Tres manchas blancas en el mar de la tranquilidad. Crónica del domingo 27 de noviembre

Carlos San Juan Victoria

Como cientos de miles mi día inició con los preparativos para salir muy temprano de Cuautla a la ciudad de México, en la idea de elegir un lugar para ver pasar los contingentes y unirme al que estuviese lleno de música y alegría. Un accidente carretero frenó el arribo por una hora. Al llegar a la conexión de Avenida Juárez con Eje Central y Madero me encontré a las 9 30 am con grandes masas de gente inmóvil, algunas en contingentes que se identificaban por su estado, ciudad o alcaldía, otras por gremios y el partido Morena, y una multitud enorme que los miraba, se agrupaba ante músicos y personificaciones de AMLO para tomarse la foto, se mezclaba en los contingentes o marchaba por Cinco de Mayo y Madero. ¿Por qué no fluía el gran cuerpo de culebra de la marcha y si los grandes manchones de la gente que andaba por la libre? “Es que se atrasó el arranque allá en el Ángel” “Dicen que hay muchos compas también parados en Reforma” No había buen servicio de Internet, el de la ciudad, Internet para todos, se eclipsó y los datos móviles se congelaron. Los celulares brillaban por miles, la masa de los contingentes y la multitud que se desbordaba se tomaban fotos, se enviaban watts o buscaban alguna noticia. Pero bien a bien, sólo se escuchaban especulaciones.

Una señora llevaba una cartulina que afirmaba: “Aquí está una acarreada”, y luego en letra menos grande, “porque no puede caminar”, flanqueada por su hijo y esposa que empujaban su silla de ruedas, los tres con las mismas camisetas: Mi partido es México. Una pareja, el hombre con su máscara de AMLO y ella alzando su mini pancarta: Soy acarreada por mi memoria histórica. Por mi dignidad. Por el amor a mi país. En grandes mantas y en cartulinas los indios patarrajadas, individuos, amigos o familias, se declaraban desde esta novísima identidad a favor de las reformas impulsadas por la 4T, al Pueblo no se toca, también decían, que paguen más los más ricos, afirmaban, Mas Democracia y menos Privilegios remataban. Y algo más profundo: en un lado están los de arriba y en calles y plazas los de abajo. Un arriba y abajo que radicaliza la lucha política.

Dos rasgos aparecían como novedad, la multitud que decía su palabra, y una puntual lucha cultural donde el desprecio de unos se convertía en identidad de otros para tomar la plaza. Seguían los contingentes con sus consignas y cantos, pero en contraste una multitud de soledades ponía por escrito su creencia: personas populares, de clases medias, de pueblos originarios con sus vestimentas multicolores, los migrantes y muchos jóvenes. Vibraba así esa peculiar lucha cultural. Por un lado, las palabras punzantes que los defensores del estado de cosas utilizan para humillar y acallar, que señalan a los incapacitados según sus dichos para usar el espacio público. Y por el otro, en claro movimiento de jiu jitsu, tomar al vuelo la palabra hiriente como emblema para plantarse en calles y plazas, y desde ahí lanzar los dardos de otro horizonte de país donde se respete a ese pueblo de multitudes diversas, se combata la corrupción y gane peso una democracia donde resuene su voz y sus sueños. Es su turno ahora, y mañana el de los grandes medios que dirán su versión habitual, cientos de miles de gente poco educada, sometida al acarreo por obligación, el espectáculo denigrante de los de abajo cuando se entrometen en los asuntos públicos, que requieren de gentes de bien que no son ellos.

En un Zócalo desconcertante se arremolinan de manera mayoritaria los que marchan por la libre y se plantaban frente a un gran templete que da la espalda a la Catedral a escuchar a una orquesta con toda la barba que toca un son jarocho con deslices de jazz a la espera en un tiempo congelado al arribo de AMLO en la punta imaginaria del gran cuerpo de la culebra inmóvil. La multitud que avanza por 16 de septiembre a 5 de mayo revive en Madero esa emoción intensa que acompañó a las marchas en el 68, el 88, en 1995, el 2006 por mencionar sólo sus hitos, cuando por fin se arriba desde la calle estrecha sombreada por sus grandes edificios a la luz intensa de la plaza mayor para hundirse en la masa y sus rugidos. Sólo que ahora no es contra el gobierno en turno y defendiendo las causas civiles y populares y el cambio democrático. Es para refrendar su apoyo a cuatro años de transformaciones de un gobierno que sienten propio, en medio de crisis y pandemia, para lograr una nación de paz, justicia y bienestar. 

Visto desde lejos, el gran cuerpo de la culebra que se movía apenas en Reforma tenía sin embargo un epicentro donde estallaban voces y gritos y se alzaban cientos de manos con sus celulares. Trepada en una estatua, una joven casi niña gritaba, “Ahí está, si es él, es el cabecita de algodón”, y la gente en las grandes aceras aguzaba la mirada, levantaba sus celulares, ¿Dónde, donde? Ahí, donde están los de camisas blancas, gritaba desaforada la vigía improvisada. Y las señoras decían Andrés Manuel, Señor presidente, acérquese tantito, con ansiedad y urgencia casi religiosa, mientras las manchas blancas permanecían en vilo, casi estáticas, abrazadas por un mar de cientos, miles de cuerpos que les arropaban. Andrés Manuel tardó casi 6 horas en llegar al templete del Zócalo e iba dejando huellas en la memoria colectiva, con un grupo de guardia rebasada por los cientos que querían estar cerca.

Ya en la tarde empezaron a circular unas fotografías extraordinarias donde se veía a AMLO con los brazos alzados como si flotara en la multitud. La trascendencia de lo ocurrido empieza a esbozarse si se toma en cuenta la brecha, el foso que de manera rigurosa se fue creando desde que los presidentes, con De la Madrid en primer lugar, se fueron encerrado en los Pinos, con altas bardas, sistemas y personal de vigilancia, Estado Mayor, escoltas, autos veloces rodeados de motocicletas y entre el ulular de las sirenas.

Los imaginarios que se crearon a lo largo de la lucha armada de la Revolución y que luego se consolidaron con el General Presidente, Cárdenas, el que escuchaba atento, el que comía lo que le ofrecía la gente, el que atendía a fondo sus demandas, ese imaginario poderoso aunque maltratado e ignorado por tantos cada vez peores, volvió a encarnar, y un Presidente que recorre caminos, visita los municipios, escucha y toma demandas de las manos de la gente para resolver; cierra la brecha otra vez, para volver a nadar en el mar de la tranquilidad de una multitud que literal y metafóricamente, lo sostiene. Y que ese domingo soleado del 27 de noviembre, sintió cuantos eran y quienes eran, sus muchos lugares de origen, sus muchas identidades, entre otras, el Pueblo.