Respuesta a Gibrán: la crítica obradorista al neoliberalismo

Cesar Martínez (@cesar19_87)*

Luego de que el portal Animal Político distorsionara una frase del presidente López Obrador para sugerir que “el neoliberalismo es el modelo económico más perfecto”, el comentarista de ForoTV y Milenio, Gibrán Ramírez, pretendió asumir una actitud más allá del bien y del mal (minimizando la tergiversación de AP) y cuestionando al neoliberalismo desde lo abstracto; lo que en los hechos refuerza la imagen ideológica de Obrador fabricada en la mente de la clase media mexicana: la imagen de un presidente sin bagaje intelectual que necesita de asesores, burócratas, académicos y profesionistas de clase media para acudir en su rescate.

“El presidente me necesita a mí,” parece decir Gibrán, igual que otros y otras como él.

Sin embargo, en un primer lugar, la crítica obradorista contra el neoliberalismo siempre ha rebasado esa crítica abstracta que es común, por ejemplo, entre ciertos sectores así llamados “progres” y/o “anticapitalistas” cuyo discurso reduce toda la experiencia del periodo neoliberal en México con la de países de Europa, América del Sur o Estados Unidos. Desde luego se trata de gente para quien Obrador nunca será suficiente comparándolo con políticos extranjeros que van desde Bernie Sanders o Alexandria Ocasio-Cortez, hasta Evo Morales o el finado Hugo Chávez.

La frase completa de López Obrador señalaba que el neoliberalismo no podía criticarse a priori, (en un vacío intemporal) ya que, como toda especulación sobre la organización de la sociedad, el neoliberalismo contiene una idea de justicia imposible de analizar sin considerar un pasado que se aferra a quedarse: historia, maestra de la política. Según la idea neoliberal de justicia, es el mercado mediante criterios de eficiencia, precios y satisfacción el que dicta quién triunfa y quién fracasa. ¿Pero qué ocurre cuando quien por su historia de corrupción, irresponsabilidad e indolencia debe fracasar y no fracasa?

La mejor respuesta a esa incógnita que refleja la brecha entre lo abstracto y lo histórico se la escuché alguna vez al hoy secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, (quien además es el primer mexicano en obtener el doctorado en economía por la Universidad de Cambridge) hablando sobre cómo el Fobaproa había exhibido que Ernesto Zedillo era un incongruente en el mejor de los casos y un pusilánime en el peor. Palabras más, palabras menos, Ramírez de la O dijo: “Zedillo egresó de la Universidad de Yale en Estados Unidos, un colegio muy tradicional cuyos profesores han desarrollado modelos económicos donde efectivamente el mercado aparece como un mecanismo que se regula a sí mismo. De modo que, ante la quiebra de bancos como Banamex en 1998, el modelo dictaría que se trató de un fenómeno consustancial a la competencia y, sin embargo, los banqueros obligaron a Zedillo a rescatarlos mediante miles de millones de pesos del erario transformados en deuda pública.”

Cuando el presidente López Obrador usa la frase “privatizar las ganancias y socializar las pérdidas” exhibe la profunda contradicción del neoliberalismo que a priori fue promocionado como un tipo de política económica, pero que a posteriori se impuso como todo un fenómeno de economía política que corrompió espacios tan diversos como el de la cultura, la academia y el periodismo. Podemos mencionar libros escritos por él como Neoporfirismo, La Mafia que se adueñó de México y A la Mitad del Camino en los cuales la crítica no es abstracta, sino histórica, y se establece que el dogma neoliberal fue para los gobiernos del PRIAN (1982-2018) lo que el dogma positivista fue para el Porfirismo (1884-1911). Es decir que, tanto positivismo como neoliberalismo, no han sido abstracciones en México, sino ideologías en el sentido objetivo definido por el filósofo húngaro Georg Lukács: discursos usados para disfrazar los intereses creados de la élite que funde el poder político con el poder económico.

Se dice que una consciencia es falsa o ideológica cuando refleja una aspiración individual abstracta (voluntarismo) sin vínculos con lo histórico-social y de ahí que, en un segundo lugar, la crítica obradorista contra el neoliberalismo rebasa el debate ideológico: no cuestiona el sistema de poder en su fachada o “andamiaje institucional”, sino que efectivamente hace de la corrupción la raíz de un problema que subyace tal o cual modelo económico. Alejándose de lo abstracto, el Obradorismo como crítica ha sido capaz de señalar al Fobaproa como una de las grandes aberraciones del modelo neoliberal al tiempo que, alejándose de lo ideológico, el propio Obrador cita a menudo la tesis clásica de 1946 de Daniel Cosío Villegas sobre La Crisis de México: “lo que tronchó a la Revolución Mexicana fue la corrupción.”

A diferencia de las críticas de corte abstracto e ideológico, que son las críticas de quien contempla el poder con los brazos cruzados y la mano en el celular, la crítica obradorista llama por su nombre histórico a la corrupción (positivismo, caciquismo, corporativismo y neoliberalismo) pero también la llama por su nombre social: simulación, hipocresía, aspiracionismo y deshonestidad. Por ello el Obradorismo es radical en tanto que ser radical es ir a la raíz del problema para personalizar la historia de la corrupción en México como la historia de presidentes peleles, políticos corruptos, banqueros ineptos, periodistas deshonestos e intelectuales convenencieros.

Hagamos votos, pues, porque el voluntarismo de Gibrán no sea simple y llanamente una obsesión por la fama, que hace lo mismo que el poder cuando no se tiene convicciones ni principios: a los inteligentes los vuelve tontos y a los tontos los vuelve locos.