que venía viviendo el país durante el gobierno de Lenin Moreno: aumento significativo del desempleo, subempleo y la informalidad. Menos de un tercio de la población económicamente activa (PEA) está en condición de pleno empleo. Los empleos informales constituyen la mayor proporción del total de los empleos (48,6%) frente a los del sector formal (45,9%). Sumada a una significativa reducción del poder adquisitivo. Es decir, mayor pobreza y desigualdad.

En medio de la crisis sanitaria por covid-19, que disminuyó el control en la contratación pública se dieron casos de corrupción en la compra de materiales médicos como mascarillas, pruebas de covid-19 o bolsas para transportar cadáveres.

El 90,85% de la población califica la gestión de Lenin Moreno como mala, según la encuestadora Market. No es el único, la Asamblea Nacional (órgano legislativo) y el poder judicial también tienen una pésima imagen. El 90,60% califica la gestión de la Asamblea Nacional como mala, lo mismo sucede con la justica (82,45%). Los medios de comunicación que marcaron un cerco mediático en la revuelta de octubre y, en medio de la campaña electoral, una práctica servil a los intereses del poder, también, tienen una imagen deplorable. La crisis y el malestar es enorme. El escándalo de políticos vacunándose a sí mismos y a sus familias sin ninguna repercusión, solo alimenta el desprecio por la clase política que no es vista como parte de la solución, sino como parte del problema.

Los resultados, a nivel político, dejaron un escenario volátil con 16 candidaturas presidenciales, el mayor número en la historia del Ecuador. A pesar de la gravedad de la crisis que atraviesa el país, las propuestas de los candidatos fueron poco sólidas. Un mes antes de las elecciones comenzaron a despuntar tres figuras, según la mayoría de las encuestadoras: Andrés Arauz, Guillermo Lasso y Yaku Pérez. Se rompía la binariedad y la polarización, sin embargo, el escenario permanecía abierto por un alto porcentaje de indecisión, entre el 30% y 60%, según distintas encuestadoras. 

Guillermo Lasso es el mayor perdedor de la jornada. En su tercera participación en elecciones presidenciales y luego de una multimillonaria campaña, obtuvo un voto menor que en sus anteriores participaciones. En el 2013 obtuvo el 22,68%, en el 2017 obtuvo 28,09% (en primera vuelta). Ahora bordea el 20%. Ni siquiera, la decisión de las derechas de contender en unidad y con un solo candidato, sirvió para atraer el voto. La última vez que el partido socialcristiano, aliado de Lasso, accedió a la presidencia del Ecuador fue con León Febres Cordero (1984-1988). Desde entonces, su líder más visible, Jaime Nebot, exalcalde de Guayaquil hizo de esta su bastión de poder, sin embargo, ha sido incapaz de proyectarse a nivel nacional. En estas elecciones, el voto de la costa no tiene como preferido a Lasso ni al socialcristianismo. Su votación más significativa se concentra en Pichincha (25%) y Guayas (25%).

Andrés Arauz entró a la contienda con una ventaja que no ha logrado superar. El voto duro del correísmo está entre un 20 y un 30% del electorado, él recibió, hasta ahora, el 32%. Es decir, el voto se endosa, pero no crece. Este dato será importante tener en cuenta para la segunda vuelta. Según los resultados preliminares, le fue mal en la Sierra en la que gana Pachakutik. Sin embargo, se compensa por el voto recibido en la Costa, por ejemplo, Manabí (52%), Esmeraldas (43%), Los Ríos (46%) y Guayas (42%). Esta última provincia llama la atención, pues su voto históricamente ha estado ligado a la derecha del partido socialcristiano.

La votación recibida por Yaku Pérez es la gran sorpresa de la jornada y es expresión ineludible de la revuelta popular de octubre de 2019, en la que el movimiento indígena fue un actor central. Su voto se concentra mayoritariamente en la Sierra centro-sur y la Amazonía. Su virtual paso a la segunda vuelta podría complicar en gran medida al correísmo. La votación que recibe Pachakutik con un candidato indígena en una elección presidencial es histórica. Muy lejos del que recibió uno de sus dirigentes históricos, Luis Macas, en el 2006, 2,19% y del recibido por Alberto Acosta en el 2014, 3.26 %, cuando Pachakutik formó parte de la Coordinadora Plurinacional de las izquierdas.

El saldo es más que interesante. El arrastre electoral que tiene Pachakutik confirma al movimiento indígena como un actor político en la escena nacional. La trayectoria ha sido larga. Desde su formación contemporánea a partir de levantamientos y movilizaciones en las calles, durante los noventa contra el neoliberalismo. Pasando por la inspiración e influencia en la Constitución del 2008, entre las que destaca la definición del carácter plurinacional e intercultural del Estado ecuatoriano. Hasta la revuelta más importante (por su intensidad y sus dimensiones nacionales) que ha tenido Ecuador en las últimas décadas.

Con una estrecha disputa entre el segundo y tercer lugar, el desenlace nos pone de los nervios. Si Lasso pasa a segunda vuelta será muy difícil que gane. El voto por Arauz y Pérez representan un anhelo de sosiego en medio de la crisis y el hartazgo de las élites responsables de catástrofes como el feriado bancario (1999) y la continuidad de Lenin Moreno. Ambos son figuras poco conocidas en la política ecuatoriana, lo que les permite presentarse a sí mismos como una renovación. Con Lasso como contendor es más posible que gane Arauz. Significaría el regreso de los progresismos, una segunda oleada, moderada y descafeinada. No obstante, carecerá de la bonanza económica que le permitió una importante inversión pública en la década pasada, una mayoría legislativa que le evite la incomodidad de negociar o el apoyo de las organizaciones sociales que ya conocen la política del correísmo. Desde sus inicios ha tenido una mala relación con las organizaciones del campo popular. De hecho, su predominio político se construyó en detrimento de la autonomía de estas.

Si Yaku Pérez pasa a segunda vuelta, el escenario se complejiza. Sería el movimiento indígena el que señale los límites del progresismo. Ahora, este panorama también tiene sus matices. Si bien la candidatura de Yaku Pérez logra recoger la representación de Octubre de 2019 y del movimiento indígena, no expresa el núcleo de su espíritu. Desde hace varios años, la mayor expresión organizativa del movimiento, la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador), mantiene una compleja relación con Pachakutik. Es erróneo decir que Pachakutik es el brazo político del movimiento indígena cuando, desde su constitución en 1995 fue un espacio más amplio. Los problemas de esa relación fueron evidentes al momento de definir el candidato para estas elecciones. Varios habrían preferido la participación de las bases del movimiento en esta decisión y la presencia de liderazgos más visibles de la revuelta de octubre.

La mejor experiencia de Pachakutik ha sido a nivel territorial, sin embargo, sus alianzas, no siempre alineadas a la izquierda han sido fuente de conflicto. Hay que reconocer que existen varias tendencias al interior del movimiento indígena y que estas no siempre comulgan con la izquierda. Yaku Pérez, impulsado por un profundo anti-correísmo, llamó a votar por el banquero Lasso en las elecciones del 2016 y celebró la salida de Evo Morales del poder en medio de un golpe de Estado. Si bien, Pérez ha enarbolado un discurso en defensa del ambiente, espacio del que proviene, ha manifestado el apoyo a la legalización del aborto (aunque plantea una consulta popular para ello) y dice representar a una izquierda dialogante y no autoritaria, sus propuestas económicas no son muy claras en ese camino (como eliminar el impuesto a la salida de divisas, o exonerar del pago del impuesto a la renta a inversionistas extranjeros).

En resumen, la derecha tradicional está fuera del juego. Si bien el correísmo sigue teniendo protagonismo en la política nacional se ha roto su predominio y ya no será posible su estrategia política de polarización entre “ellos como representación posible de la izquierda, el cambio y la redistribución de la riqueza” y “los otros, las elites económicas y la partidocracia”. La revuelta popular de octubre de 2019, como todo acontecimiento, abre una nueva época en la que otros actores pugnan por redefinir el campo político. Esos actores son múltiples. Después de siglos de exclusión y de intentos por incorporar a la población indígena a través de un proyecto modernizador (en los setenta), pero profundamente desigual que los dejó en situación de miseria, nuevamente el movimiento indígena (con nuevos matices y con distintas tendencias en su interior) disputa un protagonismo, ya no sólo como movimiento social sino como actor en la política institucional.

[1] Resultados obtenidos con el 98,15% de actas procesadas. La actualización de los resultados se puede consultar en la página web https://resultados2021.cne.gob.ec/