Reformular la ecuación: ¿Cuándo el partido y cuándo el movimiento?*

CE, Intervención y Coyuntura.

Bajo el lema “movimiento-partido” se reúnen dos concepciones en un principio antagónicas. El movimiento designa flujo, cambio, intensidad variable; son las fuerzas y energías de la sociedad que aparecen y se desvanecen. El partido refiere a la estructura, la burocracia, las normas y las reglas, es decir, la osificación de la energía de la sociedad. Uno es el momento que surge de y por la espotaneidad, el otro es la rutina de la gestión. No hay ecuación perfecta, en determinado momento ganará más el aparato y en otros la espontaneidad. Ello no se decide a-priori, sino a partir de coyunturas. El paso entre uno y otro momento puede generar fracturas, divisiones y no pocos conflictos. No por nada sigue aún vigente el debate entre V.I Lenin y Rosa Luxemburgo, cuya resolución no es teórica, sino práctica.

¿Cómo pensar en el contexto de la 4T esta doble dimensión? El partido es necesario porque el poder se disputa en los espacios representativos, en los procesos instituyentes. El acceso a puestos de elección popular es clave para cualquier proyecto que pretenda una redistribución del excedente social. El movimiento resulta clave en contextos en donde el poder sigue en manos del adversario y la disputa por la hegemonía es inicial.

No se trata, de nuevo, de una ecuación sencilla. El paso entre uno y otro es complejo. El movimiento requiere activistas, en tanto que el partido, demanda tener sus militantes. ¿Cómo habitar los dos mundos? ¿Cómo compartir un espacio de tensión y contradicción que reclama disciplina al tiempo que creatividad?

El resto de la 4T es enorme en este campo. Hasta ahora existen pocos casos de “partido-movimiento” que pueden servir de ejemplo. El primero fue Refundación Comunista, en Italia, hacia principios del siglo XXI. Aquella organización intentó habitar el movimiento anti-globalización y colocarse como referente de la disputa electoral. Su fracaso fue rotundo y hoy es un mal recuerdo. El segundo es el Movimiento al Socialismo (MAS) boliviano, cuya génesis y estructura recuerda al Partido Laborista inglés, en el sentido en que el partido es una creación del movimiento. No es casual que su lema sea “Instrumento político de los pueblos”. El MAS ha sido el partido que mejor ha vivido la tensión entre la gestión administrativa y la organización societal, “a ras de suelo”. Con conflictos y problemas, se encuentra en los albores de regresar al poder, aún con un golpe de Estado a cuestas.

Vivir la tensión es complejo; se parte del principio de que es irresoluble, no hay punto medio perfecto. El movimiento es necesario ahí en donde el poder no se ha disputado aun, donde los poderes fácticos siguen actuando, en donde no se ha avanzando lo suficiente en el cambio político y cultural necesario para la construcción de la hegemonía. El partido, siempre en proceso de construcción (y no en pocos casos dando pasos atrás) es instrumento viable cuando logra constituirse como mecanismo de resolución de conflictos, escuela de pensamiento y organizador de un sentido común de quienes comparten un horizonte común a mediano plazo. Es claro que, tanto como movimiento y como partidos hay aun deudas pendientes.

Entendemos por movimiento las formas de la acción colectiva que luchan por los territorios, por demandas culturales con impacto institucional y el establecimiento de nuevos derechos. El peligro es que en la espontaneidad y el activismo se suele extraviarse el eje, con lo cual correría peligro el objetivo central que tiene la 4T: la proyección de un proyecto nacional-popular que transforme las relaciones entre el Estado y la sociedad a partir de la redistribución del excedente. El movimiento por más lúdico y masivo que sea, no deja de responder a una parcialidad que en no pocas ocasiones confunde lo particular con lo universal. Por su parte, los partidos –cualquiera de ellos– se encuentran sometidos a la “Ley de Hierro”: su vida interna se puede vaciar y quedar como un cascarón cuyo único objetivo sea reproducirse, tal como pasó con el malogrado PRD, repitiendo la rutina de la burocratización y la gestión de espacios. El partido carga la responsabilidad de construir el proyecto universal: la redistribución de la riqueza y la reforma del Estado.

El árbol no debe impedir ver el bosque: vivir la tensión implica, tanto la madurez política para renunciar al activismo movimientista, como el de construir un espacio de resolución de los distintos proyectos y conflictos. Uno y otro se nutren constantemente: el movimiento opera, en esta coyuntura, como indicador de lo que aspiran sectores de la sociedad. El partido puede leer esas aspiraciones y volverlas legalidad, orden vigente.

Contrario a lo que se piensa, la 4T no nació el 1 de julio de 2018, sino que es una construcción de largo aliento, que tuvo sus cimientos en 2006. La 4T no es un momento, sino un proceso. En la actual coyuntura de ejercicio de gobierno nacional priva el partido, como antes lo fue el movimiento. No dejemos de insistir en ello, en la ecuación movimiento-partido no es el deseo de unos pocos lo que debe imperar, sino el análisis concreto de la situación concreta.

*Este ensayo se publicó originalmente en La visión de los vencidos, jueves 15 de octubre 2020 https://www.lavisiondelosvencidos.com/portada.html

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