¿Qué tipo de intelectual para la 4T? Una respuesta provisional

Adrián Gerardo Rodríguez[i]

La lectura del artículo “Los intelectuales en su laberinto” de Bernardo Cortés y Rodrigo Wesche, en la que proponen a intelectuales de la 4T superar categorías esencialistas de “ética” y “colectividad”, para realmente generar una visión del proceso social que nazca de la misma lógica del proceso, y con ello evitar caer en fórmulas o ideas preconcebidas y poner su “subjetividad ética” al servicio del “quehacer político”, me lleva a plantearme la pregunta ¿Qué tipo de intelectual requiere, por lo tanto, la Cuarta Transformación? Va un apunte que no pretende contestar totalmente la pregunta, pero que pone las bases para la discusión.

En esencia, me parece que la tarea a la que urgen Bernardo Cortés y Rodrigo Wesche es totalmente necesaria, sin embargo, veo que tal tarea está sucediendo en varios niveles dentro de la 4T. Si entendemos la 4T como un complejo proceso de masas, descentralizador, a favor de una nueva política, que está trastocando ciudades y pueblos de todo el territorio mexicano, en los que es inminente el triunfo del Movimiento de Regeneración Nacional en las próximas elecciones, se debe reconocer que a nivel local existen ya personajes que desde su actividad, están precisamente poniendo su ética a favor del quehacer político.

Esto no se aprecia del todo, no sólo porque las grandes figuras intelectuales de la transformación (por ejemplo un Armando Bartra, un Enrique Dussel o Héctor Díaz-Polanco) eclipsan el horizonte, sino también porque entendemos al “intelectual” como una persona encargada únicamente de tareas de escritorio, seminarios o conversatorios de Facebook. Efectivamente, hace falta reestructurar el concepto de “intelectual” para que la crítica a los intelectuales desemboque en una visión más concreta sobre sus quehaceres urgentes.

Lo que propongo nace de la sana inquietud que genera en mí el texto de Bernardo Cortés y Rodrigo Wesche, al confrontarlo con una lectura que hace muchos años hice de Alan Knight, en la que hace un análisis muy original en torno a la función de los “Intelectuales de la Revolución mexicana”, en el periodo de 1910 a 1920. Uno de los argumentos de Knight es básicamente hablar de agentes de ideología en lugar de simples “intelectuales”. Eso le permite llevar el enfoque analítico más allá de, por ejemplo, los hermanos Flores Magón, José Vasconcelos o el Ateneo de la Juventud, para centrarse en otros tipos de personajes más apegados a las comunidades y pueblos, y cuya función resultó más esencial para el cambio revolucionario, que la de los “grandes intelectuales”.

Knight se refiere a maestros, médicos, estudiantes e incluso curas de pueblo, quienes, con simples conocimientos de lectura y redacción, lograron articular demandas de la comunidad en manifiestos o planes. En ese sentido, se convirtieron en auténticos “intelectuales orgánicos” (en el sentido gramsciano), porque a través de ellos la comunidad podía hablar de sus dolores o agravios, y avanzar en su solución. Es claro que en el gran palimpsesto de la historia los nombres de estos personajes han sido olvidados porque no ocuparon grandes puestos, porque nunca salieron de sus comunidades, o porque nunca publicaron un libro completo, pero sin ellos no se puede entender el cambio social y político.     

Como en su momento en la Revolución mexicana, actualmente en la 4T hay muchísimos agentes de ideología escuchando demandas de sus localidades para darles una solución concreta a través de la toma del poder. Todos los conocemos, trabajan diariamente, están resolviendo ciertos problemas comunitarios, de vez en cuando escriben por ahí un artículo, tienen familia, apoyan a AMLO, comparten contrainformación, participan en el Partido e incluso ya buscan una diputación local o apoyan a un candidatos, etcétera. Sin embargo, en su horizonte no está ser parte de esa clase social denominada “Intelectual” o sobresalir a nivel nacional por sus grandes contribuciones intelectuales.

En la misma línea, cabe recordar que en su momento el escritor Mariano Azuela criticó a “los intelectuales” (y trataba de no ser confundido con ellos) porque muchos, decía, seguían ejerciendo “una ideología de la resignación” (generada entre los intelectuales del porfiriato), que los volvía simples traductores de la pragmática de los líderes políticos. Azuela los veía como un grupo con privilegios, personas que simplemente querían dedicarse a las tareas de escritorio, no a las tareas de la acción, y eso los volvía reaccionarios (quizá esta visión de Azuela nacía de su misma condición social como médico, un oficio que nunca dejó de ejercer y le permitía convivir con los dolores de comunidad)

Este argumento me permite afinar una crítica a la función de “instituciones generadoras de ideología” en Morena, como el Instituto Nacional de Formación Política o la flamante Escuela Nacional de Formación Política. En general el programa de estos institutos lo veo útil, sin embargo, analizando la coyuntura en la que estamos, en la que no podemos perder tiempo para avanzar en situaciones urgentes concretas, me parece que va muy lento. Paralelamente a las charlas y tertulias sobre la ideología de izquierda que debe permear en la transformación del país (la “formación ideológica”), se debe dotar de herramientas a la gente para coadyuvar en resolver ciertos problemas. Por ejemplo, ya existe libertad sindical gracias a la Reforma Laboral, pero no sabemos cómo formar un sindicato. También creemos en la democracia participativa, pero no sabemos los elementos básicos para hacer una consulta en nuestra colonia. Igual es urgente saber meter un amparo, saber acompañar a familiares con personas desaparecidas, saber de economía popular. Me parece que en la definición de este tipo de tareas urgentes es donde puede justificarse plenamente la erogación de gastos del Partido para la consolidación de estas “instituciones generadoras de ideología”.

En esencia, completamente de acuerdo: se requiere que los mejores cuadros y los intelectuales de la 4T no se atrincheren en un “esencialismo ético”  y que pongan su “subjetividad ética” a favor del quehacer político. Una forma de evitar caer en ese esencialismo es salir a escuchar los dolores del pueblo para traducirlos en demandas concretas para resolverlas, en donde la actividad intelectual es imprescindible, pero tampoco es suficiente: es necesario tener un pie en la política y otro en las ideas. Por eso, como alguna vez leí en twitter, palabra más palabras menos: Andrés Manuel López Obrador es el mejor Instituto de Formación Política que tenemos hasta ahora.    

[i] Historiador y político de calle

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