Silvia Federici: La explotación de la mujer y el desarrollo del capitalismo.

Por Jodi Dean

Traducción: Esteban Mora

Calibán y la bruja de Silvia Federici es una obra clásica del feminismo anticapitalista. El libro examina la inversión que hace el capitalismo en el sexismo y el racismo, mostrando cómo la consolidación del sistema capitalista dependía del sometimiento de las mujeres, la esclavitud de negros e indígenas y explotación de las colonias. Federici demuestra que el trabajo no remunerado, especialmente el de las mujeres confinadas al ámbito doméstico y de los trabajadores esclavizados, es un apoyo necesario para el trabajo asalariado.

Aunque Federici se basa en Marx, la principal contribución de su libro es su replanteamiento de la explicación de Marx sobre la acumulación primitiva; sin embargo, rechaza la idea marxista-leninista de que el capitalismo tiene características progresistas. Federici insiste en que nunca ha habido nada liberador acerca del capitalismo, no sus expansiones de industria y productividad, no su tecnología, y no sus capacidades centralizadoras y organizativas. Mirando la historia desde la perspectiva de las mujeres, argumenta, nos dice el por qué. En lugar de estar vinculado de alguna manera a la dinámica desatada por el capitalismo, la liberación surge de la lucha y la resistencia autónoma de esas dinámicas. Este artículo cuestiona estas afirmaciones, cuestiona hasta qué punto Federici se aparta, critica o construye sobre el marxismo, y considera las implicaciones políticas que siguen.

¿Con o contra Marx?

Federici presenta su análisis como una desviación crítica de Marx, como una corrección de algunas de sus omisiones más graves. Ella acusa a Marx de ignorar el surgimiento de un orden patriarcal que excluía a las mujeres del trabajo asalariado y las subordinaba a los hombres. Ella afirma que el marxismo no consideró el papel de la mujer en la reproducción de la fuerza de trabajo y descuidó la transformación del cuerpo femenino en «una máquina para la producción de nuevos trabajadores”[1]. Y, ella argumenta, que si Marx hubiera tomado la perspectiva de las mujeres, nunca habría asociado el capitalismo como un paso hacia la liberación porque hubiera visto que las mujeres nunca lograron los avances en libertad que lograron los hombres.

El análisis de Federici habría sido más sólido si hubiera reconocido que estaba ampliando, en lugar de apartarse, del trabajo marxista clásico sobre la “cuestión de la mujer”. Ya en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels presenta el factor determinante de la historia como la “producción y reproducción de la vida inmediata” 2].Comienza su estudio señalando que el materialismo histórico procede del supuesto de que la producción de medios de existencia y la producción de seres humanos -la organización del trabajo y la organización de la familia- establecen el nivel de desarrollo de una sociedad. Poniendo atención a las interconexiones entre reproducción y producción, Engels asocia el surgimiento de la propiedad privada y el valor de cambio con la “derrota histórico mundial del sexo femenino”[3]. Los hombres reclaman propiedades en forma de rebaños, armas e instrumentos de trabajo. Insisten en la herencia y la autoridad paterna, afirmando el control sobre el hogar. La subordinación resultante de las mujeres en la familia patriarcal y luego en la monógama, Engels explica, las redujo a la servidumbre: la mujer se convirtió en esclava de la “lujuria del hombre y un mero instrumento para la producción de niños”[4]. La presentación de Federici del cuerpo femenino como una máquina para la producción de nuevos trabajadores es, por tanto, una idea que Engels tenía un siglo antes.

Engels ve a la familia monógama como una unidad económica, el sitio de la primera división del trabajo, la primera oposición de clase y la primera opresión de clase. La monogamia está anclada en la propiedad privada, en un sistema donde los hombres pueden ganar, poseer y heredar y las mujeres no. La esposa es una sirvienta; su trabajo se limita a la familia privada. Engels destaca que “La familia individual moderna se basa en la esclavitud doméstica abierta u oculta de la esposa”[5]. Pero no todas las esposas: las mujeres proletarias, de hecho, tienen un grado de libertad que falta la mujer burguesa. Al ganar un salario en las fábricas, las mujeres proletarias pueden ser el principal sostén de la familia, eliminando así cualquier base material para la superioridad masculina e incrementar la independencia de la mujer proletaria. Engels no es ingenuo aquí. Él reconoce completamente el conflicto entre el trabajo dentro del hogar y el empleo en la forma de trabajo asalariado; no hay tiempo para que una mujer haga ambas cosas. Pero en lugar de instar a una solución privada para el problema, uno donde las parejas individuales redistribuyen su trabajo doméstico, Engels lo socializa: la liberación de las mujeres depende de su participación en la producción pública y la abolición de la familia monógama. A diferencia de Federici, Engels ve una dimensión liberadora del desarrollo capitalista, especialmente desde la perspectiva de las mujeres proletarias. Las oportunidades de ganar también podrían ser oportunidades para romper con los confines de la vida familiar y comunitaria. Disminución de la monotonía del trabajo doméstico podría aumentar las posibilidades de libertad.

¿Habría sido diferente el análisis de Federici si hubiera tenido en cuenta a Engels? Tal vez no. Su enfoque está en la Edad Media europea y la transición al capitalismo porque ella encuentra mucho que admirar en la forma de vida de los siervos oprimidos pero relativamente autosuficientes. Ella ignora las relaciones patriarcales dentro de los hogares campesinos y las expectativas restrictivas asociadas con comunidades agrarias muy unidas. El propio Engels tiene relativamente poco que decir de la Edad Media en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado; él considera el período principalmente en términos de códigos de caballería y el ideal del amor romántico, sexual. Su preocupación son las conexiones entre la familia y la propiedad privada, no con el surgimiento del capitalismo.

La diferencia en sus enfoques no depende de la consideración de las mujeres sino de la evaluación del feudalismo. En otras palabras, es una cuestión de tiempo: ¿en qué momento histórico y a través de qué procesos históricos se somete a las mujeres? Engels ve la familia preburguesa y precapitalista como un arreglo económico y jerárquico de producción y reproducción dependientes de la propiedad privada. La derrota de la mujer ocurre en la prehistoria; las relaciones entre producción y reproducción son dialécticamente interrelacionadas de tal manera que los cambios a lo largo del tiempo pueden tener efectos de dimensiones tanto liberadoras y opresivas. Concentrándose en el campesinado feudal, Federici presenta arreglos que son cooperativos y autosuficientes. La división sexual del trabajo es una fuente de fortaleza: las mujeres campesinas a menudo realizaban juntas su trabajo de hilar y cosechar. Ellos y ellas experimentaban comunidad y solidaridad, no privaciones y aislamiento. Federici así presenta el capitalismo como un desarrollo social reaccionario que socava la posición de mujer.

El violento ascenso del capitalismo

Calibán y la bruja analiza el fin del feudalismo y el auge del capitalismo en Europa. El libro incluye una discusión de nuevas comprensiones alrededor de la voluntad, la razón y el cuerpo que aparecen en la filosofía del siglo XVII; numerosas reflexiones sobre las continuidades del violencia capitalista a lo largo de los siglos; y un enfoque único en la quema de brujas como instrumento de terror diseñado para dividir y subyugar comunidades. Esta historia de alguna de la violencia política más extrema contra las mujeres, especialmente mujeres mayores, mujeres de afuera, campesinas y mujeres con conocimientos únicos, se ha sumado a el atractivo de Calibán y la bruja para las lectoras feministas que anhelan una mayor atención al lugar de las mujeres en la historia del capitalismo. Aunque el relato de las brujas y la quema de brujas es fundamental para su atractivo, el núcleo teórico del argumento de Federici es su explicación del violento ascenso del capitalismo.

Pintando con un pincel ancho que difumina varios momentos y lugares, Federici presenta el capitalismo como efecto de una contrarrevolución que responde a siglos de lucha antifeudal. Los campesinos se opusieron al servicio militar obligatorio, el aumento de las demandas sobre su trabajo, impuestos arbitrarios y usurpaciones de los bienes comunes de los que dependían para alimentos y combustible. En las ciudades, jornaleros y artesanos se rebelaron contra la nobleza y la burguesía mercantil. Los movimientos de herejes no solo se opusieron a la autoridad de la Iglesia, sino que ofrecían enfoques alternativos a la sexualidad y la reproducción. Gracias al liderazgo de las mujeres en comunidades herejes, Federici encuentra evidencia en estas luchas de un movimiento de mujeres de base destinado a abolir las jerarquías y establecer relaciones sociales igualitarias. La aniquilación de la población por la peste negra aumentó el poder de los trabajadores y campesinos; los empleadores tenían que competir por su trabajo. Pueblos enteros retuvieron rentas y servicios. Una de las formas en que la clase dominante reaccionó ante esta erupción del poder desde abajo fue socavando la solidaridad de clase a través de una feroz guerra sexual. La violación de mujeres proletarias fue despenalizada. La prostitución se institucionalizó en burdeles administrados por el estado.

Federici enfatiza que el surgimiento del capitalismo fue también una respuesta a una crisis en la acumulación. En parte debido a la incesante rebelión y negativa a trabajar del pueblo, la economía feudal se volvió incapaz de reproducirse. En busca de nuevas fuentes de riqueza, la clase dominante europea se volvió hacia la «conquista, esclavitud, robo, asesinato, en resumen, la fuerza»[6]. Marx describe este giro a la fuerza en su poderosa crítica a la concepción de la acumulación primitiva de la política económica burguesa en la octava parte de El capital. La riqueza de los primeros capitalistas no fue el resultado del trabajo duro, la frugalidad y la inteligencia, sino sanciones del estado y violencia extralegal que separaron a los trabajadores de su tierra, los privaron de los medios de subsistencia, y los obligó a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir.

Esta dimensión europea de la acumulación primitiva fue acompañada y dependiente sobre la extracción de oro y plata de las tierras colonizadas, el colonialismo, el genocidio y el comercio de esclavos africanos. Aun cuando este mismo punto proviene del Capital, Federici sostiene que el análisis de Marx toma la perspectiva del «proletariado industrial asalariado» y la formación del “trabajador independiente ‘libre’” [7]. Ella lo acusa de descuidar el impacto de la acumulación primitiva en la posición social de la mujer y la reproducción de fuerza de trabajo. Si Marx hubiera prestado atención a estos impactos, habría reconocido cómo la acumulación primitiva era “también una acumulación de diferencias y divisiones dentro de la clase trabajadora”.[8]. Tal reconocimiento habría impedido a Marx asociar el capitalismo con algo parecido al progreso. Habría comprendido que el capitalismo solo ha impuesto división y formas cada vez más brutales de esclavitud.

Gran parte de la re-descripción de Federici de la acumulación primitiva profundiza y amplía el recuento de Marx. Ella destaca los impactos específicos de la privatización de la tierra y los “cercados” en la vida rural. Privados de los bienes comunes que les daban acceso a la madera como combustible, a bayas y hierbas, así como para la caza menor y las tierras de pastoreo, la dieta de los campesinos disminuyó significativamente. La inanición aumentó. La pérdida de los bienes comunes también tuvo efectos sociales; se eliminó el espacio social y los lazos familiares y comunitarios se deshicieron. Esta pérdida fue particularmente dura para las mujeres que estaban menos capaces de tomar las carreteras en busca de trabajo (debido a las formas en que esto los exponía a violencia y debido a sus responsabilidades de cuidado) y cuya falta de acceso a los medios de subsistencia los hacían dependientes de otros para sobrevivir. Devaluado como improductivo, el trabajo doméstico en el hogar se convirtió en un deber natural de las mujeres. Las mujeres también quedaron excluidas del trabajo artesanal y de comercio no doméstico. Tal exclusión y  confinamiento se codificó en la ley, ya que se prohibió a las mujeres celebrar contratos, tener sueldos o poseer una propiedad por su cuenta. En definitiva, cuanta más producción estaba orientada al mercado, más se separó del trabajo reproductivo.

Federici ubica la “derrota histórica” de las mujeres en esta nueva división sexual del trabajo.[9] Ella sostiene que las mujeres proletarias en particular se convirtieron en un nuevo bien común, el sustituto de la tierra que había sido expropiada y cercada. El trabajo de las mujeres era como un “recurso”, de libre acceso y que no requiere consentimiento ni compensación. Ella asocia esta transformación de la mujer en un bien común con el “patriarcado del salario”. La dependencia específica de las mujeres proletarias de sus maridos no surgió simplemente de su exclusión del trabajo asalariado, sino del hecho de que incluso cuando estaban incluidas en el trabajo, sus maridos tenían derecho a su salario.

Federici no presenta este punto como una extensión explícita de Marx. Sin embargo, Marx hace una observación relacionada en su discusión de la maquinaria en Capital. Observando cómo la adición de la maquinaria hace que el capitalista tenga hambre del trabajo más barato de mujeres y niños, Marx escribe: “Anteriormente, el trabajador vendía su propia fuerza de trabajo, de la que disponía como agente, formalmente hablando. Ahora vende a esposa e hijo. Se ha convertido en un traficante de esclavos”[10]. La ausencia del derecho de la mujer a su propio salario explica por qué el marido proletario “vende” a su esposa e hijo. Él toma el salario que ella gana. Entonces, aunque Marx no analizó la posición de la mujer como análoga a un bien común (aunque sí criticó al matrimonio burgués como un sistema de esposas en común y afirmó que “el burgués ve en su esposa un mero instrumento de producción”), no ignoró los efectos brutales, degradantes y empobrecedores del capitalismo sobre las mujeres.[11]

Además, la discusión de Marx sobre la producción de una sobrepoblación relativa de trabajadores y los diversos segmentos del ejército industrial de reserva en Capital, así como sus escritos sobre la «cuestión irlandesa», documenta las formas en que el capital, ya que produce el trabajador colectivo: trabaja al mismo tiempo para crear nuevas divisiones e intensificar las existentes dentro del proletariado. El punto de Marx en El capital era mostrar cómo incluso aquellos que están desempleados o sin trabajo, incluidas las «clases peligrosas» que no ingresan a la fuerza de trabajo — todavía son miembros de la clase trabajadora. En lugar de privilegiar a los “asalariados del proletariado industrial” como resultado exclusivo de una fuerza revolucionaria para derrotar al capitalismo, Marx insistió en que, cuando miramos al capital como una totalidad, “la clase trabajadora, incluso cuando no está directamente involucrada en el proceso de trabajo, es tanto un apéndice del capital como instrumento ordinario de trabajo”[12]. Como tal, esta clase extendida de trabajadores y los oprimidos constituye el inmenso contrapoder con el interés y la capacidad de abolir la explotación capitalista.

En su discusión sobre la acumulación primitiva y el movimiento del cercamiento, Marx aborda el papel del poder estatal en la expropiación de sus tierras a los campesinos. Federici también analiza el papel del Estado, destacando dos formas en que estuvo involucrado en la derrota de las mujeres. La preocupación de los estados por el crecimiento de la población lo llevó a intentar tomar el control sobre la reproducción y obligar a las mujeres a procrear. Se instituyeron severas sanciones contra la anticoncepción, aborto e infanticidio. La partería se llevó a cabo bajo la supervisión de médicos varones. El estado también instituyó formas de asistencia pública en las que se distribuyeron alimentos a las personas pobres encarceladas en casas de trabajo. Federici sostiene que esta asistencia marca “el primer reconocimiento de la insostenibilidad de un sistema capitalista que gobierna exclusivamente mediante hambre y terror”[13]. Como proporcionó una ayuda mínima a las personas empobrecidas por el capitalismo, el estado funcionaba para garantizar las relaciones de clase, asegurando a los capitalistas de un ejército de reserva de trabajadores. El estado asumió así la responsabilidad de la reproducción del capitalismo como sistema.

El terror de Estado contra las mujeres se vio favorecido por la amplificación de la misoginia. Las representaciones culturales de las mujeres se volvieron cada vez más negativas. Las mujeres fueron demonizadas como brujas, acusadas de varios crímenes y vicios, y generalmente posicionadas como inferiores y en necesidad de dominación.

Correlativo a la subyugación de las mujeres fue la subyugación de las colonias. La expansión colonial, como reconoció Marx, implicaba tanto el tráfico de esclavos africanos como la conquista y genocidio de pueblos indígenas. Nuevamente se movilizaron recursos culturales para intensificar la división: “desde arriba se instituyó una sociedad segregada y racista”[14]. Tal y como el estado privó a las mujeres de los derechos de propiedad y contrato, así que la nueva legislación privó a pueblos negros e indígenas de derechos anteriormente adquiridos, lo que en última instancia convierte a la esclavitud en una condición hereditaria. La preocupación por la fertilidad y la reproducción se intensificó, ahora concentrada en la crianza forzada de una mano de obra esclavizada. Es importante destacar que Federici no culpa a los trabajadores europeos blancos por las condiciones que enfrentan los colonizados y trabajadores esclavizados. Ella culpa correctamente a la clase dominante, demostrando cómo continuó utilizando el salario como un instrumento para dividir y disciplinar el trabajo. Trabajadores de todo el Atlántico estaban conectados en una línea de montaje global. Materias primas como azúcar, algodón y tabaco ataban el trabajo de las plantaciones al trabajo de las fábricas, los no asalariados a los asalariados. Experiencias comunes de opresión vinculaban a sirvientes, deudores, criminales y esclavos en comunidades de resistencia que la clase dominante intentó romper mediante el establecimiento de categorías e ideología racista.

Federici presta especial atención a la creatividad de las mujeres caribeñas esclavizadas. Las tasas de reproducción artificialmente bajas en las colonias sugieren que estas mujeres se negaron a procrear, a pesar de los esfuerzos de los esclavistas por criarlos. En algunas islas, las mujeres esclavizadas no sólo tenían huertos familiares, sino que producían cultivos suficientes para alimentar a sus hogares y llevarlos al mercado para su intercambio. Continuaron incluso a pesar de que cultivar y vender fueron prohibidos, profundizando sus conexiones entre ellos y con algunas mujeres blancas proletarias. Federici admira la forma en que las mujeres caribeñas esclavizadas desarrollaron “una política de autosuficiencia, basada en estrategias de supervivencia y redes femeninas”[15]. Ella sugiere que eran, en cierto sentido, libres incluso antes de su emancipación legal. Al igual que con su relato de los siervos europeos, Federici destaca las condiciones de subsistencia sobre las formas de trabajo, es decir, sobre si el trabajo es formalmente gratuito.

La acumulación de diferencias

Se pueden lanzar una serie de críticas contra Calibán y la bruja: Federici tergiversa a Marx; el argumento es insuficientemente dialéctico; el relato histórico es tan amplio e impreciso que no logra describir las diferencias muy reales en Europa durante la Edad Media y, de hecho, ni siquiera especifica los años y territorios bajo consideración. Estas críticas no serían injustas. Pero perderían el significado del libro del feminismo anticapitalista. Federici modela un análisis atento a la inversión del capitalismo en la producción e intensificación de diferencias. Ella saca a relucir cómo el capitalismo amplificó las diferencias entre hombres y mujeres como una forma de disminuir a mujeres poderosas y rompiendo la unidad de la clase trabajadora. Ella describe el mismo proceso en funcionamiento en el colonialismo como racismo, donde se hizo cumplir desde arriba para prohibir e incluso demonizar el contacto entre blancos y negros e indígenas. En lugar de anclarlo ella misma en la teoría de la interseccionalidad liberal, Federici rastrea las luchas de los oprimidos y excluidos, las solidaridades que el capitalismo siempre busca destruir.

Federici sugiere que Marx no prestó atención a la miseria que el capitalismo trajo y continúa trayendo a los trabajadores. ¡Nada más lejos de la verdad! Dibujó incesantemente las miserias y los horrores del sistema capitalista, describiéndolo como monstruoso y vampírico, que implica “terrorismo imprudente”. Pero reconoció la tremenda capacidad que se acrecienta para los trabajadores cuando combinan sus energías, tanto en la producción como en la política. Fue el modo de producción capitalista el que creó las condiciones para esta amplia solidaridad, incluso internacional. Bajo el capitalismo, esta capacidad productiva se orienta hacia la ganancia, la acumulación de capital en manos de los capitalistas, y las divisiones dentro de la clase trabajadora se intensifica para atender estas necesidades. Bajo el socialismo, los trabajadores y trabajadoras creativas y las capacidades productivas estarán orientadas a satisfacer las necesidades de las personas y el planeta para que todos puedan florecer.

Notas

[1] Silvia Federici, Caliban y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación primitiva

(Autonomedia 2004) 12.

[2] Frederich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, trad.

Tristram Hunt (Penguin Books, 2010) 35. Engels nos dice que su libro está reconstruido de las propias notas de Marx

[3] Ibíd., 87. Cursiva en el original.

[4] Ibíd., 87.

[5] Ibíd., 105.

[6] Federici, Caliban y la bruja, 62. Citando a Marx, El capital, vol. 1.

[7] Ibíd., 63.

[8] Ibíd., 63.

[9] Ibíd., 97.

[10] Karl Marx, Capital, vol. 1, trad. Ben Fowkes (Penguin Books, 1990) 519.

[11] Karl Marx y Frederick Engels, Manifiesto del Partido Comunista

[12] Karl Marx, Capital, vol. 1, 718.

[13] Federici, Caliban y la bruja, 84.

[14] Ibíd., 108.

[15] Ibíd., 113.