Reseña de Teoría de la militancia. Organización y poder popular de Damián Selci

Adrián Gerardo Rodríguez

Damián Selci, Teoría de la militancia. Organización y poder popular, Buenos Aires, Cuarenta Ríos, 2018, 200 pp.

En 2018 el escritor argentino Damián Selci publicó un ensayo que viene a ser un llamado a tomar en serio el diseño y discusión de una filosofía detrás del triunfo y la derrota de los movimientos sociales convertidos en gobierno populares en América Latina; tal libro es Teoría de la militancia. Organización y poder popular. Si bien Selci habla desde la experiencia argentina, básicamente desde el kirchnerismo-peronismo, me parece que su enfoque se puede extender a todos las demás experiencias de la Patria Grande, incluyendo la del obradorismo y la Cuarta Transformación en México.

Bien ¿cuál es la propuesta de Selci? Principalmente tratar de entender la derrota del kirchnerismo ante el macrismo en 2015. Pero no busca explicar los fallos tácticos o estratégicos del gobierno de Cristina Fernández. Selci plantea que es necesario revisar qué falló en el análisis del autor que le dio una teoría al populismo y a sus triunfos: Ernesto Laclau, no para superarlo, sino para radicalizarlo. Por lo tanto, Selci parte de este problema: la derrota del populismo es resultado de una falla en su teorización, o de manera más exacta, de algo no previsto o no visto en su momento por sus hacedores, prácticos o teóricos. Entregado casi de manera completa a la praxis, ahora en necesario que el movimiento populista repiense y replantee durante su repliegue los supuestos de donde parte; por ejemplo, el Pueblo, en el que sintetizan las contradicciones, puesto que lo mismo puede votar en contra de la Oligarquía como votar a favor de ella (como la realidad lo demostró con el triunfo del macrismo en Argentina o de Bolsonaro en Brasil). 

A lo largo de tres capítulos (el primero dedicado a revisar a fondo la propuesta de Laclau, el segundo a ahondar en la “interiorización del conflicto” y el tercero a la “fenomenología del militante”) y de un recorrido y diálogo entre varios autores clásicos y contemporáneos (en particular las intersecciones y diferencias entre Žižek y Laclau), Selci va edificando, con las herramientas de la creatividad y libertad que da el género del ensayo, las bases de una respuesta a la derrota; una respuesta que es también una propuesta filosófica que debemos rediscutir en cada movimiento popular: “una teoría de la militancia”. Esto es: el diseño de un conjunto de insumos, conocimientos y principios para hacer inteligible (y dignificar, diría) la práctica y la figura del militante. Es decir, Selci parece responder a la pregunta ¿qué es lo que define y cómo se construye esa unidad básica del populismo que es el militante y sin el que no existe transformación de la realidad? Porque si en algo falló la teoría es que ese sujeto con potencial para ser un militante, al final votó por la Reacción, se convirtió en un reaccionario. 

Para Selci el problema de fondo es que “el Pueblo” (que según Laclau no existe como “sustancia”, a priori o perse, sino que nace a partir de un proceso), al final puede volverse “sustancia” o tener apariencia de sustancia, es decir, en algo que por sí mismo es válido y existe, y que, por consecuencia, todo lo que reclama es legítimo. Lo cual conduce al reconocimiento, por parte del sujeto, de una contradicción o un “antagonismo” en el exterior, esto es: la confrontación de dos visiones sobre, por ejemplo, una aparente demanda, en la que ni siquiera existe un mínima definición de los conceptos a discutir, y cuyo consecuencia puede ser piedra de toque para la mitigación de un gobierno o proyecto popular.

En ese sentido, la ecuación para la construcción de una “subjetividad política” no se puede limitar a la articulación de la demanda y la satisfacción de la misma, sino que es necesario ir más allá: reconocer que la contradicción o el antagonismo no sólo están afuera (en la relación entre el Pueblo y el Gobierno), sino que vivem dentro de cada persona, que la lucha se libra en el fuero interno dentro de cada uno. La asimilación o interiorización de esa problemática es la fuerza de la revolución espiritual que lleva a accionar (y esto es la verdadera politización, y no sólo el estar informado de los acontecimientos, por ejemplo). 

En términos personales: no se trata de que la contradicción sea algo meramente exterior a mí, sino que es algo que me incumbe y por lo mismo yo debo hacerme cargo de ella. Lo que sigue es: organizarme con otros militantes, empoderar, no sólo para asumir y hacerse cargo de la contradicción, sino también para transformar la realidad, es decir, para generar la revolución interior sin la cual no hay cambio posible. En ese sentido, es imprescindible superar la idea de que leer a los autores revolucionarios te vuelve automáticamente uno de ellos. 

Lo que te empodera es poner el cuerpo. El militante nace de la práctica, del movimiento del cuerpo, al hacerse cargo de aquello que anteriormente sólo exigía o de lo que culpaba a los otros. Eso es lo que conduce a la emancipación, a la construcción de un verdadero “gobierno popular”: cuando “el pueblo empieza a asumir más responsabilidades”, cuando “empieza a tomar asuntos como suyos”, al imitar y seguir el ejemplo de alguien más que pone en práctica la emancipación. En esencia: ser militante, ser un cuadro político, es perder la inocencia, dejar de lado el miedo y organizarse para asumir plenamente la responsabilidad de cambiar la realidad. 

Esta es de manera simplificada la propuesta de Selci, misma que tiene sin duda fuertes resonancias para el México de hoy. La Cuarta Transformación requiere, me parece, una teoría del triunfo del 2018 (porque muchos pensaron que la tarea, la responsabilidad, se acabó con la llegada de AMLO a la presidencia), otra del militante (porque el obradorismo y el Partido no bastan para el cambio, es primario la articulación con otros movimientos), otra del proceso que está en marcha, una teoría que nos permita iluminar el avance y asumir los antagonismos o contradicciones que van surgiendo (por ejemplo, entre entre el obradorismo y el feminismo, entre el Partido y el Movimiento, entre el Viejo Presidencialismo y los nuevos liderazgos políticos del movimiento, entre la militarización calderonista y la nueva Guardia Nacional). 

No es que no se haya hablado de estos problemas ya y que no se esté dando claridad a ellos todos los días; sin embargo, es urgente darle una base teórica más sistemática, que nazca de un momento de estudio, porque, como dice el mismo Damián Selci, “la legitimación filosófica a lo mejor le da mística a cada militante; lo fortalece ante la adversidad; le suministra razones para no aflojar, para no perder la dureza ni la ternura”; es esencial que los militantes sepan que “su existencia está justificada filosóficamente, que no pueden ser estigmatizados ni despreciados porque son espirituales”. 

   Adrián Gerardo Rodríguez Sánchez[1]