Pasolini y Ginzburg: notas para la historia

Adrián Gerardo Rodríguez

Al privilegiar al lector como agente en que reside el valor de una obra literaria, la teoría de la recepción buscaba superar las formas tradicionales en que se concebía la crítica, como el proceso de indagar la intención del autor o develar la estructura de la obra. Con ello, también puso en entredicho la relación realista que se suponía entre la obra y su contexto histórico. Esta era una crítica a autores marxistas como Lukács y otros que veían a la literatura como un reflejo de las relaciones de producción en que se concibieron.

Sin embargo, al trasladar tales ideas a una obra de historia, el resultado se complejiza. Al contrario de un texto literario cuya naturaleza es autorreferencial y su relación con el entorno es todo menos un vínculo transparente, un texto histórico habla de acontecimientos comprobables en documentos, y al hacerlo abre vínculos dialécticos entre los tiempos y los contextos. Esto en la medida de que las preguntas que se lanzan al pasado obedecen a intereses específicos del presente y de su autor, el historiador. Por lo tanto, la pregunta se impone ¿cómo se puede comprobar tal dialéctica? ¿realmente es tan directa como se supone?

Todo esto viene al caso por haber leído recientemente una extensa entrevista a Pier Paolo Pasolini realizada por Jean Duflot y publicada por Anagrama en 1971. En ella, el inclasificable creador refiere que sus orígenes familiares maternos se encuentran en la región de Friuli, al norte de Italia. Relata que tal fue su relación con las campesinos de aquel lugar que llegó a publicar poemas en el dialecto friulano, y afirmaba: “Algo así como la pasión mística, una especie de felibrismo, me llevaban a apoderarme de esa vieja lengua de la tierra, como los poetas provenzales al escribir en dialecto, en un país en donde la unidad de la lengua oficial estaba establecida desde mucho tiempo atrás”. Igualmente llama la atención su relato de cómo llegó a convertirse al comunismo, en la década de 1940. Vale a la pena citarlo en extenso:

En aquella época, en que yo volvía a las fuentes de una lengua primitiva para oponerme a todo aquello que rechazaba, los campesinos de Friule [sic] sostenían un duro combate contra los grandes terratenientes de la región. Fue allí que tuve una primera experiencia de la lucha de clases. La lucha de los obreros agrícolas despertaba en mí toda una nostalgia de la justicia, al mismo tiempo que satisfacía mis inclinaciones por la poesía. La idea de comunismo, pues, apareció naturalmente asociada, fundida a las luchas campesinas, a las realidades de la tierra.

La cuestión es que en la misma región de Friuli, específicamente en el pueblo de Montereale, nació en 1532 el campesino Domenico Scandella, mejor conocido como Menocchio. La historia de su vida, de su peculiar cosmovisión, que le valió ser sentenciado y asesinado por la Inquisición, la ha dado la vuelta al mundo gracias al libro El queso y los gusanos, de Carlo Ginzburg. Es muy posible que Pasolini (quien fue asesinado en 1975, un año antes de la publicación de la investigación histórica) hubiera visto en Menocchio un removedor de sus ideas y vivencias entre los campesinos de la región de Friuli.

Sin embargo, eso no es lo que interesa. ¿Cuál era la relación de Ginzburg con la cuestión social de la región de Friuli cuando escribió su investigación? Hasta donde se sabe, ninguna. El historiador sólo señala que al leer las palabras de Menocchio en los documentos donde respondía a las acusaciones de sus inquisidores, le pareció que poseían un timbre original de entre todos los demás casos que había revisado. ¿Ese timbre singular es el mismo que Pasolini buscaba en el dialecto friulano? Es imposible saberlo; sin embargo, es claro que la relación de un libro de historia con el entorno en que se escribió no es un simple reflejo entre ellos.