Sobre "La democracia en México" *

Enrique Semo

El Dr. Pablo González Casanova ocupa un lugar destacado entre los intelectuales progresistas de México. Su gestión al frente de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas ha contribuido decisivamente para modelar una institución moderna abierta a todas las grandes corrientes del pensamiento contemporáneo con una magnifica tradición de respeto a la libertad de cátedra; una escuela con elevadas normas de superación científica que educa a sus alumnos en el conocimiento de los problemas candentes de México y del mundo. Esto es suficiente para que –a pesar de su juventud– el Dr. González Casanova se destaque como guía y ejemplo de actividad académica progresista en una época de crisis de la educación superior. Muchos son los alumnos asistentes a esta mesa redonda que se sienten honrados en considerarse discípulos suyos y numerosos son los profesores que norman su conducta académica por la determinación de continuar y consolidar la obra iniciada por el Dr. Pablo González Casanova en la Escuela de Ciencias Políticas. Pero no hemos venido aquí a hablar de la obra académica del Dr. González Casanova que por lo demás esta, entre los hombres progresistas de México, fuera de toda discusión, sino a responder a la invitación a la polémica que nos hace su nuevo libro. La democracia en México, señala nuevos rumbos. Es el primer ensayo importante sobre la estructura de la sociedad y de la política de nuestro país en la turbulenta e inquietante década de los sesenta. Pero el libro es algo más: en él convergen el análisis científico con la defensa de una línea de acción política, de manera que el lector se ve obligado no sólo a juzgar los resultados de una investigación, sino también a tomar partido ante un camino de acción que se le propone en confrontación con otros que se desechan. Este hecho confiere al ensayo un carácter extraordinariamente polémico. La democracia en México es un libro que estará siempre presente en los grandes debates ideológicos que se inician: la claridad con que se plantean los problemas y el abundante material estadístico de la tercera parte lo hace un compañero inseparable de todo estudioso de la realidad de México. En el análisis de la estructura social y política, se describe a México como una sociedad dual con una democracia autoritaria y llena de limitaciones reales. Toda la concepción se resume en la siguiente definición: “México no ha alcanzado aun plenamente un gobierno burgués, una democracia burguesa, porque no ha llegado aun cabalmente a establecer el sistema capitalista. Se da así un México pre-capitalista y por ello un México prodemocrático” (nuestro subrayado. E.S.). A nuestro parecer, no sólo son erróneos los dos elementos de la proposición sino también la relación que se establece entre ellos.

  1. A) México no es un país precapitalista sino un país cuyo desarrollo capitalista – predominante ya– se ha dado en condiciones de dependencia del imperialismo y la persistencia de residuos precapitalistas.
  2. B) Las limitaciones de la democracia en México son en parte de carácter precapitalista y en parte, fruto del carácter antidemocrático de la burguesía en el poder que como todas las burguesías solo es democrática en la medida que esto le permite afianzar su dominio o en el grado en que las masas la obligue a serlo. El desarrollo del capitalismo en nuestra época no engendra democracia.
  3. C) No existe una correspondencia entre el atraso de la estructura política del país y su base económica. Al contrario, es patente la contradicción entre la superestructura política -precapitalista en gran parte- y las relaciones de producción capitalistas dominantes. Este fenómeno, característico de los últimos quince años, puede explicarse entre otros por el hecho de que el desarrollo económico ha sido reciente (1936-1956), y bastante acelerado.

La conciencia de esa contradicción se va imponiendo en la mayoría de los círculos políticos y se expresa, a veces, como el esfuerzo por reformar las instituciones políticas tradicionales asegurando una mayor participación de las masas y otras en el surgimiento de nuevos organismos al margen de la vieja estructura. Ambas tendencias representa la lucha de diferentes clases para restablecer la correspondencia entre base y superestructura aun cuando las vías y los propósitos sean opuestos. El país se enfrenta a una contradicción que está por resolverse – históricamente hablando- en un plazo breve y no una falta de desarrollo, cuya superación es un problema de décadas.

Precapitalismo, dualismo y dependencia.

En La democracia en México no se identifica el precapitalismo con las haciendas feudales y sus corolarios mercantiles y urbanos. Se reconoce al contrario, que estos han desaparecido prácticamente de la escena mexicana. El precapitalismo de una parte decisiva de la población, la no participación en el crecimiento del país, la sociedad dual o plural el colonialismo interno y la heterogeneidad cultural económica y política que son herencia del pasado. Esta nueva concepción, es considerada como un instrumento de análisis más efectivo que la concepción marxista de las formaciones socioeconómicas y las clases sociales: “Constituye -se dice- la esencia de la estructura del país y por lo tanto sirve para explicar la situación de los mexicanos en general y con mucha mayor precisión que el simple análisis de clase”. Y más adelante se reitera que esta concepción tiene una “función explicativa mucho más amplia en una sociedad preindustrial donde las clases no se desarrollan aun plenamente”. De esa manera tenemos un precapitalismo definido al margen de las formas de propiedad de la tierra, del desarrollo del mercado y la industria. En lugar de la lucha entre las clases feudales: hacendados y peones, artesanos y comerciantes, terratenientes y burgueses, tenemos la contradicción entre la población que se beneficia del desarrollo y aquella que se queda al margen: en las palabras de la obra: “el México ladino y el México indígena que tipifican de una manera mucho más precisa el problema de la sociedad plural”. “el primero está formado por la burguesía en todas sus capas y formas y los obreros; la segunda por aparceros, peones, trabajadores forzados y ejidatarios”. Es indudable que en la sociedad mexicana existen contrastes impresionantes entre el desarrollo del campo y el de la ciudad, entre las poblaciones indígenas y las no indígenas, entre regiones en las cuales predominan relaciones de servidumbre y otras que son grandes centros capitalistas. Lo que es muy dudoso es que este fenómeno defina la esencia de la formación socioeconómica que nos caracteriza. El desarrollo desigual es propio a todas las sociedades basadas en la propiedad privada y la explotación: la ciudad azteca que se levanta estrujando al campo con tributos, la opulencia de los centros mineros coloniales que sumen a las comunidades indígenas en la pobreza más desesperante, el avance técnico de las zonas productoras de bienes de exportación a costa del estancamiento de los cultivos del maíz y el frijol, en la actualidad. Pero estos fenómenos tuvieron y tienen paralelos en las sociedades europea, asiática y norteamericana. No son exclusivamente mexicanos o latinoamericanos. Es importante recalcar que el capitalismo no hace desaparecer esta contradicción sino que la reproduce en un nivel más elevado. Lenin señalaba que “el capitalismo significa un crecimiento de la ciudad, la industria y el comercio, más rápido que el del campo y acosta del campo, del cual arranca las industrias locales, el capital, las materias primas y la mano de obra más calificada que funcionaban dentro de una economía única natural”. Por eso no es extraño encontrar poblaciones estancadas en las cercanías de grandes centros capitalistas como la ciudad de México, Guadalajara o Monterrey. La contradicción entre la ciudad y el campo, mejor dicho la explotación del campo por la ciudad que se desarrolla a sus costas, es un fenómeno que aparece desde la descomposición de la comunidad primitiva y desaparece paulatinamente en la historia, este fenómeno ha sido muy importante. No sabemos si el Dr. González Casanova concibe el “dualismo” o “colonialismo interno” como fundamento de un teoría general del desarrollo de la humanidad. Si así fuere, se suma a los partidarios de una escuela radicalmente opuesta al materialismo histórico. Pero si solamente la considera válida para la interpretación de la sociedad mexicana contemporánea lo que hace es separar a esta de la historia de la humanidad, que se caracteriza por la sucesión de etapas (formaciones socioeconómicas) que muestran regularidades fundamentales entre ellas y respecto a los casos individuales. Una de esas regularidades nodales, podría enunciarse en los siguientes términos: “Las contradicciones entre las nuevas fuerzas productivas y las viejas relaciones de producción, así como la contradicción entre las exigencias de las nuevas relaciones de producción… y la vieja superestructura, conducen a la lucha de clases. Estas contradicciones logran eliminarse rompiendo el privilegio social de la clase que se apoya sobre las viejas relaciones de propiedad de los medios de producción, es decir, recurriendo a la revolución social”. Esta es la dialéctica básica de todas las formaciones sociales. Aceptarla para algunas etapas y ciertos casos particulares, mientras se explica otros, en función de una dialéctica diferente (¿la de la sociedad dual?) equivale a internarse por el laberinto de arbitrariedad y antihistoricidad en el cual sigue perdido, el Sr. Rostow. Lo que ha sucedido, es que se ha erigido una de las características secundarias de la sociedad mexicana actual (el colonialismo interno) en esencia de toda la formación socioeconómica. Decía Lenin que “en vista de la extrema complejidad de la vida social, es siempre relativamente fácil seleccionar un número de ejemplos para probar cualquier tesis” para evitar ese vicio, recomendaba que se tomaran en cuenta “todos los datos que conciernen las bases de la vida económica”. Mucho nos tememos que los datos que cuidadosamente ha elaborados el Dr. Pablo González Casanova para probar la importancia decisiva del “dualismo” en nuestra sociedad, en un libro en el cual no hay ni el más ligero intento de hacer un análisis de la estructura de clases, caen bajo este criterio. En todo caso, el que se dé una situación “dual” (definida a través de conceptos semiculturales, semieconómicos, totalmente desprovistos de contenido históricoconcreto) no prueba que México sea un país precapitalista ni que el desarrollo del capitalismo signifique la desaparición del “dualismo”. El capitalismo o el feudalismo puro, sólo existen en un alto nivel de abstracción científica. Históricamente hablando, no se dan formaciones socioeconómicas que junto a un modo de producción dominante no incluyan residuos de otros. Esto es así porque las formaciones socioeconómicas no surgen ya hechas, sino que tienen su propia historia desde el momento en el cual comienzan a conformarse en el seno del viejo modo de producción, pasando por diversos estadios de madurez, la crisis, y la lenta desaparición de sus últimos residuos en el seno de la nueva formación. Sin embargo debemos admitir que México presenta en la actualidad, el aspecto de un complicado mosaico en el cual se pueden encontrar elementos de base y de superestructura de la comunidad primitiva, la hacienda feudal, el capitalismo y la pequeña producción mercantil forma de transición muy extendida. Pero el modo de producción dominante aquel cuyas leyes de desarrollo se imponen en el funcionamiento de los demás es el capitalismo (usamos el término en el sentido marxista de una economía de mercado basada en la relación trabajo asalariadocapital). La verdad es que el capital extranjero o mexicano industrial, comercial o financiero, ha llegado a los rincones más alejados del país ahí donde existen relaciones precapitalistas para ligarlas al mercado por medio de la explotación comercial o como fuente de fuerza de trabajo barata. Las comunidades naturales que se hallan al margen de esa realidad constituyen excepciones que solo sirven para confirmar la regla. El capital extranjero y el gran capital mexicano no están interesados en el desarrollo de Chiapas y Oaxaca así como el capitalismo inglés se abstuvo de liquidar el subdesarrollo de Irlanda o de Escocia durante siglos o el capital norteamericano preserva amplias zonas deprimidas dentro de los Estados Unidos. El capitalismo mexicano se ha desarrollado en condiciones históricas muy particulares diferentes a las que rodearon al capitalismo europeo y que son la causa de la sobrevivencia pertinaz de relaciones precapítalistas y confieren a nuestro capitalismo, características sui generis. El elemento fundamental de esas condiciones es la dependencia económica y política con respecto al imperialismo. Por cerca de cuatrocientos años la economía de México ha sido una economía de México ha sido una economía dependiente cuyo desarrollo se ha determinado en gran parte por los intereses de clases dominantes extranjeras. Este fenómeno le ha causado una serie de deformaciones que no se dieron en el desarrollo del capitalismo en Europa o en los Estados Unidos. Enumeremos algunas de las más importantes: a) La existencia de sectores económicos hipertrofiados ligados al mercado extranjero aunada a la depresión y estancamiento de ramas de carácter interno. b) Hipertrofia del capital comercial que no encuentra salida hacia la industria y explotación de regiones atrasadas, conservando las relaciones precapitalistas y de pequeña producción. c) Un desarrollo cuyos ciclos de los precios mundiales de productos agrícolas o materias primas. d) Una pesada carga de servicio del capital extranjero que dificulta la acumulación. e) Dependencia en la economía capitalista de importaciones de equipo para la realización de la reproducción ampliada. f) Obstáculos para el desarrollo de la industria que debe competir con poderosas industrias extranjeras ya establecidas que dominan las fuentes de materia prima. g) Temprana monopolización del sector financiero e industrial del sector moderno de la economía. h) Falta de integración del mercado interno debido a múltiples dependencias (en la división del trabajo y el consumo) con respecto al exterior. La dependencia económica y política (imperialismo) no ha impedido el desarrollo del capitalismo mexicano sino que lo ha encauzado por vías especiales, deformadas. Las contradicciones que se dan en la sociedad mexicana no corresponden al esquema simplista de la sociedad “dual”. Revisten más bien una gran complejidad que se expresa en la estructura y la lucha de clases. La primera de esas contradicciones, la más importante une a la mayor parte del pueblo mexicano cuyos intereses se oponen en menor o mayor grado a la dependencia contra el imperialismo. La segunda, fruto del carácter capitalista de nuestra sociedad, es la que se da entre la burguesía en tosas sus capas y el proletariado urbano y agrario y la tercera es la que existe entre los campesinos no proletariados y sus explotadores de todos tipos. La gran burguesía monopolista del México actual cuya eclosión describe el Dr. González Casanova en los siguientes términos: “se perfila un poder relativamente nuevo en la historia de México que es el de los financieros y empresarios nativos los cuales constituyen al lado de las grandes empresas y la gran potencia que los ampara, los factores reales de poder con que debe contar el estado”. Esta oligarquía decíamos, participa en los despojos de las zonas deprimidas y las regalías del capital extranjero. La rápida desaparición de estos factores constituiría para ella una derrota y no una victoria. Esperar que los liquide es desear algo que nunca ha sucedido en la historia de la humanidad: que una clase se expropie a sí misma. Ella no aspira a un capitalismo “clásico”. Le basta el existente con alguna que otra modificación. Parece que el Dr. González Casanova ha confundido el capitalismo dependiente de México y sus corolarios con un precapitalismo y la burguesía surgida de él, con las burguesías que hicieron la revolución democráticoburguesa en Europa.

Liberalismo, socialismo y revolución.

Pasemos ahora a analizar la línea de acción política que se recomienda en La democracia en México. Lo característico de esta parte del libro es un profundo pesimismo con respecto a la existencia de fuerzas capaces de sostener una política diferente al reformismo lento y contradictorio de la burguesía en el poder. Este pesimismo está basado en dos consideraciones: a) la debilidad histórica de la clase obrera mexicana y b) la imposibilidad de una revolución en México en el futuro. Se afirma que las luchas obreras son una dependiente variable del Gobierno y para probarlo se dice que las huelgas son más numerosas en los períodos de los gobiernos “obreristas”: Obregón, Cárdenas y Ruiz Cortines (¡?) Pero el autor se contradice luego como los casos que le sirvieron para elaborar su generalización: 1933, 1934, 1943 y 1958, años en los cuales, los movimientos huelguísticos no corresponden a la gestión de presidentes “obreristas”. Esta visión simplista de la historia del movimiento obrero es completamente errónea. En primer lugar las luchas de la clase obrera no puede ser medidas por una estadística de huelgas, Engels hablaba de tres formas de lucha: la política, la ideológica y la económica. La historia del movimiento obrero se compone de la historia de sus partidos y movimientos políticos; sus cooperativas; su prensa y propaganda; la evolución de sus sindicatos aun en momentos en que no se dan grandes huelgas nacionales; su participación en luchas antiimperialistas y antifascistas que ayudan a modelar la historia del país. En segundo lugar, me atrevo a decir que un estudio histórico de los periodos escogidos por el autor para fundamentar su teoría, demostraría que la clase obrera luchó, no porque los presidentes fueran “obreristas” sino que estos hicieron concesiones a la clase obrera, porque las luchas de esta se encontraban en un período de ascenso. Y tercero la historia del movimiento obrero no se compone solo de grandes explosiones sino de miles de acciones locales, a veces minúsculas, de periodos de avance y retroceso que van transformando a los obrero y a su clase y consolidad su papel independiente dentro de la sociedad. Es verdad que en la actualidad la mayoría de los sindicatos están en manos de la burguesía y los obreros no cuentan con un partido de masas, pero esto es resultado de una serie de factores coyunturales de los años 1940-1955 y no resumen la historia del proletariado. La trayectoria de esta clase, desde sus primeras luchas independientes a mitades del siglo pasado, no es una “variable dependiente” de los deseos de la burguesía, sino una gesta llena de momentos de independencia y fuerza que en lugar de pesimismo inspira seguridad en el futuro del proletariado mexicano. Veamos ahora el problema de la revolución que es el meollo no sólo implícito sino explícito del libro en discusión. Todo en él gira alrededor de la posibilidad de una nueva revolución y el deseo avasallador de evitarla. Es el autor quien así lo afirma desde la segunda página: “El carácter científico que puede tener el libro- afirma- no le quita una intención política. Todo él está hecho recordando que durante la etapa armada de la Revolución Mexicana, perdimos un millón de vidas humanas y que en ese mismo periodo y en la década de los veintes emigraron casi setecientos mil mexicanos al extranjero”. No discutiremos aquí, cuál debe ser la actitud hacia la revolución. Por el momento basta aclarar que la corriente que luchando por cambios, teme a la revolución un instrumento inevitable del desarrollo de la humanidad es el marxismo. Para Marx la revolución es la locomotora de la historia y el destino histórico de la clase obrera es el de transformar la sociedad capitalista por medio de la revolución. La revolución es una necesidad objetiva del desarrollo de la humanidad y quien trata de evitarla intenta frenar la marcha de progreso. La destrucción de bienes y vidas que causa una revolución, cuando las clases reaccionarias le confieren un carácter violento, se justifica plenamente por la elevación que produce en las condiciones materiales y espirituales del hombre, una vez instaurado el nuevo sistema. Coincidimos con el Dr. Pablo González Casanova en que no existe en el futuro inmediato de México la posibilidad de una situación revolucionaria están dados. También compartimos con él su oposición a quienes-como se dice en el libre-creen que con cada nueva crisis política, aun la más insignificante es posible otra revolución. Pero nuestro análisis de la realidad mexicano nos lleva a creer que debido a la agudización de las contradicciones propias a nuestra sociedad, empezaran a conformarse las condiciones que preceden a la revolución y que el pensamiento y la acción de todas las fuerzas políticas estarán condicionadas por esta realidad: unas tratarán de evitarla o retardarla otras de preparar su advenimiento. En La democracia en México se excluyen todas las formas posibles de revolución para México. Una revolución nacional anti-imperialista y antifeudal no es posible porque ya se dio y dirigida por la burguesía. Una revolución socialista tampoco es posible, porque el capitalismo no ha llegado a su pleno desarrollo. Por lo tanto, lo único que le queda a la clase obrera es luchar –para decirlo con las palabras de La democracia en México– “por el desarrollo del capitalismo nacional de la democracia dentro del capitalismo”. Nos parece que esta parte es 1a más plagada de contradicciones, ¿Si México es un país precapitalista, porque se excluye la posibilidad de una nueva revolución democrático burguesa? EI hecho de que haya habido una no excluye la posibilidad de otras. ¿ Acaso en Francia no se dieron tres revoluciones democrático burguesas la de 1789, 1a de 1835 y la de 1848? Una revolución democrático burguesa es ya imposible en México. Pero no porque haya habido una anterior, sino por el grado de desarrollo de la sociedad mexicana y las características de la burguesía. La revolución que se plantea en México, nueva revolución. Ninguno de los requisitos de acuerdo con las contradicciones de su formación socioeconómica actual, es una revolución democrática, nacional, antiimperialista, feudal y popular. Como en la revolución de 1910-1917, levanta demandas democráticas burguesas que responden a los interese de obreros, campesinos, de las capas medias de la ciudad y la burguesía media nacional. Pero a diferencia de esa revolución y debido al grado de desarrollo alcanzado por el capitalismo, atenderá también demandas que tienen un carácter abiertamente anticapitalista, sobre todo en lo que se refiere a los monopolios y al campo. La diferencia fundamental entre las dos revoluciones está en el carácter del poder estatal que surge de ellas. Mientras que la convulsión de 1910-1917, fue la partera de un Estado burgués afirmando a la burguesía en el poder, la nueva revolución dará a luz un Estado popular, en el cual la fuerza rectora será el núcleo obrero-campesino y en el cual participarán los representantes de todas las capas sociales que hayan tomado parte en la revolución, incluyendo elementos de la burguesía nacional. Este nuevo poder realizará en forma rápida y radical, las reformas antiimperialistas, antifeudales y antimonopolistas que se han venido postergando abriendo la puerta a la rápida transformación de la revolución en socialista. La necesidad de esa revolución, no emana de la mente de pensadores, sino del grado de madurez actual. Esta posibilidad no es estudiada en La democracia en México pero la falta de perspectiva revolucionaria en que nos coloca el libro, nos obliga a hacerlo y afondo. Cosa que obviamente es imposible en esta Mesa Redonda. La mira de la nueva revolución apunta hacia el desarrollo del capitalismo que- lo ha demostrado en el último siglo- no puede liberar al país de la dependencia, sino hacia un régimen de transición antiimperialista, antifeudal, antimonopolista, que abrirá las puertas al socialismo. En la lucha por estos objetivos no hay coincidencia no en la táctica ni en los fines entre liberales y socialistas. Es verdad que la clase obrera tiene interés en la realización de una revolución nacional, antifeudal y antiimperialista en un país como el nuestro pero en una manera radicalmente diferente a la burguesía. El proletariado está interesado en la liquidación inmediata y radical de todos los vestigios del pasado mientras que la burguesía contemporiza con ellos, avanza y retrocede, por miedo a la intervención directa del proletariado y los campesinos en el movimiento. Busca la conciliación porque sus intereses y su propiedad se van ligando a los de los latifundistas y el capital extranjero. La burguesía tiende a resolver los problemas de la transformación democrático burguesa por el camino de las lentas reformas y sin la participación de las masas. El proletariado lo hace por el camino revolucionario y democrático haciendo participar en la lucha y en el poder a todo el pueblo. Por eso la filosofía liberal y la marxista no coinciden en México como jamás han coincidido en ningún lugar. Liberales y proletarios luchan juntos por un tiempo, pero adoptan programas distintos y concepciones del mundo, profundamente antagónicas. Estas diferencias no disminuyen la importancia del libro, La democracia en México se atreve a preguntar y pregunta bien. Plantea problemas espinosos y contribuye a la cristalización de la polémica. Termino, agradeciendo a la Escuela Nacional de Ciencias Políticas la oportunidad que nos ha brindado de debatir los grandes problemas de México y a la Sociedad de Alumnos que organizó este evento.

* Apareció en Historia y Sociedad, No. 3, 1965.