Rectoría del Estado 4T: vencer a neoliberales y “neosocialistas”

César Martínez (@cesar19_87)*

… Varios hallan los orígenes del declive económico del Reino Unido en una “contrarrevolución moral”, que llevó a la burguesía industrial británica del siglo 19 a abandonar su ética empresarial para adoptar una mentalidad anti-productiva y rentista…

David Marquand

Recuperar la Rectoría del Estado sobre el desarrollo socioeconómico en México no es asunto de debate teórico ni ideológico, sino de política práctica: bien podríamos repetir críticas certeras y demostradas contra las falacias neoliberales tales como la infalibilidad del mercado y la privatización; y sin embargo estaríamos en riesgo de olvidar sus orígenes históricos en el Reino Unido a raíz del fracaso del Keynesianismo como doctrina de tecnócratas supuestamente ilustrados. 

En otras palabras, hacer resurgir la Rectoría del Estado significa defender la democracia, también en la política económica de nuestro país, ante el regreso de una clase tecnocrática que ayer se vistió con el traje importado neoliberal y mañana bien puede vestirse con el traje importado “neosocialista”. Debemos pues estar alertas ante la reacción de élites que mudan de piel ideológica para encubrir su cuerpo político.

La Sociedad carente de principios: nuevas demandas y vieja política, es un libro escrito en 1988 por el político y académico británico David Marquand, cuya tesis sobre la polarización ideológica neoliberalismo/neosocialismo que sobrevino al fin del Keynesianismo en medio de una espiral de inflación, devaluación y desempleo cabe mencionar para entender qué va de por medio en la lucha por la economía política de nuestra Cuarta Transformación. Según Marquand, el Keynesianismo fue una buena respuesta técnica, pero insostenible, a un problema esencialmente político: el Keynesianismo consistió en usar los instrumentos fiscales, monetarios y cambiarios del Estado para estimular lo que los economistas llaman “demanda agregada” y generar un crecimiento del producto interno bruto capaz de financiar el triple compromiso de la posguerra; esto es, la economía mixta, el empleo pleno y el Estado de Bienestar.

En el caso histórico del Reino Unido, usar al Estado para incrementar la “demanda agregada” funcionó aumentando la cantidad de dinero circulante (base monetaria) dentro de la economía para facilitar la inversión, la creación de empleos y los aumentos salariales. Se le llama demanda agregada porque, cuantas más personas en la base de la pirámide tengan liquidez, más demandan diversos productos y servicios generando así un círculo virtuoso con la oferta de las empresas encargadas de producir dichos productos y servicios. Controlando la demanda agregada con base en el consenso keynesianista, dice Marquand, tanto el partido laborista como el partido conservador lograron redistribuir la riqueza sin modificar las instituciones políticas británicas heredadas desde antes del siglo XIX.

Creyeron pues, haber dado con la fórmula de alquimia económica para satisfacer las necesidades básicas de las mayorías sin tener que consultarlas ni incluirlas en una verdadera democracia:

[John Maynard] Keynes no quiso ver la grandeza de su descubrimiento: por vez primera el Estado podía avanzar en la meta de garantizar el derecho al trabajo digno y bien remunerado mediante el control técnico de la demanda agregada. En vez de ver los niveles de empleo como resultado de un sinnúmero de factores desagregados, estos pasaban a ser objeto de deliberación política consciente y de escrutinio público. Sin embargo, él se rehusó a considerar esto último y dio por descontado que la tecnocracia ilustrada definiría objetivamente los términos del interés público. Por eso mismo Keynes nunca se preocupó por desarrollar una teoría del Estado ni de su carácter ético (p. 22)

Desde la perspectiva de Marquand entendemos que el Keynesianismo colapsó “mecánicamente” porque la “demanda agregada” terminó desbordando la oferta doméstica, causando así un déficit en balanza de pagos y una crisis de deuda externa que forzó al gobierno británico a humillarse por un préstamo del Fondo Monetario Internacional. Eso, sobre el colapso mecánico; pero el derrumbe político del Keynesianismo partió de la falta de voluntad para ganar respaldo popular y poder proponer desde una posición de legitimidad democrática un nuevo trato productivo con la gran burguesía británica, mezquina y atrapada en el recuerdo muerto de su antigua hegemonía global.

Entonces la polarización ideológica neoliberalismo/neosocialismo se aprecia como una mera solución cosmética ante la decadencia de un orden político cuyo manejo tecnocrático ignoró la búsqueda y la práctica de una moralidad cívica, capaz de tender puentes entre la clase trabajadora y el sector productivo de la burguesía para lograr la rectoría del Estado, tanto en el lado de la demanda, como en el lado de la oferta. En vez de atender una crisis de legitimidad recurriendo a la transformación ética y política, tanto los laboristas como los conservadores recurrieron a más ideología y más tecnocracia tras la muerte del Keynesianismo. 

Si el triple compromiso de economía mixta, empleo pleno y Estado de bienestar hacía vislumbrar la posibilidad de observar al trabajo y al salario como fenómenos de economía política abiertos al debate informado y democrático. El abandono de este triple compromiso significó dogmatizar las leyes del mercado (caso neoliberal) y las leyes del capitalismo (caso neosocialista). De ahí que un tecnócrata neosocialista puede perfectamente coincidir con el tecnócrata neoliberal en cuanto a que el Estado cumple su función social redistribuyendo (y no dirigiendo la creación de) la riqueza: Tax the rich.

Dicho de otro modo, si durante el Keynesianismo se avanzó en la posibilidad de concebir un Estado rector del desarrollo tanto en la demanda como en la oferta, en el Reino Unido de los años 80 y 90 (Thatcher-Blair) el sueldo y el trabajo se volvieron conceptos de una ética individualista: Marquand sugiere que el movimiento o el estancamiento de la riqueza efectivamente inciden en la autoestima de distintas clases sociales. 

Así fue que la cuestión despolitizada del desempleo vio surgir nuevamente el discurso retrógrada del Darwinismo social:

¿Durante cuánto tiempo un sistema tolerante con el desempleo puede seguir siendo democrático en el sentido verdadero del término? Desde luego que es difícil imaginar a cualquier sociedad europea occidental experimentar una revuelta entre los oprimidos como las que Marx pronosticó. Pero el surgimiento de una clase media subordinada, apática y alienada, [analfabeta, políticamente hablando], lógicamente antagonizará y se mostrará hostil al ideal democrático de tolerancias sociales que hacen la democracia posible (p 88)

De modo que la contrarrevolución moral del Reino Unido iniciada hace 200 años, misma que aparentó resolverse de manera técnica (y no política) durante el Keynesianismo (1945-1976), creó los dos grandes pilares sociales del modelo neoliberal exportado a América Latina: la tecnocracia y la lumpenburguesía, unidas en su sentimiento anti-democrático y desprecio por lo popular. En una crítica al ideólogo Friedrich Hayek, Marquand exhibe que el desenlace histórico de un Estado secuestrado por tecnócratas ante la indolencia de los sectores complacidos de la sociedad necesariamente es un Estado cuya mayor tecnología no es el conocimiento económico, sino la coerción.

En México, recuperar la rectoría del Estado sobre el desarrollo como conquista de la Cuarta Transformación expresa la lucha por parte de un pueblo alfabetizado políticamente para moralizar tanto al gobierno como a la economía. Por más que ellos invoquen los discursos ideológicos del Estado tecnocrático y del Darwinismo social, el debate popular sobre la creación y la distribución de la riqueza ahora gira alrededor de asuntos prácticos como las tarifas de agua potable y de electricidad, el ritmo de aumento del salario mínimo y mantener los precios de los energéticos siempre por debajo de la inflación. 

Si estamos hablando de un Estado rector, esto es porque ya existe un consenso social de que México puede crecer con el trabajo de su gente aprovechando sus recursos naturales para beneficio de propios y no de extraños. Es un modelo económico original surgido desde abajo exhibiendo el absurdo de haber importado las recetas ideológicas que lamentablemente todavía siguen paralizando a los países donde fueron fabricadas.

*Maestro en relaciones internacionales por la Universidad de Bristol y en literatura estadounidense por la Universidad de Exeter.

Bibliografía

Marquand, David, The Unprincipled Society: New Demands and Old Politics, Jonathan Cape:1998. [traducciones del autor].