Rosario Ibarra de la Piedra, la política

Manuel Vega Zúñiga

Ha muerto uno de los pilares de la izquierda contemporánea en México; la incansable e incorruptible Rosario Ibarra de la Piedra.

Pionera defensora de los derechos humanos a contrapelo de la lógica burocrática en México, primera candidata mujer a la Presidencia de la República, articuladora de la lucha y de la rabia popular, transmutándola en exigencia de justicia; de verdad; de democracia. A los 95 años de edad, con la congruencia intacta, con la rebeldía en pie, con la esperanza a cuestas, falleció doña Rosario.

Quizá los tiempos posmodernos del movimientismo que se asume inmaculado, quiera ocultar su costado eminentemente político, y prefiera presentarla únicamente como “activista”, como “defensora de los derechos humanos”. Pero Rosario Ibarra de la Piedra fue una mujer política, una ferviente luchadora social.

Ella fue dos veces candidata a la Presidencia de la República por el Partido Revolucionario de los Trabajadores, en 1982 y en 1988. Fue también dos veces diputada federal, la primera ocasión por el mismo PRT (1985-1988). Y en la segunda ocasión, por el PRD (1994-1997). Asimismo Rosario Ibarra de Piedra fue Senadora de la República por el Partido del Trabajo (2006-2012).

Era, pues, una parlamentaria experimentada, una incuestionable luchadora social, y fungió también como asesora política. Ella, como refiere Sergio Rodríguez: «fue parte fundamental para que la izquierda comprendiera la importancia de incorporar la lucha por las libertades democráticas a su práctica y a su teoría».

Sin lugar a dudas que la desaparición forzada de su hijo en 1974, fue el detonante que vino a parirla -como ella misma dice- a la lucha política. Su hijo fue acusado, un año antes, de pertenecer a la hoy extinta «Liga Comunista 23 de Septiembre». Su esposo, Jesús Piedra Rosales, antiguo integrante de la Sociedad de Alumnos Socialistas de la Universidad Autónoma de Nuevo León, militante por un tiempo del Partido Comunista Mexicano, y miembro fundador de las Fuerzas de Liberación Nacional, fue torturado por miembros de la policía judicial en ese mismo año.

En esa década Rosario fundó el Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos; y desde entonces emprendió una ardua lucha social y política cuyo horizonte se extendía mucho más lejos que al hecho de ubicar el paradero de su hijo, nunca encontrado.

«Saldrás de cualquier lugar a recibirme y abrazarme y recuperaré en ese abrazo todos los soles que me han robado». Rosario Ibarra (1927-2022).

En 1978, -una década después de aquél fatídico año en nuestro país-, Rosario participó en la primera huelga de hambre que volvió a haber en un espacio público luego del 68, apostándose afuera de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, exigiendo la amnistía para los presos políticos.

En 1982 se convirtió en la primera candidata mujer a la Presidencia de la República en la historia de México, por el entonces Partido Revolucionario de los Trabajadores. La claridad política era indudable: Se apostaba por la Unidad Popular para la construcción de un gobierno obrero y campesino, en contra de la dictadura blanda del PRI y de los intereses cupulares de la clase patronal. Pero la fuerza popular, la organización de masas, la correlación de fuerzas, no daba para ello. La voluntad no alcanza, a la voluntad le tiene que seguir organización popular real, política de masas, pues las consignas incendiarias sin huestes revolucionarias sirven apenas para la autoafirmación del ego, para sentirse que uno está siendo revolucionario.

En 1982, se conformó el Comité Lésbico-Homosexual de Apoyo a la Candidatura de Rosario Ibarra (CLHARI). Una alianza estratégico-política y electoral entre el Movimiento de Liberación Homosexual y el Partido Revolucionario de los Trabajadores, en apoyo a la campaña presidencial de Rosario. En febrero de ese año se llevó a cabo un encuentro nacional del Comité Lésbico-Homosexual. Juan Jacobo Hernández dio las palabras de bienvenida, y ahí mencionó que: «La lucha que con valentía y firme tenacidad ha sostenido la compañera Rosario Ibarra contra la represión nos ha servido de guía y ejemplo en muchos de nuestros actos y decisiones. […] La historia y la experiencia nos enseñan sin lugar a dudas que nadie defiende mejor los propios derechos que los interesados mismos”.

Jacobo Hernández da cuenta de que, en 1981, Rosario Ibarra asistió en calidad de oradora central al mitin con el que culminó la Tercera Marcha del Orgullo Homosexual en la Ciudad de México. El Frente Homosexual de Acción Revolucionaria y el Partido Revolucionario de los Trabajadores ya tenían desde los años 70’s diálogo político, teórico, y comunión programática en el tema de la liberación sexual como parte de la lucha por la emancipación humana.

La campaña presidencial del 82 apelaba a la Unidad Popular, el programa político llamaba a la articulación de las necesidades e intereses de la clase trabajadora, de los pueblos indígenas y campesinos, de los derechos de las mujeres, y de la diversidad sexual, en confluencia estratégica de lucha por la democracia, la justicia social y las libertades. El resultado electoral, como era de esperarse en ese contexto, fue muy bajo para la contienda real, pero significativo de cualquier manera. Hay quien piensa que dichas campañas electorales son puramente testimoniales, que de lo que se trata es nomás de utilizar el reflector electoral para agitar y visibilizar las causas sociales. Yo pienso que si se tuviera la fuerza material y el apoyo popular suficiente para modificar las correlaciones de fuerza vigentes, nadie de los nadies se conformaría con campañas testimoniales. No nos bastaría con sublimar poéticamente la impotencia de cambiar el mundo. Pero la tarea estratégica por disputar la democracia es más larga, silenciosa y fatigosa, que el inmediatismo panfletario propio del agitador revolucionario.

En 1988 fue la segunda campaña electoral de Rosario Ibarra para contender por la Presidencia de la República, era otro momento y otra coyuntura. La mayoría de la población rural y campesina; la mayoría de las y los trabajadores de México; las diferentes fuerzas políticas progresistas y estratos sociales de las clases populares; estaban aglutinadas por la unidad en torno a la candidatura presidencial del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. El PRT no aceptó declinar la candidatura de Rosario en beneficio del bloque popular articulado en torno al Frente Democrático Nacional encabezado por Cárdenas. Y bueno; los resultados son historia.

El programa político del Frente Democrático Nacional no era evidentemente un llamado a la insurrección revolucionaria del proletariado, pero fue un bloque progresista con amplísimo respaldo popular, con articulación estratégica y capacidad real para hacer política de masas y disputar electoralmente un proyecto de nación. Pese a todo, “se cayó el sistema”, y ocurrió uno de los más flagrantes y dolorosos fraudes electorales en México, a cargo, sí, de la mafia del poder.

Rosario Ibarra de Piedra, luego de la jornada electoral, no dudó ni un momento en denunciar el fraude sumando su respaldo moral y político a Cuauhtémoc Cárdenas, e incluso lo acompañó en su segunda contienda electoral por la Presidencia de la República en 1994.

La experiencia parlamentaria y como asesora política que desarrolló Rosario, es realmente notable. Puso su experiencia como luchadora social al servicio de la causa política en favor de las y los desposeídos de justicia en este país. 

En el año 2000, ella trabajó y presentó a través de la fracción parlamentaria del PRD, una iniciativa de Ley Federal contra la Desaparición de Personas, así como una iniciativa de reforma al Código Penal Federal y a la Ley de Amparo, para incorporar del delito de desaparición forzada en México con el carácter de crimen imprescriptible.

En el año 2002 fue ni más ni menos que por Doña Rosario Ibarra de Piedra que se presentó, a través de Andrés Manuel López Obrador, -en su entonces carácter de Jefe de Gobierno del Distrito Federal-, la Controversia Constitucional ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación en contra de la reserva y de la declaración interpretativa a la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas, interpuestas por el gobierno “democrático y transicionista” de Vicente Fox, quien pretendía que, al ratificar la Convención Interamericana en cuestión, ésta no fuese aplicable para la investigación de casos del pasado, sino únicamente para los acontecidos con posterioridad a la entrada en vigor de la Convención en nuestro país. Lo cual dejaría implícitamente sin acceso a la justicia a las miles de víctimas de desaparición forzada durante la guerra sucia como política de Estado en México.

Fue Rosario, a través de Andrés, quienes interpusieron dicha Controversia Constitucional. La Corte determinó que el delito de desaparición forzada tiene el carácter de delito continuado, por lo que mientras no se encuentre el cuerpo de la víctima, no puede prescribir el delito. Que el estado mexicano tenía la obligación de investigar las desapariciones forzadas acontecidas en el pasado, y ello no implicaba una aplicación retroactiva de la Convención en nuestro país, porque la desaparición forzada es un crimen de lesa humanidad y en consecuencia es imprescriptible. Éste fue un logro de la gran Rosario. Por eso es que ella y Andrés tienen una historia política de largo tiempo, de lucha por la justicia social, la democracia y las libertades.

Gracias a que no prosperaron la reserva y la declaración interpretativa de Vicente Fox a la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas, es que vinieron después paradigmáticas resoluciones en materia de acceso a la justicia y de derecho a la verdad en casos de desaparición forzada acontecidos durante la guerra sucia en nuestro país, como el famoso expediente varios 912/2010, de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, relativo a la desaparición forzada de Rosendo Radilla Pacheco en manos de integrantes del ejército mexicano por razones políticas en el estado de Guerrero, en el mismo año en el que fue desaparecido el hijo de Rosario Ibarra de Piedra; 1974. Rosendo Radilla era un cantor popular, compositor de corridos, campesino y dirigente social. Participó en el presídium del acto inaugural del Congreso Campesino Extraordinario de la Liga Revolucionaria del Sur Emiliano Zapata, y los militares lo detuvieron por “componerle corridos a Lucio Cabañas”. Nunca más se supo de él.

Fue también Rosario la que le colocó simbólicamente la banda presidencial a Andrés Manuel como presidente legítimo en el año 2006. Y esto me conmueve profundamente, para mucha gente seremos “loquitos”. Pero hoy es material y constitucionalmente el presidente legítimo de México, y esa legitimidad popular que Andrés tiene, no se puede comprar, no se puede vender, no se puede tumbar con desafueros ni con juicios políticos. Y es ahí, en la política de masas y en la construcción de legitimidad popular, en donde la izquierda anticapitalista tiene que construir si es que aspira alguna vez a convertirse en gobierno popular para el bien común de las grandes mayorías.

En suma; como afirma con claridad y contundencia el camarada Jaime Ortega Reyna: «Rosario fue candidata del PRT, después Senadora del PT, ella fue la que colocó la banda de la presidencia legítima. Doña Rosario fue todo, menos sectaria».

A su paso por el Señado, Rosario Ibarra también dejó una huella indeleble para la vida democrática de este país. Siempre tuvo claridad de qué lado estaba, y no le importaba cuidar las formas, a la madre de un desaparecido no le pueden importar las formas antes que el fondo. Y la diplomacia se vuelve ornamento cuando está de por medio la libertad, la justicia o la democracia.

En el 2008, la Senadora Rosario Ibarra de Piedra, en su carácter de presidenta de la Comisión de Derechos Humanos del Senado, tomó la tribuna por 16 días completos, durmiendo en el recinto junto a otras legisladoras y legisladores como un acto de protesta y de resistencia civil pacífica, en contra de la iniciativa de reforma energética presentada por Felipe Calderón que, socavando el legado de la política económica en materia petrolera de Lázaro Cárdenas, ofrendaba a las empresas transnacionales la soberanía energética del país, abriéndoles el camino para la inversión privada en actividades propias de la industria petrolera que eran reservadas para la Nación a través de PEMEX, y que le allanó el camino finalmente a Enrique Peña Nieto, para que, pocos años después, dieran su estocada neoliberal a la Constitución Política de México con el objetivo de que los hidrocarburos y la electricidad ya no formaran parte de las áreas estratégicas del Estado para la explotación exclusiva de determinados recursos por parte de organismos públicos y no privados.

Una vez anulando este dique constitucional en el 2013, las empresas privadas, incluidas las transnacionales, pasaron a ser inversionistas privados en la explotación de bienes estratégicos que antes eran de explotación exclusiva de la Nación para la obtención de recursos y la prestación de servicios públicos, dando paso a la lógica especulativa mercantil y a la privatización de un espectro importante de servicios que deberían ser derechos humanos garantizados a través de políticas públicas.

Rosario tenía la claridad absoluta de lo que representaba esta iniciativa de Felipe Calderón para la soberanía nacional y para las mayorías populares en el 2008. Por eso protestó, por eso participó en dicho acto de resistencia civil pacífica desde el Senado, pues no bastaba con alzar la voz desde la tribuna para detener la iniciativa de Calderón, era necesaria la fuerza popular, el respaldo de las masas para que no pasara, y la toma de la Tribuna era un llamado al pueblo. Hicieron turnos para pasar la noche en el recinto del Senado e irse alternando, sin embargo, la gran Rosario, a sus 81 años, estuvo ahí los 16 días sin despegarse.  “Aquí voy a estar todo el tiempo que sea necesario”, externó. Sin embargo, no hubo la reacción social que se esperaba, y la reforma terminó pasando porque la derecha tenía los votos necesarios. 

¿Acaso sería muy difícil imaginarnos cómo habría votado el día de hoy la experimentada parlamentaria Rosario Ibarra de Piedra la iniciativa de reforma constitucional enviada por Presidente de la República, para recuperar la rectoría del Estado en materia eléctrica, la soberanía  energética y para declarar la explotación exclusiva del Litio por parte de la nación? Esa iniciativa de reforma constitucional que en este mismo instante, en este preciso segundo se está discutiendo en el Congreso de la Unión, y que sátrapas vende patrias disfrazados de representantes populares quieren bloquear en beneficio de los intereses económicos de las grandes corporaciones transnacionales que ahora salieron muy defensoras del medio ambiente y de los recursos naturales.

Otra gran hazaña de Rosario en su paso por el Senado, y que a menudo es muy ignorada, muy poco conocida entre juristas, activistas y defensores de derechos humanos, tiene que ver con su participación política como Senadora en la reforma constitucional en materia de derechos humanos de junio del 2011.  Rosario fungió también como Presidenta de la Comisión de Derechos Humanos del Senado, cuando el Congreso de la Unión aprobó la paradigmática reforma, esa que reconoció el bloque de constitucionalidad en materia de derechos humanos, integrando a nivel constitucional los derechos humanos contenidos en los tratados internacionales en la materia de los que México sea parte, esa que incluyó muchos de los principios interpretativos más vanguardistas y progresistas en materia de promoción, protección y defensa de los derechos humanos en el horizonte de un Estado democrático de derecho. 

He visto a mucha gente de izquierda, e incluso a cínicos carroñeros de derecha, compartir, entre ayer y hoy, la famosa frase de Rosario a Andrés Manuel, durante la entrega de la Medalla Belisario Domínguez por parte del Senado de la República en el año 2019. Sólo ella sabe cuánto le une con Andrés la lucha por el derecho a la verdad, por la exigencia de justicia social, y por el anhelo de construir una verdadera democracia al servicio de las grandes mayorías.

Las palabras de Rosario son profundamente humildes y honestas, no son soberbias ni hechas desde la comodidad académica o twitera, ella dijo con entereza y valentía: “Señor presidente, Andrés Manuel López Obrador, querido y respetado amigo: No permitas que la violencia y la perversidad de los gobiernos anteriores siga acechando y actuando desde las tinieblas de la impunidad y la ignominia, no quiero que mi lucha quede inconclusa. Es por eso que dejo en tus manos la custodia de tan preciado reconocimiento”.

Sus palabras honestas no son de ninguna manera un reproche unipersonal a la figura de Andrés, como la oposición carroñera lo quisiera hacer creer. La altura política de Rosario, le permite entender a profundidad lo que significa la lucha por el cambio social, la lucha democrática y colectiva por la justicia social. Y la responsabilidad colectiva que hay en ello. Con dolor e indignación, alguna vez Rosario afirmó: “Tenemos la culpa todos los apáticos de este país, porque no han luchado contra ese crimen de lesa humanidad, que es la desaparición forzada”.

La deuda para con doña Rosario, la deuda para con las miles de familias víctimas de desaparición forzada en este país, sigue sin saldarse todavía. Es un doloroso secreto a voces que, detrás de las sistemáticas desapariciones forzadas de los últimos lustros en México, hay redes organizadas de trata de personas y de tráfico de órganos. Detrás de las narco-fosas que han vuelto este país una mina de tumbas está el crimen organizado. La especificidad del tipo de desapariciones forzadas de la guerra sucia, era la de la intervención de agentes paraestatales o directamente militares pero sin una explotación mercantil de los cuerpos; desaparecían a la oposición política para silenciarla. Hoy, el grueso de las desapariciones forzadas en el país, no tienen móviles políticos directamente, sino que los móviles atienden a la lógica criminal-mercantil de reproducción del capital desde la necro-política desplegada por grupos delincuenciales con redes transnacionales cuyo poder económico es superior al de muchos municipios y estados de la república.

Por ello urge reivindicar la dimensión política de Rosario. Es evidente que hay una tendencia, -y para nada es ingenua-, por querer mantener separados lo político de lo social, como si lo social fuese un estado idílico de pureza, y lo político, la negatividad perpetua en sí misma.

Pero como dijo otra grande de América Latina, Gladys Marín, socialista, parlamentaria de izquierda, exiliada política, y también la primera mujer en contender por la Presidencia de la República en Chile: «No fue la profundidad del programa lo que determinó su derrota. Fue la falta de visión política, la falta de preparación política, ideológica, militar, para prever la reacción de las fuerzas nacionales e internacionales que serían afectadas. No hicimos total confianza en el pueblo, no desarrollamos a fondo la organización, la conciencia en la base para la defensa del poder logrado. No cumplimos con aquello de defender el gobierno con todo. Pero, pese a lo amargo de la derrota [de la Unidad Popular] la experiencia vivida fue un avance, una demostración que se puede, si se recogen las experiencias de la historia porque nosotros –pueblo de Chile- fuimos derrotados pero no aplastados en nuestro proyecto, y lo intentaremos cuantas veces sea necesario porque el pueblo tiene que triunfar. Hoy se necesita una más amplia unidad del pueblo, entendida como la unidad política y social, superando la falsa e interesada dicotomía entre lo social y lo político».

No, Rosario Ibarra de Piedra no fue únicamente una “activista” y “defensora de los derechos humanos”, Rosario Ibarra de Piedra fue ante todo una mujer política, diputada, senadora, asesora política, y la primera mujer candidata a la Presidencia de la República. Ella es la muestra clara de que una nueva izquierda es posible, pero no basta con desearla, con exigirla: es preciso construirla. Y ensuciarse las manos construyéndola.

Dice Daniel Bensaïd atinadamente en uno de sus más hermosos libros que: “La política es, al mismo tiempo que una exigencia, una aventura incierta, privada del socorro de cualquier trascendencia; un campo sembrado de incertidumbres y dudas, donde fines y medios se desajustan a menudo. Ésa es su trágica dignidad”.

La historia de Rosario, es al mismo tiempo una historia de la izquierda política en el México contemporáneo. Mi verdadero partido, querida Rosario, siempre será también el universo abierto por Giordano Bruno. «No importa cuán oscura sea la noche, espero el alba, y aquéllos que viven en el día esperan la noche. Por tanto, regocíjate, y mantente íntegro, si puedes, y devuelve amor por amor».