Voto Popular

CE, Intervención y Coyuntura

El despertar tras el 7 de junio significó asumir el trago amargo de saber que el conteo preliminar de votos manifestaba una pérdida significativa de alcaldías en la ciudad de México para Morena. No fueron pocos los que aprovecharon las primeras horas de la mañana para decir que la inminente derrota de Morena se debió a las inconsistencias y errores en la estrategia de campaña. No faltaron quienes veían como efecto negativo los cuestionamientos de varios candidatos, incluso los que eran de otras entidades federativas, y los varios desacuerdos entre las agendas de todo tipo con la implementación de políticas y medidas estratégicas de la gestión obradorista. Un coctel difícil de asimilar y a veces demasiado forzado para tenerse en cuenta. Así, para muchos analistas y “líderes de opinión” de las elecciones, trataron de instalar la idea de que estás elecciones son una muestra del declive del proyecto obradorista, sin considerar que, con todo y las derrotas y retrocesos en algunos espacios, el voto de las pasadas elecciones sigue manifestado un voto popular por el proyecto obradorista.

A nivel nacional Morena avanzó con 11 de 15 gubernaturas, lo cual no es cosa menor, y demuestra un avance con respecto a 2018. Quizá el caso un tanto sorprendente es el de Nuevo León que sin duda fue un fuerte descalabro. En términos de las diputaciones federales se cumplió con la victoria que asegura que Morena mantenga el liderazgo en la Cámara de Diputados. Este punto, como se ha señalado, es estratégico, ya que por ahí pasarán todas las reformas que desde el ejecutivo se impulsen. En este sentido, esta es la victoria más clara y contundente para el proyecto obradorista, si bien el porcentaje que se tiene obligará a la negociación de Morena con otros partidos, los sitúa en una posición que puede permitir de una manera más favorable el cabildeo.

Un tercer nivel de la discusión que no deja de tener impacto más allá de su ámbito local es el de la ciudad de México, la cual siempre se muestra como cierto pulso de la política nacional. Quizá lo que para algunos se refleja como un voto de castigo por las medidas “antiprogresistas” del Morena en todos los niveles, debería de comenzar a mirarse desde otra perspectiva la cual nos hablaría de una sociedad que se ha hecho progresista en el ámbito de los derechos ciudadanos pero conservadora en la distribución del poder y de la distribución de la riqueza social, pues no se puede negar que la ciudad de México sigue siendo un baluarte de derechos políticos y sociales, de inclusión y respeto a las minorías y a las mujeres; pero justo ahí es donde el asunto de los destinos de una parte del erario a los programas sociales para los sectores más vulnerables, varios trazados por la perspectiva de género, han causado gran indignación a una parte de la población que piensa estos proyectos como simple derroche y enclaustrados en una lógica clientelar de viejo cuño.

Mientras el conservadurismo de algunos espacios es claro y no sorprende como en el norte y el bajío del país, señalar que hay un proceso de derichización de las clases medias bajas y altas de la ciudad parece ofender a algunos que piensas que esta ciudad es esencialmente una ciudad de izquierda y ciudadana, olvidando que ello no siempre se traduce en una política popular o plebeya. Justo el abandonó del campo popular por el de los derechos ha marcado la ilusión de que esta ciudad debería ser en su mayoría un lugar en donde Morena se tendría que afianzar sin ningún cuestionamiento. El voto popular para Morena fue muy claro en las alcaldías del oriente de la ciudad, muchas de ellas con un fuerte arraigo campesino e indígena en sus tradiciones; también obrero como producto de las múltiples modernizaciones del país, así como del auge del antiguo movimiento urbano popular, que han hecho de las periferias zonas con una precaria industrialización.

Pese a esta derechización de un sector considerable de la sociedad de la ciudad de México, tampoco se puede afirmar de manera contundente que hay una extrema polarización de la sociedad capitalina y que la perdida de alcaldías se tradujo en la perdida de votantes a Morena. De las 10 alcaldías dadas a la coalición del PRI-PAN-PRD, por lo menos 5, en realidad 6 si contamos a Xochimilco que sigue en disputa, la derrota de Morena fue por un corto margen de votación. Se podría decir incluso que por lo menos en 12 o 13 alcaldías el voto duro de Morena se ha mantenido, independientemente si le dio o no para la victoria.

Tratar de entender si este voto popular es porque los votantes se sienten más cercanos a la figura presidencial que a la estructura misma del partido, es entrar en un terreno en el cual difícilmente podremos acertar, pues es olvidar que la política no solo es racional sino también pasional, por lo que, efectivamente en algunos pueda existir esta separación, pero en los hechos no sólo es un voto para AMLO, sino también cierta confianza en la estructura partidaria.

Un elemento que no deja de llamar la atención y debe ser un punto a reflexionar es el repunte de la oposición. Pero aquí también hay que matizar. Lo que llamamos oposición, salvo en algunos lugares en donde pudo afirmarse de manera independiente, el “repunte” sólo se logró en coalición, una coalición que por separado mostró que el único partido que sigue manteniendo nichos de poder a nivel federal es el PAN, mientras que el voto del PRI y del PRD no fue capaz de mantener ninguna de las gubernaturas en disputa. De hecho, el PRI perdió las 9 que tenía y el PRD no pudo conservar Michoacán. El caso del PRD no deja de ser interesante porque la votación que obtuvo apenas y le dio para mantener el registro como partido político. Así, el mentado repunte de la oposición en realidad es una llamarada de petate que no alcanza a manifestarse como un peligro real ante el proyecto obradorista.