Profe, en México no hay Caribe: Discurso y representación en la educación mexicana

Miguel Castillo Torres

Docente e investigador independiente

En el quehacer docente existe una disputa constante, una contienda diaria por los imaginarios de nuestras niñas, niños y adolescentes. Por una parte, se encuentra el discurso oficial nacional, aquel que demanda una homogeneidad no sólo en el texto, sino en la sociedad y cultura en su conjunto. Por otro lado, están las voces (unas veces más ocultas que otras), los signos, símbolos y prácticas que dotan de significado todo aquello que vemos y sentimos, pero que quedan fuera de los libros o planes de estudio.

No es casualidad, cabe recordar que es deber intrínseco del Estado el reproducir las condiciones de producción, dominación o exclusión al interior de sus fronteras. Y esta reproducción se da en todos los medios a su alcance y en todos los espacios posibles, incluyendo las ideas. Y es que ¿no es la ideología el ejercicio del poder por medio del discurso? ¿No deberían ser foco de nuestra atención estas representaciones simbólicas que sirven a propósitos específicos del Estado? Es este régimen del lenguaje lo que interesa a esta reflexión, esas fuerzas macro-sociológicas que determinan qué se puede decir, expresar, escuchar, entender (Blommaert, 2005) y, sobre todo, significar desde el discurso oficial. ¿Qué lugar ocupa el Caribe?

Vamos por partes. En el trabajo docente, el significar denota aprendizaje, uno en el que el lenguaje es primordial. En nuestros primeros años de vida, este aprendizaje significativo, en términos David Ausubel (1976) en su obra “Significado y aprendizaje significativo”, se da de distintas maneras: el aprendizaje por representaciones, en el que las palabras se asocian con el objeto al que representan; el aprendizaje por conceptos, en el cual las palabras y/o símbolos se asocian a ideas abstractas; y el aprendizaje por proposiciones, el cuál combina los dos anteriores para poder brindar descripciones y así llegar a significados globales. De esta manera, dotamos de significado lo que leemos, escuchamos, vemos, sentimos. Damos forma al texto-mundo como le nombró Freire.

Como consecuencia, los procesos de enseñanza/aprendizaje son uno de los puntos más importantes en la política nacional. La educación es siempre un quehacer político, pues manifiesta qué personas queremos formar dentro de nuestra sociedad. Incluso cuando esta intención pasa desapercibida, repetimos en nuestras alumnas y alumnos las personas que somos, aunque la reproducción no es casual. Nuestros libros de texto y planes de estudio están plagados de discursos, términos, argumentos, imágenes y estereotipos que sirven a determinado propósito que opera desde el Estado: la homogeneización de la cultura nacional.

Profe, pero en México no hay Caribe. Durante todo el tiempo que le he dedicado a la docencia (e incluso antes) se repite lo mismo. Pongo por caso los últimos años de docencia en las comunidades al poniente de Bacalar, trabajo con adolescentes cuyo mayor anhelo era aprender inglés para trabajar en los hoteles. Y es que en el imaginario el Caribe es mar, un lugar en el mapa, un litoral que invita a ser contemplado, pero no habitado. ¿Por qué está tan arraigada esta idea? ¿Por qué se defiende tan ferozmente algo que nos mutila los sentidos? Fue esta inquietud la que me llevó a desarrollar un estudio en profundidad.

El material abunda. De hecho, hay muchísimo material a ser estudiado y, debido a mis limitaciones como investigador, decidí sólo utilizar una porción de los libros de texto que se ofrecen de manera gratuita en las escuelas públicas del país. En específico, me di a la tarea de estudiar los libros de primero a sexto de primaria que se utilizan actualmente en México para ejercer una crítica a la postura ideológica de quienes diseñan, publican y promueven sus contenidos. Cabe señalar que, si bien este estudio se hace desde una perspectiva crítica del lenguaje usado en nuestra sociedad, no se inscribe dentro de lo que se conoce como Critical Discourse Analysis (avisados están).

¿Qué buscaba? La manera en la que la palabra Caribe es usada dentro de estos libros. ¿Es una representación en el mapa, una descripción geográfica o un concepto que nos invite a abstraer nuestra realidad? Para Antonio Gaztambide (1996), en su trabajo fundamental llamado “La invención del Caribe a partir de 1989”, el Caribe puede ser insular, (un área geográfica), geopolítico (un lugar histórico) o una cultura que toma como punto de partida la diáspora africana. A partir de estas categorías llevé a cabo lo que se conoce como un Análisis de Contenido dirigido (Hsieh y Shannon, 2005) dispuesto a desentrañar lo que se oculta a plena vista. Cabe señalar que dicho proceso lo hice con el apoyo del software Atlas.ti y que el diseño de la investigación es muy similar al que he usado anteriormente, en específico en una investigación desarrollada como parte de mis estudios de posgrado.

Los resultados sorprenden. En primer lugar, por la gran cantidad de veces que se encuentra la palabra (código) Caribe sólo en los mapas. De todos los libros que pude estudiar, que van desde ciencias naturales, geografía e historia hasta los llamados “La localidad en donde vivo” (que hablan en específico de aspectos históricos, sociales, geográficos, naturales y culturales del estado de Quintana Roo), la cantidad de veces que el Caribe aparece sólo en mapas es abrumadora, pocas veces se enuncia dentro de un texto.

En segundo lugar, de todas las veces que el código fue encontrado inmerso en texto, el 70.4% se relacionaba (de nuevo) con un espacio geográfico, en específico al Mar Caribe. Además, el 69.6% de las veces se correspondía con proposiciones, es decir, con descripciones de lo que es el Caribe (mayormente del espacio geográfico y el litoral) (Gráfico 1). Es abrumador. Sobre todo, si se tiene en cuenta que tan sólo un 4.3% hace una conceptualización del Caribe, un 11.1% habla de una cultura del Caribe, un 18.5% relaciona al Caribe con procesos históricos y un 26.1% hace una representación del Caribe como algo que existe, pero mediante una palabra, haciendo énfasis en un objeto (de nuevo, el mar).

Gráfico 1. Proporción de códigos en ambas familias.

Finalmente, cabe aclarar que estas proporciones se hicieron con base en la totalidad de los códigos, excluyendo las veces que se encontraron en imágenes (mapas) y que la proporción corresponde a dos familias de códigos: aquellas que se relacionan con el aprendizaje significativo (palabra, concepto y descripción); y las que se relacionan con las categorías propuestas por Gaztambide (espacio geográfico, histórico y cultura).

¿Por qué son notables estos resultados? Porque la lengua es un potencial de significado, el cual no se puede separar de una realización efectiva. Es decir, no se puede separar el lenguaje alisado en textos de su inscripción sociocultural a partir de la consistencia en registro y género que estos textos suponen. Son importantes porque el lenguaje verbal se inscribe en el marco de los sistemas semióticos, es decir, son sistemas que tienen un potencial creador de significado (Halliday, 1982). La manera en la que la palabra es usada va encaminada claramente a significarla como un mar, un espacio geográfico determinado por imágenes (mapas o del litoral) acompañado de descripciones de éstas (Figura 2). No más.

Figura 2. Ejemplo de código en texto. Caribe como representación geográfica mediante una proposición (descripción).

A partir de aquí ya no me refiero al texto como la verbalización escrita e impresa en un libro, sino al Texto como una unidad semántica, a la unidad básica del proceso semántico. Y es que el texto representa una opción, lo que se quiere decir se selecciona entre una serie total de opciones contenidas en el régimen del lenguaje, así el texto llega a ser un potencial de significado realizado en los libros. ¿Por qué el Estado mexicano ha elegido significar al Caribe como un lugar en el mapa? Si la cultura es un universo de posibilidades, de opciones para realizarse, identificarse y significar (Villoro, 1998), el Estado nos ha mutilado unas tantas. Por eso (al menos en parte) se dice profe, en México no hay Caribe.

Lo anterior, nos permite hablar ya con pruebas en la mano de algo que sólo en ciertos círculos académicos se ha debatido: no se nos ha enseñado El Caribe como algo en lo que se habita, algo que nos hace ser y por lo tanto nos permite pensar desde ahí. Prevalece esta visión del mar, de un mar que si bien tiene cierta colindancia con el lugar en donde habitamos, casi nunca se habla de su influencia, ya sea en procesos históricos/culturales compartidos, así como criterios estéticos y epistémicos que confluyen en esta gran frontera. Para el Estado (con mayúscula), el Caribe sólo nos invita a vivir del y para el turismo. Esto se refuerza con otros dispositivos discursivos que sirven al mismo propósito. La propaganda inunda los espacios de ocio (digitales, sobre todo) con imágenes que invitan al turismo cuando se busca “caribe mexicano” en internet. Por esa razón cabe señalar la enorme labor de espacios como la Revista Mexicana del Caribe (la cual publicó a Gaztambide en su primer número), así como a las y los académicos de la Universidad de Quintana Roo por visibilizar dichos debates.

Otro aspecto importante de estas indagaciones es que, si bien si se hace referencia al Caribe como una cultura (en las menos de las veces), se le pone como una cultura distante, algo que estuvo ahí en el pasado, en algunos momentos de la historia, pero que sufre de una conceptualización o una categorización pobre, de la que sufren también, por ejemplo, la representación de las culturas indígenas en este país (en esos mismos libros). Se habla de la cultura como algo que está en el pasado y que, si bien influye en nuestro presente, sólo lo hace a través de leyendas, a través de comida, a través de música y danza, de vestigios arqueológicos y a veces de lenguas (Figura 3). También existe una representación de diversos pasados, pero no son pasados articulados y esto resulta sumamente interesante porque quienes entendemos al Caribe como una frontera en la cual confluyen diversas historias, diversas narrativas, diversas maneras de significar nuestro entorno, lo percibimos de cierta manera intercultural, pero estos libros jamás lo articulan de esa manera.

Figura 3. Ejemplo de código en texto. El Caribe representado como cultura por medio de una conceptualización (categoría).

¿Qué conclusión puedo sacar? Que la visión del Estado mexicano, plasmada en el discurso oficial, realizado en los Libros de Texto Gratuito, no considera al Caribe parte de esta multiculturalidad de la que presume. Es lógico si se tiene en cuenta que el Estado moderno nace con la idea de una cultura y una lengua únicas, con formas de organización y de ver el mundo de manera homogénea. El Caribe, con una heterogeneidad de visiones, esta pluriculturalidad que nos da el presente indígena, la influencia abrumadora de la diáspora africana y también la herida que nos deja la colonización, no tiene cabida en el proyecto colonial-moderno mexicano.

El mar en su latir,

el mar que dibuja labios en la playa,

la piedra que vuelve al agua música,

el agua platicando con la piedra,

el naranjo que madura besos a cada fruta,

los brazos del roble donde la torcaz anid sus días,

la torcaz dialogando con el viento,

la aldea que sueña,

la milpa en su promesa de no morir,

el sendero blanco que se marcha,

el Dios que retorna,

la pirámide anciana que no envejece,

el silencio que nos oye pensar,

la estela desnuda,

estas palabras,

la tarde…

todo está vivo

de alguna forma.

“Kukulaankil (Pulso)” de Wildernain Villegas. Original en maya y español.

Como docente, inmerso día tras día con procesos de enseñanza/aprendizaje con jóvenes que a diario resignifican su entorno, me pareció pertinente hacer esta investigación porque si bien podía percibir esta carencia en el material pedagógico en México, no contaba con datos empíricos, a partir de los cuales declarar que al Estado mexicano no le interesa una formación intercultural y mucho menos hacerlo desde el Caribe. Esto cercena la oportunidad de pensar, ser y sentir desde un merequetengue epistemológico (en palabras de Olivier Lozano) y fortalece la apuesta por espacios pedagógicos no formales, que desaten otros saberes, otras narrativas. Espacios que puedan dotarnos de herramientas para significar nuestro entorno más allá de la cultura nacional, más allá de la hacienda o la mina y más cerca de la plantación henequenera y cañera, con música ranchera, sí, pero también con el reggae del atlántico negro y el sambay de los chicleros. Con la importantísima tarea de las y los docentes, pero de la mano con la cultura que nuestras abuelas y abuelos nos heredaron (aun cuando ni siquiera aprendieron a leer y escribir).

Finalmente, quisiera terminar con unas palabras de Elisabeth Cuning (2012), investigadora que recientemente ha revisitado el fenómeno de las expresiones culturales caribeñas en el territorio ocupado por el Estado mexicano, en específico las expresiones musicales y el papel que desempeñan en las dinámicas sociohistóricas de aceptación. “En Chetumal no somos rasta, pero nos gusta el reggae” enuncia Cuning, en un trabajo en el que evidencia la participación de los medios de comunicación, centros académicos y políticas públicas (culturales) en la adopción de la música de raíz afrocaribeña, adopción que data de los primeros campamentos chicleros. En un ejercicio colectivo de recuperación de elementos que nos doten de identidad, pensamos y significamos con la vista al mar, a través del mosaico que nos brinda toda esta herencia. Significamos no por medio de palabras o conceptos, sino mediante sentires y saberes, no ajenos a las palabras y las cosas, pero conscientes de dónde venimos. En Chetumal no somos rasta, pero sí Caribe. Aunque los libros nos digan lo contrario.

Compañera, compañero. En México no hay Caribe, porque a alguien le interesa que no lo haya, pero El mar en su latir…

Bibliografía

Ausubel, D. (1976) Significado y aprendizaje significativo. Psicología Educativa, un punto de vista cognoscitivo. México: Ed. Trillas.

Blommaert, J. (2005) Discourse. A critical introduction. Cambridge University Press: UK.

Cunin, E. (2012) “En Chetumal, no somos rasta pero nos gusta el reggae»: música afrocaribeña en la frontera México Belice. Alteridades 22 (43), 79-94.

Gaztambide, A. (1996) La invención del Caribe en el siglo XX. Las definiciones del Caribe como problema histórico y metodológico. Revista Mexicana del Caribe. 1(1), 74-96.

Halliday, M. (1982) El lenguaje como semiótica social. México: Fondo de Cultura Económica.

Hsieh, H. y Shannon, S. (2005) Three approaches to qualitative content analysis. QUALITATIVE HEALTH RESEARCH, 15(9), 1277-1288

Villoro, L. (1998) Estado plural, pluralidad de culturas. México: UNAM/Paidós.